domingo, 15 de mayo de 2016

“ESTAMOS PERDIENDO LA PACIENCIA CON LOS NIÑOS, NO SOMOS CAPACES DE TOLERAR SU CONDUCTA NORMAL”


Entrevista a Carlos González

El pediatra Carlos González es conocido en todo el mundo por su defensa de la crianza natural en la primera infancia. Ahora da el salto a los niños mayores con su libro “Creciendo juntos. De la infancia a la adolescencia con cariño y respeto” (Temas de Hoy). El titulo ya es una declaración de principios.


 

“Los niños crecen, y nosotros crecemos con ellos. La infancia es fugaz. Que nuestra obsesión por corregirla no nos impida disfrutarla”, advierte Carlos González. En su último libro, el asesor de Ser Padres ya no habla sobre lactancia, llanto, sueño del bebé y cohecho o vacunas.

Los niños en los que se fija el autor de Bésame mucho, Un regalo para toda la vida o En defensa de las vacunas han crecido y en Creciendo juntos. De la infancia a la adolescencia con cariño y respeto escribe acerca de estilos parentales, premios y castigos, divorcio con hijos, el paso a la adolescencia o la hiperactividad (TDHA).

Todos los libros que habías publicado hasta ahora estaban centrados en los primeros años de la vida de los niños, y especialmente en los bebés. ¿Por qué has dado el salto a hablar de la crianza de niños mayores?

Por un lado, ya no se me ocurría mucho que decir sobre bebés. Y por otro, mis hijos ya han superado ampliamente la adolescencia. Hace tiempo que algunos padres me pedían un libro sobre adolescentes, pero no quería meterme en el tema sin haberlo vivido primero.

¿En qué somos diferentes los padres y los hijos de ahora de los de las generaciones anteriores?

En muchísimas cosas. Algunas son (o deberían ser) muy positivas: los padres tienen ahora más cultura, más medios económicos para atender a sus hijos, emplean menos la violencia... Pero, por otra parte, los niños de ahora pasan más tiempo separados de sus padres durante los primeros años que nunca antes en la historia de la humanidad, empiezan más pronto la escuela, tienen menos tiempo de juego libre y de ejercicio físico...

En tu libro avisas de los efectos devastadores del divorcio en los hijos. ¿De verdad es mejor estar juntos, aunque sea mal avenido? Habrá quien se te eche encima por ese planteamiento.

Pues espero que se me echen encima con pruebas en la mano. Porque no he visto jamás un estudio que demuestre aquella tan repetida afirmación de que un matrimonio con conflictos es peor para los hijos que el divorcio. Vale, pelearse continuamente a navajazos es malo para los niños. Pero muchos padres podrían, si se lo propusieran, mantener una convivencia lo suficientemente civilizada durante el tiempo suficiente para permitir a sus hijos una infancia estable. Como se ha hecho durante siglos.

Dedicas un espacio importante a hablar sobre los diferentes estilos parentales (autoritario, autorizativo, permisivo) y a los estudios que se han hecho sobre la repercusión de estas formas de educar o de relacionarse con los hijos. Parece que no hay mucha unanimidad en los resultados (ni en la metodología). ¿Qué conclusión tranquilizadora tienes sobre este asunto?

Hay gente, que, simplificando excesivamente datos científicos leídos superficialmente y mal comprendidos (o retorciendo a su gusto los datos científicos para adaptarlos a sus ideas preconcebidas) asustan a los padres, poco menos que si coges a tu hijo en brazos será delincuente juvenil. Pero, por una parte, varios estudios serios en España muestran que en nuestra sociedad (como en muchas otras) los padres indulgentes obtienen mejores resultados que los autorizativos. Y, sobre todo, en los estudios originales norteamericanos en los que ser permisivo daba peores resultados, las diferencias en todo caso eran pequeñas, y el ser “permisivo” nada tenía que ver con coger a los niños en brazos o dejarlos llorar.

Desmontas la utilidad de los premios y los castigos en la educación de los niños. ¿Cuál es el plan B?

No hace falta plan B. No necesitamos un plan de incentivos o un código penal doméstico para controlar a nuestros hijos, lo mismo que no necesitamos premiar o castigar a nuestro marido o nuestra esposa. Las cosas, simplemente, se dicen.

Muchos educadores sustituyen la palabra “castigo” por la de “consecuencia”: no se trata tanto de castigar al niño como de que vea que sus actos tienen consecuencias. ¿Cómo lo ves?

En muchas ocasiones, esas “consecuencias” no son más que un castigo con el nombre cambiado. “Como has sacado malas notas, castigado sin salir” o “como has sacado malas notas, tendrás que quedarte a estudiar y no podrás salir”.

Las verdaderas consecuencias serían dejar que juegue con el cuchillo y ya verá cómo se corta, o dejar que no estudie en todo el año y ya verá como repite curso. Pero eso es demasiado peligroso, no vamos a permitir que nuestro hijo sufra esas consecuencias, ¿verdad? Lo que queremos es prevenirlas, intervenir antes para que no se produzcan.

En otras ocasiones, son los padres los que deberían comprobar las consecuencias de sus actos. En vez de ponerle el abrigo a la fuerza aunque llore, en vez de reñirle mil veces para que se siente derecho, para que no se toque la nariz, para que no pise los charcos, para que no toque las paredes... deja que lo haga y que experimente las consecuencias de sus actos. ¡Oh, sorpresa, no hay ninguna consecuencia! ¿Pues a qué venía tanto escándalo?

¿Qué está pasando con el TDAH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad)?

El número de niños diagnosticado de TDAH ha aumentado espectacularmente en Estados Unidos, y también en España. Una de dos, o de verdad los niños son más hiperactivos que antes, o bien son iguales.

Sospecho que hay una mezcla de ambos problemas. Por una parte, el exceso de estímulos en la primera infancia, la escolarización precoz, la exposición precoz de pantallas, la falta de juego libre y de contacto con los padres probablemente están alterando a los niños. Pero sobre todo estamos perdiendo la paciencia con ellos, no somos capaces de tolerar la conducta normal de los niños. Conductas que hace medio siglo hubieran despertado un simple comentario, “¡cosas de niños!” o “¡parece que ha comido rabos de lagartija!”, ahora se consideran motivo para consultar al médico y para tratar al niño con anfetaminas durante años.

Imaginemos que leen tu libro padres de niños de 4, 6, 8 años y llegan a la conclusión de que han estado metiendo la pata en algunas cosas con sus hijos. ¿Ya es tarde para rectificar? ¿Cómo se hace? Porque muchas veces reproducimos comportamientos aprendidos de nuestros padres, que tenemos grabados muy dentro desde pequeños.

La mayoría de los padres han hecho muchísimas cosas bien con sus hijos. Casi todo lo que han hecho, lo han hecho bien (por supuesto, hay algunos padres que lo han hecho casi todo mal... pero dudo que los padres maltratadores lean libros sobre crianza de los hijos). Y todos los padres hemos hecho también alguna cosa mal, sin darnos cuenta y con nuestra mejor intención.

El que cree que lo hace bien, lógicamente seguirá haciéndolo igual. El que descubre que hizo algo mal, pues sólo tiene que hacerlo mejor a partir de ahora. El pasado no se puede cambiar, y de nada sirve llorar por la leche derramada. Pero lo que vamos a hacer a partir de ahora solo depende de nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario