domingo, 8 de mayo de 2016

LAS MÁS FAMOSAS: APARICIONES DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL EN GARGANO, ITALIA (29 DE SEPTIEMBRE, 8 DE MAYO)


San Miguel, cuyo nombre significa ¿Quién como Dios?, es el príncipe de los ángeles fieles que se oponían a Lucifer y sus seguidores en su rebelión contra Dios. Dado que el diablo es el enemigo jurado de la santa Iglesia de Dios, San Miguel se le da a ella por Dios como su protector especial contra las agresiones y estratagemas del demonio.

Varias apariciones de este poderoso ángel han demostrado la protección de San Miguel sobre la Iglesia. Podemos mencionar su aparición en Roma, donde San Gregorio Magno lo vio en el aire envainar su espada, para señalar el cese de una peste y el apaciguamiento de la ira de Dios. Otra aparición a San Ausbert, obispo de Avranches, en Francia, llevó a la construcción de Mont-Saint-Michel, en el mar, un famoso lugar de peregrinación. El 8 de mayo sin embargo, se recuerda otra maravillosa aparición que se producen cerca de Monte Gargano en el Reino de Nápoles.

Aquel Ángel que el Señor envió al profeta Daniel para informarle del tiempo preciso en que había de nacer el Mesías, y para instruirle en otros grandes misterios de la religión, hablando con él de lo que al fin de los tiempos había de suceder para probar la fidelidad de los escogidos de Dios, le dijo que entonces se levantaría el gran príncipe Miguel, protector de los hijos del pueblo del Señor. (Dan.12)

Habiendo, pues, señalado Dios por protector de su Iglesia al mismo que lo había sido de la sinagoga, quiso manifestar a los fieles con señales sensibles cuánto valía esta protección, y por medio de diferentes apariciones del Arcángel San Miguel moverlos a que le profesasen la más tierna devoción, y a que le rindiesen el más solemne y más religioso culto.

De todas las apariciones de San Miguel, la más célebre es la que se hizo en el Monte Gárgano, llamado hoy Monte del Santo Ángel, en la provincia Capitanata del reino de Nápoles. Pero en realidad fueron 4 apariciones a través de los siglos.

PRIMERA APARICIÓN DE SAN MIGUEL SOBRE EL MONTE GARGANO, 8 DE MAYO DEL AÑO 490

Poderosa y majestuosa se eleva hacia el cielo luminoso la cima rocosa del Monte Gargano, dominado con soberbia las colinas que le rodean. A sus pies ondea el Mar Adriático, con su inmensa belleza azul. Hasta el siglo quinto, la cima estaba recubierta de un bosque tupido e ignorada por todo el mundo.

Pero en el año 490 nació la aurora de su inmortal gloria, Su fama sobrepasó los confines de Italia, resonó en todo el mundo y comenzó a atraer a sí Papas, Emperadores, Príncipes reinantes, nobles y pueblo de todas las naciones. ¿Qué sucedió?

Leamos la narración original del antiguo libro del “Liber pontificalis” de la Curia Romana.

Bajo el gobierno del Papa Felice y del Emperador Zeno, un día de aquel siglo tan lejano, a un noble y muy rico señor del Monte Gargano, que se llamaba también Gargano y era el propietario de aquella montaña, desapareció su toro más bello de grandeza superior.

Después de tres días de búsqueda, decidió ir personalmente a buscarlo. Después de algunas horas de una búsqueda angustiosa, con gran estupor encontraron a la bestia de rodillas en la entrada de una caverna inaccesible. El patrón, viendo la imposibilidad de salvarlo, quiso matarlo con una flecha envenenada. Pero ante la maravilla de todos, la flecha regresó e hirió a quien la había lanzado. El patrón cayó sangrando al suelo y los siervos asustados lo fajaron de prisa y lo llevaron a su casa en Siponto, que actualmente es una fracción de Manfredonia.

La noticia de lo ocurrido se divulgó rápidamente en el pueblo y se convirtió en el único objeto de las conversaciones. Bajo la impresión de este extraño hecho, todos fueron a visitar al Obispo San Lorenzo Maiorano, primo del emperador Zanone, para consultarle.

El Santo Obispo, después de una breve reflexión ordenó que toda la población haga ayuno y oraciones durante tres días, para encontrar gracia ante Dios y para conocer el significado de dicho prodigio. Al alba del tercer día, que fue precisamente el 8 Mayo del año 490, el santo prelado, sumergido en su oración nocturna, de repente vio ante sí a un Ángel más esplendoroso que el Sol que iluminó el ambiente y le dijo:

“Yo soy el Arcángel Miguel que continuamente está la presencia de Dios. Deseando que este lugar se venere en toda la tierra y sea privilegiado, quise probar con ese acontecimiento insólito, que todo lo que se obra en este lugar, sucede por Voluntad Divina. Es Dios que me ha constituido Protector y Defensor de este lugar”.

A la mañana siguiente el Obispo comunicó el celestial mensaje a los habitantes de Siponto. El pueblo, lleno de alegría y de gratitud por dicha aparición, bajo la guía de San Lorenzo Maiorano se encaminó en una devota procesión hacia la cima del Gargano para venerar la caverna milagrosa.

