Partes de la Misa: Ofertorio
El pan y el vino, fruto del trabajo del hombre, son llevados al altar en
procesión como símbolo de la ofrenda de cada uno de los presentes.
Por: Taís Gea | Fuente: Catholic.net
¿QUÉ OFRECEMOS EN EL OFERTORIO?
Por: Taís Gea | Fuente: Catholic.net
¿QUÉ OFRECEMOS EN EL OFERTORIO?
El ofertorio es uno de los momentos de la Misa en el que Dios pide
nuestra especial participación. El pan y el vino, fruto del trabajo del hombre,
son llevados al altar en procesión como símbolo de la ofrenda de cada uno de
los presentes. Pero ¿qué es realmente aquello que ofrecemos al Señor?
MANOS VACÍAS
Volvemos la mirada a nuestras manos y las encontramos vacías. Dios
quiere hacer una alianza con el hombre y le pide su parte del pacto y nosotros
no encontramos nada que ofrecer (Gen. 17, 7-9). Si quieres busca en tu memoria
tus grandes méritos y tus grandes hazañas y ponlos en tus manos. Te aseguro que
serán pocos y aún así, ¿no habrá sido Dios mismo quien te ha dado la gracia
para realizarlos? Igualmente puedes preséntalos al Señor. Dios acoge aquello
que le quieras ofrecer y lo acepta con amor.
Dios, en la persona del sacerdote, está al frente del altar viéndote
entrar por el pasillo. Te ve caminar hacia Él con tus manos llenas de triunfos,
virtudes, actos de caridad, limosnas. Le presentas aquello que crees que le va
a honrar. Sin embargo, cuando llegas y le muestras todo aquello que traes en
las manos, te mira con ternura a los ojos, coge todos tus logros, los pone a un
lado y te dice: “El honor más grande es tenerte a
ti como hijo”. En ese momento te abraza con fuerza y te acoge como hijo,
seas como seas, con tus manos llenas o vacías. Puedes escuchar en tu corazón
esas palabras del Padre y descansar en Él. Recuerda que Dios no pide nada y lo
da todo.
Al reconocer esta actitud de Dios, nos preguntamos: ¿qué es lo que
quiere Él? ¿qué hay en mí que le pueda agradar? ¿qué ofrenda será grata a sus
ojos?
LA VOZ DE LA
ESCRITURA
La respuesta a esta pregunta la encontramos en la Sagrada Escritura.
Dios nos revela que: “no te agrada el sacrificio,
si ofrezco un holocausto no lo aceptas. El sacrificio a Dios es un espíritu
contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias.” (Sal
51, 18-19). Siguiendo esta misma línea Cristo en el Evangelio nos responde con
palabras claras: “Si hubieseis comprendido lo que
significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificios.” (Mt 12,
7).
En el acto penitencial, hemos aprendido a reconocer nuestra pequeñez,
miseria y limitación. Hemos visto la necesidad de vaciarnos para ser colmados
por Dios. La misericordia de Dios va más allá. Dios, sabiendo que no teníamos
nada que ofrecerle, nos invita a ofrecerle nuestra nada. “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios,
que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios:
tal será vuestro culto espiritual.” (Rom 12, 1).
LA OFRENDA DEL
PECADOR: ÉL MISMO
Puede ayudar preguntarle: ¿Señor, qué quieres de mí?, ¿quieres que
cumpla con mis deberes como cristiano?, ¿esa es mi ofrenda? Y escuchar cómo te
dice al corazón: te quiero a ti. Dios quiere que nuestra ofrenda seamos
nosotros mismos. La alianza se sella con la sangre: Su sangre y la tuya (Mt 26,
28). Tu sangre, tu herida más profunda, es la herida de tu pecado. Aprende a
ofrecer aquello de lo que te avergüenzas, aquello que deseas ocultar, aquello
que no quieres que nadie vea; ofrécelo. Será grato a los ojos de Dios. Porque: “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los
humildes.” (Sant 4, 6).
Es así como la miseria se convierte en nuestro mayor tesoro siempre y
cuando vivamos de esperanza. “En tu salvación
espero, Yahveh.” (Gen. 49, 18). Para quien no se sabe abandonar en Dios,
su miseria se convierte en el mayor obstáculo para llegar a Él. Quien espera en
el Señor, su miseria lo lleva a la más íntima unión con Él (Sal. 51). No hay
nada que separe a esa alma de Dios. El alma que confía se lanza hacia el Señor
sin pensar dos veces si va a ser agradable o no a sus ojos.
ABRIR LAS MANOS EN
EL OFERTORIO
Estamos acostumbrados a cerrar las manos para no mostrar la suciedad que
hay en ellas. Te invito a abrirlas ante el Señor durante el ofertorio. El Señor
quiere ver tus manos, quiere ver tu actitud de ofrenda. Quiere ver que en tus
manos sucias hay un corazón. Un corazón pequeño y herido pero totalmente suyo
(Ez 11, 19-20). El corazón que Él mismo ha creado y que conoce profundamente
(Sal 139). Está deseando unir su Sagrado Corazón con el tuyo. No esperes más y
concédele el regalo de tu humilde corazón.
ORACIÓN PARA EL
OFERTORIO
Puedes acompañar tu ofrenda con esta pequeña oración:
Padre de bondad, me presento ante ti sin nada.
Todos los esfuerzos por merecer tu amor han sido en vano. Me doy cuenta que no
quieres de mí actos heroicos sino que me ofrezca como soy. Tú conoces mi
corazón, tú lo creaste, es por eso que te lo devuelvo deseando que sea ésta la
ofrenda agradable a tus ojos. Es poco lo que te doy pero es mi todo. Acéptalo
porque eres bueno y misericordioso.
Cuando veas al sacerdote elevar el pan y el vino asegúrate de que tu
corazón sea también parte de esa ofrenda. Al sacerdote le corresponde la misión
de ser mediador entre Dios y nosotros. Es él quien, en nombre de todos,
presenta el objeto de la ofrenda al Padre (Heb. 5, 1). Es necesario que
coloques toda tu alma en la patena y veas como se eleva al Dios del cielo.
Puedes unirte a las palabras del sacerdote y decirlas desde el corazón.
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