El Santo Padre ha insistido en que El confesor debe
acoger a las personas que van a él para reconciliarse con Dios.
Por: Papa Francisco | Fuente: ZENIT
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha reflexionado este sábado en la audiencia jubilar sobre la reconciliación, como un aspecto importante de la misericordia. Así ha recordado que “solo con nuestras fuerzas no podemos reconciliarnos con Dios” y que “Él reconstruye el puente que nos reincorpora al Padre y nos permite encontrar la dignidad de hijos”.
Por: Papa Francisco | Fuente: ZENIT
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha reflexionado este sábado en la audiencia jubilar sobre la reconciliación, como un aspecto importante de la misericordia. Así ha recordado que “solo con nuestras fuerzas no podemos reconciliarnos con Dios” y que “Él reconstruye el puente que nos reincorpora al Padre y nos permite encontrar la dignidad de hijos”.
Publicamos a continuación el texto completo de la
catequesis del Papa.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Hoy deseo reflexionar con vosotros sobre un aspecto importante de la
misericordia: la reconciliación. Dios no ha dejado nunca de ofrecer su perdón a
los hombres: su misericordia se hace sentir de generación en generación. A
menudo repetimos que nuestros pecados nos alejan del Señor: en realidad,
pecando, nosotros nos alejamos de Él, pero Él, viéndonos en el peligro, aún más
viene a buscarnos. Dios no se resigna nunca a la posibilidad de que una persona
permanezca ajena a su amor, con la condición de encontrar en ella algún signo
de arrepentimiento por el mal cumplido.
Solo con nuestras fuerzas no podemos reconciliarnos con Dios. El pecado
es realmente una expresión de rechazo de su amor, con la consecuencia de
encerrarnos en nosotros mismos, con la ilusión de encontrar mayor libertad y
autonomía. Pero lejos de Dios no ya tenemos una meta, y de peregrinos en este
mundo nos convertimos en “errantes”. De forma coloquial podemos decir que, cuando
pecamos, nosotros “damos la espalda a Dios”. Es precisamente así; el pecador se
ve solo a sí mismo y pretende de esta forma ser autosuficiente; por eso, el
pecado alarga siempre más la distancia entre Dios y nosotros, y esta se puede
convertir en un abismo. Aún así, Jesús viene a buscarnos como un buen pastor
que no está contento hasta que no encuentra la oveja perdida (cfr Lc 15,4-6).
Él reconstruye el puente que nos reincorpora al Padre y nos permite encontrar
la dignidad de hijos. Con la ofrenda de su vida nos ha reconciliado con el
Padre y nos ha donado la vida eterna (cfr Gv 10,15). “¡Dejaos reconciliar con
Dios! ¡Dejaos reconciliar con Dios!”(2 Cor 5,20): el grito que el apóstol Pablo
dirige a los primeros cristianos de Corinto, hoy vale para todos nosotros con
la misma fuerza y convicción.
Dejémonos reconciliar con Dios. Este Jubileo de
la Misericordia es un tiempo de reconciliación para todos. Muchas personas
quisieran reconciliarse con Dios pero no saben cómo hacer, o no se sienten
dignos, o no quieren admitirlo ni siquiera a sí mismos.
La comunidad cristiana puede y debe favorecer el
regreso sincero a Dios de los que sienten su nostalgia. Sobre todo cuantos
realizan el “ministerio de la reconciliación” (2 Cor 5,18) están llamados a ser
instrumentos dóciles del Espíritu Santo para que ahí donde ha abundado el
pecado pueda sobreabundar la misericordia de Dios (Cfr. Rom 5,20). ¡Ninguno
permanezca alejado de Dios a causa de obstáculos puestos por los hombres!
Y esto es válido, esto vale también – y lo digo
enfatizándolo – para los confesores, es válido para ellos: por favor, no pongan
obstáculos a las personas que quieren reconciliarse con Dios. ¡El confesor debe
ser un padre! ¡Está en lugar de Dios Padre! El confesor debe acoger a las
personas que van a él para reconciliarse con Dios y ayudarlas en el camino de
esta reconciliación que está haciendo. Es un ministerio tan bonito: no es una
sala de tortura ni un interrogatorio, no, es el Padre quien recibe, Dios Padre,
Jesús, que recibe y acoge a esta persona y perdona. ¡Dejémonos reconciliar con
Dios! ¡Todos nosotros!
Este Año Santo sea tiempo favorable para
redescubrir la necesidad de la ternura y de la cercanía del Padre y del volver
a Él con todo el corazón.
Tener la experiencia de la reconciliación con
Dios permite descubrir la necesidad de otras formas de reconciliación: en las
familias, en las relaciones interpersonales, en las comunidades eclesiales,
como también en las relaciones sociales e internacionales. Alguno me decía, los
días pasados, que en el mundo existen más enemigos que amigos, y creo que tiene
razón. Pero no, hagamos puentes de reconciliación también entre nosotros,
comenzando por la misma familia. ¡Cuántos hermanos han discutido y se han
alejado solamente por la herencia! Pero mira, ¡esto no es así! ¡Este Año es el
año de la reconciliación, con Dios y entre nosotros! La reconciliación de hecho
es también un servicio a la paz, al reconocimiento de los derechos
fundamentales de las personas, a la solidaridad y a la acogida de todos.
Aceptemos, por lo tanto, la invitación a
dejarnos reconciliar con Dios, para convertirnos en nuevas criaturas y poder
irradiar su misericordia en medio de los hermanos, en medio de la gente.
(Texto traducido por ZENIT)
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