NUEVE HISTORIAS
SOBRE ALMAS DEL PURGATORIO
RELATOS PIADOSOS.
Siempre es bueno reavivar
nuestra creencia en el purgatorio, porque seguramente habrá allí en este
momento parientes, amigos y conocidos a la espera de nuestra oraciones le hagan
más corto su período de purgación, y porque quizás nos toque estar allí un tiempo,
y estaremos también anhelando que oren por nosotros.
OFRECEMOS NUEVE
RELATOS ANTIGUOS SOBRE ALMAS DEL PURGATORIO.
PRIMER RELATO
Refiere Tomás de Cantimprato
que a un hombre muy virtuoso, pero que, a causa de una larga y terrible enfermedad,
estaba muy deseoso de morir, se le apareció el Ángel del Señor y le dijo:
“Dios ha aceptado
tus deseos, escoge, pues: o pasar tres días en el purgatorio y después ir al
cielo, o ir al cielo sin pasar por el purgatorio, pero sufriendo todavía un año
de esa enfermedad”.
Eligio lo primero: murió y fue
al purgatorio. No había aun pasado un día, cuando el ángel se le presento de
nuevo. Apenas le hubo visto aquella pobre alma, “no
es posible, exclama, que tú seas el Ángel bueno, pues me has engañado así. Me
decías que solo estaría tres días en este lugar, ¡y hace ya tantos años que estoy
sufriendo aquí las más horribles penas!
-Tú eres quien te
engañas, contesto el Ángel: todavía no ha pasado un día, tu cuerpo esta aun por
enterrar, si prefieres sufrir un año más esta enfermedad Dios te permite aun
salir del Purgatorio y volver al mundo.
– Si, Ángel
santo, replico, no solo esta enfermedad durante un año, sino cuantas penas,
dolores y males haya en el mundo sufriré gustoso, antes que padecer una sola
hora las penas del Purgatorio”.
Volvió, pues, a la vida y
sufrió con admirable alegría un año más aquella enfermedad, publicando a todos
lo terrible que son las penas del Purgatorio.
SEGUNDO RELATO
Refieren varios autores que
estando un religioso carmelita descalzo en oración, se le apareció un difunto
con semblante muy triste y todo el cuerpo rodeado de llamas.
– ¿Quién eres tú?
¿Qué es lo que quieres?, preguntó el
religioso.
– Soy, respondió, el pintor que
murió días pasados, y deje cuanto había ganado para obras piadosas.
-¿Y cómo padeces
tanto, habiendo llevado una vida tan ejemplar?, volvió a decirle al religioso.
-¡Ay!, contesto el difunto, en
el tribunal del supremo Juez se levantaron contra mi muchas almas, unas que
padecían terribles penas en el purgatorio, y otras que ardían en el infierno, a
causa de una pintura obscena que hice a instancias de un caballero.
Por fortuna mía se presentaron
también muchos santos, cuyas imágenes
pinte, y dijeron para defenderme que había hecho aquella pintura inmodesta en
la juventud, que después me había arrepentido y cooperado a la salvación de
muchas almas, pintando imágenes de Santos, y por último que había empleado lo
que había ganado a fuerza de muchos sudores, en limosnas y obras de piedad.
Oyendo el Juez soberano estas
disculpas, y viendo que los santos interponían sus méritos, me perdono las
penas del infierno pero me condeno a estar en el purgatorio mientras dure
aquella pintura.
Avisa pues, al caballero N.N.
que la eche al fuego, y ¡ay! de él si no lo hace. Y en prueba de que es verdad
lo que te digo, sepa que dentro de poco tiempo morirán dos de sus hijos. Creyó,
en efecto, el caballero la visión y arrojo al fuego la imagen escandalosa.
Antes de los dos meses se le murieron los dos hijos, y el reparó con rigurosa
penitencia los daños ocasionados a las almas.
TERCER RELATO
Estaba santa Brígida en
altísima contemplación, cuando fue llevada en espíritu al purgatorio. Allí vio,
entre otras, a una noble doncella, y holló que se quejaba amargamente de su
madre, por el demasiado que le había tenido: “!AH!
decía, en vez de reprenderme y sujetarme, ella me proporcionaba modas, novios,
me incitaba a ir a los bailes, saraos, teatros, y hasta me engalanaba ella
misma. Es verdad que me enseñaba alguna devociones, pero que gusto podían dar
estas a Dios yendo mezcladas con tanto galanteo y profanidad?.
No obstante, como
la misericordia del señor es tan grande, por aquellas devociones que hacía,
Dios me concedió tiempo para confesarme bien y librarme del infierno.
Pero ¡ay!, ¡que
penas estoy padeciendo, si lo supieran mis amigas!! ¡que vidas tan distintas
llevarían!!. La cabeza que antes ataviaba con dijes y vanidades esta ahora
ardiendo entre llamas vivísimas, las espaldas y brazos que llevaba descubiertos
los tengo ahora cubiertos y apretados con hierros de fuego ardentísimo, las
piernas y pies, que adornaba para el baile ahora son atormentados
horriblemente, todo mi cuerpo, en otro tiempo tan pulido y ajustado ahora se
halla sumergido en toda clase de tormentos.”
Conto la santa esta visión a
una prima de la difunta, muy entregada también a la vanidad, y esta cambio de
vida en términos que, entrando a un convento de muy rigurosa observancia
procuro con rigidísimas penitencias reparar los desórdenes pasados, y auxiliar
a su parienta que estaba padeciendo tanto en el purgatorio.
CUARTO RELATO
Había en Bolonia una viuda
noble, que tenía un hijo único muy querido. Estando divirtiéndose un día con
otros jóvenes, paso un forastero y les interrumpió el juego. Reprendiéndole
ásperamente el hijo de la viuda, y resentido el forastero, saco un puñal, se lo
clavo en el pecho y dejándole palpitando en el suelo, echo a huir calle abajo
con el puñal ensangrentado en la mano, y se metió en la primera casa que
encontró abierta.
Allí suplicó a la señora que
por amor de Dios le ocultase, y ella, que era precisamente la madre del joven
asesinado, le escondió en efecto. Entre tanto llego la justicia buscando al
asesino, y no hallándole allí, “sin duda, dijo uno
de los que les buscaba, no sabe esta señora que el muerto es su hijo, pues si
lo supiera, ella misma nos entregaría al reo, que indudablemente debe estar
aquí”.
Poco falto, para que muriese la
madre de sentimiento al oír estas palabras. Mas luego, cobrando ánimo y
conformándose con la voluntad Divina, no solo perdono al que había matado a su
único y tan estimado hijo, sino que le entrego todavía una cantidad de dinero y
el caballo del difunto para que huyese con más prontitud, y después le adopto
como su hijo.
Pero, ¡cuán agradable fue a
Dios esta generosa conducta! Pocos días después estaba la buena señora, haciendo oración, por el alma del
difunto, cuando de pronto se le apareció su hijo, todo resplandeciente y
glorioso, diciéndole: “Enjuagad madre mía, vuestras
lágrimas y alegraos, que me he salvado. Muchos años tenía que estar en el
purgatorio, pero vos me habéis sacado de él, con las virtudes heroicas que
practicasteis perdonando y haciendo bien al que me quito la vida. Más os debo
por haberme librado de tan terribles penas, que por haberme dado a luz. Os doy
las gracias por uno y otro favor, ¡adiós, madre mía, adiós, me voy al cielo
donde seré dichoso por toda la eternidad”.
QUINTO RELATO
Derrotado por Cayano, el
ejército de Mauricio y hechos prisioneros gran número de soldados, Cayano pidió
al emperador una moneda y no de valor muy subido, por el rescate de cada
prisionero. Mauricio se negó a darla. Cayano pidió entonces una de menos valor,
y habiéndosela también rehusado, exigió por ultimo una ínfima cantidad, la que
no habiendo podido lograr tampoco, irritado el bárbaro, mando cortar la cabeza
a todos los soldados imperiales que tenía en su poder. Mas ¿Qué sucedió?
Pocos días después Mauricio
tuvo una espantosa visión. Citado al tribunal de Dios, veía gran multitud de
esclavos que arrastraban pesadas cadenas, y con horrendos gritos pedían
venganza contra él. Oyendo el Juez supremo, tan justas quejas, se vuelve a
Mauricio y le pregunta:
¿Dónde quieres
ser más castigado: en esta o en la otra vida?
-¡Ah! Benignísimo Señor,
responde el prudente emperador, prefiero ser castigado en este mundo. Pues
bien, dijo el juez, en pena de tu crueldad con aquellos pobres soldados, cuya
vida no quisiste salvar a tan poco precio, uno de tus soldados te quitara la
corona, fama y vida acabando con toda tu familia”.
En efecto, pocos días después
se le insurrecciono el ejército, proclamando a Focas por emperador. Mauricio
fugitivo se embarcó en una pequeña nave con algunos pocos que le seguían, más
en vano, furiosas las olas lo arrojan a la playa, y llegando los partidarios de
Focas, le atan a él y a cuantos le seguían y los llevan a Eutropia, en donde,
¡oh, padre infeliz!
Después de haber visto con sus propios
ojos la cruel carnicería que hicieron de cinco hijos suyos, fue muerto
ignominiosamente, y no paso mucho tiempo sin que el resto de su familia
sufriese la misma desgracia.
¡Ah! Cristianos que oís esto,
no son unos pobres soldados, son vuestros propios hermanos y vuestros propios
padres los que han caído prisioneros de la Justicia divina.
Este Dios misericordioso pide
por su rescate una muy pequeña moneda, de gran valor, es verdad, pero muy fácil
de dar. “¿Y seréis tan duros que se le neguéis? ¿Tan insensibles seréis a la
felicidad de las ánimas y a vuestros propios intereses?
