Mi Señor, cuando más arrecia la tormenta, más feliz me siento de ser capaz de confiar en Tu Presencia, en Tu cuidado.
Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org
Estaba tan tranquilo mi Señor, que pensaba que ya nada malo me podía volver a ocurrir. Tenía una alegría sincera, y no era la felicidad de tener todo bajo control, sino la extraña sensación de haber sido capaz de llegar a un puerto seguro. Como un barco que logra lanzar el ancla en una bahía abrigada de los vientos del mar abierto, para poder poner el pie en tierra y buscar el calor de una casa acompañada de buena comida y amigos. Amigos que me hagan sentir seguro, amado y esperado.
Y de repente, mi Señor, la tormenta se echó sobre mí con toda su fuerza,
una vez más. Imprevistamente me encontré en mar abierto, arrancado del calor
del hogar para sentir nuevamente la confusión de haber perdido la seguridad, la
paz, el cobijante calor del hogar. No quiero pasar por esto, no estoy
preparado, porque la herida que sufrí la vez anterior todavía no ha sanado, aun
me duele y ya estoy nuevamente expuesto a una nueva herida, quizás peor que las
anteriores.
La tormenta arrecia, por fuera y dentro mío también, aquí mismo. Los
golpes se suceden uno tras otro, es difícil de explicar lo difícil que es
sentir que me has abandonado Señor. A pesar de que te he visto a mi lado tantas
veces, ahora estas tan lejos que ni siquiera tengo certeza de que pueda
volverte a oír, y hasta me asaltan dudas de que realmente existas.
En el vacío del abandono, en medio de la noche más negra de mi alma, la
tormenta hace destrozos y arranca sentimientos de enojo, de furia, que
rápidamente se disipan para dar lugar al miedo, a la desesperación, a la muerte
de la fe. El viento destructor es tan frio que mata todo lo que toca, deja una
sensación de vacío y silencio interior semejante a una roca cubierta de
escarcha y hielo. Toco y busco vida, pero el vacío en mi pecho parece decirme
que todo está perdido, que ya no hay esperanza. Un corazón muerto, yermo.
En ese punto límite cuestiono todo lo que siempre me has enseñado,
Señor. Hasta dudo de mis diálogos contigo, quizás fueron pérdida de tiempo y
signo de locura. Si, empiezo a creer que Tus Caminos fueron un engaño, una
falsa idea instalada en mi mente. Quizás Tu Palabra fue un espejismo de mi
imaginación, porque aquí ya no hay nada, solo esta tormenta tremenda que
arranca y rompe todo lo que me dio seguridad en el pasado.
Y justamente cuando más arrecia la tormenta, cuando he decidido solo
confiar en mis propias fuerzas, es que veo el engaño al que he sido arrojado,
una vez más. Ya no esperaba nada, solo me dejaba mecer por los golpes que una y
otra vez me sacudían como una hoja muerta. Y sin embargo algo se encendió
dentro de mí, una pequeña luz, una chispa en medio de la oscuridad. Creí que
era solo mi imaginación, pero no, allí estaba nuevamente. Un anhelo de seguir,
una repentina ilusión de levantarme y hacer frente al viento arrasador. El
hielo que cubre mi alma empieza a transformarse en agua, quiere derretirse ante
el calor que asoma por debajo de la carne de mi corazón, que quiere volver a
latir.
Esa luz repentina que pones en medio de la tormenta, ese calor casi
imperceptible que hace latir nuevamente a mi corazón, ese renacer de la
esperanza cuando todo está perdido. ¡Debes ser Tú, mi Señor! No hay otro que
pueda hacer eso, nadie puede imponerse a la desesperanza como Tú, porque Tú
eres la Esperanza misma. No es que no arrecie la tormenta, es solo que sé bien
que Tú eres el Dios de las tormentas, Tú las haces y las deshaces y no hay
fuerza o contrariedad que pueda superar a Tu Voluntad.
¡Señor, aquí está Tu siervo, Tu siervo Te
escucha mi Señor, rescátame de este pozo de desesperación!
Y suavemente te digo al oído, cuando te pones a
mi lado: Una Palabra tuya bastará para sanarme, Señor. No hace falta que entres
a mi casa, porque mi fe se ha restablecido y ya no confiaré Ancla en mis fuerzas, sino solo en Tu Poder, mi Dios. Mi alma
canta, se alegra por todas Tus maravillas, porque iluminaste mi noche y te
impusiste a mis miedos. ¡Ya no temo a la tormenta que ruge a mi alrededor! Sé
que nada ocurre sin que Tú así lo permitas, o lo desees. Por eso confío en que
nada me puede pasar, a mí que soy Tu siervo, Tu hermano, Tu hijo.
Mi Señor, cuando más arrecia la tormenta, más
feliz me siento de ser capaz de confiar en Tu Presencia, en Tu cuidado. Los
vientos arrasadores solo alimentan mi alegría de saberme amado por Ti, de
saberme Tu hermano, de poder compartir el dolor del Dios del Dolor. Dame Señor
de lo que necesito, Tú me conoces en lo más profundo de mi corazón, hurga en mi
alma ennegrecida y pon allí el brillo de Tu Amor para que la aurora me
encuentre aferrado a Ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario