Informe Especial
Estamos
en pleno Año Santo de la Misericordia. Sobre este criterio de la Misericordia,
entendida como la entienden los secularistas, se ha generado la idea que la
Iglesia pronto invitará a los católicos divorciados vueltos a casar a recibir
la Eucaristía, a los homosexuales a casarse, a aceptar la eutanasia, etc.,
porque después de todo, eso sería lo más misericordioso y compasivo para hacer,
según el mundo secular.
Según
Wikipedia, la misericordia
es la disposición a compadecerse de las miserias ajenas y la compasión es la percepción
y comprensión del sufrimiento del otro, y el deseo de aliviar tal sufrimiento.
En definitiva ambos términos apuntan a lo mismo: la empatía y el tratar de
hacer algo.
Los
cristianos prefieren hablar de misericordia porque es una cualidad de Dios,
pero en este artículo trataremos compasión y misericordia como intercambiables
pues así lo son en el lenguaje cotidiano.
Sin
embargo hay diferencias de fondo. El mundo secular no entiende lo que significa
misericordia y la compasión para el catolicismo. Equipara la misericordia con
el sentimentalismo. Este último, sin embargo, no es una virtud, sino una
indulgencia emocional.
Tolstoi
dibujó una imagen clara de sentimentalismo, al referirse a las damas rusas de
moda que se conmueven hasta las lágrimas por una obra de teatro, pero que
permanecen ajenas a sus propios cocheros sentados afuera esperando por ellas en
un frío de congelación.
Pero
lo cierto que hay una presión sobre los católicos, que son vistos como poco
compasivos por el mundo y esa es una mochila que le pesa, pero la imagen no se
cambia demostrando el estilo de compasión que muestra el mundo.
EL SENTIMENTALISMO ES SÓLO EMOCIÓN, ES FALSA COMPASIÓN
El
sentimentalismo comienza y termina con la emoción, pero no está en armonía con
la justicia o las necesidades de los demás, no se compadece verdaderamente y
hasta el fondo con los demás.
El
Arzobispo Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina
de la Fe Católica, ha recordado al mundo que la misericordia no es absoluta. En
un extenso artículo publicado en L’Osservatore Romano, el arzobispo afirmó que
“la
misericordia de Dios no nos dispensa de seguir sus mandamientos o las reglas de
la Iglesia”.
Esta
frase afirma el valor de la misericordia de Dios, así como el valor de ser fiel
a sus mandamientos y a las normas de la Iglesia. Pero también indica que la
misericordia no tiene una prioridad desenfrenada.
Santo
Tomás de Aquino comenta que la misericordia
“no
destruye la justicia, sino que es un cierto tipo de cumplimiento de la
justicia.”
“La
misericordia sin justicia es la madre de la disolución, mientras que la
justicia sin misericordia es crueldad.”
SE NECESITA DEL ARREPENTIMIENTO PARA INSTAURAR LA JUSTICIA
La
palabra latina está compuesta por miserum (dolor) y cordial (en referencia al
corazón). La persona misericordiosa es aquella que tiene un “corazón triste.” Tiene
muchas ganas de dispensar su misericordia, pero sólo cuando pueda hacer algo
bueno.
No
hay ninguna ventaja en la dispensación de misericordia a alguien que no se ha
arrepentido y sigue comprometido con una forma equivocada de vivir.
Tal
persona necesita cuidado y orientación antes de ser elegible para la
misericordia.
Este
punto se expone dramáticamente en la obra de Heinrich von Kleist, El príncipe
de Homburg.
El
príncipe, después de haber desobedecido una orden militar, es condenado a
muerte. Su padre, el elector de Brandeburgo, quiere salvar la vida de su hijo,
pero no le puede ofrecer la misericordia hasta que el príncipe no vea la
justicia de su condena y permanezca sin arrepentimiento: “Si tengo que discutir
con él por mi perdón, yo no sabría nada de su misericordia”.
