lunes, 9 de mayo de 2016

NO FUE EL AZAR EL QUE HIZO QUE CASUALIDAD Y CAUSALIDAD SEAN TAN PALABRAS TAN PARECIDAS


Hoy he recibido un agudo comentario de un profesor de universidad amigo mío al post de ayer:

Siguiendo con tus exquisitos pensamientos borgianos (no del papa Alejandro VI, no, sino del escritor) e interpretándolos a contrario: en la medida en que se basa en un culto al azar, la ludopatía es quizás la forma más sofisticada de ateísmo. Ergo, el reverso exacto de una iglesia no es un conciliábulo satánico, sino un bingo.

Clarifiquemos las cosas. Primero, mis méritos alejandroséxticos son mucho más admirables que mis pequeños esfuerzos por seguir literariamente a ese asceta bonaerense.

Pero sí que estoy totalmente de acuerdo en que toda rebelión contra un Ser Infinito se basa en el concepto de azar. Nunca lo había pensado, nunca lo había oído, pero tienes razón.

Cualquier victoria parcial frente al Orden se basa en la esperanza en un resquicio en la sucesión de causas. De lo contrario, no se buscaría un espacio de auto-nomía allí donde ni hay resquicio ni lo puede haber.

Azar es la ausencia de causa. Eso no significa que cada elemento individual no posea su causa. Pero el azar se basa en la consideración de que el conjunto de elementos han iniciado un obrar carente de causa y, por tanto, de finalidad. Azar se puede definir como:

Combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar.

Desde el momento que tienes infinito poder, cuando te retiras de algo, te retiras porque quieres, luego ya hay un acto de voluntad. Y te retiras de lo que sabes que va a suceder. Si encima el poder infinito va unido a una bondad infinita, no es posible un absentismo divino: existen los mosquitos porque Dios ha sido lo ha querido/permitido, existe sobre el mundo un número finito de mosquitos (ni uno más ni uno menos de los que Él determina), este mosquito está aquí porque así se le ha permitido/querido.

Eso implica, ya lo expliqué en otro post (el de la mariposa y el emperador) que una picadura de mosquito puede cambiar el destino de un imperio haciéndolo mucho más grande o permitiendo que sea destruido por tribus vecinas.

La conclusión cae por su propio peso: no hay que despreciar a los mosquitos. Pero me gusta mucho más pensar en otros escenarios como el que un futuro imperio centroasiático puede resurgir porque un autor colocó (tal vez sin querer) una A más en una palabra, o que puede caer porque hoy amaneció con sol, o porque el número de rayas de una cebra en concreto era par. Hay sucesiones de causas en las que estas cosas podrían ocurrir. Aunque no las conozcamos, muchas han ocurrido.

No me costaría más de cinco minutos pergeñar las líneas fundamentales para que una cebra en un determinado momento sea causa de lo dicho; o, en realidad, en el que la mira. Y eso sin caer en el lugar común, casi vulgar, de volver a repetir que una sola célula que no se malignizó (en el cuerpo de un niño de cinco años) fue la causa del III Reich.

P. FORTEA

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