Se hizo hombre, es decir, tomó al hombre perfecto,
alma, cuerpo e inteligencia y todo cuanto el hombre es, excepto el pecado
Por: José Luis Martín Descalzo | Fuente: Vida y misterio de Jesús de Nazaret
Pienso que éste es un fragmento evangélico «muy para nuestros días». Y entiendo mal cómo se habla tan poco de él en los púlpitos. ¿Tal vez porque, si a los no creyentes les resulta difícil o imposible aceptar que Cristo sea Dios, a los creyentes les resulta... molesto reconocer que Cristo fuera plenamente hombre?
Por: José Luis Martín Descalzo | Fuente: Vida y misterio de Jesús de Nazaret
Pienso que éste es un fragmento evangélico «muy para nuestros días». Y entiendo mal cómo se habla tan poco de él en los púlpitos. ¿Tal vez porque, si a los no creyentes les resulta difícil o imposible aceptar que Cristo sea Dios, a los creyentes les resulta... molesto reconocer que Cristo fuera plenamente hombre?
Sí, eso debe de ser. Hay muchos cristianos que piensan que hacen un
servicio a Cristo pensando que fue «más» Dios que hombre, que se «vistió» de
hombre. pero no lo fue del todo. Cristo -parecen pensar- habría bajado al mundo
como los obispos y los ministros que bajan un día a la mina y se fotografían
-¡tan guapos!- a la salida, con traje y casco de mineros. Obispos y ministros
saben que esa fotografía no les "hace» mineros; que luego volverán a sus
palacios y despachos. ¿Y de qué nos hubiera servido a los hombres un Dios
«disfrazado» de hombre, «camuflado» de hombre, fotografiado -por unas horas- de
hombre?
Cuesta a muchos aceptar la «total» humanidad de Cristo. Si un predicador
se atreve a pintarle cansado, sucio, polvoriento o comiendo sardinas, ilustres
damas hablan «del mal gusto» cuando no ven herejía en el predicador. Pero no
pensaban lo mismo los evangelistas autores de las genealogías. Y no piensa lo
mismo la iglesia, tan celosa en defender la divinidad de Cristo como su
humanidad. Nada ha cuidado con tanto celo la Esposa como la verdad de la carne
del Esposo, se ha escrito con justicia.
Menos en el pecado -que no es parte sustancial de la naturaleza humana-
se hizo en todo a semejanza nuestra (/Flp/02/07) dirá san Pablo. Una de las más
antiguas fórmulas cristianas de fe -el Símbolo de Epifanio- escribirá: Bajó y
se encarnó, es decir, fue perfectamente engendrado; se hizo hombre, es decir,
tomó al hombre perfecto, alma, cuerpo e inteligencia y todo cuanto el hombre
es, excepto el pecado. El símbolo del concilio de Toledo, en el año 400,
recordará que el cuerpo de Cristo no era un cuerpo imaginario, sino sólido y
verdadero. Y tuvo hambre y sed, sintió el dolor y lloró y sufrió todas las
demás calamidades del cuerpo. No por ser el nacimiento maravilloso -dirá poco
después el papa san León Magno- fue en su naturaleza distinto de nosotros. Seis
siglos más tarde se obligará a los valdenses -con la amenaza de excomunión, de
no hacerlo- a firmar que Cristo fue nacido de la Virgen María con carne
verdadera por su nacimiento; comió y bebió, durmió y, cansado del camino,
descansó, padeció con verdadero sufrimiento de su carne, murió con muerte
verdadera de su cuerpo v resucitó con verdadera resurrección de su carne. El
concilio de Lyon recordará que Cristo no fue «hijo adoptivo» de la humanidad,
sino Dios verdadero y hombre verdadero, propio y perfecto en una y otra naturaleza,
no adoptivo ni fantástico. Y el concilio de Florencia recordará el anatema
contra quienes afirman que Cristo nada tomó de la Virgen María, sino que asumió
un cuerpo celeste y pasó por el seno de la Virgen, como el agua fluye y corre
por un acueducto.
Fue literalmente nuestro hermano, entró en esta pobre humanidad que
nosotros formamos, porque en verdad el Cristo de nuestra tierra es tierra. Dios
también, pero tierra también como nosotros.
Ahora entiendo por qué se me llenan de lágrimas
los ojos cuando pienso que si alguien hiciera un inmenso, inmenso, inmenso
árbol genealógico de la humanidad entera, en una de esas verdaderas ramas
estaría el nombre de Cristo, nuestro Dios.
Y en otras, muy distantes pero parte del mismo
árbol, estarían nuestros sucios y honradísimos nombres.
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