Adictos
al sexo
En
un estudio reciente sobre la adicción sexual, Patricia Matey comenzaba
diciendo: “La adicción al
sexo es una de las dependencias menos confesadas y visibles de todas las que
existen. No obstante, ha aumentado el número de pacientes que pide ayuda debido
a las consecuencias de su trastorno: ruina económica, matrimonios rotos,
problemas laborales, ansiedad y depresión”.
Los
expertos señalan que este trastorno no es nuevo, aunque solo recientemente ha
sido reconocido como un serio problema social, con consecuencias semejantes a
las de otras adicciones más conocidas, como el alcohol, las drogas o la
ludopatía.
A
diferencia de otras adicciones –señala José Ramón Ayllón–, la dependencia
sexual puede adoptar múltiples formas: desde la masturbación compulsiva a los
abusos sexuales, pasando por relaciones con múltiples parejas heterosexuales u
homosexuales, encuentros con personas desconocidas, recurso continuo a la
pornografía, prostitución o líneas eróticas, exhibicionismo, pedofilia, turismo
sexual, etc. El comportamiento compulsivo sexual se gesta, en la mayoría de los
casos, en la mente, donde las fantasías sexuales y los pensamientos eróticos se
convierten en engañosas válvulas de escape de los problemas laborales, las
relaciones rotas, la baja autoestima o la insatisfacción personal.
Los
adictos al sexo son hábiles en el disimulo, porque su problema les avergüenza.
Pero, con frecuencia, su dependencia se acaba sabiendo. “Algunos acuden a la consulta –explica Roselló Barberá– cuando
las facturas del teléfono de líneas eróticas o los contactos con prostitutas
les han arruinado económicamente o su cónyuge les ha descubierto. Otros deciden
pedir ayuda porque quieren poner fin a una adicción que está haciendo naufragar
su matrimonio, les ha causado problemas legales o les está empujando al
suicidio. O porque su dependencia les lleva a hacer cosas que nunca hubieran
imaginado, y eso les causa un sufrimiento insoportable.”
Siempre
alguien paga por ello
La
incontinencia sexual suele traer, después de los primeros momentos de goce, una
pesada impresión de insatisfacción, de error, de disgusto. Sabes que has hecho
algo indebido. Es fácil que te sientas descontento, culpable, degradado.
Después, con el tiempo, quizá llegues a racionalizarlo de alguna manera y
consigas olvidarlo, o considerarlo normal, o incluso positivo, pues cuando se
convierte en hábito, su dependencia dificulta cada vez más discernir lo bueno y
lo malo. Cuando se antepone el placer a la responsabilidad, siempre hay un
precio que pagar. Los que creen poder conseguir lo uno y lo otro se dejan
engañar con demasiada facilidad.
La
obsesión por la satisfacción de los propios deseos ciega a quien la sufre.
Impide ver el efecto perjudicial que ese comportamiento tiene sobre los demás.
Pero alguien, en algún momento, tendrá que pagar por esas claudicaciones. Puede
que sea una persona con cuyos sentimientos más íntimos has jugado; o una
criatura aún no nacida que acabará sus días en un cubo de basura, condenada
porque fue el resultado de un “error”; o un matrimonio, y quizá unos hijos, destrozados por una
relación adúltera frívola y absurda. Un egoísmo disfrazado de amor que ha roto
un compromiso, ha allanado los derechos de otro, o ha convertido a unos niños
en víctimas inocentes.
Siempre
hay alguien que paga por ello. Entre otras cosas, porque quien nunca falta en
esa cadena de quebrantos es uno mismo. Tolstoi aseguraba que el hombre que ha
conocido a varias mujeres para solo su placer, ya no es un hombre normal, sino
alguien que difícilmente dejará de ver a la mujer como a un objeto. Será un
hombre que necesitará, para volver a ser normal, todo un proceso de
rehabilitación. Un hombre que pagará un alto precio por haberse dejado seducir
por esa máscara del amor.
Los
engaños más habituales
—Muchos
dicen que nadie puede dictarles lo que tienen que hacer con su sexualidad. Que
para ellos “vale todo”.
Desde
luego, yo no voy a dictarles nada. Pero me parece que ese modo de hablar es una
forma un poco tosca de eludir la realidad.
En cualquier análisis sobre lo que debe o no hacerse, decir que
“vale todo”, es como decir
que nada vale, pues, al hablar así, todo diálogo y todo uso de la inteligencia
pierden su sentido. No parece un buen enfoque para hablar de valores ni para
llevar una vida razonable.
