En la audiencia de
este miércoles, el Santo Padre estaba acompañado por un grupo de refugiados y
recuerda que 'el cristiano no excluye a nadie, deja venir a todos'
Por: Rocío Lancho García | Fuente: ZENIT (https://es.zenit.org)
Por: Rocío Lancho García | Fuente: ZENIT (https://es.zenit.org)
(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 22 de junio de
2016).- Un grupo de refugiados ha acompañado esta mañana al Santo Padre,
sentados a ambos lados de su silla durante la audiencia general de este
miércoles. Durante la catequesis les ha presentado indicado que “muchos piensan
de ellos que mejor se hubieran quedado en su tierra, pero allí sufrían mucho.
Son nuestros refugiados”.
También ha advertido de que muchos les
consideran excluidos. Y por eso ha recordado que son “nuestros hermanos” y que
“el cristiano no excluye a nadie, deja venir a todos”.
Además esta mañana cuatro niños, vestidos con el
alba que utilizan para la primera comunión, han tenido la suerte de acompañar
al papa Francisco en el jeep descubierto, mientras recorría la plaza de San
Pedro saludando a los fieles venidos de todos los rincones de la tierra,
quienes le han recibido como cada semana con gran entusiasmo y en un ambiente
festivo, agitando banderas y cantando ¡viva el Papa!
La misericordia purifica el corazón. Esta ha
sido la idea principal desarrollada por el Santo Padre a propósito de la
lectura de la sanación de Jesús al leproso. Así, en la catequesis de este
miércoles, en el resumen hecho por el Santo Padre en español, ha indicado que
la súplica que el leproso dirige a Jesús: “Señor si quieres puedes limpiarme”,
manifiesta “el deseo profundo del hombre de una auténtica purificación que lo
una a Dios y lo integre en la comunidad”. Esta petición, fruto de la fe y de la
confianza en Dios –ha señalado Francisco– encuentra la respuesta en la acción y
en los gestos de Jesús, que, sintiendo compasión, se acerca, lo toca y le dice:
“Quiero, queda limpio”.
Por otro lado, el Pontífice ha subrayado que
“Jesús nunca permanece indiferente a la oración hecha con humildad y confianza”
y rechazando todos los prejuicios humanos, “se muestra cercano para enseñarnos
que no debemos tener miedo de acercarnos y tocar al pobre y al excluido, porque
en ellos está el mismo Cristo”. La acción de Jesús –ha añadido– no busca el
sensacionalismo, sino que cura con amor nuestras heridas, modelando
pacientemente nuestro corazón conforme al suyo.
Finalmente ha aseverado que “el gesto mesiánico
de Jesús culmina con la inclusión del leproso en la comunidad de los creyentes
y en la vida social: así se llega a la plena curación, que además convierte al
sanado en testigo y anunciador de la misericordia de Dios”.
A continuación, el Papa ha saludado cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los
grupos provenientes de España y Latinoamérica y tras los saludos en las
distintas lenguas, el Pontífice ha dirigido unas palabras a los jóvenes, los
enfermos y los recién casado. De este modo, ha recordado a los jóvenes que
Jesús les llama a ser “corazones ardientes” y que deben corresponder con
generosidad a su invitación según el propio talento. A los enfermos les ha
pedido que ofrezcan su sufrimiento a Cristo crucificado para cooperar a la
redención del mundo. Finalmente ha exhortado a los recién casados a que sean
conscientes de la misión insustituible en la que les compromete el sacramento
del matrimonio.
Publicamos
a continuación el texto completo de la catequesis de este miércoles
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
“Señor, si quieres, puedes purificarme!” (Lc 5,
12): Es la petición que hemos escuchado dirigir a Jesús por un leproso. Este
hombre no pide solamente ser sanado, sino ser “purificado”, es decir, resanado
integralmente, en el cuerpo y en el corazón. De hecho, la lepra era considerada
una forma de maldición de Dios, de impureza profunda. El leproso tenía que
estar lejos de todos, no podía acceder al templo ni a ningún servicio divino.
Lejos de Dios y lejos de los hombres. Triste vida hacía esta gente.
A pesar de eso, ese leproso no se resigna ni a
la enfermedad ni a las disposiciones que hacen de él un excluido. Para llegar a
Jesús, no temió infringir la ley y entrar en la ciudad, cosa que no tenía que
hacer, que era prohibido, y cuando lo encontró “se postró ante él y le rogó:
‘Señor, si quieres, puedes purificarme’”.