SEXTO RELATO
Tenía una pobre mujer
napolitana una numerosa familia que mantener, y a su marido en la cárcel,
encerrado por deudas. Reducida a la última miseria, presento un memorial un
gran señor, manifestándole su infeliz estado y aflicción, pero con todas las
suplicas no logro más que unas monedas.
Entra desconsolada a una
Iglesia, y encomendándose a Dios, siente una fuerte inspiración de hacer decir
con aquellas monedas una Misa por las Ánimas, y pone toda su confianza en Dios,
único consuelo de los afligidos. ¡Caso extraño!
Oída la Misa, se volvía a casa,
cuando encuentra a un venerable anciano, que llegándose a ella le dice: “¿Qué tenéis, mujer? ¿Qué os sucede?” La pobre le
explico sus trabajos y miserias. El anciano consolándola le entrega una carta,
diciéndole que la lleve al mismo señor que le ha dado las monedas. Este abre la
carta, y ¿Cuál no es su sorpresa cuando ve la letra y firma de su amantísimo
padre ya difunto? ¿Quién os ha dado esta carta?
-No lo conozco, respondió la
mujer, pero era un anciano muy parecido a aquel retrato, solo que tenía la cara
más alegre. Lee de nuevo la carta, y observa que le dicen: “Hijo mío muy querido, tu padre ha pasado del purgatorio
al cielo por medio de la Misa que ha mandado celebrar esa pobre mujer. Con
todas veras la encomiendo a tu piedad y agradecimiento, dale una buena paga,
porque está en grave necesidad”.
El caballero, después de haber
leído y besado muchas veces la carta, regándola con copiosas lágrimas de
ternura: “Vos, dice a la afligida mujer, vos con la
limosna que os hice, habéis labrado la felicidad de mi estimado padre, yo ahora
hare la vuestra, la de vuestro marido y familia”.
En efecto, pago las deudas,
saco al marido de la cárcel, y tuvieron siempre de allí en adelante cuanto
necesitaban y con mucha abundancia. Así recompensa Dios, aun en este mundo, q
los devotos de las benditas Animas.
SÉPTIMO RELATO
Cómo, diciendo misa el hermano
Juan de Alverna el día de Difuntos, vio que muchas almas eran liberadas del
purgatorio.
Celebraba una vez la misa el hermano Juan el
día siguiente a la fiesta de Todos los Santos por todas las almas de los
difuntos, como lo tiene dispuesto la Iglesia, y ofreció con tanto afecto de
caridad y con tal piedad de compasión este altísimo sacramento, el mayor bien
que se puede hacer a las almas de los difuntos por razón de su eficacia, que le
parecía derretirse del todo con la dulzura de la piedad y de la caridad
fraterna.
Al alzar devotamente el cuerpo
de Cristo y ofrecerlo a Dios Padre, rogándole que, por amor de su bendito Hijo
Jesucristo, puesto en cruz por el rescate de las almas, tuviese a bien liberar
de las penas del purgatorio a las almas de los difuntos creadas y rescatadas
por Él, en aquel momento vio salir del purgatorio un número casi infinito de
almas, como chispas innumerables que salieran de un horno encendido, y las vio
subir al cielo por los méritos de la pasión de Cristo, el cual es ofrecido cada
día por los vivos y por los difuntos en esa sacratísima hostia, digna de ser
adorada por los siglos de los siglos. Amén.
OCTAVO RELATO
Cómo, por los méritos de fray
Gil, fue librada del purgatorio el alma de un fraile Predicador, amigo suyo.
Estaba ya fray Gil con la
enfermedad de la que a pocos días murió, y enfermó también de muerte un fraile
dominico. Otro religioso amigo de éste, viéndole próximo a morir, díjole:
– Hermano mío, si
te lo permitiese el Señor, quisiera que después de tu muerte vinieses a decirme
en qué estado te encuentras.
El enfermo prometió
complacerle, caso de que le fuese posible.
Ambos enfermos murieron el
mismo día, y el de la Orden de Predicadores se apareció a su hermano
superviviente, y le dijo:
– Voluntad es de Dios que te
cumpla la promesa.
– ¿Qué es de ti?
-le preguntó el fraile.
– Estoy bien -respondió el
muerto-, porque aquel mismo día murió un santo fraile Menor, llamado fray Gil,
al cual, por su grande santidad, concedió Jesucristo que llevase al cielo todas
las almas que había en el purgatorio. Con ellas estaba yo en grandes tormentos,
y por los méritos del santo fray Gil me veo libre.
Dicho esto, desapareció, y el
fraile que tuvo esta visión no la reveló a nadie; pero ya enfermo, temeroso del
castigo de Dios por no haber manifestado la virtud y gloria de fray Gil, hizo
llamar a los frailes Menores. Se presentaron diez, y, reunidos con los frailes
Predicadores, reveló el enfermo devotamente la visión ya referida. Investigaron
con diligencia, y supieron que los dos habían muerto en un mismo día.
En alabanza de Jesucristo y del
pobrecillo Francisco. Amén.
NOVENO RELATO
Santa Gertrudis, aquella esposa
tan regalada del Señor, había hecho donación de todos sus méritos y obras
buenas a las pobres Ánimas del purgatorio, y para que los sufragios tuviesen
más eficacia y fuesen más adeptos a Dios, suplicaba a su Divino Esposo le
manifestase porque alma quería que satisficiese. Se lo otorgaba su Divina
Majestad, y la santa multiplicaba, oraciones, ayunos, cilicios, disciplinas y
otras penitencias, hasta que aquella alma hubiese salido del purgatorio. Sacada
una, pedía al Señor le señalara otra, y así logro liberar a muchas de aquel
horrible fuego.
Siendo ya la santa de edad
avanzada, le sobrevino una fuerte tentación del enemigo que le decía: “¡Infeliz de ti! ¡Todo lo has aplicado a las Ánimas del
Purgatorio, y no has satisfecho todavía tus pecados! Cuando mueras, ¡que penas
y tormentos te esperan!”
No dejaba de acongojarla este
pensamiento, cuando se le apareció Cristo Señor Nuestro, y la consoló diciendo:
“Gertrudis, hija mía muy amada, no temas, los
sufragios que tu ofreciste a las Ánimas del Purgatorio, me fueron muy
agradables, tu no perdiste nada, pues en recompensa no solo te perdono las
penas que allí habías de padecer, sino que aun aumentare tu gloria de
muchísimos grados. ¿No había prometido yo dar el ciento por uno, pagando a mis fieles
servidores con medida buena, abundante y apretada? Pues mira, yo hare que todas
las almas libertadas con tus oraciones y penitencias te salgan a recibir con
muchos Ángeles a la hora de la muerte, y que, acompañada de este numeroso y
brillante cortejo de bienaventurados, entres en el triunfo de la gloria”.
Fuentes: Jesús te
busca, Signos de estos Tiempos
VISIONES DE SANTA BRÍGIDA SOBRE EL PURGATORIO
Reveló la
Virgen María a santa Brígida lo siguiente: “Yo soy
la Madre de todas las almas que estén en el purgatorio, y todas las penas que
tienen que purgar por las faltas cometidas, constantemente son aliviadas y
mitigadas por mis plegarias”.
En tiempos de santa Brígida hubo un hombre noble y rico, pero entregado
enteramente a la disolución y demás vicios. (Auriem t, 1, pág. 182). Le dio la
última enfermedad, y sin embargo en todo pensaba menos en disponerse para la
muerte.
Súpolo Santa Brígida, y al instante se puso a pedir eficazmente al Señor
que ablandase el pecho de aquel pecador obstinado, y le convirtiese; y tantas
veces y con tal insistencia llamó a las puertas de la divina misericordia, que
al fin le habló su Majestad, diciéndole que fuese a un sacerdote a exhortar al
enfermo a penitencia. Hízolo tres veces uno muy celoso, pero por mas que le
dijo fue todo en vano, hasta que la cuarta vez ayudado de la gracia divina,
logró compungirle y trocarle el corazón, de suerte que exclamó el enfermo:
“Hace setenta años que no me he confesado, habiendo sido en tan largo tiempo
esclavo del demonio, guardándole fidelidad, y aun tratando estrechamente con
él; pero ahora me siento enteramente mudado, pido confesión, y espero que Dios
me ha de perdonar”. Esto dicho con abundantes lágrimas, se confesó cuatro veces
aquel mismo día, al siguiente recibió el Viático, y pasados otros seis murió
con extraordinario compunción. Apenas había espirado se apareció el Señor a
santa Brígida, y le dijo que su alma había ido al purgatorio, y que no tardaría
en estar en el cielo. Quedó la santa admirada sobre manera de que un hombre que
tan mal había vivido, hubiese al fin muerto en gracia, y el Señor le declaró el
motivo con estas palabras: “Sabe, hija, que la devoción de mi querida Madre le
ha cerrado las puertas del infierno, porque aunque él nunca la amó de veras,
tenía devoción a sus dolores, y siempre que los consideraba, o solo de oír su
nombre mostraba compasión; por esto ha encontrado un atajo para salvarse”.
DEL
LIBRO DE LAS REVELACIONES
Libro
6, Capítulo 5 Incomparable poder y
misericordia de la Virgen María. Siete espantosos tormentos padecidos por el
alma de un príncipe en el purgatorio, y eficacia de la limosna, del sacrifico
de la misa y de la sagrada comunión, para librarle de ellos.