La
obra termina con una nota alta, sin embargo. Después de una profunda reflexión,
el príncipe reconoce formalmente la justicia de su condena, un acto que le hace
elegible para la misericordia de su padre. La justicia está reconocida, se
aplica la misericordia, y la obra tiene un final feliz.
Piensa
en las diversas cosas en que le piden que la Iglesia abra su misericordia, como
el divorcio y segundas nupcias, la homosexualidad, el aborto, la eutanasia,
etc. ¿Ha habido arrepentimiento de parte de quienes piden la misericordia?
LA MISERICORDIA NO SE DEBE CONFUNDIR CON LA GENEROSIDAD
La
generosidad puede ser dirigida a un hombre feliz y trasciende las exigencias de
la justicia. La misericordia se dirige a alguien que está sufriendo. Pero debe
cumplir con las reglas de la justicia.
Según CS Lewis,
“La
misericordia florecerá sólo cuando crece en las grietas de la roca de Justicia;
trasplantado a las marismas del mero humanitarismo, se convierte en una mala
hierba devoradora de hombres, tanto más peligrosa, ya que todavía es llamada
por el mismo nombre que la variedad de la montaña”.
La
misericordia es humana sólo cuando se corona con la justicia. No es una virtud
independiente. Su aspecto humano es evidente, ya que se basa en una aguda
sensibilidad a la debilidad humana. Si no somos misericordiosos con los demás,
negamos nuestra propia falibilidad y, en consecuencia, nuestra propia necesidad
de misericordia.
El
sentimentalismo desea que las cosas pudieran ser mejor, pero sin tomar las
medidas necesarias para que sean mejores. La misericordia no es
sentimentalismo. Se posiciona equidistante entre la justicia y el que está
sufriendo.
UNA TENUE LÍNEA ENTRE LA COMPASIÓN EVANGÉLICA Y SU ADULTERACIÓN
El
lenguaje del Papa Francisco ha ido virando en los últimos tiempos a mostrar al
mundo y a los católicos la compasión; y visto está que declaró un año de la
misericordia. Probablemente el movimiento sea una forma de acercar a la Iglesia
al lenguaje de compasión y caridad que se fue desdibujando en el exterior de la
Iglesia, en parte por la operación de los medios de comunicación enemigos y en
parte por vicios internos.
Siendo
un camino necesario, también hay que coincidir que se trata de un campo minado,
porque la compasión evangélica fácilmente se puede corromper y pasar a
transformarse en una aplicación la compasión para apoyar los valores mundanos.
Por
ejemplo ¿es compasión cristiana permitir el aborto para que las madres en
crisis no sufran? O ¿es compasivo apoyar la eutanasia cuando una persona está
sufriendo y quiere finalizar con su vida?
En
muchos casos la compasión mundana y la evangélica coinciden, pero en muchos
casos no, y la línea demarcatoria entre ellas es algo que se discutió en el
Sínodo de la Familia, pero no lo vamos a tratar en este artículo, sino a ser
más genéricos.
El
Papa probablemente pretenda construir un puente más eficaz entre el mundo
exterior y la iglesia; que el abismo que le separa del mundo no sea tan grande
como para que los de afuera no se atrevan siquiera e pensar en cruzar.
DE QUE ESTÁ CONSTRUIDO ESE ABISMO
Esta
hipótesis supone que El Papa ha advertido que la Iglesia ha perdido la imagen
de compasión y eso la ha separado del mundo exterior, o quizás que haya perdido
el valor de la compasión.
En
el primer caso, el abismo está construido de la incomprensión del mundo sobre
la compasión que tiene o debía tener la Iglesia para los demás.
Por
lo tanto es menester mostrar más claramente y más masivamente signos de
compasión; dar a entender a la gente de afuera que la Iglesia no está en otra
cosa, discutiendo doctrinas inalcanzables para ellos o tratando temas de poder
y privilegios para la institución.
La
imagen que tiene el mundo exterior, y a lo que apuntan los enemigos y los
medios de comunicación, es a concentrar las críticas en la falta de compasión
de la Iglesia.
