Misericordia y realismo; la geopolítica de Papa Francisco
La Iglesia pone a disposición del mundo el espacio temporal del Jubileo
como ambiente propicio para afrontar juntos las emergencias globales
Por: Gianni Valente | Fuente: www.lastampa.it/vaticaninsider/es
El Año Santo de la Misericordia querido por Papa Francisco también tiene un aspecto geopolítico. La Iglesia pone a disposición del mundo el espacio temporal del Jubileo como ambiente propicio para desmantelar conflictos, detener el flagelo de la guerra, afrontar juntos las emergencias globales. Papa Bergoglio pronunció hoy esta propuesta en términos directos y concretos: dirigiéndose a los representantes diplomáticos acreditados ante la Santa Sede, en el tradicional discurso de principio de año, renovó ante todos ellos «la plena disponibilidad de la Secretaría de Estado para colaborar con ustedes en la promoción de un diálogo constante entre la Sede Apostólica y los países que representan», y declaró explícitamente su «íntima certeza» de que el año jubilar (inaugurado intencionalmente en Bangui, en un país muy afectado «por el hambre, la pobreza y los conflictos») podrá ser una «ocasión propicia para que la fría indiferencia de muchos corazones sea vencida por el calor de la misericordia, don precioso de Dios, que transforma el temor en amor y nos hace artífices de paz».
Por: Gianni Valente | Fuente: www.lastampa.it/vaticaninsider/es
El Año Santo de la Misericordia querido por Papa Francisco también tiene un aspecto geopolítico. La Iglesia pone a disposición del mundo el espacio temporal del Jubileo como ambiente propicio para desmantelar conflictos, detener el flagelo de la guerra, afrontar juntos las emergencias globales. Papa Bergoglio pronunció hoy esta propuesta en términos directos y concretos: dirigiéndose a los representantes diplomáticos acreditados ante la Santa Sede, en el tradicional discurso de principio de año, renovó ante todos ellos «la plena disponibilidad de la Secretaría de Estado para colaborar con ustedes en la promoción de un diálogo constante entre la Sede Apostólica y los países que representan», y declaró explícitamente su «íntima certeza» de que el año jubilar (inaugurado intencionalmente en Bangui, en un país muy afectado «por el hambre, la pobreza y los conflictos») podrá ser una «ocasión propicia para que la fría indiferencia de muchos corazones sea vencida por el calor de la misericordia, don precioso de Dios, que transforma el temor en amor y nos hace artífices de paz».
En la Bula «Misericordia Vultus», Papa Francisco manifestó la intención
de no transformar el Año Santo en un «tiempo propicio» exclusivamente para los
devotos o para las categorías de católicos «comprometidos», sino de ofrecerlo
como ocasión de reconciliación también para los no cristianos, empezando por
los judíos y musulmanes. Un tiempo que no excluya, a priori, la posibilidad de
aplicar las dinámicas «jubilares» de la cancelación las deudas o de la
reconciliación entre enemigos, incluso en los intentos por afrontar los
conflictos y las crisis internacionales que atormentan a pueblos y naciones.
La sugerencia jubilar se dirige a todos, sin cálculos interesados. Papa
Francisco no pretende defender a una civilización frente a otros sujetos
activos en la escena del mundo. Repite que la acción de la Santa Sede a nivel
internacional tiene como horizonte el bien de toda la familia humana. Por ello
no tiene problemas a la hora de crear ejes privilegiados o colaboraciones
exclusivas con determinada entidad geopolítica preminente.
La Iglesia en el tiempo de Papa Francisco no apuesta por buscar padrinos
y apoyos geopolíticos, y no pretende afirmar con sus fuerzas la propia
«relevancia» en la historia. Por lo tanto, tampoco tiene problemas al adquirir
ciertos márgenes de influencia que concurren (o que crean redes de alianzas
preferenciales) con los poderes mundanos. La misma diplomacia vaticana (tal
como declaró una vez el cardenal Secretario de Estado Pietro Parolin) tiene la
tarea de «construir puentes, en el sentido de promover el diálogo y las
negociaciones como medios para solucionar los conflictos, para difundir la
fraternidad, para luchar contra la pobreza y para edificar la paz. No existen
otros ‘intereses’ ni ‘estrategias’ del Papa y de sus representantes cuando
actúan en el escenario internacional».
El efecto y los resultados obtenidos demuestran que justamente una
cierta distancia de pretensiones y alineaciones geopolíticas prefabricadas
favorece la elasticidad y la eficacia con las que la actual guía de la Iglesia
ejerce su discernimiento sobre el mundo. La mirada evangélica y la misma referencia
a la misericordia alimentan una percepción realista de los contextos y de los
problemas. Justamente la fuente evangélica de esta mirada ayuda a esquivar
conformismo o ideologías al servicio del poder, y parece inmune a idealismo
utópicos y a perfeccionismo neo-rigoristas.
