La que
escribe sabe muy bien que no es la ropa, ni los zapatos, ni la bolsa, ni el
maquillaje, ni la bisutería o las joyas, y menos andar a la última moda el
elemento principal de la imagen. Es más, las personas no tenemos imagen, lo que
tenemos es dignidad. Aquilino Polaino-Lorente lo expresa así: “Es cierto que las personas se manifiestan y que esas
manifestaciones constituyen, en un cierto sentido, algo que las representan.
Pero la persona ni “tiene” una imagen, ni “es” una imagen. El ser de la persona
trasciende la imagen en que se representa. La razón más alta de la
dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El
hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino
porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive
plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a
su Creador” (Catecismo, 27). Desde mi experiencia, la mayoría de
personas que acuden a mi práctica como coach y orientadora familiar, ignora
esto último. No relacionamos que vestirse para los cristianos implica pensar
primero en que si las vestiduras que llevamos tienen alguna conexión que como
creyente tengo con Dios a lo largo de mi vida. Hasta a nosotros los cristianos
nos atrapa este mundo de la publicidad con sus anuncios espectaculares que se
nos meten a través de los ojos con musas modernas y Adonis perfectos
invitándote: “mira si no te luces esta capa para
esta temporada, estarás totalmente out. ¿Ya viste la última colección de Urban
Decay? Casi quedo en bancarrota! Y para navidad por favor, quiero la paleta #1y
#2 de Naked o el Nuevo brazalete de David Yurman” ¿No te parece que
una persona que vive pensando en lo que va a comprar para sentirse bien con
ella misma, para que los demás le admiren o incluso le quieran, ha caído
completamente en ésta trampa consumista que imponen la moda? Entonces, piensa,
¿me visto para los demás o me visto y me cuido parque estoy consciente de mi
dignidad y con ello busco agradar a Dios y agradecerle por mi belleza? Fui
modelo, maestra de modelos y experta en desfiles de modas. Sigo siendo tan
apasionada de la belleza, el arreglo personal, como el día en que descubrir mi
vocación al llamado mundo de la imagen. Siempre que surge la oportunidad,
disfruto de enseñar las reglas de un guardarropa básico, caminar sobre una
pasarela con elegancia y aprender a maquillarse y a comer con refinamiento como
el primer día en que hice mi incursión en el mundo de la imagen personal.
Claro, ahora conozco en qué consiste la estructura de la persona y estoy
consciente de la profunda dignidad que cada uno tiene como ser humano.
La Miss
Universo entro a través de mis ojos a la tierna edad de 8 años y ya lo sabes,
los seres humanos grabamos imágenes, por eso es muy importante que cuidemos lo
que nuestros niños ven y leen. Pues a mí a esa tierna edad, me quedo grabada en
la memoria esa imagen espectacular de la forma de caminar sobre la imponente y
luminosa pasarela de las Misses, sus trajes de baño, sus vestidos largos de
noche, sus peinados, su seguridad al hablar, su belleza. Fue allí donde nació mi
vocación a ser modelo, era lo único que quería y lo logré: estudié en los
Estados Unidos y abrí una escuela en mi país. Luego de haber tenido una escuela
y agencia de modelos por años y vivir metida en el mundo de los concursos de
belleza y los desfiles de moda, puedo asegurarte que la imagen, o esto que
llamamos imagen, no es más que el adoctrinamiento de los medios de
comunicación, que apuntaban casi siempre a la mujer pero que ahora son
igualmente agresivos con sus campañas hacia los hombres para que cada uno crea
que valer y ser amado y aceptado radica en la forma en la que uno se mira
físicamente y proyecta su imagen personal.
En
realidad, al escribir éstas líneas recuerdo dos tipos de clientes que venían a
mi escuela de modelaje: hombres o mujeres cuya belleza era extraordinaria al
tipo de Penelope Cruz y Brad Pitt, y hombres o mujeres que se sentían pequeños,
tímidos y poca cosa, personas que querían superarse o querían ayudar a sus
hijos a superarse. Estudie modelaje siendo parte del Segundo grupo. Pensaba que
si aprendía a caminar bien, me ponía delgada y esculpía mi cuerpo, aprendía a
maquillarme a la perfección, me compraba la ropa más costosa que pudiera y que
mostrara el nombre de la marca, me convertiría en una mujer de carácter, en una
mujer segura de sí misma, al estilo de Santa Teresa de Jesús y Juana de Arco o
Juan Pablo II. De ésta forma no tenía en cuenta que tener carácter implica
tener virtudes humanas: disciplina, orden, aprovechamiento del tiempo,
responsabilidad, templanza. Ellas son fundamentales para permitir que la gracia
se derrame y empape la humanidad de forma óptima. La dignidad de la persona
humana se eleva, se perfecciona por medio de la correcta formación de sus
potencialidades humanas, voluntad e inteligencia. Por razones que no voy a
explicar aquí, no tuve los mejores referentes en mi infancia de virtudes
humanas y donde estas no existen, no puede haber verdadera autotrascendencia[1].
Mis padres eran muy buenos y nos amaban, sin embargo ellos tampoco habían sido
formados en estas virtudes por sus padres.
