martes, 24 de noviembre de 2015

ESCUCHANDO SE PARTICIPA EN LA LITURGIA


Escuchar requiere un acto interior de la inteligencia y del corazón, para captar e integrar, asimilando. Es un acto consciente. Oír es algo reflejo, donde captamos muchos sonidos, pero no todos son pensados ni acogidos. Escuchar sí requiere una inteligencia amorosa, una capacidad de recepción, atención, disponibilidad, desterrando cuanto nos pueda distraer o apartar para no desperdiciar ninguna palabra.

            He aquí, entonces, un modo más de participación litúrgica, fructuosa e interior.

            La escucha, en primer lugar, se refiere a las lecturas de la Palabra de Dios en la liturgia, que merecen ser bien proclamadas, con lectores aptos para leer en público y en alta voz (y no por un falso concepto de participación, aceptar que cualquiera lea, aunque luego no sepa ni entonar): “pido que la liturgia de la Palabra se prepare y se viva siempre de manera adecuada. Por tanto, recomiendo vivamente que en la liturgia se ponga gran atención a la proclamación de la Palabra de Dios por parte de lectores bien instruido” (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, n. 45). Y también: “Es necesario que los lectores encargados de este servicio, aunque no hayan sido instituidos, sean realmente idóneos y estén seriamente preparados. Dicha preparación ha de ser tanto bíblica y litúrgica, como técnica” (Benedicto XVI, Verbum Domini, n. 58).

            Hay una mayor abundancia de lecturas bíblicas y un Leccionario muy completo, tal como pedía la Constitución Sacrosanctum Concilium:

“A fin de que la mesa de la palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de modo que, en un período determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura” (SC 51).

Ahora bien, esto no siempre va acompañado de una lectura clara, solemne, por parte de los lectores, y tampoco se conduce al pueblo cristiano a entender que su participación en la liturgia incluye el escuchar amorosamente la Palabra divina: parece que participa más el lector que el fiel que escucha, cuando en realidad el lector es un servidor para que todos puedan participar escuchando.

            “En la liturgia, Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración” (SC 33). Por eso “hay que fomentar aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura que atestigua la venerable tradición de los ritos, tanto orientales como occidentales” (SC 24).

            La Palabra, para ser escuchada, debe ser acogida en lo interior, con el suficiente silencio y reposo, ha de ser meditada y debe iluminar las mentes y los corazones orientando nuestros pasos. “La palabra sólo puede ser pronunciada y oída en el silencio, exterior e interior… Exhorto a los pastores a fomentar los momentos de recogimiento, por medio de los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, la Palabra de Dios se acoge en el corazón” (Benedicto XVI, Verbum Domini, n. 66). La Palabra de Dios provoca en nosotros una respuesta de fe, el asentimiento de todo nuestro ser. Se entabla así un diálogo de Dios con el hombre. Su Palabra nos conducirá a estar cada cual “enteramente disponible a la voluntad de Dios” como la Virgen María (Id., n. 27).

            Para participar así en la liturgia, escuchando la Palabra proclamada, hallamos un gran modelo en la Virgen María, que nos enseña a participar de veras en el culto divino con sus actitudes internas más personales. Ella es la Virgen oyente y así Ella nos enseña a participar escuchando:

            “María es la "Virgen oyente", que acoge con fe la palabra de Dios: fe, que para ella fue premisa y camino hacia la Maternidad divina, porque, como intuyó S. Agustín: "la bienaventurada Virgen María concibió creyendo al (Jesús) que dio a luz creyendo" (45); en efecto, cuando recibió del Ángel la respuesta a su duda (cf. Lc 1,34-37) "Ella, llena de fe, y concibiendo a Cristo en su mente antes que en su seno", dijo: "he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38) (46); fe, que fue para ella causa de bienaventuranza y seguridad en el cumplimiento de la palabra del Señor" (Lc 1, 45): fe, con la que Ella, protagonista y testigo singular de la Encarnación, volvía sobre los acontecimientos de la infancia de Cristo, confrontándolos entre sí en lo hondo de su corazón (Cf. Lc 2, 19. 51). Esto mismo hace la Iglesia, la cual, sobre todo en la sagrada Liturgia, escucha con fe, acoge, proclama, venera la palabra de Dios, la distribuye a los fieles como pan de vida (47) y escudriña a su luz los signos de los tiempos, interpreta y vive los acontecimientos de la historia” (Pablo VI, Marialis cultus, n. 17).

Hemos de recuperar el valor sagrado de la liturgia de la Palabra, su expresividad ritual; la participación plena, activa y fructuosa requiere una atención cordial a las lecturas bíblicas para que sean recibidas; necesitan del silencio orante y oyente, del canto del salmo, de la interiorización... y de buenos lectores que sepan ser el eslabón último de la Revelación en el “hoy” de la Iglesia.

            “Los fieles tanto más participan de la acción litúrgica, cuanto más se esfuerzan, al escuchar la palabra de Dios en ella proclamada, por adherirse íntimamente a la palabra de Dios en persona, Cristo encarnado, de modo que procuren que aquello que celebran en la Liturgia sea una realidad en su vida y costumbres, y a la inversa, que lo que hagan en su vida se refleje en la Liturgia” (OLM 6).

(De nuevo, una vez más, algo en principio que parece "pasivo", como es escuchar, resulta que sí es participación: ¿por qué identificamos "participar" con "hacer algo"? Escuchando la Palabra con obediencia de fe, se participa, y mucho, en la santa liturgia).

Javier Sánchez Martínez

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