La vida está llena de peligros: personales,
sociales, físicos, espirituales; que nos dañan, paralizan, hieren y que nos
llenan de miedo.
Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Será una salvación humana, si llama a otros en su auxilio. Será una salvación divina, si dirige su súplica a Dios.
Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Será una salvación humana, si llama a otros en su auxilio. Será una salvación divina, si dirige su súplica a Dios.
La vida está llena de peligros: personales, sociales, físicos,
espirituales. Peligros que nos dañan, peligros que nos paralizan, peligros que
nos hieren, peligros que nos llenan de miedo.
Por eso necesitamos y buscamos la salvación. Una salvación puntual, para
superar una deuda, para curar una enfermedad, para huir de un agresor
impertinente. Una salvación más profunda, la que nos libera del pecado y de la
muerte.
La salvación completa, definitiva, íntima, es la que solamente puede
ofrecer Dios. Porque nadie en la Tierra es capaz de perdonar los pecados con
las simples capacidades humanas. Como tampoco nadie, entre los hombres que
conocemos, tiene la fuerza para vencer la muerte.
El corazón siente necesidad de recurrir a Dios. “Alzo mis ojos a los
montes: ¿de dónde vendrá mi auxilio? Mi auxilio me viene de Yahveh, que hizo el
cielo y la tierra” (Sal 121,1‑2).
Dios respondió. A mis oraciones y a las de
tantos hombres y mujeres de todos los tiempos. Envió a su Hijo, que se hizo
Hombre. Desde entonces la salvación está al alcance de todos.
Como los samaritanos y como san Juan, estamos
seguros: “sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn
4,42). “Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su
Hijo, como Salvador del mundo” (1Jn 4,14).
Desde que Jesús vino entre nosotros, el pecado y
la muerte han sido derrotados. La esperanza es posible. Tenemos las puertas del
cielo abiertas. El perdón y la misericordia son el don más grande del Padre.
Nos ofrece, en su Hijo, la salvación eterna.
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