De
todas formas, pienso que es una actitud que, como todas, hay que procurar
comprender. No creo que haya que responder a esas personas con prepotencia ni
menosprecio, pues todos esos planteamientos suelen responder a una crisis
personal que cuesta superar, y lo más sensato es manifestar una comprensión
sincera, y no enfrentarse sino ofrecer ayuda.
Como
ha escrito Carmen Martín Gaite, para muchos el sexo es “un intento de remediar el aislamiento personal, pero que solo
lo proyectan fuera de sí. Y aunque, en el mejor de los casos, pueda coincidir
con la proyección fuera de sí que desencadena el aislamiento del otro, siempre
se tratará de individuos que, si comparten algo, es un estado de crisis. La
crisis más intensa que se pueda imaginar, pero al mismo tiempo la más
insignificante. Lo mismo que las olas: perseguirse, gozar y luego deshacerse
por separado”.
La
película “Infiel”, de Liv Ullmann, aborda con cierta profundidad el drama del
adulterio: Cuando dos personas inician una relación adúltera, piensan quizá que
es como un juego para adultos. Los principios morales desaparecen. Amémonos al
límite, seamos felices juntos, olvidémonos de qué es bueno y qué es malo, que
no pasa nada.
Sin embargo, tarde o temprano descubren que no da igual olvidarse de la naturaleza y de sus leyes. Querían hacer como que eran dioses que se dan a sí mismos su naturaleza y sus leyes, y no tardan mucho en comprobar que se han mentido a sí mismos, y sobreviene entonces la consiguiente tragedia. Querían jugar a que no había principios y súbitamente aquella simulación y aquel fingimiento se desmoronan.
Lo
que era un matrimonio unido, una hija feliz, un buen amigo, acaba todo deshecho
por la irreflexión, por el egoísmo de la sensualidad que ciega y lleva a la
irresponsabilidad, e incluso a la crueldad, a destrozarlo todo. Las víctimas
son ellos mismos, sus familias, esa niña que ha sido utilizada en el juego de
adultos, arrollada por un torbellino emocional que desgarra su vida, sin
entender bien cuál es su papel en esa historia de deslealtades.
—Pero
los modelos de castidad que muchas veces se nos han presentado suenan a
rigorismo, a represión, a algo antiguo...
En
cuanto a lo de antiguo, habría que decir que el relajamiento en la conducta
sexual es mucho más antiguo. La laxitud de costumbres en estos temas está
presente desde épocas muy primitivas, como bien atestigua la historia.
En
cuanto a los viejos y necios rigorismos, estoy de acuerdo en que conviene
romper con las visiones timoratas o encogidas de la sexualidad, pero no sería
sensato invocar esos errores para justificar otros. No se trata de defender
antiguos puritanismos, ni de volver a la época victoriana, ni a la Edad Media.
Se trata de caminar hacia la verdad sobre el hombre.
—Otras
veces lo que piensas es que todas esas ideas que dices son muy bonitas,
estupendas, pero demasiado difíciles, y que lo realista es aprovechar un poco
los pocos placeres de que hoy se puede disfrutar...
Ese
señuelo que describes se ha presentado siempre ante el hombre, y no solo para
seducirle por los placeres del sexo sino por otros muchos caminos. Son
razonamientos muy parecidos a los que se hace quien cae en las redes de la
mentira, el alcohol, el juego, o la comisión ilegal.
Todas
las deslealtades y todas las infidelidades suelen empezar poco a poco, con pequeños
hábitos, sin movimientos ni quiebras violentas, sin derrumbamientos
repentinos..., pero cuando uno se quiere dar cuenta está enganchado. Son –en
palabras de Robert McCammon– “monstruos
horribles que se cuelan en las casas, retorcidos y sonrientes detrás de la cara
de un ser querido”.
Por
eso, en los momentos de tentación hay que levantar un poco la mirada hacia el
tipo de persona que uno quiere ser, hacia la necesidad de alcanzar un dominio
sobre los propios instintos para así fortalecer la propia afectividad y ser una
persona honesta.
—Sí,
pero cuando estás en esas tesituras no sueles querer pensar mucho en el futuro,
piensas sobre todo en el presente...
Es
cierto, y ese es casi siempre el juego dialéctico de cualquier adicción. Su
principal empeño es impedir que pienses en el futuro. Su triunfo es conseguir
que pienses solo en ese placer cercano, de ese momento. Su gran logro es..., en
definitiva, que no quieras pensar. Pero bien sabemos que la calidad de una
persona se muestra, entre otras cosas, en que es también capaz de pensar con
sensatez cuando la tentación arrecia.
O que, al menos, es capaz de darse cuenta de que las cosas no son como las ve cuando está bajo el hechizo de la tentación, sino que son como las veía cuando pensaba con lucidez.
Fuente:
Interrogantes.net
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