Hoy estamos en Venezuela. Este
blog no podía no acompañar a todos esos millones de personas que están haciendo
Historia.
Debe ser una sensación muy
intensa la de que las tablas del suelo se te están hundiendo bajo los pies. Que
te mueves y mueves, pero todo se está viniendo abajo. Ese momento en que sabes
que no hay ningún punto firme en el que te puedas apoyar, ninguno sobre el que
te puedas mantener de pie.
Siempre puedo negociar, siempre
puedo ceder en algo. Hasta que llega ese impresionante momento en que no hay
nada que negociar, en que ya nadie pretende que cedas nada.
Esa hora del reloj en que ya no
tienen demasiada importancia las órdenes que des, porque ya nadie obedece tus
órdenes. Ese día en que te quedan pocos leales y esos pocos leales se han
convertido en traidores. Vivir en un país en el que todos son traidores. Esa
angustiosa sensación, nunca antes experimentada, de vivir en un país que se ha
convertido en un gigantesco coto de caza con una sola presa.
Haber estado convencido de que
siempre te quedan muchas puertas por las que escapar dignamente a otros lugares
lejanos, y descubrir que esas puertas están cerradas por dentro. Todas las
puertas de salida están cerradas porque vivo en un mundo de cobardes. Vivir en
un mundo de cobardes sin poder salir de un país de traidores.
La experiencia de tantos
bastiones inexpugnables caídos nos recuerda que las agonías de los regímenes
nunca son largas. No importa las locuras que esté dispuesto a hacer un
monstruo, no importa el baño que se quiera dar, la Historia señala lo fugaces
que son los últimos momentos, como todo se precipita, como todo estaba más a la
vuelta de la esquina de lo que parecía.
Siempre recordaré, hasta el menor
de los detalles, a Ceausescu moviendo los dos brazos en su último discurso,
tratando de hacer callar a la multitud. Sus gestos de impotencia, sus ojos que
veían lo que jamás pensó que vería. Desde ese balcón fue directamente a un
helicóptero. Pero ya era tarde. Después de tantos años era tarde. Pudo haber
cambiado las cosas durante años, pero no en el último día.
Este tipo de gente siempre se refugia en un cuartel militar. Sin darse
cuenta de que ya es demasiado tarde.
P.
FORTEA
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