Cuando tengo que atender casos en los que la solución parece inevitable, suelo cuestionar: “Pero vamos a ver, ¿en este momento hay prisa para decidir sobre el divorcio?”
Según
parece cada día aumenta el número de divorcios y no sólo en los Estados Unidos,
sino en países como el nuestro, donde tenemos una estructura familiar mucho más
sólida y sana. Por lo cual nunca estará de más profundizar en esta triste
realidad que, suele ser la puerta de escape de las crisis matrimoniales. Una
puerta de escape en un avión es algo que solamente en situaciones de gravedad
excepcional debe usarse. Nadie haría un salto en pleno vuelo sin tener un
motivo serio, y un entrenamiento proporcionado pues, por principio, tal acción
se antoja suicida.
¿Puede
usted imaginar algo más triste para una persona casada que su cónyuge le venga
un día con que: “No soy feliz. . .”; “ya no te amo. . .”; “es imposible seguir
viviendo así. . .”? Todos tenemos muy grabadas en nuestras retinas las escenas
del derrumbamiento de las torres gemelas de Nueva York, pues esas son las
imágenes gráficas de lo que sucede en el alma de tanta gente cuando les dicen
“eso”. Es decir, cuando le echan abajo las ilusiones que durante años los
habían mantenido luchando por el motivo que le daba sentido a sus vidas.
Las
crisis de pareja suelen coincidir, o ser el resultado, de crisis personales:
crisis de identidad, de inmadurez, crisis profesionales, económicas, ante la
falta de cariño, atención y comprensión. Crisis ante la falta de reconocimiento
al descubrir la desilusión provocada por las elevadas expectativas de la
pareja, y que no se pueden satisfacer ya que no se es tan inteligente, bonita,
educado, trabajador, cariñoso, tan solvente económicamente hablando, tan
delgada, . . . y es entonces cuando llegan a plantearse -según ellos- “la
ruptura total”, es decir: el divorcio.
La
experiencia suele demostrar que la aniquilación del vínculo matrimonial, sólo
se da en teoría, pues querer hacer desaparecer si más, por un simple trámite
legal, todas las expectativas de felicidad que llevaron a una pareja hasta el
matrimonio es demasiada pretensión. De hecho, esas expectativas se convierten
en heridas supurantes que no cicatrizan con el paso del tiempo, pues suelen
dejar en el alma un profundo y constante sentimiento de fracaso.
Cuando
tengo que atender casos en los que la solución parece inevitable, suelo
cuestionar: “Pero vamos a ver, ¿en este momento hay prisa para decidir sobre el
divorcio?” y casi siempre la respuesta es: “¿Prisa? No, pero es que él, o ella,
ya no quiere esperar más”. “De acuerdo pero, insisto, ¿Hay prisa?” Si la
respuesta sigue siendo: No, entonces sugiero aplazar más la decisión
acordándome de una sabia premisa que dice: “Las cosas importante pueden
esperar, y las muy importantes deben esperar”.
Por otra
parte, cuando una persona se halla ante la disyuntiva del divorcio, suele
encontrarse en una situación anímicamente alterada, por lo cual los riesgos de
error aumentan. De vez en cuando recibo correos electrónicos que vale la pena
guardar, y en uno de ellos venía esta enseñanza:
“Recuerdo
que un invierno mi padre necesitaba leña, así que buscó un árbol muerto y lo
cortó. Pero luego, en la primavera, pudo darse cuenta, con gran tristeza, que
al tronco marchito le brotaron retoños. Mi padre dijo: “Estaba yo seguro de que
ese árbol estaba muerto. Había perdido todas las hojas en el invierno. Hacía
tanto frío, que las ramas se quebraban y caían como si no le quedara al viejo
tronco ni una pizca de vida. Pero ahora advierto que aún alentaba en él la
vida.” Y volviéndose hacia mí, me aconsejó:
“Nunca
olvides esta importante lección. Jamás cortes un árbol en invierno. Jamás tomes
una decisión negativa en tiempo adverso. Nunca tomes las más importantes
decisiones cuando estés en tu peor estado de ánimo. Espera. Sé paciente. La
tormenta pasará. Recuerda que la primavera volverá”.
Hasta
aquí no he mencionado las repercusiones que se dan en los hijos de quienes se
divorcian. Sobre ellos se han escrito, y se podrán seguir escribiendo muchos, y
muy tristes libros.
Pbro. Dr. Alejandro Cortez
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