Jesús comunicó el poder de perdonar pecados a sus
apóstoles. Jesús confió el ejercicio del poder de absolución solamente a sus
apóstoles. Jesús quería que la reconciliación con Dios pasara por el camino de
la reconciliación con la Iglesia
¿Confesarse con un
hombre?
El otro
día, hablando de la confesión alguien me dijo: «¿Cómo se le ocurre que yo me
voy a confesar con un pecador como yo? Yo me confieso con Dios y punto. Entro
en mi habitación, oro con fervor y Dios me perdona». Le contesté que el asunto
no es tan simple. Muchas veces acomodamos la religión a nuestra manera, y así
pasa también con la confesión. La confesión no es solamente «pecar, orar y listo».
Hay que buscar a un sacerdote. Hacer un gran acto de humildad. Decirle sus
pecados. Y luego recibir una corrección fraterna y la absolución del sacerdote
de la Iglesia. Eso no lo han inventado los curas. Hay claras indicaciones en la
Biblia acerca de la confesión delante de un ministro de la Iglesia.
Queridos
hermanos católicos, en esta carta quiero explicarles primero lo que nos enseña
la Biblia acerca del perdón de los pecados, y luego voy a contestar algunas
dudas acerca de la confesión que algunos hermanos de otra religión nos
plantean. Muchos católicos, sin mayor formación religiosa, fácilmente se dejan
influenciar por estas inquietudes y sin darse cuenta se les van los grandes
tesoros que Jesús confió a su Iglesia. Con esta carta no quiero ofender a
nadie, pero lo que me mueve a escribir estas líneas es el amor por la verdad.
Ya que solamente «la verdad nos hará libres» (Jn. 8, 32).
¿Qué nos enseña la
Biblia acerca del perdón de los pecados?
1. Jesús perdona
los pecados.
En el
Antiguo Testamento el perdón de los pecados era un derecho solamente de Dios.
Ningún profeta y ningún sacerdote del Antiguo Testamento pronunció absolución
de pecados. Sólo Dios perdonaba el pecado.
En el
Nuevo Testamento, por primera vez, aparece alguien, al lado de Dios Padre, que
perdona los pecados: Jesús. El Hijo de Dios dijo de sí mismo: «El Hijo del
Hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra» (Mc. 2, 10).
Y en
verdad Jesús ejerció su poder divino: «Cuando Jesús vio la fe de aquella gente,
dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados» (Mc. 2, 5).
Frente a
una mujer pecadora Jesús dijo: «Sus pecados, sus numerosos pecados le quedan
perdonados, por el mucho amor que mostró» (Lc. 7, 47).
Y en la
cruz Jesús se dirigió a un criminal arrepentido: «En verdad te digo que hoy
mismo estarás conmigo en el Paraíso» (Lc. 23, 43).
2. Jesús comunicó
el poder de perdonar pecados a sus apóstoles.
Jesús
quiso que todos sus discípulos, tanto en su oración como en su vida y en sus
obras, fueran signo e instrumento de perdón. Y pidió a sus discípulos que
siempre se perdonaran las ofensas unos a otros (Mt. 18, 15-17).
Sin
embargo, Jesús confió el ejercicio del poder de absolución solamente a sus
apóstoles. Jesús quería que la reconciliación con Dios pasara por el camino de
la reconciliación con la Iglesia. Lo expresó particularmente en las palabras
solemnes a Simón Pedro: «A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo
que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la
tierra quedará desatado en los cielos» (Mat. 16, 19). Esta misma autoridad de
«atar» y «desatar» la recibieron después todos los apóstoles (Mt. 18, 18). Las
palabras «atar» y «desatar» significan: Aquel a quien excluyen ustedes de su
comunión, será excluido de la comunión con Dios. Aquel a quien ustedes reciben
de nuevo en su comunión, será también acogido por Dios. Es decir, la
reconciliación con Dios pasa inseparablemente por la reconciliación con la
Iglesia.
El mismo
día de la Resurrección, Jesucristo se apareció a los apóstoles, sopló sobre sus
cabezas y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados,
les quedarán perdonados y a quienes se los retengan, les quedarán retenidos»
(Jn. 20, 22-23).
Y en la
Iglesia primitiva ya existía el ministerio de la reconciliación como dice el
apóstol Pablo: «Todo eso es la obra de Dios, que nos reconcilió con El en
Cristo, y que a mí me encargó la obra de la reconciliación» (2 Cor. 5, 18).
3. Los apóstoles
comunicaron el poder divino de perdonar pecados a sus sucesores.