Así, al afrontar cada una de las cuestiones, el
discurso a los diplomáticos de Papa Francisco pone a disposición de todos
reservas de pensamiento crítico que desmontan clichés y recetas
preconfeccionadas, y sugieren pistas para trabajar en la búsqueda de soluciones
concretas. La misma «emergencia migratoria», argumento principal del discurso,
ha sido afrontada por el Papa con la mirada de quien reconoce en las
migraciones un elemento de la historia de la salvación, que atraviesa la
historia del mundo, desde el viaje de Abraham hasta la deportación del pueblo
elegido en Babilonia, pasando por la fuga hacia Egipto de María y José para
salvar a Jesús. En su discurso de hoy, Papa Francisco no separó las tragedias
de hoy (las limpiezas étnico-religiosas, las muertes de migrantes en el mar,
las guerras…) de los problemas «relacionados con el comercio de armamento, con
el acceso a materias primas y energía, con las inversiones, con las políticas
financieras y de apoyo al desarrollo, hasta con la grave plaga de la
corrupción». Una vez más, el Papa indicó que la raíz global de los sufrimientos
colectivos de quienes huyen de guerras y tragedias humanitarias es «la cultura
del descarte» que prevalece y que no considera a las personas, sobre todo si
son «pobres o discapacitadas, si ‘todavía no sirven’, como los que están por
nacer (explícita referencia a la mentalidad abortista, ndr.) o ‘ya no sirven’,
como los ancianos».
Sobre la migración, Papa Francisco reconoció la
necesidad de «establecer proyectos a medio y largo plazo que vayan más allá de
la respuesta de emergencia», ayudando «la integración de los migrantes en los
países de acogida» y favoreciendo al mismo tiempo «el desarrollo de los países
de origen con políticas solidarias, pero que no sometan las ayudas a
estrategias y prácticas ideológicamente ajenas o contrarias a las culturas de
los pueblos a los que se dirigen». En relación con la alarma que se ha
desencadenado en Europa debido a las migraciones, el Sucesor de Pedro repitió
con realismo que la actual oleada migratoria «parece minar las bases de ese
‘espíritu humanístico’ que Europa ama y defiende desde siempre», por lo que es
necesario «encontrar el justo equilibrio entre el doble deber moral de tutelar
los derechos de los propios ciudadanos y el de garantizar la asistencia y la
acogida de los migrantes». Invitó también a no dejar solos a los países
europeos más afectados por el flujo de migrantes, incluida Italia. Pero al
mismo tiempo recordó que las emergencias migratorias más insostenibles son las
que se registran en Líbano, Jordania y Turquía.
Con respecto a la situación que vive Italia, el
Papa indicó que espera, en virtud de su tradición plurimilenaria, que «sea
capaz de acoger e integrar el aporte social, económico y cultural que los
migrantes pueden ofrecer». Y sobre las angustias culturales y sociales
relacionadas con el fenómeno de la migración, incluso en el ámbito de la
pertenencia religiosa, Papa Francisco repitió que «solo una forma ideológica y
desviada de religión puede pensar hacer justicia en nombre del Omnipotente,
masacrando deliberadamente a personas inermes». El obispo de Roma constató que
el extremismo y el fundamentalismo encuentran un terreno fértil también «en el
vacío de ideales y de la perdida de la identidad (incluso religiosa) que
dramáticamente connota al llamado Occidente». Pero también indicó, con una
referencia implícita a las rectoras islamofóbicas, que un síntoma alarmante de
este vacío son las reacciones identitarias que impulsan a «ver al otro como un
peligro y un enemigo, a encerrarse en sí mismos, enrocándose en posiciones
preconcebidas». En cambio, recordó, la acogida puede ser «una ocasión propicia
para una nueva comprensión y apertura de horizonte, tanto para quien es
acogido, que tiene el deber de respetar los valores, las tradiciones y las
leyes de la comunidad que lo hospeda, como para esta última, llamada a dar
valor a todo lo que cada migrante puede ofrecer».
También se refirió a todos los sufrimientos de
los cristianos, involucrados en los fenómenos migratorios como víctimas de
persecución, pero el Papa evitó referirse a estas realidades en términos que
sirvan a las teorías sobre el enfrentamiento entre civilizaciones, sin separar
los sufrimientos de los cristianos de los de los demás, en sintonía con los
exponentes más lúcidos de las Iglesias de Oriente. Hace pocos días fue el
Patriarca Tawadros II quien repitió que el terrorismo «no hace distinciones»
entre cristianos y musulmanes. La misma mirada abierta a la solución de los conflictos
mediante la negociación multilateral, para Papa Francisco, debe continuar en
relación con el acuerdo sobre la energía nuclear iraní, con el intento para
resolver el conflicto en Libia y con las decisiones que han tomado los actores
globales y regionales «para alcanzar una solución política y diplomática» de la
guerra en Siria. Sin olvidar la esperanza de que durante este nuevo año puedan
sanar «las profundas heridas que separan a los israelíes y a los palestinos, y
permitir la pacífica convivencia de dos pueblos que desde el profundo del
corazón no piden más que paz».
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