Yo soy la Reina del cielo, dice la Virgen a la Santa; yo soy Madre de la
misericordia; yo soy la alegría de los justos y la intercesora de los pecadores
para con Dios. En el fuego del purgatorio no hay pena alguna que por mí no se
haga más suave y llevadera de lo que de otro modo sería; tampoco hay ningún
mortal tan desventurado, que mientras vive, carezca de mi misericordia, pues
por mi causa, tientan los demonios menos de lo que en otro caso tentarían; ni
hay ninguno tan apartado de Dios, a no ser que del todo estuviere maldito, que
si me invocare, no vuelva a Dios y no alcance misericordia.
Y porque soy misericordiosa y he alcanzado de mi Hijo misericordia,
quiero manifestarte cómo ese difunto amigo tuyo, de quien te compadeces, podrá
librarse de los siete castigos de que mi Hijo te ha hablado. Y en primer lugar,
se libertará del fuego que por la incontinencia padece, si con arreglo a las
tres órdenes que en la Iglesia hay de casadas, viudas y doncellas, hubiese
alguien que por el alma de este difunto proporcionara la dote para casar una
doncella, para que otra entrase en religión, y para que una viuda pudiese vivir
según su estado; porque en cuanto a la incontinencia, pecó tu amigo,
excediéndose en las cosas que aun en su estado le fueran lícitas.
En segundo lugar, porque en la gula pecó de tres modos: comiendo y
bebiendo opípara y excesivamente; teniendo muchos manjares por ostentación y
soberbia; y estando mucho tiempo a la mesa, omitiendo a la par las obras de
Dios. Y así, el que quisiere satisfacer por estos tres linajes de gula, ha de
recoger, en honra de Dios que es trino y uno, tres pobres durante un año
entero, y les ha de dar de comer los mismos manjares y tan buenos como los que
él tenga en su propia mesa, y no ha de comer hasta que viere comer a esos tres,
a fin de que por esta corta tardanza, se borre aquella larga demora que tenía tu
amigo cuando se sentaba a la mesa. A esos tres pobres se les ha de proporcionar
también los correspondientes vestidos y camas.
Lo tercero, por la soberbia que de muchos modos tuvo, debe el que
quisiere, reunir siete pobres y una vez a la semana por todo un año lavarles
los pies con humildad, diciendo entre tanto en su corazón: Señor mío
Jesucristo, que fuísteis preso por los judíos, tened misericordia de él. Señor
mío Jesucristo, que estuvísteis atado a la columna, tened misericordia de él.
Señor mío Jesucristo, que siendo vos inocente, fuísteis condenado por los
inicuos, tened misericordia de él. Señor mío Jesucristo, que fuísteis despojado
de vuestras propias vestiduras, y revestido por burla con unos andrajos, tened
misericordia de él. Señor mío Jesucristo, que fuísteis azotado tan cruelmente,
que se veían todas vuestras costillas, sin que hubiese en vos cosa sana, tened
misericordia de él.
Señor mío Jesucristo, que fuisteis extendido en la cruz, horadados con
clavos vuestros pies y manos, atormentada la cabeza con crueles espinas,
anegados en lágrimas vuestros ojos, y vuestra boca y oídos llenos de sangre,
tened misericordia de él. Y después de lavarles los pies a esos pobres, les
dará de comer, y les suplicará humildemente que pidan por el alma del difunto.
Lo cuarto, pecó en la pereza de tres modos: fue perezoso para ir a la
iglesia; perezoso para aprovechar las indulgencias, y perezoso para visitar los
sepulcros y reliquias de los Santos.
El que quisiere satisfacer por lo primero, ha de ir a la iglesia una vez
al mes por espacio de un año, y mandar decir una misa de difunto por el alma de
ese tu amigo: por lo segundo, irá siempre que pueda y quiera, y especialmente
por dicha alma, a los templos donde hay concedidas indulgencias, y por lo
tercero, por medio de persona de confianza envíe su ofrenda a los principales
Santos de este reino de Suecia, donde por causa de las indulgencias suele
acudir mucha gente devota, como san Erico, san Sigfrido y otros, y el que
llevare la ofrenda, ha de ser remunerado por su trabajo.
Lo quinto, porque el difunto pecó en vanagloria y alegría; el que quiera
satisfacer por él, ha de reunir por espacio de un año una vez al mes los pobres
que haya en su distrito o en los inmediatos, y los llevará a una casa, y hará
decir delante de ellos una misa de difuntos, y antes de comenzar ésta, el
sacerdote suplicará y amonestará a los pobres que rueguen por el alma del
finado. Después de la misa se les dará de comer a todos los pobres, de modo que
se levanten complacidos de la mesa, para que el difunto se alegre con las
oraciones de ellos, y los pobres con la comida.
Lo sexto, porque deberá pagar cuanto debe hasta el último maravedí, y
mientras estará penando, has de saber, hija mía, que antes de morir y a su
muerte tuvo deseo, aunque no tan ardiente como debiera, de pagar todas sus
deudas, y por este deseo se halla en estado de salvación; en lo cual puede el
hombre ver cuánta es la misericordia de mi Hijo, quien por tan poca cosa da el
descanso eterno, y si no hubiese tu amigo tenido ese deseo, se hubiera
condenado para siempre.
Por tanto, los parientes que le han sucedido en sus bienes, deben tener deseo de pagar, y en efecto satisfacer sus créditos a todos cuantos supiere les debía el difunto, y al tiempo de pagarles les suplicarán humildemente, que perdonen al alma del difunto, si por la larga demora han sufrido algún perjuicio; pero si no pagaren dichos parientes, tomarán a su cargo la responsabilidad del difunto.
Por tanto, los parientes que le han sucedido en sus bienes, deben tener deseo de pagar, y en efecto satisfacer sus créditos a todos cuantos supiere les debía el difunto, y al tiempo de pagarles les suplicarán humildemente, que perdonen al alma del difunto, si por la larga demora han sufrido algún perjuicio; pero si no pagaren dichos parientes, tomarán a su cargo la responsabilidad del difunto.
A cada monasterio de este reino se ha de enviar también una ofrenda y
mandar decir una misa pública, y antes de que se comience se ha de pedir por el
alma del finado, para que se aplaque el Señor. Después se dirá una misa de
difuntos en cada iglesia parroquial donde tu amigo tuvo sus bienes, y antes de
cantarla, el sacerdote, y hallándose presente todo el pueblo, le ha de decir a
éste: La presente misa se va a celebrar por el alma de tal príncipe, y en
nombre de Jesucristo os ruego, que si en algo os ofendió ese difunto en
palabras, obras o por sus órdenes, se lo perdonéis, y enseguida se acerque al
altar.
Lo séptimo, porque fue juez, y confió su cargo a vicarios inicuos, por
lo cual aunque se halla en el purgatorio, está en manos de los demonios. No
obstante, como contra la voluntad de él obraban aquéllos inicuamente, aunque no
vigilaba ni atendía como debiera, puede ser libertado de esta pena, si tuviere
el auxilio del santísimo cuerpo de mi Hijo, que diariamente es ofrecido en el
altar. Pues el pan que en el altar se pone, antes de decir las palabras: Este
es mi Cuerpo, es meramente pan; pero después de dichas estas palabras de la
consagración, se convierte en el cuerpo de mi Hijo, el cual lo recibió de mí
sin mancha alguna, y el cual fue crucificado. Entonces es en espíritu honrado y
adorado el Padre por los miembros del Hijo, alegrase el Hijo con el poder y
majestad del Padre, y yo que soy su Madre y lo engendré, soy honrada por todo
el ejército celestial. Todos los ángeles se vuelven a él y lo adoran, y las
almas de los justos denle gracias, porque por él fueron redimidas. ¡Qué
horrorosa abominación la de los miserables, que toman en sus indignas manos a
tan grande y tan digno Señor!
Este cuerpo que murió por amor a los hombres, es el que puede libertar
de la pena al difunto. Y así deberá decirse una misa de cada solemnidad de mi
Hijo, a saber: una de la Natividad, otra de la Circuncisión, otra de Epifanía,
otra del Corpus Christi, una de Pasión, otra de Pascua, otra de la Ascensión y
una de Pentecostés. Dirase también una misa de cada solemnidad que en mi honor
se celebre. Se dirán también nueve misas en honor de los nueve coros de los
ángeles; y cuando se vayan a celebrar estas misas, se han de reunir nueve
pobres, a quienes se les dará de comer y vestir, para que los ángeles a cuya
custodia fué encargado el difunto y a los cuales ofendió de muchas maneras,
puedan aplacarse con esta pequeña ofrenda, y presentar su alma a Dios. Dígase
además una misa por todos los difuntos, a fin de que con ella obtengan el
eterno descanso, y lo alcancen también para el alma de tu amigo.
Fue este un príncipe misericordioso, que después de muerto se apareció a
santa Brígida y le dijo: Nada alivia tanto mis penas en el purgatorio, como la
oración de los justos y el Sacramento del altar. Pero como fuí príncipe y juez,
y encomendé este cargo a los que amaban poco la justicia, me hallo todavía en
este destierro, aunque me libertaría de él, si los que debieran ser amigos míos
y lo fueron, fuesen más celosos por mi salvación.
Libro 6,
Capitulo 14. Vio santa
Brígida que un alma del purgatorio recibía muy poco alivio en sus penas, por la
ostentación y orgullo con que sus hijos y albaceas le ofrecían los sufragios.
Bendito sea tu nombre, Hijo mío, dice la Virgen. Tú eres el Rey de la
gloria y el Señor poderoso que tiene justicia con misericordia. Tu amantísimo
Cuerpo que se formó sin pecado y se alimentaba en mis entrañas, ha sido hoy
consagrado en favor del alma de ese difunto. Te ruego, amadísimo Hijo, que le
sirva de socorro a su alma, y ten compasión de ella.