En
el occidente rico, la Iglesia se percibe a menudo (y es muy a menudo descripta)
por no ser compasiva.
La
Iglesia no se preocupa por las mujeres con embarazos en crisis y por lo tanto
no aprueba el aborto o la anticoncepción, y tampoco se preocupa por quienes
están con problemas graves de salud y la vida les causa gran sufrimiento, y por
lo tanto no acepta la eutanasia; y todo esto porque no es “compasiva” dicen los
enemigos, y con ellos convencen a quienes no tienen una posición formada.
La
Iglesia no se preocupa de los divorciados y vueltos a casar, porque no admite
que tomen la eucaristía en las misas, por lo tanto no es “compasiva”, a los
ojos de los contrarios y los desinformados que no pueden entender los temas
internos doctrinales.
Del
mismo modo, es percibida como en defensa de pequeñas tradiciones estériles, al
preocuparse por los detalles de culto como un tema importante, haciendo caso
omiso de las necesidades reales de las personas, por lo tanto no es compasiva
para los medios de comunicación.
O
sea que hay todo tipo de formas en que las personas piensan que la Iglesia ha
perdido el sentido de la compasión, y esto se extiende también a los fieles
católicos que son convencidos por cumplir con la compasión mundana.
En
esta imagen, cada cosa discutible de la Iglesia puede ser puesta por los
enemigos dentro del bolsón de la poca compasividad, que se ha vuelto creíble
para el público.
RECOBRAR LA IMAGEN DE COMPASIÓN ¿PERO HASTA DONDE SE PUEDE?
De
acuerdo a lo anterior, para que la nueva evangelización tenga éxito hay que mellar
y destruir esa creencia de la gente del exterior de que a la Iglesia le falta
compasión.
¿Y
cómo se hace? ¿Y hasta dónde podemos llegar para convencer a la gente?
Por
lo pronto no debería hacerse abdicando de la sana doctrina. Sino que hay que
generar hechos que expresen compasión, que dramaticen el empeño compasivo de la
Iglesia.
Por
ejemplo, cuando Francisco eligió celebrar el lavatorio de pies en una cárcel de
jóvenes y lavarle los pies a reclusos en Semana Santa, dio un mensaje muy claro
de preocupación compasiva por quienes están en dificultad. Distinto hubiera
sido que el lavatorio de pies se hubiera realizado en una gran Iglesia y se
hubiera lavado los pies de otros sacerdotes, como muestra de los discípulos de
Jesús, tal cual ha sido tradición hacerlo.
O
sea que este lavatorio de pies se inscribe en el empeño de tratar de ayudar a
la gente a recordar (o aprender por primera vez) que la Iglesia en realidad
está toda relacionada con la compasión y la caridad en su forma más pura.
También
por ejemplo ha indicado que los sacerdotes tienen que ser más provocadores,
tomar más riesgos en salir hacia la gente. Él está pensando como un obispo
latinoamericano con enormes barrios pobres en las diócesis.
Y
les ha dicho a los párrocos que tengan la iglesia abierta y una luz en los
confesionarios, lo que refuerza el mensaje de cercanía con las necesidades de
la gente.
Pero
además a Francisco no le pesa el equipaje, porque como jesuita, no le importa
mucho la liturgia. Él no apuesta a los tipos tradicionales de la liturgia o a
las liturgias que los liberales quieren. Francisco no invierte en ninguno de estos
campos; está afuera de esta polémica.
En
realidad Francisco quiere que la misa deje en la gente sensación de “alegría”,
o algo que tenga que ver con el “reino”. Quiere que la gente salga de misa
“como si hubiera oído buenas noticias”.
Francisco
quiere que los sacerdotes hablen con la gente, averigüen lo que necesitan y
participen en sus luchas diarias. La liturgia, para Francisco, parece estar
implicada precisamente en eso.
Pero
aun así el problema persiste porque hay campos en que el mundo acusa a la Iglesia
de incompasiva porque no se adapta a sus valores, como por ejemplo respecto a
evitar el sufrimiento de las madres que quieren abortar, de los que quieren
acabar con sus vidas mediante la eutanasia, de los homosexuales activos que
tienen dificultades para integrarse a las parroquias, de los divorciados
vueltos a casar porque no pueden comulgar, etc.