¡Todo lo que este hombre considerado impuro hace
y dice es expresión de su fe! Reconoce el poder de Jesús: está seguro que tiene
el poder de sanarlo o que todo depende de su voluntad. Esta fe es la fuerza que
le han permitido romper toda convicción y buscar el encuentro con Jesús,
arrodillándose delante de Él y llamarlo ‘Señor’.
La súplica del leproso muestra que cuando nos
presentamos a Jesús no es necesario hacer largos discursos. Bastan pocas
palabras, siempre y cuando estén acompañadas por la plena confianza en su
omnipotencia y en su bondad. Confiarse a la voluntad de Dios significa de hecho
entrar en su infinita misericordia.
Aquí hago una confidencia personal: por la
noche, antes de ir a la cama, rezo esta breve oración: “Señor si quieres puedes
purificarme” y rezo cinco Padre Nuestro, uno por cada llaga de Jesús, porque
Jesús nos ha purificado con las llagas. Esto lo hago yo, y lo pueden hacer
también todos en su casa. Y decir: “Señor, si quieres puedes purificarme”.
Pensar en las llagas de Jesús y decir un Padre Nuestro por cada una. Y Jesús
nos escucha siempre.
Jesús es profundamente tocado por este hombre.
El Evangelio de Marcos subraya que “Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó,
diciendo: ‘Lo quiero, queda purificado’”(1,41). El gesto de Jesús acompaña sus
palabras y hace más explícita la enseñanza. Contra la disposición de la Ley de
Moisés, que prohibía acercarse a un leproso (cfr Lv 13,45-46), Jesús,
contra la prescripción, extiende la mano e incluso lo toca.
¡Cuántas veces encontramos a un pobre que viene
a nuestro encuentro! Podemos ser incluso generosos, podemos tener compasión,
pero normalmente no lo tocamos. Le damos una moneda, pero evitamos tocar la
mano, la tiramos ahí. ¡Y olvidamos que eso es el cuerpo de Cristo! Jesús nos
enseña a no tener miedo de tocar al pobre y excluido, porque Él está en ellos.
Tocar al pobre puede purificarnos de la
hipocresía e inquietarnos por su condición. Tocar a los excluidos. Hoy me acompañan
aquí estos chicos. Muchos piensan de ellos que sería mejor que se hubieran
quedado en su tierra, pero allí sufrían mucho. Son nuestros refugiados. Pero
muchos les consideran excluidos. Por favor, son nuestros hermanos. El cristiano
no excluye a nadie, da sitio a todos, deja venir a todos.
Después de haber sanado al leproso, Jesús le
pide que no hable con nadie, pero le dice: “Ve a presentarte al sacerdote y
entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de
testimonio” (v. 14).
Esta disposición de Jesús muestra al menos tres
cosas. La primera: la gracia que actúa en nosotros no busca el sensacionalismo.
Normalmente esta se mueve con discreción y sin clamor. Para medicar nuestras
heridas y guiarnos en el camino de la santidad, esta trabaja modelando con
paciencia nuestro corazón sobre el Corazón del Señor, para asumir cada vez más
los pensamientos y los sentimientos.
La segunda: haciendo verificar oficialmente la
sanación a los sacerdotes y celebrando un sacrificio expiatorio, el leproso es
readmitido en la comunidad de los creyentes y en la vida social. Su reintegro
contempla la sanación. ¡Como él mismo había suplicado, ahora está completamente
purificado! Finalmente, presentándose a los sacerdotes el leproso les da testimonio
sobre Jesús y su autoridad mesiánica. La fuerza de la compasión con la que
Jesús ha sanado al leproso ha llevado la fe de este hombre a abrirse a la
misión. Era un excluido ahora es uno de nosotros.
Pensemos en nosotros, en nuestras miserias. Cada
uno tiene la propia, pensemos con sinceridad. ¡Cuántas veces las cubrimos con
la hipocresía de las “buenas maneras”! Y precisamente entonces es necesario
estar solos, ponerse de rodillas delante de Dios y rezar: “Señor, si quieres,
puedes purificarme”. Y es necesario hacerlo, hacerlo antes de ir a la cama,
todas las noches. Y ahora hacemos esta bonita oración: ‘Señor si quieres,
puedes purificarme’. Todos juntos, tres veces, todos: ‘Señor, si quieres,
puedes purificarme. Señor, si quieres, puedes purificarme. Señor, si quieres,
puedes purificarme’. Gracias”.
(Texto traducido desde el
audio por ZENIT)
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