VATICANO, 30 Mar. 16 / 04:55 am (ACI).- El Papa Francisco habló en
la catequesis
de este miércoles de la misericordia de Dios y su perdón frente al pecado, para
lo que reflexionó sobre el salmo 51 “Miserere”.
“Todos nosotros somos pecadores, pero con el perdón
nos convertimos en criaturas nuevas, llenas del Espíritu y llenas de alegría”, explicó
“Ahora, una nueva realidad comienza para nosotros:
un nuevo corazón, un nuevo espíritu, una nueva vida. Nosotros, pecadores, perdonados, que
hemos acogido la gracia divina, podemos enseñar a los demás a no pecar más”.
A CONTINUACIÓN, EL TEXTO COMPLETO DE LA CATEQUESIS
GRACIAS A RADIO VATICANO:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Terminamos hoy las catequesis sobre la
misericordia en el Antiguo Testamento, y lo hacemos meditando el Salmo 51,
llamado Miserere. Se trata de una oración penitencial en la cual la súplica de
perdón es precedida por la confesión de la culpa y en la cual el orante,
dejándose purificar por el amor del Señor, se convierte en una nueva creatura,
capaz de obediencia, de firmeza de espíritu, y de alabanza sincera.
El “título” que la antigua tradición hebrea ha
puesto a este Salmo hace referencia al rey David y a su pecado con Betsabé, la mujer
de Urías el Hitita. Conocemos bien los hechos. El rey David, llamado por Dios a
pastorear el pueblo y a guiarlo por caminos de obediencia a la Ley divina,
traiciona su propia misión y, después de haber cometido adulterio con Betsabé,
hace asesinar al marido. ¡Un horrible pecado! El profeta Natán le revela su
culpa y lo ayuda a reconocerlo. Es el momento de la reconciliación con Dios, en
la confesión del propio pecado. ¡Y en esto David ha sido humilde, ha sido
grande!
Quien ora con este Salmo está invitado a tener
los mismos sentimientos de arrepentimiento y de confianza en Dios que tuvo
David cuando se había arrepentido y, a pesar de ser rey, se ha humillado si
tener temor de confesar su culpa y mostrar su propia miseria al Señor, pero
convencido de la certeza de su misericordia. ¡Y no era un pecado, una pequeña
mentira, aquello que había hecho; había cometido adulterio y un asesinato!
El Salmo inicia con estas palabras de súplica:
«¡Ten piedad de mí, oh Dios, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis
faltas! – se siente pecador – ¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi
pecado!» (vv. 3-4).
La invocación está dirigida al Dios de
misericordia porque, movido por un amor grande como aquel de un padre o de una
madre, tenga piedad, es decir, haga gracia, muestre su favor con benevolencia y
comprensión. Es un llamado a Dios, el único que puede liberar del pecado. Son
usadas imágenes muy plásticas: borra, lávame, purifícame. Se manifiesta, en
esta oración, la verdadera necesidad del hombre: la única cosa de la cual
tenemos verdaderamente necesidad en nuestra vida es aquella de ser perdonados,
liberados del mal y de sus consecuencias de muerte. Lamentablemente, la vida
nos hace experimentar muchas veces estas situaciones; y sobre todo en ellas debemos
confiar en la misericordia. Dios es más grande de nuestro pecado. No olvidemos
esto: Dios es más grande de nuestro pecado. “Padre yo no lo sé decir, he
cometido tantos graves, tantos” Dios es más grande de todos los pecados que
nosotros podamos cometer. Dios es más grande de nuestro pecado. ¿Lo decimos
juntos? Todos. “¡Dios – todos juntos – es más grande de nuestro pecado! Una vez
más: “Dios es más grande nuestro pecado”. Una vez más: “Dios es más grande
nuestro pecado”. Y su amor es un océano en el cual podemos sumergirnos sin
miedo de ser superados: perdonar para Dios significa darnos la certeza que Él
no nos abandona jamás. Cualquier cosa podamos reclamarnos, Él es todavía y
siempre más grande de todo (Cfr. 1 Jn 3,20) porque Dios es más grande de nuestro
pecado..
En este sentido, quien ora con este Salmo busca
el perdón, confiesa su propia culpa, pero reconociéndola celebra la justicia y
la santidad de Dios. Y luego pide todavía gracia y misericordia. El salmista
confía en la bondad de Dios, sabe que el perdón divino es sumamente eficaz,
porque crea lo que dice. No esconde el pecado, sino lo destruye y lo borra;
pero lo borra desde la raíz no como hacen en la tintorería cuando llevamos un
vestido y borran la mancha. ¡No! Dios borra nuestro pecado desde la raíz,
¡todo! Por eso el penitente se hace puro, toda mancha es eliminada y él ahora
es más blanco que la nieve incontaminada. Todos nosotros somos pecadores. ¿Y
esto es verdad? Si alguno de ustedes no se siente pecador que alce la mano.
Ninguno, ¡eh! Todos lo somos.
Nosotros pecadores, con el perdón, nos hacemos
creaturas nuevas, rebosantes de espíritu y llenos de alegría. Ahora una nueva
realidad comienza para nosotros: un nuevo corazón, un nuevo espíritu, una nueva
vida. Nosotros, pecadores perdonados, que hemos recibido la gracia divina,
podemos incluso enseñar a los demás a no pecar más. “Pero Padre, yo soy débil:
yo caigo, caigo”, ¡pero si tú caes, levántate! Cuando un niño cae, ¿Qué hace?
Levanta la mano a la mamá, al papá para que lo levanten. Hagamos lo mismo. Si
tú caes por debilidad en el pecado, levanta la mano: el Señor la toma y te
ayudará a levantarte. Esta es la dignidad del perdón de Dios. La dignidad que
nos da el perdón de Dios es aquella de levantarnos, ponernos siempre de pie,
porque Él ha creado al hombre y a la mujer para estar en pie.
Dice el Salmista: «Crea en mí, Dios mío, un
corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu. […] Yo enseñaré tu camino a
los impíos y los pecadores volverán a ti» (vv. 12.15).
Queridos hermanos y hermanas, el perdón de Dios
es aquello de lo cual todos tenemos necesidad, y es el signo más grande de su
misericordia. Un don que todo pecador perdonado es llamado a compartir con cada
hermano y hermana que encuentra. Todos aquellos que el Señor nos ha puesto a
lado, los familiares, los amigos, los compañeros, los parroquianos… todos son,
como nosotros, necesitados de la misericordia de Dios. Es bello ser perdonados,
pero también tú, si quieres ser perdonado, perdona también tú. ¡Perdona! Nos
conceda el Señor, por intercesión de María, Madre de misericordia, ser testigos
de su perdón, que purifica el corazón y transforma la vida. Gracias.
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