Seguramente
te estarás preguntando ¿qué tienen que ver las virtudes humanas y la forma en
que se proyecta uno a los demás (imagen)? Si no todo, tiene mucho que ver. La
forma en que realizamos las cosas, como nos entregamos a la tarea o al trabajo
profesional, como nos comportamos y tratamos a los demás habla de nosotros pero
no de nuestra imagen, sino de nuestra dignidad. De un caballo, por ejemplo, no
se dice que de buena imagen sino que tiene una buena estampa. Evidentemente en
los animales, la imagen se transforma en estampa (Polaino-Lorente) y yo pienso,
“y los caballos no tienen un ser, no son un ser”.
Ahora que soy madura y miro desde mis ojos de juventud aquellos sueños que
fabrique en mi imaginación, comprendo que también fui de esas personas que “sacrifican su ser a la imagen, que sustituyen el ser a
la imagen que desean representar, que ofrendan como un holocausto en el altar
de la popularidad, él éxito o el dinero o el poder – el ser a la imagen” (Polaino-Lorente). ¡Qué mal vivimos cuando
ignoramos que no somos imagen, las personas somos dignidad! La manera en que
nos presentamos ante los demás es nuestra tarjeta de presentación, esto es
cierto, pero como hijos de Dios que dice “así luce un hijo de Dios, una hija de
Dios”. De manera que no es empeñarse con hacer ejercicio para parecerse a
Beyonce o Belescoso (el modelo español), ni vestirse para impactar por la marca
o el corte del traje que se ha elegido. Es simplemente armonizar desde el
interior que es rico en vida interior: “la
oración es la hazaña más sublime del espíritu humano” como escribe
Edith Stein.
DIGNIDAD Y CARÁCTER
FORMAN UN BINOMIO
Yo digo que estar consciente de la dignidad de uno, es vivir con
carácter. ¿Y qué es tener carácter?
1- Tener
carácter es ser fiel a un conjunto de principios que rigen nuestra vida. Estos
principios quedan plasmados en la forma en que nos comportamos, trabajamos,
somos responsables, vestimos, maquillamos y peinamos. Y hasta bailamos y
sonreímos.
2- Tener
carácter es el arte de aprender a controlar nuestros estados emocionales y
mantener la estabilidad de temperamento no de acuerdo a las circunstancias,
sino a una forma de vida que yo misma cultivo día a día desde mi interior. A su
vez, nuestro temperamento se ve manifestado en nuestras actitudes, los gustos
que tengamos al vestirnos, peinarnos y maquillarnos.
3- Tener
carácter es ejercitar nuestra propia voluntad. La que nos dice que soy una
persona que puede aprender a ser dueña y señora de sí misma. Por lo tanto,
poseo la libertad interior de escoger una forma habitual de comportamiento y no
me convierto en esclava o esclavo de la moda llevando mis años con alegría y
dignidad.
4- Tener
carácter es no dejarse llevar por sentimentalismos, así como estar decidida a
ser una mujer fuerte y completa sin dejar por eso de ser femeninas. Por tanto
me controlo ante eventos fuertes y tengo la opción de ser versátil y creativas
con lo que me pongo. Lo mismo aplica a los hombres.
5- Es dar
a las cosas la importancia que tienen (carácter). No es la ropa la que me hace
parecer importante (imagen). Es sólo el complemento y la extensión de mí
misma/o. La ropa es la que sella con broche de oro mis habilidades en
relaciones humanas ya que manifiesta el respeto que siento por los otros. De
esta manera podemos ver la relación tan cercana que hay entre carácter e
imagen.
Vivimos
en una época en donde la imagen es muy importante. ¿Se te olvida que hoy nos
valoran por el número de seguidores que tenemos en las redes sociales? Vivimos
en un mundo más visual que nunca, cuya característica principal es el
consumismo, pero el carácter (dignidad) cuenta y trasciende mucho más allá que
la imagen. Además, el carácter aunque no lo parezca, también es visual ya que
constantemente estamos hablando con nuestro cuerpo. La forma en que miramos a
los demás, sonreímos, saludamos, caminamos, nos paramos, responden a la
manifestación pura de nuestra forma de ser, sin importar a que te dediques: ama
de casa, profesionista, religiosa, enfermera, secretaria, estudiante,
odontólogo, ingeniero o contador.
Mi
recomendación final es que antes de preocuparte por tu imagen, la ropa que te
pones, el peso, el cabello, las uñas y el maquillaje, ocúpate en conocer y
re-conocer que eres dignidad, alguien que posee una categoría superior y único
ser en la creación que tiene capacidad para adquirir un carácter estable y
armonioso de manera que el arreglo personal sirva únicamente para embellecer el
magnetismo y aplomo que proviene de tu interior. Te vas a ir haciendo mayor y
la belleza será sustituida por la dignidad de tu presencia, alguien con un
nombre, un ser único e irrepetible. Ahora sabes que no eres imagen, las
personas somos dignidad, la que te da ser hijo de Dios.
Recuerda
que la primera formadora es la madre,
[1] La
facultad de ir más allá de las emociones, dimensión espiritual de la persona.
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