Ahora resulta que la
posmodernidad va a descubrir los benéficos efectos del alcohol. Y van y
descubren que el whisky de centeno puede curar los resfriados. Si la
modernidad no hubiera nacido de la mano del puritanismo protestante y su
propensión al aburrimiento, nunca hubiese olvidado las virtudes de la bebida.
El puritanismo es una herejía fundamentalmente porque es triste. Todas las
herejías tienen dos madres, como esos "gaymonios" de hoy: la
tristeza y la desesperación. Que los monjes medievales y no tan medievales
hayan hecho sabias aportaciones a la producción de bebidas alcohólicas es
algo que siempre ha odiado el puritanismo. Que el primer milagro de Jesús
fuese convertir el agua en vino -en muchísimo vino-, no molesta tanto al
puritano por el hecho sobrenatural, como por el hecho de que se trata de
vino. El católico bebe, come, ríe y disfruta de la fiesta tanto como puede
porque eso es lo humano. No ahoga penas en alcohol, celebra la vida, como don
de Dios, claro. El católico habla de júbilo y no de diversión, esa cosa
superficial y estúpida.
Y si ahora los puritanos
descubren el whisky de centeno como cura plausible del catarro, los cartujos
hace siglos que se toman una copita de "Chartreuse" -su licor- para
combatir fríos y estornudos.
Cualquier día descubrirán que
el vino alegra el espíritu, limpia y purifica el alma y nos salva de nosotros
mismos. Pero para todo eso tendrían que creer en Dios, y los puritanos solo
creen en ellos mismos y en el dólar.
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Paco
Segarra
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