Muchos cristianos tienen aversión
a la estructura de Bruselas de la Unión Europea, porque piensan que está
dominada por illuminati, por masones, por el grupo Bilderberg, o por una
combinación de los tres grupos precedentes además de por una raza de vampiros
escondidos en criptas oscuras. Razón esta última que explicaría las luces en
las oficinas de los edificios comunitarios que se ven a horas en las que nada
bueno se puede estar haciendo.
Pero lo cierto es que, a día de
hoy, las estructuras comunitarias no han hecho nada malo más allá de pagar unos
sueldos astronómicos a sus diputados. Aunque algunos de esos sueldos sí que
justificarían su alquitranamiento y emplumamiento público en la plaza de Notre
Dame de París y con ancianas tricotando en silencio mientras se procede a
realizar tal operación. Operación que jamás aprobaré a menos que se haga con
todas las cautelas del Estado de Derecho.
Pero dejando aparte el tema de
los sueldos y unas cuantas cosas más, lo cierto es que Europa no puede volver a
ser el archipiélago de los años 50. El camino de la soberanía nacional y de la
unión supranacional es el único camino razonable por razones económicas,
sociales, legales, medioambientales, de seguridad interna y externa, etc, etc,
etc.
Los acuerdos puntuales siempre
fueron posibles. La estructura de la Unión lo que intentó fue ir más allá de
esos acuerdos para ir creando estructuras más eficaces en lo que nos
beneficiaba a todos. Ciertos políticos siempre culparon de todo a Bruselas, año
tras año. Al final han convencido a los votantes.
¿Nos podemos imaginar el desastre
que sería que los estados de Estados Unidos cambiaran sus estructuras federales
por acuerdos bilaterales o múltiples? Sería una decisión contra la razón.
Es una pena ver como los egoísmos
particulares de los políticos han acabado por herir gravísimamente el proyecto
europeo. La Unión ya está herida, y no sólo por Gran Bretaña. Los que vivimos
el entusiasmo, los ideales y el optimismo de las prósperas décadas anteriores
al año 2000, siempre hemos comentado cómo las tinieblas se han ido haciendo más
densas a partir de la crisis del 2008. Esta última herida en la Unión ha sido
el último golpe verdaderamente triste.
Los atenienses deciden replegarse en su ciudad. La Liga de Delos va volviendo
la espalda a unos y a otros. Mientras, en Oriente, la nueva Persia sigue
agigantándose con puño de hierro.
P.
FORTEA
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