Por
lo tanto hay un punto en el que la Iglesia debe frenarse en la demostración al
mundo de su compasión, y es cuando lo que el mundo llama compasión colide con
la real compasión evangélica y la doctrina.
Y
esta discusión la vemos vimos en el Sínodo de la Familia respecto a los
divorciados vueltos a casar y los homosexuales.
Hay
una frontera en que pasamos a trabajar para ser compasivo con los valores del mundo
y no con los verdaderamente evangélicos, y eso se muestra claramente en la
diferencia de posiciones entre los Cardenales Kasper el Burke.
Mientras
el Cardenal Kasper sostiene que darle la comunión a los divorciados vueltos a
casar es un acto de compasión con aquellos que quieren volver plenamente a la
Iglesia, el cardenal Burke piensa que es como darle azúcar a un diabético, lo
mataría.
El
tema es más profundo que la comunión a los divorciados o la aceptación del
matrimonio homosexual, refiere a la línea demarcatoria entre lo que es la
compasión para el mundo y lo que es la compasión evangélica.
Veamos
un caso por demás claro que se está procesando en este momento, para sacarlo de
la discusión del Sínodo y apreciarlo con menos prejuicios.
EL CASO DE ALGUNOS CLÉRIGOS CRISTIANOS DEL REINO UNIDO
Hace
unos meses una alianza de clérigos escribió al Daily Telegraph en apoyo de la
legislación asistida suicidio en Gran Bretaña.
La
carta de figuras religiosas en favor del suicidio asistido – entre ellos el ex
arzobispo de Canterbury, Lord Carey – presenta un argumento teológico curioso.
“No
hay nada sagrado en el sufrimiento, nada sagrado sobre la agonía, y los
individuos no deben estar obligados a soportarlo”, dicen
los firmantes, quienes añaden que ayudar a las personas con enfermedades
terminales a suicidarse debe ser visto simplemente como que les permite la
gracia de devolver su vida a Dios.
La
primera curiosidad es la percepción que expresan que las entidades religiosas
en el Reino Unido se oponen abrumadoramente al suicidio asistido porque creen
que Dios quiere que la gente sufra. ¿Quién dice esto?
Los
católicos y anglicanos han señalado constantemente la necesidad de más camas de
cuidados paliativos y de hospicios, precisamente con el fin de no sólo aliviar
el dolor físico, sino que también proporcionan cuidado amoroso y apoyo a los
que están en su último viaje.
De
hecho los obispos han manifestado siempre que un apoyo al suicidio asistido
disolvería rápidamente cualquier apoyo a esta idea, con la introducción de la
noción de que una vida que incluya el dolor y el sufrimiento es menos digna de
ser vivida, y de ser protegida.
La
segunda curiosidad es el intento de crear una justificación teológica para el
suicidio asistido en desafío de las enseñanzas largamente asentadas en la
tradición cristiana (así como otras religiones).
Como los obispos católicos de Inglaterra y Gales, han declarado:
“la
falta de salud o el hecho de la discapacidad nunca son razones válidas para la
exclusión o, y lo que es peor, para la eliminación de las personas. La
privación grave experimentada por la edad no es el debilitamiento del cuerpo
físico o la discapacidad que puede resultar de esto, sino más bien, es el
abandono, la exclusión y privación de amor”.
Lord
Carey et al están ofreciendo una hoja de parra teológica para el argumento
habitual en favor del suicidio asistido, que se basa en una ética de la
autonomía:
-que
a los individuos se les debería permitir decidir sobre tales asuntos personales
por sí mismos, y controlar el momento de su muerte;
.
-que estas decisiones deben ser respetadas por la ley;
.
-y (lo que no se dice con frecuencia directamente) que a los médicos se les debe permitir operar esto.
.
-que estas decisiones deben ser respetadas por la ley;
.