Bendita seas, Madre mía, respondió el Hijo, bendigante todas las
criaturas, porque tu misericordia es inagotable. Yo soy como el que por muy
subido precio compró un pequeño campo de cinco pies, en el cual estaba
escondido oro purísimo. Este campo de cinco pies es este hombre, a quien compré
y redimí con mi preciosísima sangre, y en el cual había oro purísimo, que es el
alma criada por mi Divinidad, la que está ya separada del cuerpo, y queda en
este sola la tierra. Sus sucesores son como el hombre poderoso que
presentándose en el tribunal, le dice al verdugo: Separa del cuerpo con la
cuchilla su cabeza, y no permitas que viva más tiempo, ni economices su sangre.
Así hacen esos: van al tribunal, cuando trabajan decorosamente en favor del
alma de su padre, pero dicen al verdugo: Separa del cuerpo su cabeza.
¿Quién es este verdugo, sino el demonio, que separa de su Dios el alma
que con él consiente? A este le dicen los hijos del difunto: Separa, cuando
despreciando la humildad, las buenas obras que practican, las hacen por
soberbia y honra del mundo más bien que por amor de Dios. Por la soberbia se
aparta del hombre la cabeza, que es Dios, y se une a el por la humildad. Dan
voces para que el padre no viva más tiempo, cuando no sienten su muerte, con
tal de alcanzar sus bienes; y dicen que no se ahorre la sangre, cuando no se
cuidan de la amarga pena del difunto, ni cuánto tiempo ha de estar en ella, con
tal que puedan hacer su propia voluntad: solamente piensan en el mundo, y poco
les importa mi Pasión.
Hijo mío, respondió la Virgen, he visto tu severa justicia, pero no
acudo a ella, sino a tu piadosísima misericordia; y así, por mis ruegos, ten
compasión de ese que diariamente leía en honra mía mi Oficio, y no le pongas en
cuenta la soberbia que respecto a él tienen sus sucesores, porque mientras
ellos ríen, éste llora, y es castigado de un modo inconsolable.
Bendita seas, amadísima Madre, respondió el Hijo. Tus palabras están
llenas de mansedumbre y son más dulces que la miel; salen de tu corazón que
está lleno de misericordia; y así, tus palabras indican misericordia. Este por
quien pides, alcanzará por tus ruegos tres clases de misericordia. Se librará,
en primer lugar, de las manos de los demonios, quienes como cuervos lo están
afligiendo incesantemente.
Pues como las aves de rapiña cuando oyen algún terrible sonido, dejan
por temor la presa que tienen en las uñas, del mismo modo dejarán por tu nombre
esa alma los demonios, y no la tocarán ni la molestarán más. En segundo lugar,
del fuego más grave será trasladado al más leve. Lo consolarán, por último, los
santos ángeles. Pero todavía no será librado enteramente de las penas, y aún
necesita auxilio: conoces y ves en mí toda la justicia, y que nadie puede
entrar en la bienaventuranza, si no estuviere limpio como el oro purificado por
el fuego. Por consiguiente, por tus ruegos se librará del todo, cuando llegare
el tiempo de la misericordia y de la justicia.
Libro 6,
Capitulo 29. Visión del
juicio de un alma contra la que el demonio opone gravísimas acusaciones; la
Virgen María la defiende, y habiéndole alcanzado amor de Dios en el último
instante de la vida, la salva pero con gravísima pena en el purgatorio. Léase
con detención, que es de mucha doctrina y de grande enseñanza.
Vio santa Brígida que se presentó en el tribunal de Dios un demonio, el
cual tenía asida el alma de cierto difunto, la cual estaba temblando como un
corazón que palpita. Y el demonio dijo al Juez: Aquí está la presa. Tu ángel y
yo estábamos siguiendo esta alma desde su principio hasta el fin; él para
defenderla, y yo para hacerle daño, y ambos la acechábamos como cazadores. Más
al fin cayó en mis manos, y para alcanzarla soy tan ávido e impetuoso como el
torrente que cae desde arriba, al cual nada resiste sino algún fuerte estribo,
esto es, tu justicia, la que todavía no ha decidido en este juicio, y, por
tanto, aún no la poseo con seguridad. Por lo demás, la deseo con tanto afán,
como el animal que se halla tan consumido por la abstinencia, que de hambre se
comería hasta sus propios miembros. Y así, puesto que eres justo Juez, da
tocante a ella justa sentencia.
Y respondió el Juez: ¿Por qué cayó más bien en tus manos, y por qué te
acercaste a ella más que mi ángel? Y contestó el demonio: Porque sus pecados
fueron más que sus buenas obras. Y dijo el Juez: Muestra cuáles son. Respondió
el demonio: Un libro tengo lleno con sus pecados. Y dijo el Juez: ¿Qué nombre
tiene ese libro? Su nombre es inobediencia, respondió el demonio, y en ese
libro hay siete libros, y cada uno de ellos tiene tres columnas, y cada columna
tiene más de mil palabras, pero ninguna menos de mil, y algunas muchas más de
mil. Respondió el Juez: Dime los nombres de esos libros, pues aunque yo todo lo
sé, quiero, no obstante que hables, para que conozcan otros tu malicia y mi
bondad. El nombre del primer libro, dijo el demonio, es soberbia, y en él hay
tres columnas.
La primera, es la soberbia espiritual en su conciencia, porque estaba
ensoberbecido con la buena vida que creía tener mejor que la de los otros; y
ensoberbeciese también por su inteligencia y conciencia que creía más prudente
que la de los demás.
La segunda columna era, porque estaba soberbio con los bienes que se le
habían concedido, con los criados, con los vestidos y demás cosas.
La tercera columna era, porque se ensoberbecía con la hermosura de los
miembros, con su ilustre nacimiento y con sus obras. En estas tres columnas hay
infinitas palabras, según muy bien sabes.
El segundo libro es su codicia: este tiene tres columnas. La primera es
espiritual, porque pensó que sus pecados no eran tan graves como se decía, e
indignamente deseó el reino de los cielos, que no se da sino al que está
perfectamente limpio. La segunda es, porque deseó del mundo más de lo
necesario, y su deseo se encaminó únicamente a exaltar su nombre y su
descendencia, a fin de criar y ensalzar sus herederos, no a honra tuya, sino
según la honra del mundo.
La tercera columna es, porque estaba soberbio con la honra del mundo y
con ser más que los otros. Y en estas columnas, según bien sabes, hay
innumerables palabras, con que buscaba el favor y la benevolencia, y adquiría
bienes temporales.
El tercer libro es la envidia, y tiene tres columnas. La primera fue
mental o en su ánimo, porque ocultamente envidiaba a los que tenían más que él,
y prosperaban más. La segunda columna es, porque por envidia recibió cosas de
los que tenían menos que él, y más lo necesitaban. La tercera, porque por
envidia perjudicó a su prójimo ocultamente con sus consejos, y aún
públicamente, tanto de palabra como de obra, tanto por sí como por los suyos, y
hasta incitó a otros a que lo hicieren.
El cuarto libro es la avaricia, y en él hay tres columnas. La primera es
la avaricia mental, porque no quiso decir a otros lo que sabía, con lo cual
hubieran los otros tenido consuelo y adelanto, y pensaba consigo de esta
manera: ¿Qué provecho me resulta, si doy ese consejo a este o al otro? ¿Qué
recompensa tengo, si le fuere a otro útil ese consejo o palabra? Y así,
cualquiera se apartaba de él muy afligido, no edificado ni instruido, como
hubiera podido ser, si hubiese él querido.
La segunda columna es, porque cuando podía pacificar los disidentes, no
quiso hacerlo, y cuando podía consolar los afligidos, no se cuidó de ello. La
tercera columna es la avaricia en sus bienes, en términos, que si debía dar un
maravedí en tu nombre, se angustiaba y se le hacía penoso, y por honra del
mundo daba ciento de buena gana. En estas columnas hay infinitas palabras, como
muy bien te consta. Todo lo sabes y nada se te puede ocultar; mas por tu poder
me obligas a hablar, porque quieres que esto sirva de provecho a otros.
El quinto libro es la pereza, y tiene tres columnas. Primera, porque fue
perezoso en hacer buenas obras por honra tuya, esto es, en cumplir tus
mandamientos; pues por el descanso de su cuerpo perdió su tiempo, y le eran muy
deleitables el provecho y placer de su cuerpo. La segunda columna es porque fue
perezoso en pensar, pues siempre que tu buen espíritu infundía en su corazón el
arrepentimiento, o alguna buena idea espiritual, pareciale aquello demasiado
difuso, y apartaba su mente del pensamiento espiritual, y tenía por grato y
suave todo gozo del mundo.
La tercera columna es porque fue perezoso de boca, esto es, en orar y en
hablar lo que era de provecho a los otros y en honra tuya; pero era muy
aficionado a palabras chocarreras. Cuántas palabras hay en estas columnas, y
cuán innumerables son, tú sólo lo sabes.
El sexto libro es la ira, y tiene tres columnas. La primera, porque
irritabase con su prójimo por cosas que no le interesaban. La segunda columna
es, porque con su ira dañó de obra a su prójimo, y a veces por ira destrozaba
sus cosas. La tercera es, porque por ira molestaba a su prójimo.
El séptimo libro era su sensualidad, y tiene también tres columnas. La
primera es, porque de una manera indebida y desordenada deleitabase
carnalmente; pues aunque era casado, y no se mezclaba con otras mujeres, con
todo pecó impúdicamente de un modo ilícito con ademanes, con palabras y obras
inconvenientes. La segunda columna es, porque era demasiado atrevido en hablar,
y no sólo estimulaba a su mujer a hablar con libertad, sino que muchas veces
con sus palabras atrajo también a otros, para que oyesen y pensasen
liviandades. La tercera columna es, porque mantenía su cuerpo con excesiva
delicadeza, haciendo preparar para sí en abundancia las más exquisitas viandas
para mayor placer de su cuerpo, y para que los hombres lo alabasen y lo
apellidasen espléndido.
