VATICANO, 21 Oct. 15 / 04:18 am (ACI).- El Papa Francisco dedicó la
Audiencia General de este miércoles a la promesa conyugal, es decir, “la promesa de amor y de fidelidad que el hombre y la
mujer se hacen el uno al otro”. En su catequesis destacó que “la fidelidad a las promesas es una verdadera obra
maestra de humanidad".
A continuación el texto completo de la catequesis gracias a Radio
Vaticano:
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
En la meditación pasada hemos reflexionado sobre las importantes
promesas que los padres hacen a los niños, desde que ellos son pensados en el
amor y concebidos en el vientre.
Podemos agregar que, mirando bien, la entera
realidad familiar está fundada sobre la promesa - pensar bien esto, la
identidad familiar está fundada sobre la promesa-: se puede decir que la familia vive de la promesa
de amor y de fidelidad que el hombre y la mujer hacen el uno a la otra. Esta
implica el compromiso de acoger y educar a los hijos; pero actúa también en el
cuidado de los padres ancianos, en el proteger y cuidar los miembros más
débiles de la familia, en el ayudarse el uno al otro para realizar las propias
cualidades y aceptar los propios límites. Y la promesa conyugal se amplía al
compartir las alegrías y los sufrimientos de todos los padres, las madres, los
niños, con generosa apertura en la humana convivencia y el bien común. Una
familia que se encierra en sí misma es como una contradicción, una
mortificación de la promesa que la ha hecho nacer y la hace vivir. No olviden
nunca: la identidad de la familia siempre es una promesa que se alarga y se
alarga a toda la familia y a toda la humanidad.
En nuestros días, el honor de la fidelidad a la
promesa de la vida familiar aparece muy
debilitada. Por una parte, por un derecho mal entendido de buscar la propia
satisfacción, a toda costa y en cualquiera relación, es exaltado como un
principio no negociable de libertad. Por otra parte, porque se confían
exclusivamente a la obligación de la ley los vínculos de la vida de relación y
del compromiso por el bien común. Pero, en realidad, ninguno quiere ser amado
solo por sus propios bienes o por obligación. El amor, como también la amistad,
deben su fuerza y su belleza a este hecho: que generan un vínculo sin quitar la
libertad. El amor es libre, la promesa de la familia es libre, y esta es la
belleza. Sin libertad no puede haber amistad, sin libertad no hay amor, sin
libertad no hay matrimonio.
Por lo tanto, libertad y fidelidad no se oponen
la una a la otra, más bien se sostienen mutuamente, sea en las relaciones
interpersonales, sea en las sociales. De hecho, pensamos a los daños que
producen, en la civilización de la comunicación global, la inflación de
promesas incumplidas, en varios campos, ¡y la indulgencia por la infidelidad a
la palabra dada y a los compromisos adquiridos!
Si, queridos hermanos y hermanas, la fidelidad
es una promesa de compromiso autocumplida, creciendo en la libre obediencia a
la palabra dada. La fidelidad es una confianza que “quiere” ser realmente
compartida, y una esperanza que “quiere” ser cultivada juntos. Y hablando de
fidelidad me viene a la mente aquello que nuestros ancianos, nuestros abuelos
cuentan: “ay aquellos tiempos” cuando se hacía un acuerdo, un apretón de mano,
era suficiente, porque había la fidelidad a las promesas y esto que es un hecho
social también tiene el origen en la familia, en el apretón de manos del hombre
y de la mujer para ir hacia adelante juntos, toda la vida.
La fidelidad a las promesas son ¡una verdadera
obra de arte de humanidad! Si miramos a su audaz belleza, estamos asustados,
pero si despreciamos su valiente tenacidad, estamos perdidos. Ninguna relación
de amor –ninguna amistad, ninguna forma de querer bien, ninguna felicidad del
bien común- alcanza la altura de nuestro deseo y de nuestra esperanza, si no
llega a habitar este milagro del alma. Y digo “milagro”, porque la fuerza y la
persuasión de la fidelidad, a pesar de todo, no terminan de encantar y de sorprendernos.
El honor a la palabra dada, la fidelidad a la promesa, no se pueden comprar ni
vender. No se pueden obligar con la fuerza, y ni siquiera, y ni si quiera,
cuidar sin sacrificio.
Ninguna otra escuela puede enseñar la verdad del
amor, si la familia no lo hace. Ninguna ley puede imponer la belleza y la
herencia de este tesoro de la dignidad humana, si el vínculo personal entre
amor y generación no la escribe en nuestra carne.
Hermanos y hermanas, es necesario restituir
honor social a la fidelidad del amor: restituir honor social a la fidelidad del
amor. Es necesario sustraer a la clandestinidad el milagro cotidiano de
millones de hombres y mujeres que regeneran su fundamento familiar, del cual
cada sociedad vive, sin estar en grado de garantizarlo en ningún otro modo. No
por casualidad, este principio de la fidelidad a la promesa del amor y de la
generación está escrito en la creación de Dios como una bendición perene, a la
cual está confiado el mundo.
Si san Pablo puede afirmar que en el vínculo familiar
está misteriosamente revelada una verdad decisiva también para el vínculo del
Señor y de la Iglesia,
quiere decir que la Iglesia misma encuentra aquí una bendición de cuidar y de
la cual siempre aprender, antes de enseñarla y disciplinarla. Nuestra fidelidad
a la promesa está aún siempre confiada a la gracia y a la misericordia de Dios.
El amor por la familia humana, en las buenas y en las malas, ¡es un punto de
honor para la Iglesia! Dios nos conceda ser a la altura de esta promesa. Y
rezamos también por los padres del Sínodo: el Señor bendiga su trabajo,
realizado con fidelidad creativa, en la confianza que Él en primer lugar, el
Señor, Él en primer lugar, es fiel a sus promesas. Gracias.
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