Las
palabras de Jesucristo sobre el perdón de los pecados no fueron sólo para los
Doce apóstoles, sino para pasarlas a todos sus sucesores. Los apóstoles las
comunicaron con la imposición de manos. Escribe el apóstol Pablo a su amigo
Timoteo: «Te recomiendo que avives el fuego de Dios que está en ti por la
imposición de mis manos» (2 Tim. 1, 6).
Los
apóstoles estaban conscientes de que Jesucristo tenía una clara intención de
proveer el futuro de la Iglesia; estaban convencidos de que Jesús quería una
institución que no podía desaparecer con la muerte de los apóstoles. El Maestro
les había dicho: «Sepan que Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin
del mundo» (Mt. 28, 20), y «las fuerzas del infierno no podrán vencer a la
Iglesia» (Mt. 16, 18). Así las promesas de Jesús a Pedro y a los apóstoles, no
sólo valen para sus personas, sino también para sus legítimos sucesores.
Como
conclusión podemos decir: Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la
reconciliación (Jn. 20, 23; 2 Cor. 5, 18). Los obispos, o sucesores de los
apóstoles, y los presbíteros, colaboradores de los obispos, continúan ahora
ejerciendo este ministerio. Ellos tienen el poder de perdonar los pecados «en
el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo».
Dudas que plantean
otras iglesias acerca de la confesión
1. ¿En qué se basan
los católicos para decir que los sacerdotes pueden perdonar los pecados?
La
Iglesia Católica lee con atención toda la Biblia y acepta la autoridad divina
que Jesús dejó en manos de los Doce apóstoles y sus legítimos sucesores. Esto
ya está explicado. El poder divino de perdonar pecados está claramente
expresado en lo que hizo y dijo Jesús ante sus apóstoles: El Señor sopló sobre
sus cabezas y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados,
les quedan perdonados; y a quienes se los retengan les quedan retenidos» (Jn.
20, 22-23).
Los
apóstoles murieron y, como Cristo quería que ese don llegara a todas las
personas de todos los tiempos, les dio ese poder de manera que fuera
transmisible, es decir, que ellos pudieran transmitirlo a sus sucesores. Y así
los sucesores de los apóstoles, los obispos, lo delegaron a «presbíteros», o
sea, a los sacerdotes. Estos tienen hoy el poder que Jesús dio a sus apóstoles:
«A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados» y nunca agradeceremos
bastante este don de Dios que nos devuelve su gracia y su amistad
2. ¿Para qué decir
los pecados a un sacerdote, si Jesús simplemente los perdonaba?
Es verdad
que Jesús perdonaba los pecados sin escuchar una confesión. Pero el Maestro
divino leía claramente en los corazones de la gente, y sabía perfectamente
quiénes estaban dispuestos a recibir el perdón y quiénes no. Jesús no
necesitaba esta confesión de los pecados. Ahora bien, como el pecado toca a
Dios, a la comunidad y a toda la Iglesia de Cristo, por eso Jesús quería que el
camino de la reconciliación pasara por la Iglesia que está representada por sus
obispos y sacerdotes. Y como los obispos y sacerdotes no leen en los corazones
de los pecadores, es lógico que el pecador tiene que manifestar los pecados. No
basta una oración a Dios en el silencio de nuestra intimidad.
Además el
hombre está hecho de tal manera que siente la necesidad de decir sus pecados,
de confesar sus culpas, aunque llegado el momento le cuesta. El sacerdote debe
tener suficiente conocimiento de la situación de culpabilidad y de
arrepentimiento del pecador.
Luego el
sacerdote, guiado por el espíritu de Jesús que siempre perdona, juzgará y
pronunciará la absolución: «Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del
Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo». La absolución es realmente un juicio
que se pronuncia sobre el pecador arrepentido. Es mucho más que un sentirse
liberado de sus pecados. Es decir, a los ojos de Dios: no existen más esos
pecados. Está realmente justificado. Y como consecuencia lógica, dada la
delicadeza y la grandeza de este misterio del perdón, el sacerdote está
obligado a guardar un secreto absoluto de los pecados de sus penitentes.
3. «Pero el
sacerdote es pecador como nosotros», dirán algunos.
Y les
respondo: También los Doce apóstoles eran pecadores y sin embargo Jesús les dio
poder para perdonar pecados. El sacerdote es humano y dice todos los días: «Yo
pecador» y la Escritura dice: «Si alguien dice que no ha pecado, es un
mentiroso» (1Jn. 1, 8). Aquí la única razón que aclara todo es esta: Jesús lo
quiso así y punto. Jesús fundamentó la Iglesia sobre Pedro sabiendo que Pedro
era también pecador. Y Jesús dio el poder de perdonar, de consagrar su Cuerpo y
de anunciar su Palabra a hombres pecadores, precisamente para que más
aparecieran su bondad y su misericordia hacia todos los hombres. Con razón
nosotros los sacerdotes reconocemos que llevamos este tesoro en vasos de barro
y sentimos el deber de crecer día a día en santidad para ser menos indignos de
este ministerio.