Más de mil palabras hay en estas columnas, porque se sentaba a la mesa
más despacio de lo justo, sin considerar la pérdida del tiempo; hablaba muchas
cosas inoportunas, y comía más de lo que pedía la naturaleza. Aquí tienes, oh
Juez, todo mi libro: adjudícame, pues, esa alma.
Guardó silencio entonces el Juez, y acercándose la Madre, que estaba más
lejos, dijo: Yo quiero disputar con ese demonio sobre la justicia. Y respondió
el Hijo: Amadísima Madre, cuando al demonio no se le niega la justicia, ¿cómo
se te podrá negar a ti, que eres mi Madre y la Señora de los ángeles? Tú todo
lo puedes y todo lo sabes en mí, pero sin embargo, habla, para que otros sepan
el amor que te tengo.
En seguida dijo la Virgen al demonio: Te mando, diablo, que me respondas
a tres cosas que te pregunto, y aunque lo hicieres a la fuerza, estás obligado
por justicia, porque soy tu Señora. Dime, ¿conoces tú, por ventura, todos los
pensamientos del hombre? Y respondió el demonio: No, sino solamente aquellos
que puedo juzgar por las operaciones exteriores del hombre y por su
disposición, y los que yo mismo le sugiero en su corazón, pues aunque perdí mi
dignidad, sin embargo, por lo sutil de mi naturaleza, me quedó tanta
penetración, que por la disposición del hombre puedo entender el estado de su
mente; pero sus buenos pensamientos no puedo conocerlos.
Entonces le volvió a hablar al demonio la bienaventurada Virgen, y le
dijo: Dime, diablo, aunque sea a la fuerza: ¿Qué es aquello que puede borrar lo
escrito en tu libro? Nada puede borrarlo, respondió el demonio, sino una cosa,
que es el amor de Dios; y el que lo tuviere en su corazón, por pecador que sea,
al punto se borra lo que acerca de él estaba escrito en mi libro. Dime, diablo,
le preguntó por tercera vez la Virgen: ¿Hay, por ventura, algún pecador tan
inmundo y tan apartado de mi Hijo que no pueda alcanzar perdón mientras vive? Y
respondió el demonio: Nadie hay tan pecador que, si quisiere, no pueda volver a
la gracia mientras vive. Siempre que cualquiera, por gran pecador que sea, mude
su voluntad mala en buena, tiene amor de Dios y quiere permanecer en él, todos
los demonios no son bastantes para arrancarlo.
En seguida la Madre de la misericordia dijo a los circunstantes: Al
final de su vida se volvió a mí esta alma, y me dijo: Vos sois la Madre de la
misericordia y el auxilio de los infelices. Yo soy indigno de suplicar a
vuestro Hijo, porque mis pecados son graves y muchísimos, y en gran manera lo
he provocado a ira, porque he amado más mi placer y el mundo que a Dios mi
Creador. Os ruego, pues, tengáis misericordia de mí, Vos, que no la negáis a
ninguno que os la pide, y por tanto, me vuelvo a Vos y os prometo, que si
viviere, quiero enmendarme y volver mi voluntad a vuestro Hijo, y no amar
ninguna otra cosa sino a él.
Pero sobre todo me pesa y siento no haber hecho nada para honra de
vuestro Hijo, mi Creador; y así os ruego tengáis misericordia de mí,
piadosísima Señora, porque a nadie sino a vos tengo a quien acudir. Con tales
palabras y con este propósito vino a mí esta alma al final de su vida. ¿Y no
debía yo oírla? ¿Quién hay, que si de todo corazón y con propósito de la
enmienda hace una súplica a otro, no merezca ser oído? ¿Y cuánto más yo, que
soy la Madre de la misericordia, no debo oir a todos los que me claman?
Y respondió el demonio: Nada sé acerca de ese propósito; pero si es
según dices, pruébalo con razones manifiestas. Eres indigno de que yo te
responda, dijo la Virgen; sin embargo, porque esto se hace para provecho de
otros, te voy a contestar. Tú, miserable, tienes ya dicho, que nada de lo
escrito en tu libro puede borrarse sino por amor de Dios. Y volviéndose
entonces la Virgen al Juez, dijo: Hijo mío, haz que abra el diablo ese libro y
lea, y vea si todo está allí escrito por completo, o si se ha borrado algo.
Entonces dijo el Juez al demonio: ¿Dónde está tu libro? En mi vientre,
respondió el demonio. Y le dijo el Juez: ¿Cuál es tu vientre? Mi memoria,
respondió el diablo; porque como en el vientre está toda inmundicia y hedor,
así en mi memoria está toda perversidad y malicia, que como pésimo hedor huelen
en tu presencia. Pues cuando por mi soberbia me aparté de ti y de tu luz,
entonces hallé en mí toda malicia, y obscurecióse mi memoria respecto a las
cosas buenas de Dios, y en esta memoria está escrita toda la maldad de los
pecados. Dijole entonces el Juez al demonio: Te mando, que veas con esmero y
busques en tu libro qué es lo que hay escrito y qué borrado respecto a los pecados
de esta alma, y dilo públicamente. Y respondió el demonio: Miro mi libro, y veo
escritas cosas diferentes de las que creí. Veo que han sido borrados aquellos
siete catálogos, y nada queda de ellos en mi libro sino los excesos y demasías.
En seguida dijo el Juez al ángel bueno que se hallaba presente: ¿Dónde
están las buenas obras de esta alma? Y respondió el ángel: Señor, todas las
cosas están en vuestra presciencia y conocimiento, las presentes, las pasadas y
las futuras. Todo lo sabemos y lo vemos en Vos, y Vos en nosotros, ni
necesitamos hablaros, porque todo lo sabéis. Pero porque queréis mostrar
vuestro amor, manifestáis vuestra voluntad a quienes os place. Desde que en un
principio se unió esta alma en el cuerpo, estuve yo siempre con ella, y tengo también
escrito un libro de sus buenas obras. Y si quisierais ver ese libro, está en
vuestro poder.
Y dijo el Juez: No conviene juzgar sino después de oir y entender lo
bueno y lo malo, y examinado todo bien, debe entonces sentenciarse con arreglo
a justicia, ya sea para la vida, ya para la muerte. Mi libro, respondió el
ángel, es la obediencia, con que os obedeció, y en él hay siete columnas. La
primera, es el bautismo; la segunda, es su abstinencia ayunando, y el
contenerse en las obras ilícitas, en los pecados, y hasta en el placer y
tentaciones de la carne; la tercera columna es la oración y el buen propósito
que respecto a Vos tuvo; la cuarta columna son sus buenos hechos en limosnas y
otras obras de misericordia; la quinta, es la esperanza que en Vos tenía; la
sexta, es la fe que tuvo como cristiano; la séptima, es el amor de Dios. Oyendo
esto el Juez, volvió a decir al ángel bueno: ¿Dónde está tu libro? Y él
respondió: En vuestra visión y amor, Señor mío. Entonces en tono de
reconvención, dijo la Virgen al diablo: ¿Cómo custodiaste tu libro, y cómo se
borró lo que en él estaba escrito? Y respondió el demonio: ¡Ay! ¡Ay!, porque tú
me engañaste.
En seguida dijo el juez a su piadosísima Madre: En este particular te ha
sido en razón favorable la sentencia, y con justicia has ganado esa alma.
Después daba voces el demonio, y decía: Perdí, y he sido vencido; pero dime,
Juez: ¿Hasta cuándo he de tener esta alma por sus excesos y demasías? Yo te lo
manifestaré, respondió el Juez; abiertos y leídos están los libros. Pero dime,
diablo, aunque yo todo lo sé, dime si con arreglo a justicia debe esta alma
entrar o no en el cielo. Te permito que ahora veas y sepas la verdad de la
justicia. Y respondió el demonio: Es justicia en ti, que si alguien muriere sin
pecado mortal, no entrará en las penas del infierno, y todo el que tiene amor
de Dios, de derecho puede entrar en el cielo. Y como esta alma no murió en
pecado mortal y tuvo amor de Dios, es digna de entrar en el cielo, después que
purgue lo que deba.
Y dijo el Juez: Ya que te he abierto el entendimiento y te he permitido
ver la luz de la verdad y de la justicia, di para que lo oigan quienes yo
quiero: ¿cuál debe ser la sentencia de esta alma? Respondió el demonio: Que se
purifique de tal modo, que no quede en ella una sola mancha; porque aun cuando
por justicia se te ha adjudicado, con todo, está todavía inmunda, y no puede
llegar a ti, sino después de purificarse. Y como tú, ¡oh, Juez!, me
preguntaste, ahora también pregunto: ¿Cómo debe purificarse y hasta cuándo ha
de estar en mis manos? Respondió el Juez: Te mando, diablo, que no entres en
ella, ni la absorbas en ti; pero debes purificarla hasta que esté limpia y sin
mancha, pues según su culpa padecerá su pena.
De tres modos pecó en la vista, de tres modos en el oído y de otros tres
modos en el tacto. Por consiguiente, debe ser castigada de tres modos. En la
vista: primero, debe ver personalmente sus pecados y abominaciones; segundo,
debe verte en tu malicia; tercero, debe ver las miserias y terribles penas de
las demás almas.