Cuando regresaron a Siponto veían con alegría la prodigiosa curación del Señor Gargano y se congratulaban con él por el santo privilegio concedido por el Cielo, de tener en sus tierras el Palacio Real terrenal del Gran Príncipe San Miguel Arcángel.

El Santuario de San Miguel en el Monte Gargano se convirtió en una importante meta de peregrinación y contribuyó a la difusión de la devoción al Arcángel y tuvo ecos en otros lugares de la Cristiandad.

En Roma, por ejemplo, cien años después de la aparición en el Gargano, el papa San Gregorio I atajó la peste que se había declarado mediante la invocación de San Miguel, a quien había visto en lo alto del mausoleo de Adriano blandiendo una espada.

En la Edad Media el lugar se convirtió en fortaleza: el famoso e inexpugnable Castel Sant’Angelo. En el siglo VIII, el obispo de Avranches en Normandía hizo construir un santuario después de tener también por tres veces la visita de San Miguel.

También fue escogido un promontorio: el que se alza frente a la costa normando-bretona y se convierte en isla debido al fenómeno de la pleamar, llevando el célebre nombre de Mont Saint-Michel, que alberga aun hoy una magnífica abadía con su imponente castillo.

El monte Gargano fue aún escenario de prodigios al aparecerse nuevamente el Arcángel para detener una terrible plaga desatada en 1656.

Foco de gran espiritualidad, no es casual que en sus proximidades se erija el convento de San Giovanni Rotondo, donde se santificó el Padre Pío de Pietrelcina.

La gran sueca, Santa Brígida visitando la Gruta de San Miguel, en uno de sus éxtasis oyó el canto celestial de los Ángeles, el cual terminó con la dolorosa y profética visión de la decadencia de su culto.

Transcribo fielmente las palabras angélicas:

“Bendito seas oh Señor, por habernos creado como vuestros mensajeros, y como apoyo del hombre, del cual nos confiaste la custodia.
¡Hacia el hombre Tú nos enviaste Sin ni siquiera privarnos de Vuestra Visión!
Haz visible la dignidad, con la cual Tú nos has revestido, para que se aprenda a tomar en cuenta nuestro ministerio: ¡aunque aquí, también hoy este Santuario declina, y los del lugar parece que prefieren, en vez de nosotros, a los ángeles sin luz!”.

Una aguda tristeza llenó el corazón de Santa Brígida que aumentó desmesuradamente cuando, apareciéndosele Jesús le dijo:

“Los ingratos se darán cuenta de la pérdida que hacen al olvidarse de los Ángeles, en la hora de la prueba”.

La misa del 8 de mayo en honor a la Aparición del Arcángel San miguel en el Monte Gargano es otra de las ilustres víctimas de la primera poda que sufrió el Misal Romano ya antes de las reformas post-conciliares. El nuevo código de rúbricas de Juan XXIII la relegó al apartado de las misas pro aliquibus locis al igual que la misa de la Invención de la Cruz (3 de mayo) y la de San Juan ante Portam Latinam (6 de mayo), que abrían espléndidamente el mes de las flores. El motivo era la duplicación de fiestas de un mismo titular. El Arcángel San Miguel, en efecto, es conmemorado también el 29 de septiembre. Sin embargo, mientras esta fiesta recuerda también a todos los espíritus angélicos, la del 8 de mayo era peculiar del gran príncipe de las huestes celestiales.

SEGUNDA APARICIÓN DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL SOBRE EL MONTE GARGANO, 19 DE SEPTIEMBRE DEL AÑO 492

Odoacre, rey de los Erulos, viendo la paz y el bienestar tranquilo de Sipondo bajo el sabio gobierno del Santo Obispo San Lorenzo Maiorano, decretó soberbiamente la conquista. Los habitantes de Siponto recurrieron nuevamente al consejo de su Obispo.

Lleno de confianza con la ayuda del Príncipe Celestial, San Lorenzo ascendió nuevamente al Monte sagrado.

Entre lágrimas y gemidos suplicó a San Miguel por su protección. Llegó el mes de Septiembre: los godos, seguros de su propia fuerza, intimidan a los sipontines para que se rindan. Entonces San Lorenzo ordenó nuevamente tres días de ayuno y de oración. Aconsejó a sus Capitanes que obtengan del Rey Odoacre tres días de tregua. Todos redoblaron las súplicas y penitencias en honor de San Miguel.

Al alba del 19 de Septiembre, San Lorenzo fue a la Iglesia de Santa María, antigua catedral de Siponto. Sumergido en una profunda oración, vio que se le apareció nuevamente el Príncipe Miguel, que ordenó al santo Obispo que ataque a los godos en la hora cuarta del día. Diciendo esto, desapareció.

En la hora establecida, rayos, truenos, terremotos, obscuridad impidieron la avanzada del enemigo. Los godos, temblorosos, sin perder un minuto, buscaron la salvación en la fuga, abandonando todo en el campo.