El
sacerdote perdona los pecados por una sola razón: porque recibió de Jesucristo
el poder de hacerlo. Además, durante la confesión aprovecha para hacer una
corrección fraterna y para alentar al penitente. El confesor no es el dueño,
sino el servidor del perdón de Dios.
Y otro
punto importante es que el sacerdote concede el perdón «en la persona de
Cristo»; y cuando dice «Yo te perdono…» no se refiere a la persona del
sacerdote sino a la persona de Cristo que actúa en él. Los que se escandalizan
y dicen ¿cómo un sacerdote que es un hombre puede perdonar a otro hombre? es que
no entienden nada de esto.
¿Qué otras diferencias hay entre
católicos y protestantes acerca de la confesión?
El
protestante comete pecados, ora a Dios, pide perdón, y dice que Dios lo
perdona. Pero ¿cómo sabe que, efectivamente, Dios le ha perdonado? Muy
difícilmente queda seguro de haber sido perdonado.
En cambio
el católico, después de una confesión bien hecha, cuando el sacerdote levanta
su mano consagrada y le dice: «Yo te absuelvo en el nombre del Padre…», queda
con una gran seguridad de haber sido perdonado y con una paz en el alma que no
encuentra por ningún otro camino.
Por eso
decía un no-católico: «Yo envidio a los católicos. Yo cuando peco, pido perdón
a Dios, pero no estoy muy seguro de si he sido perdonado o no. En cambio el
católico queda tan seguro del perdón que esa paz no la he visto en ninguna otra
religión». En verdad, la confesión es el mejor remedio para obtener la paz del
alma.
El
católico sabe que no es simplemente: «Pecar y rezar, y listo». Pongamos un
caso: Una mujer católica comete un aborto. No puede llegar a su pieza, rezar y
decir que todo está arreglado. No. Ella tiene que ir a un sacerdote y
confesarle su pecado. Y el sacerdote le hará ver lo grave de su pecado, un
pecado que lleva a la excomunión de la Iglesia. El sacerdote le aconsejará una
penitencia fuerte. Ella quizás hasta llorará en ese momento y antes del próximo
aborto seguramente lo pensará tres veces… ¿Y ese señor que compra lo robado? ¿Y
esa novia que no se hace respetar por el novio? ¿Y esa mujer que quita la fama
con su lengua? ¿Y ese borracho?… Confesando sus pecados, se encontrarán con
alguien que les habla en nombre de Dios y les hace reflexionar y cambiar su
vida.
Queridos
hermanos, termino esta carta con una gran esperanza de que nosotros los
católicos seamos capaces de descubrir de nuevo el gran tesoro de la confesión.
Cuántos miles de personas mejoraron su vida sólo con hacer una buena confesión. Un gran psicólogo decía: «Yo no conozco ningún método tan bueno para mejorar una vida como la confesión de los católicos». Espero que este «gran tesoro» que dejó Jesús en su Iglesia, sea también provechoso para el crecimiento de nuestra vida espiritual.
Cuántos miles de personas mejoraron su vida sólo con hacer una buena confesión. Un gran psicólogo decía: «Yo no conozco ningún método tan bueno para mejorar una vida como la confesión de los católicos». Espero que este «gran tesoro» que dejó Jesús en su Iglesia, sea también provechoso para el crecimiento de nuestra vida espiritual.
Décima a lo Divino por
el Hijo Pródigo:
Padre de
mi corazón aquí estoy arrepentido, a tus pies estoy rendido, concédeme tu
perdón. Póngame la bendición y olvide usted sus enojos como pisando entre
abrojos hoy he llegado hasta aquí a hacerle correr por mí las lágrimas de sus
ojos.
Cuestionario
¿Quién
podía perdonar los pecados en el Antiguo Testamento? ¿Quién puede perdonarlos
en el Nuevo Testamento? ¿A quiénes delegó Jesús este poder? ¿A quiénes lo
delegaron los Apóstoles? ¿En nombre de quién perdonan los sacerdotes? ¿Qué
significa que el sacerdote perdona en nombre de Cristo? ¿Puede un católico
confesar sus pecados directamente a Dios? ¿Cuándo tiene seguridad el católico
de que es perdonado por Dios? ¿La tiene igual el evangélico? ¿Cómo se confiesan
ellos? ¿Por qué hay que decir los pecados al sacerdote?
Autor: P. Paulo Dierckx y P. Miguel Jordá
Fuente: Para dar razón de nuestra Esperanza, sepa defender su Fe
Encuentra.comFuente: Para dar razón de nuestra Esperanza, sepa defender su Fe
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