Igualmente se ha de afligir de tres modos en el oído. Primero, oirá un
horrible ¡Ay!, porque quiso oír su propia alabanza y lo deleitable del mundo:
segundo, debe oír los horrorosos clamores y burlas de los demonios: tercero,
oirá oprobios e intolerables miserias, porque oyó más y con más gusto el amor y
el favor del mundo, que el de Dios, y sirvió con más empeño al mundo que a su
Dios.
De tres modos también se ha de afligir en el tacto. Primero, ha de arder
en abrasadísimo fuego interior y exteriormente, de manera que en ella no quede
ni la menor mancha, que no se purifique en el fuego: segundo, ha de padecer
grandísimo frío, porque ardía en su codicia y era frío en mi amor: tercero,
estará en manos de los demonios, para que no haya ni el menor pensamiento ni la
más leve palabra que no se purgue, hasta que se ponga como el oro, que se
purifica en el crisol y en la fragua, a voluntad de su dueño.
Entonces preguntó el demonio: ¿Hasta cuándo estará esa alma en esta
pena? Y respondió el Juez: Puesto que su voluntad fué vivir en el mundo, y era
tal esta voluntad, que de buena gana hubiera vivido en el cuerpo hasta el fin
del mundo, esta pena ha de durar hasta el fin del mundo. Justicia mía es, que
todo el que me tiene amor divino, y con todo empeño me desea y anhela por estar
conmigo y separarse del mundo, éste sin pena debe obtener el cielo, porque la
prueba de la vida presente es su purificación. Mas el que teme la muerte por
causa de la acerba pena futura, y quisiera tener más tiempo para enmendarse,
éste debe tener una pena leve en el purgatorio. Pero el que olvidándose de mí,
desea vivir hasta el día del juicio, aunque no peque mortalmente, sin embargo,
por el perpetuo deseo de vivir que tiene, debe tener pena perpetua hasta el día
del juicio.
Entonces dijo la piadosísima Virgen María: Bendito seas, Hijo mío, por
tu justicia, que es con toda misericordia. Aunque nosotros lo veamos y sepamos
todo en ti, di no obstante, para inteligencia de los demás, qué remedio deba
tomarse que disminuya tan largo tiempo de pena, y cuál otro para que se apague
un fuego tan cruel, y cómo también pueda esta alma librarse de las manos de los
demonios. Y respondió el Hijo: Nada se te puede negar, porque eres la Madre de
la misericordia, y a todos proporcionas y buscas consuelo y misericordia.
Tres cosas hay que hacen disminuir tan largo tiempo de pena, y que se
apague el fuego, y que esa alma se libre de las manos de los demonios. La
primera es, si alguien devuelve lo que él injustamente tomó o arrancó de otros,
o está obligado a devolverles en justicia; pues el alma debe purgarse, o por
los ruegos de los santos, o por limosnas y buenas obras de los amigos, o por
una suficiente purificación. Lo segundo es una cuantiosa limosna, pues por ella
se borra el pecado, como con el agua se apaga la sed. Lo tercero es, la ofrenda
de mi cuerpo hecha por él en el altar, y las súplicas de mis amigos.
Estas tres cosas son las que lo libertarán de aquellas tres penas.
Entonces dijo la Madre de la misericordia: ¿Y de qué le sirven ahora las buenas
obras que por ti hizo? Y respondió el Hijo: No preguntas, porque lo ignores,
pues todo lo sabes y ves en mí, sino que lo investigas para mostrar a los otros
mi amor. A la verdad, no quedará sin remuneración la más insignificante
palabra, ni el más leve pensamiento que en honra mía tuvo; pues todo cuanto por
mí hizo, está ahora delante de él y dentro de su misma pena, y le sirve de
refrigerio y de consuelo, y por ello siente menos ardor del que sufriría de
otro modo. Y volvió la Virgen a decirle a su Hijo: ¿Por qué esa alma está
inmóvil, como quien no mueve manos ni pies contra su enemigo y no obstante
vive?
Y respondió el Juez: De mí escribió el Profeta, que fui como un cordero
que enmudece delante de quien lo trasquila; y a la verdad, yo enmudecí delante
de mis enemigos: por tanto, es justicia, que por no haberse tomado interés por
mi muerte esa alma y por haberla considerado de poca importancia, esté ahora
como el niño que en las manos de los homicidas no puede dar voces. Bendito
seas, dulcísimo Hijo mío, que nada haces sin justicia, dijo la Madre. Tú
dijiste antes, Hijo mío, que tus amigos podían socorrer a esta alma, y bien
sabes que ella me sirvió de tres modos. Primero, con la abstinencia, pues
ayunaba las vigilias de mis festividades y en ellas se abstenía en mi nombre;
segundo, porque leía mi Oficio; y tercero, porque cantaba por honra mía. Y así,
Hijo mío, puesto que oyes a tus amigos que te dan voces en la tierra, te ruego,
que también te dignes oírme a mí.
Y respondió el Hijo: Siempre se oyen con mayor benevolencia las súplicas
de la persona predilecta de algún señor; y como tú eres lo que yo más amo sobre
todas las cosas, pide cuanto quieras, y se te dará. Esta alma, dijo la Madre,
padece tres penas en la vista, tres en el oído, y otras tres en el tacto. Te
ruego, pues, amadísimo Hijo mío, que le disminuyas una pena en la vista, y es
que no vea los horribles demonios, aunque sufra las otras dos penas, porque tu
justicia así lo exige según la justicia de tu misericordia, a la cual no puedo
oponerme. Te suplico, en segundo lugar, que en el oído le disminuyas una pena,
y es que no oiga su oprobio y confusión. Te ruego, por último, que en el tacto
le quites una pena, y es que no sienta ese frío mayor que el hielo, el cual lo
merece tener, porque era frío en tu amor.
Y respondió el Hijo: Bendita seas, amadísima Madre, a ti nada se te
puede negar: hágase tu voluntad, y sea, según lo has pedido. Bendito seas tú,
dulcísimo Hijo mío, dijo la Madre, por todo tu amor y misericordia.
En aquel instante apareció un santo con gran acompañamiento, y dijo:
Alabado seáis, Señor, Dios nuestro, Creador y Juez de todos. Esta alma fue en
su vida devota mía, ayunó en honra mía, y me alabó haciéndome súplicas, de la
misma manera que a estos amigos vuestros que se hallan presentes. Así, pues, os
ruego de parte de ellos y mía, que tengáis compasión de esta alma, y por
nuestras súplicas le deis descanso en una pena, y es que los demonios no tengan
poder para obscurecer su conciencia; pues si no se les contiene, la
obscurecerán de tal modo, que nunca había de esperar esa alma el término de su
desdicha y alcanzar la gloria, sino cuando fuese tu voluntad mirarla
especialmente con tu gracia; y este es un suplicio mayor que todo otro. Por
tanto, piadosísimo Señor, concededle por nuestras súplicas, que en cualquiera
pena en que estuviere, sepa positivamente que ha de acabar aquella pena, y que
ha de alcanzar la gloria perpetua.
Y respondió el Juez: Así lo exige la verdadera justicia, porque esa alma
apartó muchas veces su conciencia de los pensamientos espirituales y de la
inteligencia de las cosas eternas, y quiso obscurecer su conciencia, sin temer
obrar contra mí, y por tanto, justo es, repito, que los demonios obscurezcan su
conciencia. Mas porque vosotros, amadísimos amigos míos, oísteis mis palabras y
las pusisteis por obra, no se os debe negar nada, y así haré lo que pedís.
Entonces respondieron todos los santos: Bendito seáis, Dios, en toda vuestra
justicia, que juzgáis justamente, y nada dejáis sin castigo.
En seguida dijo al Juez el ángel custodio de aquella alma: Desde el
principio de la unión de esta alma con su cuerpo, estuve yo con ella, y la
acompañé por providencia de vuestro amor, y algunas veces hacía mi voluntad. Os
ruego, pues, Dios y Señor mío, que tengáis misericordia de ella. Y respondió el
Señor: Sí, bien está; pero acerca de esto, queremos deliberar. Entonces
desapareció la visión.
Fue éste un caballero bondadoso y amigo de los pobres, y dio por él cuantiosas limosnas su esposa, la cual falleció en Roma, como lo tenía anunciado el espíritu de Dios, por medio de santa Brígida, a la que dijo: Ten entendido que esa señora regresará a su patria, pero no morirá allí. Y así fue, porque segunda vez volvió a Roma, donde murió y fue enterrada.
Fue éste un caballero bondadoso y amigo de los pobres, y dio por él cuantiosas limosnas su esposa, la cual falleció en Roma, como lo tenía anunciado el espíritu de Dios, por medio de santa Brígida, a la que dijo: Ten entendido que esa señora regresará a su patria, pero no morirá allí. Y así fue, porque segunda vez volvió a Roma, donde murió y fue enterrada.
Libro 4,
Capitulo 91. Hay un
lugar en el purgatorio, donde no se padece otra pena que del deseo.
Estaba santa Brígida haciendo oración por un anciano sacerdote ermitaño,
amigo suyo, que acababa de morir, y había tenido un vida ejemplar, llena de
grandes virtudes, y ya estaba puesto en la iglesia en un féretro para
enterrarlo.
Hallándose en esta oración se le apareció a la Santa la Virgen María y
le dijo: Sabrás, hija mía, que el alma de este ermitaño amigo tuyo, hubiera
entrado en el cielo al punto de salir del cuerpo, a no ser porque en el
instante de su muerte no tuvo deseo de presentarse a la presencia de Dios y de
verlo. Y por esta razón se halla detenido en el purgatorio del deseo, donde no
hay ninguna pena, sino solamente el deseo de llegar a ver a Dios. Con todo,
antes que sea sepultado su cuerpo, su alma entrará en la gloria.
