1. Dorothy Day nació en Brooklyn, Nueva York, el 8 de Noviembre de 1897. Después del terremoto de San Francisco (1906), su familia se instaló en un piso en el sur de Chicago. En esa época experimentó las consecuencias de que su padre se hubiera quedado sin trabajo. Al mismo tiempo comenzó a recibir impresiones positivas del catolicismo. Cuando su padre fue contratado como periodista deportivo, se cambiaron al norte de la ciudad. Sus lecturas le atrajeron hacia los pobres.
En 1914
obtuvo una beca para la Universidad de Illinois. Estudiaba con desgana, atraída
más bien hacia una orientación social radical. Dos años después, dejó la
universidad y se trasladó a Nueva York, donde encontró un trabajo como
reportera para The Call, el periódico socialista de la ciudad. Luego
trabajó para The Masses, revista que se oponía a la participación de
Estados Unidos en la guerra europea; de hecho, la revista sería prohibida poco
después.
En 1917,
Dorothy ingresó en prisión por haberse manifestado ante la Casa Blanca contra
la exclusión de mujeres en la política. En 1918 se inscribió en un programa de
formación para atender a enfermos en Brooklyn.
2. Dorothy
estaba convencida de que el injusto orden social no había cambiado desde los
tiempos de su adolescencia hasta su muerte, aunque nunca se identificó con
ningún partido político. Su proceso espiritual fue lento. De niña asistía a los
servicios litúrgicos de la Iglesia episcopaliana. Luego, siendo joven
periodista en Nueva York, visitaba algunas veces a última hora la Iglesia Católica
de San José, en la Sexta avenida.
De la
Iglesia Católica le atraía el culto y la disciplina espiritual. La veía como “la Iglesia de los inmigrantes, la Iglesia de los
pobres”.
Después
de una temporada en Nueva Orleans, volvió a Nueva York en 1924. Compró una casa
cerca del mar en Staten Island y contrajo matrimonio ante la ley civil con
Forster Batterham, botánico inglés, opuesto a la religión. En marzo de 1927
nació Tamar Theresa, que fue bautizada en la Iglesia Católica. Dorothy había
quedado embarazada ya una vez años antes, a raíz de una aventura amorosa con un
periodista, y había abortado, decisión que consideraría después como la gran
tragedia de su vida. El bautizo de Tamar era un signo de su deseo de creer. “Yo no quería que mi hija pataleara como yo había
pataleado con frecuencia. Quería creer y quería y quería que mi hija creyera, y
si pertenecer a la Iglesia le iba a dar una gracia tan inestimable como la fe
en Dios, y la compañía amorosa de los santos, entonces lo que había que hacer
era bautizarla como católica”.
3. De
hecho, ella misma fue recibida en la Iglesia Católica en diciembre del año
siguiente (1928). Por entonces había roto con Forster. En su vida se abría una
etapa nueva donde intentaría compaginar su fe con sus radicales valores
sociales. El 8 de Diciembre de 1932, después de presenciar con ansiedad una
marcha por el hambre organizada por los comunistas en Washington, D.C., se
confió a la Inmaculada Concepción en la Basílica Nacional erigida en su honor,
pidiendo ayuda para descubrir el modo en que debía ayudar a los trabajadores y
a los pobres: “Hice una oración especial, con
lágrimas y angustia, para que se me abriera algún camino de forma que pudiera
usar los talentos que poseía a favor de mis compañeros trabajadores, de los pobres”.
Al día
siguiente, ya en Nueva York, conoció a Peter Maurin, inmigrante francés 20 años
mayor que ella. Maurin era un modesto trabajador que había abrazado el celibato
y el espíritu franciscano de pobreza, y tenía el ideal de un orden social
impregnado con los valores básicos del Evangelio. Aconsejó a Dorothy comenzar
un periódico de inspiración católico-social para colaborar en la transformación
pacífica de la sociedad. Considerado por ella como providencial, este encuentro
venía a culminar lo que el pasado familiar, la experiencia en el trabajo y la
fe habían labrado.
En Mayo
–seguimos en 1932– comenzó a editarse The Catholic Worker, y en
diciembre alcanzaba una tirada de 100.000 ejemplares. El periódico desafiaba
las ideas sobre la urbanización y la industrialización, e impulsaba el
compromiso personal de los lectores. Enseguida vino la atención directa a los
necesitados: techo, comida y quizá algo de calderilla, por un tiempo ilimitado.
En 1936 había 33 casas dispersas por el país. Alguna vez sus críticos le
argumentaron con la frase de Jesús, “pobres habrá
siempre entre vosotros”. Ella replicó: “pero
no nos alegramos de que haya tantos. La estructura de clases es obra nuestra y
con nuestro consentimiento, no el de Dios, y hemos de hacer lo posible para
cambiarla. Estamos urgiendo un cambio revolucionario”.
4. Dorothy
Day promovió un modo de vida contrario a la violencia. En 1935 The Catholic
Worker publicó un diálogo entre un patriota y Cristo, donde el patriota
desechaba la enseñanza de Cristo como poco práctica. Dorothy se opuso siempre a
la guerra. Este ideal le ocasionó no pocas pérdidas entre sus lectores y el
cierre de algunas casas de hospitalidad, especialmente a raíz de la entrada de
Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. En los años cincuenta, promovió la
desobediencia civil como penitencia por el uso de las armas nucleares contra
Japón, combatió las pruebas y los ensayos de armas nucleares, y luchó por los
derechos humanos exponiendo su vida. En los sesenta viajó a Roma para agradecer
a Juan XXIII su encíclica Pacem in Terris y pedir un pronunciamiento
firme del Concilio Vaticano II contra la guerra. Durante la guerra del Vietnam,
The Catholic Worker continuó defendiendo activamente la objeción de
conciencia. En 1973 –Dorothy tenía 75 años– fue encarcelada por última vez por
apoyar a los agricultores.
En 1967,
con motivo del Congreso Internacional del Laicado, fue una de los dos
norteamericanos que recibieron la comunión de manos de Pablo VI. Con motivo de
su 75º aniversario, la revista “America” le
dedicó un número, donde se la reconocía como la mejor representante de “la aspiración y acción de la comunidad católica
norteamericana en los últimos cuarenta años”. La Universidad de Notre
Dame la distinguió con su Laetare Medal.
Mucho
antes de su muerte, el 29 de Noviembre de 1980, Dorothy era considerada como
santa. Sus palabras más conocidas son su respuesta: “Don’t
call me a saint. I don’t want to be dismissed do easily” (No me
llame santa. No quiero
que me despache tan fácilmente). Esa frase denota su estilo combativo y también
el contexto que durante mucho tiempo enmarcó la opinión de muchos acerca de la
santidad: un calificativo que parecía destinado a quienes no se habían
preocupado por la justicia en este mundo. El 16 de marzo de 2000 el Cardenal de
Nueva York, John O’Connor, anunció el comienzo de la causa de canonización de
Dorothy Day, desde entonces Sierva de Dios.
Ramiro Pellitero
Instituto Superior de Ciencias Religiosas
Universidad de Navarra
Publicado en “La Verdad”, Semanario Diocesano de la Iglesia en Navarra,
n. 3798, 25-VI-2010, pp. 32-33
Instituto Superior de Ciencias Religiosas
Universidad de Navarra
Publicado en “La Verdad”, Semanario Diocesano de la Iglesia en Navarra,
n. 3798, 25-VI-2010, pp. 32-33
No hay comentarios:
Publicar un comentario