LUCES DE ADVIENTO
LA LUZ DE LA
PALABRA. Acércate al pensamiento de Dios. La lectura de su
Palabra te hará comprender y entender qué es lo que Dios quiere de ti y para
ti. O, tal vez, lo sentirás más cerca, más vivo, más comprometido con tu
existencia.
LA LUZ DE LA
VERDAD. El Señor aparecerá desnudo en Belén. Esa es una
gran realidad: DIOS se despoja de su grandeza para llegarse hasta nosotros con
un objetivo: que sea la VERDAD frente a tantos dioses que invaden nuestra
conciencia y nos convierten en esclavos del relativismo.
LA LUZ DEL AMOR. Las personas, además de medios económicos, necesitamos del cariño de
aquellos que nos rodean. Sólo los corazones obstinados y duros son incapaces de
reconocer la enfermedad que nos atenaza: somos calculadores y fríos. Jesús, con
su nacimiento, remueve el cemento de nuestras entrañas para convertirlo en
algodón que acoge y disfruta dándose a los demás.
LA LUZ DE LA
ESPERANZA. Las noticias negras nos sacuden y condicionan
nuestra felicidad. Los sucesos negativos nos llevan a una conclusión: el mundo
va a la deriva. La esperanza cristiana no nace de los grandes regidores del
mundo sino, por el contrario, de Jesús Salvador que nos trae otra óptica sobre
nuestra humanidad.
LA LUZ DE LA FE. Si dejamos de mirar al cielo sólo nos quedará el suelo y, ese suelo, se
agrieta frecuentemente. La fe es una lente por la que, aun sin ver, creemos que
DIOS vive y se manifiesta de una forma extraordinaria y vertiginosa en Cristo.
Lo podremos tocar, adorar y cantar. La fe nos hace tremendamente invencibles.
LA LUZ DE LA
IGLESIA. Algunos quisieran una Iglesia recluida y sin luz
interna. Es más; algunos sólo pretenden unos templos artísticamente bellos por
fuera pero sin vida divina por dentro. El Adviento nutre a la Iglesia de
aquello que la hace única, imperecedera y soñadora: Jesús es su energía y su
razón de ser.
LA LUZ DEL
OPTIMISMO. Un Niño nos va a nacer y, la casa de nuestro
corazón, es traspasada por la alegría. Nadie nos puede robar el sentido más
genuino de la Navidad. Tendremos que ser respetuosos con los que se quedan sólo
con el celofán navideño pero, nosotros, tendremos que ser como Juan Bautista:
anunciar que Alguien está por llegar. Eso produce una sensación de optimismo
real y contagioso.
LA LUZ DE LA
ORACIÓN. ¿Cómo será ese Niño? ¿Cómo vendrá? ¿Por qué Dios
se presenta pequeño y silencioso? La oración es una luz que nos ayuda a
prepararnos al acontecimiento de la Navidad. Un cristiano que no reza en
adviento es un cristiano que puede ser seducido e inmovilizado por lo
secundario o por lo artificial. Quien reza en adviento se convierte en un
pesebre donde Dios nacerá con especial vigor.
LA LUZ DE LA
SOBRIEDAD. Las circunstancias dolorosas de muchas personas
reclaman de nosotros no sólo solidaridad sino caridad. El adviento, como Juan
proclama, nos invita a despojarnos de aquello que puede estorbar a un Niño que
merece la mejor habitación de la casa de nuestra persona. Si nos volcamos con
los demás…Dios nacerá en toda su magnitud en nosotros.
LA LUZ DE LA
EUCARISTÍA. La Iglesia es una gran familia que, cuando se
reúne, pide perdón, escucha, reza, canta y hace presente el Memorial de la
Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. La Eucaristía, en adviento, nos hace
mejores centinelas, nos mantiene despiertos, nos llena del Espíritu de María y,
sobre todo, nos centra en lo esencial: DIOS VIENE A
NUESTRO ENCUENTRO.
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