Libro 6,
Capítulo 38. Indecibles
y horribilísimas penas de abuela y nieta, una en el infierno y otra en el
purgatorio, por el orgullo y vanidad de sus vidas, con mucha doctrina y enseñanza
que sobre esto da la Virgen María a santa Brígida. Léase con detención y
pidiendo a Dios su santa gracia, pues es muy bastante para convertir a
cualquier alma.
Alabado seáis, Dios mío, dijo la Santa, por todas las cosas que han sido
creadas; honrado seáis por todas vuestras virtudes, y todos os tributen
homenaje por vuestro amor. Yo, criatura indigna y pecadora desde mi juventud,
os doy gracias, Dios mío, porque a ninguno de cuantos pecan, negáis la gracia
si os la piden, sino que de todos os compadecéis y los perdonáis. ¡Oh dulcísimo
Dios! es admirable lo que conmigo hacéis, que cuando os place, adormecéis mi
cuerpo con un letargo espiritual, y despertáis mi alma para que vea, oiga y
sienta las cosas espirituales.
¡Oh Dios mío! ¡Cuán dulces son vuestras palabras a mi alma, que las
recibe como sabrosísimo manjar! Entran con alegría en mi corazón, y cuando las
oigo, estoy satisfecha y hambrienta: satisfecha, porque nada me debilita sino
vuestras palabras; y hambrienta, porque con mayor empeño deseo oirlas. Dadme,
pues, auxilio, bendito Dios mío, para que yo haga siempre vuestra voluntad.
Y respondió Jesucristo: Yo soy sin principio ni fin, y todo cuanto
existe ha sido creado por mi poder. Todo está dispuesto por mi sabiduría, y
todo se rige por mi juicio. Todas mis obras están ordenadas por amor, y así,
nada me es imposible. Pero es demasiado duro el corazón que ni me ama ni me
teme, siendo yo el Gobernador y Juez de todos, y el hombre hace más bien la
voluntad del demonio, que es traidor y su verdugo, el cual extiende por toda la
tierra su veneno, con el cual no pueden vivir las almas y son sumergidas en los
abismos del infierno.
Este veneno es el pecado, que les sabe dulcemente, aunque es amargo al
alma, y por mano del demonio se esparce sobre muchos todos los días. Mas ¿quién
ha oído cosa tan extraña, como el que a los hombres se les ofrezca la vida y
escojan la muerte? Sin embargo, yo, Dios de todos, soy sufrido, me compadezco
de su miseria y hago como aquel rey, que al enviar con sus criados el vino, les
dijo: Dadlo a muchos, porque es saludable; a los enfermos da salud, a los
tristes alegría, y a los sanos corazón varonil. Pero no se envía el vino sino
en un vaso conveniente. Del mismo modo mis palabras, que se comparan al vino,
las envíe a mis siervos por medio de ti, cuyo corazón es como un vaso, el cual
quiero llenar y agotar según me plazca. Mi Espíritu Santo te enseñará a dónde
has de ir y qué has de hablar. Por consiguiente, di con valor y alegría lo que
mando, porque nadie prevalecerá contra mí.
Entonces dijo la Santa: ¡Oh Rey de toda gloria, inspirador de toda
sabiduría y dador de todas las virtudes! ¿Por qué me elegís para tamaña obra a
mí, que he consumido mi vida en los pecados? Yo soy ignorante como un jumento,
desnuda de virtudes, en todo he delinquido y no me he enmendado nada.
Y respondió el Espíritu: ¿Quién se admiraría, si un señor cualquiera,
con las monedas o barras de plata que le diesen, mandara hacer coronas, anillos
o vasos pará su uso? Así, tampoco es de admirar si yo recibo los corazones de
mis amigos que se me presentan, y hago en ellos mi voluntad; y puesto que uno
tiene más entendimiento y otro menos, me valgo de la conciencia de cada cual,
según conviene a mi honra, porque el corazón del justo es moneda mía. Por
tanto, permanece firme y pronta a mi voluntad.
Enseguida dijo la Virgen a la Santa: ¿Qué dicen las mujeres soberbias de
tu reino? Y contestó la Santa: Yo soy una de ellas, y así me avergüenzo de
hablar en vuestra presencia. Y dijo la Virgen: Aunque yo sé todo eso mejor que
tú, sin embargo, quiero oírtelo decir. Respondió la Santa: Cuando se nos
predicaba la verdadera humildad, decíamos que nuestros mayores nos dejaron
vastas posesiones y grandiosas costumbres, ¿por qué, pues, no debemos
imitarlos? También nuestra madre ocupaba su puesto entre las principales
señoras, vestía magníficamente, tenía muchos criados y nos criaba con
suntuosidad, ¿por qué no he de dejar a mis hijas lo que aprendí, que es a
portarse con magnificencia, vivir con alegría corporal y morir también con gran
pompa y fausto del mundo?
Dijo entonces la Madre de Dios: Toda mujer que pusiere en práctica esas
ideas, va al infierno por el camino más derecho, y esta es la severa respuesta
que debe dárseles. ¿De qué les servirán semejantes ideas, cuando el Creador de
todas las cosas consintió que su cuerpo estuviese siempre en la tierra con la
mayor humildad, desde que nació hasta su muerte, y jamás lo cubrió el vestido
de la soberbia? No consideran estas mujeres el rostro de mi Hijo mientras
vivía, ni cómo estuvo muerto en la cruz cubierto de sangre y pálido con los
tormentos, ni se cuidan de las injurias y oprobios que El mismo oyó, ni de la
afrentosa muerte que quiso escoger.
Tampoco recuerdan el lugar donde mi Hijo exhaló su postrer aliento,
porque donde los ladrones y salteadores recibieron su pena, allí mismo fué
castigado, y también me hallé presente yo, que soy su Madre, que entre todas
las criaturas soy la que El más quiere y en mí reside toda humildad. Por
consiguiente, los que se conducen con semejante pompa y soberbia, y dan ocasión
a otros para que los imiten, son como el hisopo, que si se moja en un licor
inflamado, los quema a todos y mancha a los que rocía. Del mismo modo los
soberbios dan ejemplo de soberbia y orgullo, y con este mal ejemplo abrasan en
gran manera las almas.
Quiero, pues, hacer como la buena madre, que para amedrantar a sus hijos
les enseña la vara, que igualmente ven sus criados. Y al verla los hijos, temen
ofender a la madre, y le dan gracias, porque los amenazaba sin castigarlos.
Pero los criados temen ser azotados si delinquen; y así, por ese temor a la
madre hacen los hijos muchas más cosas buenas que antes, y los criados menor
número de cosas malas. Y puesto que soy la Madre de la misericordia, quiero
manifestarte cuál es el pago del pecado, a fin de que los amigos de Dios se
hagan más fervorosos en el amor del Señor, y conociendo los pecadores su
peligro huyan del pecado a lo menos por temor, y de esta suerte me compadezco
de buenos y malos: de los buenos para que alcancen mayor corona en el cielo; de
los malos, para que incurran en menor pena; pues no hay pecador, por grande que
sea, a quien no esté yo dispuesta a ayudar y mi Hijo a darle su gracia, si
pidiere misericordia con amor de Dios.
Acto continuo aparecieron tres mujeres: madre, hija y nieta. La madre y
la nieta aparecieron muertas, pero la hija apareció viva. La difunta madre
salía como arrastrando del cieno de un tenebroso lago; tenía arrancado el
corazón y cortados los labios, temblábale la barba, y los dientes muy blancos y
largos, chocaban unos contra otros, las narices estaban corroídas y los ojos
saltados, colgábanle dos nervios hasta las mejillas; la frente hundida y en
lugar de ella un enorme y tenebroso abismo; faltábale en la cabeza el cráneo y
bullíale el cerebro como plomo derretido y derramábase como pez hirviendo; al
cuello, como al madero que se trabaja en el torno, rodeábale un agudísimo
hierro que lo destrozaba sin consuelo; el pecho estaba abierto y lleno de
gusanos de todos tamaños dando vueltas unos sobre otros; eran los brazos como
mangos de piedra, y las manos como mazas nudosas y largas; las vértebras de la
espalda estaban todas sueltas y subían y bajaban sin parar; una larga y gran
serpiente venía arrastrando desde la parte baja a la alta del estómago, y
uniendo como un arco su cabeza y cola, ceñía continuamente las vísceras como
una rueda; eran las piernas como dos bastones cubiertos de agudísimas púas, y
los pies como de sapo.
Entonces esta madre difunta le dijo a su hija que aún vivía: Oye tú, lagarta
y venenosa hija. ¡Ay de mí, porque fuí tu madre! Yo fui la que te puse en el
nido de la soberbia, donde bien abrigada crecías hasta que llegaste a la
juventud, y te gustó tanto, que en él has invertido toda tu vida. Te digo, por
tanto, que cuantas veces vuelves los ojos con las miradas de soberbia que te
enseñé, otras tantas echas en mis ojos un veneno hirviendo con intolerable
ardor; siempre que dices las palabras soberbias que de mí aprendiste, tomo una
amarguísima bebida; todas las veces que se llenan tus oídos con el viento de la
soberbia movido por las tempestades de la arrogancia, tal como oir elogiar tu
cuerpo y desear las honras del mundo, todo lo cual lo aprendiste de mí, otras
tantas veces viene a mis oídos un sonido terrible con viento impetuoso y
abrasador.
¡Ay de mí, pobre y miserable! pobre, porque no tengo ni siento nada
bueno; y miserable, porque abundo en todos los males. Pero tú, venenosa hija,
eres como la cola de la vaca que anda por sitios fangosos, y siempre que mueve
la cola, mancha y rocía a los circunstantes: así tú, eres como la vaca, porque
no tienes sabiduría divina, y andas según las obras y movimientos de tu cuerpo.
