El Quijote, caballero
cristiano
[Publicada en el número 547 el 24 de mayo de
2007] Un objetivo -hacer posible en la tierra la justicia divina- y un
método -la práctica de las virtudes cristianas- es lo que hace de la caballería
andante, para don Quijote de la Mancha, una misión inseparable de la fe
católica
Desesperado por conseguir el amor
de Dulcinea, don Quijote, con un trozo de tela de su camisa, hizo un rústico
rosario con el que «rezó un millón de Avemarías. Y lo que le fatigaba
mucho era no hallar por allí otro ermitaño que le confesase y con quien
consolarse». No se trata sólo del reiteradísimo uso de expresiones como Sea
Dios servido; Vaya con Dios, o que Dios y la Virgen sean el objeto
de todo tipo de súplicas. Algo así se podría achacar al ambiente de España en
esa época, profundamente imbuido de la fe cristiana. El franciscano Jesús
González ha publicado, en la revista Verdad y vida, el largo estudio Dios
en el Quijote, en el que demuestra que Miguel de Cervantes presenta a Dios
como origen de todos los dones, y la vida eterna como meta final de la terrena,
de una forma que sólo puede deberse a una fe asumida personalmente.
Don Quijote vive su misión de
forma vocacional, como complemento de la vida contemplativa: «Los religiosos,
con toda paz y sosiego, piden al cielo el bien de la tierra; pero los soldados
y caballeros ponemos en ejecución lo que ellos piden. (…) Somos ministros de
Dios en la tierra y brazos por quien se ejecuta en ella su justicia»; una
justicia que está más relacionada con la ayuda a los débiles que con la lucha y
la guerra. Aunque valioso, don Quijote es consciente de los sacrificios que
supone la caballería como forma de hacer presente el reino de Dios: aunque el
estado religioso es superior, el del caballero andante «es más trabajoso y más
aporreado, y más hambriento y sediento, miserable, roto y piojoso».
Pero la caballería no es sólo una
forma de vida, sino también «una ciencia que encierra en sí todas o las más
ciencias del mundo», pues, además de habilidades básicas para la vida errante,
el caballero ha de saber matemáticas, conocer «las leyes de la justicia
distributiva y conmutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le
conviene»; ser teólogo «para saber dar razón de la cristiana ley que profesa
clara y distintamente adondequiera que le fuere pedido».
Además -asegura en otro texto-,
como «letras sin virtud son perlas en el muladar», estos conocimientos han de
ir acompañados de la práctica de «todas las virtudes teologales y cardinales,
(…) guardar la fe a Dios (…); ha de ser casto en los pensamientos, honesto en
las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los
trabajos, caritativo con los menesterosos y, finalmente, mantenedor de la
verdad, aunque le cueste la vida el defenderla».
Más
valen dos maravedís…
En otra ocasión, don Quijote
afirma que fue su iniciación en la caballería andante lo que le ha hecho
«valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso, cortés, atrevido, blando,
paciente, sufridor», y «no murmurador». Entre estas virtudes, ocupan un lugar
importante dos, tan cristianas como la humildad y, sobre todo, la
caridad. En algunos casos, Cervantes llega incluso a utilizar imágenes
idénticas o muy similares a las evangélicas. Por ejemplo, al decir «que con dos
maravedís que con ánimo alegre dé al pobre, se mostrará tan liberal como el que
a campana herida da limosna». También recuerda la carta del apóstol Santiago,
al calificar de muerta la fe sin obras.
En su defensa de la caballería
andante, el Caballero de la Triste Figura defiende que no es el linaje lo que
hace al caballero, sino el ejercicio de todas las virtudes anteriormente
citadas, pues «el grande que fuere vicioso será vicioso grande, y el rico no
liberal será un avaro mendigo; que al poseedor de las riquezas no le hace
dichoso el tenerlas, sino el gastarlas, y no el gastarlas como quiera, sino el
saberlas bien gastar». Hasta los deseos de grandeza están teñidos de esta
cosmovisión cristiana, pues el principal motivo de querer verse convertido en
rey es «poder mostrar el agradecimiento y liberalidad que mi pecho encierra».
La fe católica y su defensa no es
sólo un motivo para el ejercicio de las virtudes, sino también justificación de
los errores. Así, Sancho Panza reconoce en una ocasión que es «algo malicioso»
y tiene «ciertos asomos de bellaco», pero debería ser tratado con justicia por
el simple hecho de «creer, como siempre creo, firme y verdaderamente, en Dios y
en todo aquello que tiene y cree la santa Iglesia católica romana».
Shakespeare: la gracia
es la solución
La hipótesis de que William
Shakespeare fue un católico clandestino en la Inglaterra posterior a la ruptura
con Roma, parece estar tomando cada vez más fuerza. Algunas de sus obras, desde
luego, parecen transmitir una concepción del mundo muy cercana a la fe
católica. La no demasiado conocida Medida por medida es quizá el mejor
ejemplo, pues, según el teólogo Von Balthasar y el cardenal Christoph
Schönborn, arzobispo de Viena, presenta «la culminación de la problemática
justicia-gracia». En una conferencia pronunciada en Viena, el cardenal
Schönborn analizó los temas principales de la tragicomedia, que presenta la
gracia y el perdón como la única forma de alcanzar el equilibrio entre el
rigorismo puritano -que se puede convertir pronto en tiranía arbitraria- y la
laxitud -que, desde la tolerancia, fomenta el pecado-. Sólo desde la
conciencia y comprensión de la debilidad humana, y el convencimiento de que la
gracia será la medida de Dios, se puede comprender la culpa, que convierte a la
persona en sujeto y víctima.
María Martínez López
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