Los pocos que escaparon a los flagelos del Cielo fueron perseguidos y vencidos por los sipontines. Para agradecer convenientemente por esta estrepitosa y milagrosa victoria, San Lorenzo dirigió una nueva procesión a la sagrada Caverna sobre la cima del Monte Gargano.

TERCERA APARICIÓN DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL SOBRE EL MONTE GARGANO, 29 DE SEPTIEMBRE DEL 493

Para festejar devotamente el tercer aniversario de la aparición de San Miguel, el santo prelado subió en una alegre procesión con todos los fieles a la cima del Gargano.

Cuando llegaron a la Gruta, nadie se atrevía a entrar por santo temor y reverencia, y después de un breve descanso, todos regresaron a Siponto. Para actuar en todo según el plan del Cielo, San Lorenzo decidió pedir consejo al Santo Padre Gelasio I sucesor del Padre Felice por la cuestión de la consagración de la gruta.

El Papa Gelacio I dio orden a siete Obispos de los alrededores que se reúnan en Siponto y que con tres días de oraciones comunitarias y ayuno, suplicaran al Arcángel Miguel que se digne manifestar la Voluntad de Dios con respecto a la consagración de la Sagrada Gruta.

San Miguel acogió dichas súplicas humildes y confiadas y en la noche del tercer día, rodeado de una luz radiante, el Príncipe Celestial se apareció por tercera vez a San Lorenzo y dijo:

“No es necesario que ustedes consagren esta gruta, porque yo elegí a mi palacio real, yo mismo lo he consagrado con asistencia, elevadas oraciones y celebrado el santo sacrificio, para comunicar al pueblo. Es a mí que me corresponde manifestar como he consagrado este lugar”.

A la mañana siguiente San Lorenzo narra a los Obispos y al pueblo la nueva visión y el mensaje celestial del Arcángel. Con el corazón lleno de júbilo, Obispos y fieles entre oraciones y cantos, van en procesión hacia la cima, como cuenta el Código Vaticano.

Algunos de los Obispos tenían una edad muy avanzada y San Miguel quiso ir al encuentro de ellos con un gesto de exquisita cortesía. Por lo tanto mandó a cuatro águilas de una grandeza desmesurada: dos de ellas con las alas desplegadas defendían a los peregrinos de los rayos del sol, y las otras agitaban como si fueran un abanico las alas procurándoles una agradable frescura a los Obispos y al pueblo.

Pero otros grandes y nuevos prodigios esperaban a los santos Obispos en el ingreso de la Caverna sagrada. En la gruta sobre un bloque de piedra encontraron una huella de San Miguel. Un altar preparado por San Miguel y recubierto con un palio purpurino. El altar tenía en el centro una cruz de un cristal purísimo.

Todo testimoniaba en la gruta que su consagración fue hecha divinamente. Entonces San Lorenzo presentó a Dios el primer Santo Sacrificio en presencia de todos los Obispos y de todo el pueblo.

Podemos creer plenamente que en esta solemnidad estuvo presente también la gloriosa Reina de los Ángeles para renovar su ofrecimiento al Eterno Padre, como hacía en aquel siglo tan lejano sobre el Monte Calvario. Quien mejor que Ella podía agradecer a la Santa Trinidad por los favores concedidos a esta parte de la tierra, unidos con las olas del mar en la tierra Santa.

LA CUARTA APARICIÓN DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL SOBRE EL MONTE GARGANO, 22 DE SEPTIEMBRE DE 1655

En el año 1655 se desató la peste en todo el Reino de Nápoles. Foggia casi se despobló y la muerte negra obró despiadadamente también entre los habitantes del Monte Gargano. El peligro para Manfredonia y en Monte S. Angelo fue grande. El Obispo, Mons. Giovanni Alfonso Puccinelli, constatada la ineficacia de los medios humanos, recurrió a la poderosa protección e intercesión de San Miguel Arcángel.

Por lo tanto fue en un devoto peregrinaje penitencial con el clero y con el pueblo a la Sagrada Gruta. Después de largas oraciones, lágrimas y gemidos, al alba del 22 de Septiembre, el Obispo vio aparecer al Arcángel en un enceguecedor esplendor, y dijo al Obispo:

“Sepa oh pastor de estas ovejitas, que he obtenido de la Santísima Trinidad que cualquiera que utiliza con verdadera devoción las piedras de mi gruta, alejará de su casa, de la ciudad y de cualquier lugar la peste, narrad a todos esta gracia divina. Vosotros bendeciréis las piedras, esculpiendo sobre ellas la señal de la cruz con mi nombre”.

Como perpetúa memoria de este grande y nuevo prodigio y como perenne gratitud a San Miguel el pueblo del Monte S. Angelo erigió un obelisco sobre la antigua plaza de la ciudad, que todavía existe, como recuerdo de este hecho histórico, con la siguiente inscripción:

“Al Príncipe de los Ángeles, vencedor de la peste, patrón y tutelar monumento de eterna gratitud, Alfonso Puccinelli”.

Fuentes:


Foros de la Virgen María

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