miércoles, 30 de diciembre de 2015

GRANDEZA DE LA SENCILLEZ


"También estaba allí una profetisa llamada Ana, hija de Penuel, de la tribu de Aser. Era muy anciana. Se había casado siendo muy joven y vivió con su marido siete años; pero hacía ya ochenta y cuatro que había quedado viuda. Nunca salía del templo, sino que servía día y noche al Señor, con ayunos y oraciones. Ana se presentó en aquel mismo momento, y comenzó a dar gracias a Dios y a hablar del niño Jesús a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.

Cuando ya habían cumplido con todo lo que dispone la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su pueblo de Nazaret. Y el niño crecía y se hacía más fuerte y más sabio, y gozaba del favor de Dios."


Este texto es la continuación del de ayer. Hoy es otra persona sencilla, la profetisa Ana, la que reconoce a Jesús. Una viuda que dedica todo su tiempo a servir al Señor. Una persona de oración. Ella nos muestra las dos actitudes que debemos extraer de la oración:

- Saber dar gracias a Dios.

- Hablar a todos de Jesús.

Quien ora de verdad no puede quedarse encerrado en uno mismo. Ha de comunicar a los demás las bondades del Señor.

José y María ya han cumplido todo lo prescrito por la ley y regresan a Nazaret. Allí, Jesús, irá creciendo, haciéndose poco a poco consciente de su misión. Allí llevará una vida humilde, sencilla, de pobre. Porque es desde la humildad como podemos crecer y hacernos auténticos hijos de Dios.

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