-y (lo que no se dice con frecuencia directamente) que a los médicos se les debe permitir operar esto.
Esta
posición de Lord Carey et al era en apoyo a la propuesta que permitiría a la
gente, que cree que tiene no más de seis meses de vida y que tienen una “intención
establecida” para poner fin a su vida, darle una dosis letal de drogas con la
autorización de dos médicos.
Ellos
creen que en este punto de vista, el Estado no debe desempeñar ningún papel
coercitivo de las decisiones personales.
En
el corazón de todos estos argumentos bien ensayados está el deseo – como
Charles Moore señala
– del control. No es el sufrimiento en sí mismo que lleva a la gente a buscar
el suicidio asistido, sino el horror de la impotencia. Un suicidio asistido es
la respuesta enojada de los que no pueden hacer frente a no tener el control.
El
puñado de obispos anglicanos y rabinos liberales detrás de la carta al
Telegraph trata de justificar esto teológicamente, pero falla miserablemente
diciendo
“Valoramos
la vida como un don precioso de Dios, pero también defendemos el derecho de las
personas que se acercan a sus últimos meses, a que con la gracia devuelvan ese
regalo, si sienten que la calidad de su vida está a punto de deteriorarse más
allá del punto en el cual quieren continuar”.
¿Devolver
su vida a Dios? Nada podría estar más lejos de la mente de los hombres de
negocios de clase media y profesores que hacen su camino a Dignitas (clínica de
suicidios de Suiza).
Jeffrey
Spector, quien recientemente organizó
su suicidio allí rodeado de publicidad, desafió a su familia, al insistir en la
decisión porque
“Sentí
que la enfermedad había cruzado la línea roja y yo estaba cada vez peor…. En
lugar de ir más tarde estoy saltando sobre la pistola”. Dijo su familia más
tarde, que “no quería vivir una vida en la que estuviera paralizado y
dependiente de su familia para cuidar de él”
Ni
Spector ni ninguno de los demás fanáticos del control que piden el suicidio
asistido nunca hacen ninguna mención de Dios, y mucho menos de “devolver” la
vida a cualquiera.
El
devolverla y entregarla es lo que hacemos cuando renunciamos al control,
aceptamos nuestra impotencia y (si creemos en Dios) confiamos en Dios para que
nos lleve de la mano.
Lo
que los defensores del suicidio asistido hacen es lo contrario. Tratan de
evitar la “entrega” a cualquiera lo que ellos organizaron para su propias
existencia.
En
la extraña nueva dispensación teológica de Lord Carey, podrían en el futuro ser
enviados vicarios a acompañar a los inspectores a Suiza, para susurrar
dulcemente en sus oídos que están “con gracia volviendo a Dios”, mientras beben
el elixir fatal.
La
ley siempre ha compartido la suposición cristiana que la vida es un don de
Dios, no es algo de los que estamos en control. Esa es la base no sólo de una
sociedad civilizada, sino el significado del amor.
El
amor es posible sólo porque nuestras vidas dadas por Dios significan que somos
infinitamente dignos, sea cual sea nuestro estado de vida; una vez que – con la
ayuda del Estado y de la profesión médica – declaramos que la vida carece de
valor y puede ser terminada, empezamos por la carretera que conduce en una sola
dirección: a los campos de exterminio y los gulags.
Ayudar
a un suicidio es una corrupción de la compasión y una perversión de la
misericordia. Un Estado que lo avala renuncia a la obligación de la ley para
defender el valor sagrado de la vida. Un clérigo cristiano que lo avala
renuncia al corazón mismo del Evangelio.
La
frontera entre la compasión evangélica y su corrupción, parece clara a la mayoría
de los católicos en el día de hoy sobre el tema de la eutanasia, sin embargo se
ha desdibujado en otros tema, como por ejemplo el aborto, y hace poco se
discutió en el Sínodo de la Familia respecto a la comunión a los divorciados y
la celebración del estilo de vida homosexual.
Fuentes:
Foros de la Virgen María
No hay comentarios:
Publicar un comentario