Por tanto, siempre que haces lo que yo acostumbraba, que son los pecados que te
enseñé, se renueva al punto mi pena y se hace más cruel. ¿Y por qué te
ensoberbeces con tu linaje, viperina hija? ¿Te sirve acaso de honra y esplendor
el que la inmundicia de mis entrañas fué tu reclinatorio? Saliste de mi impuro
vientre, y la inmundicia de mi sangre fué tu vestidura al nacer; y ahora mi
vientre, en el cual estuviste, se halla todo corroido por gusanos.
Mas ¿por qué me quejo de ti, cuando con mayor motivo debería quejarme de
mí misma? Tres son las cosas que más me afligen el corazón. Primera, que siendo
creada por Dios para los goces del cielo, abusaba de mi conciencia y me abrí el
camino para los tormentos del infierno. Segunda, que Dios me creo hermosa como
un ángel, y me he afeado en términos, que me parezco más al demonio que al
ángel; y tercera, que el tiempo que tuve de vida, lo empleé muy mal, porque me
fuí en pos de lo transitorio, que es el deleite del pecado, por el cual siento
ahora un mal infinito, cual es la pena del infierno.
Y volviéndose en seguida a la Santa, le dice: Tú que me estás mirando,
no me ves sino por comparaciones corporales; pues si me vieras en la forma en
que estoy, morirías de terror, porque todos mis miembros son demonios: y así,
es cierto lo que dice la Escritura, que como los justos son miembros de Dios,
así los pecadores son miembros del demonio. De esa manera estoy experimentando
ahora que los demonios están fijos en mi alma, porque la voluntad de mi corazón
me preparó para tamaña fealdad. Pero oye más todavía. Parécete que mis pies son
de sapo, lo cual es porque estuve firme en el pecado, y por eso ahora están
firmes en mí los demonios, y me muerden sin saciarse nunca.
Mis piernas son como bastones espinosos, porque tuve mi voluntad según
mi placer y deleite carnal. Las vértebras de la espalda están sueltas y
moviéndose unas contra otras, porque la alegría de mi espíritu unas veces subía
por el consuelo del mundo, y otras bajaba con la excesiva tristeza e ira por
las contradicciones del mundo. Y como la espalda se mueve según lo hace la
cabeza, así debería yo haber sido estable y movediza según la voluntad de Dios;
mas por no haberlo hecho, padezco justamente lo que ves.
Una serpiente viene arrastrándose desde la parte baja del estómago hasta
la alta, y puesta en forma de arco, da vueltas como una rueda; lo cual es
porque mi placer y deleite fue desordenado, y mi voluntad quería poseerlo todo,
y gastar de muchas maneras y sin discreción, y por esto da ahora vueltas por mi
interior la serpiente y me muerde de un modo inconsolable y sin misericordia.
Tengo abierto mi pecho y roído por gusanos, lo cual manifiesta la verdadera
justicia de Dios, porque amé las cosas pútridas más que a Dios, y el amor de mi
corazón estaba en las cosas transitorias; y como de gusanos chicos se crían
otros mayores, así mi alma está llena de los pútridos demonios.
Mis brazos parecen mangos, porque mi deseo tuvo como dos brazos; pues
deseé larga vida y vivir mucho tiempo en el pecado. Deseé también y anhelaba,
porque el juicio de Dios fuese más suave de lo que dice la Escritura, aunque
bien me dijo mi conciencia que mi vida era breve y el juicio de Dios
intolerable. Pero mi deseo de pecar me sugirió que mi vida era larga, y muy
fácil el juicio de Dios, y con semejantes ideas trastornábase mi conciencia, y
de esta suerte mi voluntad y mi razón seguían el placer y deleite; y por esto
mismo el demonio se mueve ahora en mi alma contra mi voluntad, y mi conciencia
entiende y conoce que es justo el juicio de Dios. Son mis manos como dos mazas
largas, porque no me fueron agradables los preceptos de Dios; y así, mis manos
me sirven de peso, sin serme de ningún uso.
Mi cuello está dando vueltas como un madero que se tornea con un hierro
agudo, porque las palabras de Dios no fueron gratas para entrar en la caridad
de mi corazón, sino muy amargas, porque se oponían al deleite y placer de mi
corazón, y por eso está ahora puesto contra mi garganta un hierro agudo. Mis
labios están cortados, porque era pronta para decir expresiones soberbias y
chocarreras, pero indolente y perezosa para hablar palabras de Dios. La barba
está trémula y los dientes chocando unos contra otros, porque tuve cumplida
voluntad de dar sustento a mi cuerpo para parecer hermosa, incitante, sana y
fuerte para todos los placeres del cuerpo, y por esto tiembla sin consuelo mi
barba; y los dientes chocan unos con otros, porque fue inútil para el provecho
del alma el uso y trabajo de los dientes.
Las narices están cortadas, porque como suele hacerse entre vosotros con
los que en semejante caso delinquen para su mayor vergüenza, así a mí se me ha
hecho para siempre el cauterio de mi pudor. Cuelgan los ojos de dos nervios que
llegan hasta las mejillas; y esto es justo, porque como los ojos se alegraban
de la hermosura de las mejillas para ostentar soberbia, así ahora, con el mucho
llorar han saltado y con vergüenza cuelgan hasta las mejillas. Con justicia,
también, está sumergida la frente y en su lugar hay excesivas tinieblas, porque
rodeé mi frente con el velo de la soberbia, y quise gloriarme y parecer
hermosa, y por esto se halla ahora mi frente tenebrosa y deforme.
Bulle, como es muy justo, el cerebro, y vierte fuera plomo y pez, porque
como el plomo es movedizo y flexible a voluntad del que lo usa, así mi
conciencia, que residió en mi cerebro, movíase según la voluntad de mi corazón,
aunque entendía yo bien lo que debía hacer. Pero la Pasión del Hijo de Dios,
nunca se fijó en mi corazón, sino vertíase, como lo que se aprende y se deja. Y
en cuanto a la sangre que corrió del cuerpo del Hijo de Dios, no me cuidaba de
ella más que si hubiera sido pez, y como se huye del pez, huía de las palabras
de amor de Dios, para que no me molestasen ni me apartaran de los deleites del
cuerpo. Por causa de los hombres, oí, sin embargo, algunas veces las palabras
divinas, pero me entraban por un oído y me salían por otro; y por esto derrama
mi cerebro pez ardiente con vehementísimo hervor.
Tapados con duras piedras están mis oídos, porque con gusto entraban en
ellos las palabras soberbias, y bajaban suavemente hasta el corazón, porque de
éste se hallaba excluido el amor de Dios; y porque por el mundo y por soberbia
hice cuanto pude, por esto ahora están excluidas de mis oídos las palabras
alegres.
Y si me preguntas si hice algunas obras meritorias, te diré que hice
como el contraste que corta la moneda y la devuelve a su dueño. Si yo ayunaba y
daba limosnas y hacía otras cosas, las hacía solamente por puro temor del
infierno y por huir de las desgracias corporales; pero como en ninguna obra mía
hubo nada de amor de Dios y las hacía en su desgracia, esas cosas no me
valieron para alcanzar el cielo, aunque no quedaron sin recompensa. Si me preguntares,
además, cual es mi voluntad interiormente, cuando tengo tanta fealdad por de
fuera, te diré, que mi voluntad es como la del homicida y la del matricida, que
de buena gana mataría a su progenitora; y así yo también deseo el peor mal a
Dios mi Criador, el cual, fué conmigo excelente y piadosísimo.
Habla en seguida la difunta nieta de la abuela que estaba en el
infierno, con su propia madre que aún vivía, y le dice: Oye, madre mía y mejor
que madre escorpión. ¡Ay de mí, porque me engañaste! Me manifestaste semblante
alegre y en cambio me heriste gravemente en el corazón. Con tus mismos labios
me diste tres consejos, con tus obras aprendí, y con tus pasos me manifestaste
tres caminos. El primer consejo fué amar carnalmente, para obtener la amistad
carnal: el segundo fue gastar pródigamente por honra del mundo los bienes
temporales, y el tercero, tener descanso por el placer del cuerpo. Pero
semejantes consejos me han sido muy perjudiciales, pues porque amé carnalmente,
obtuve la vergüenza y la envidia espiritual; porque gasté con prodigalidad los
bienes temporales, fui privada de los dones de la gracia de Dios en la vida, y
he conseguido la ignominia después de la muerte; y porque durante mi vida me
deleitaba en el descanso de mi cuerpo, en la hora de la muerte comenzó para mi
alma una inquietud sin consuelo.
Tres cosas aprendí también de ti, y fueron: hacer algunas buenas obras,
sin dejar el pecado que me deleitaba; por lo cual experimento tanta angustia y
tribulación, como quien mezclara miel con veneno y lo presentara a un juez, e
irritado éste, lo derramase sobre quien se lo ofrecía. Me enseñaste además a
cubrir los ojos con un lienzo, a llevar sandalias en los pies, sortijas
preciosas en las manos y el cuello todo desnudo exteriormente. El lienzo que obscurecía
mis ojos, significaba la hermosura de mi cuerpo, la cual obscurecía mis ojos
espirituales de manera, que no atendía yo a la hermosura de mi alma.
Las sandalias que defendían los pies por debajo y no por encima,
significan la fe santa de la Iglesia que guardé fielmente, aunque sin
acompañarla con ninguna obra de provecho; y como las sandalias ayudan los pies,
así mi conciencia, permaneciendo en la fe, ayudó a mi alma; pero como no
acompañaban buenas obras, mi conciencia estaba como desnuda. Las sortijas
preciosas en las manos significan la vana esperanza que tuve; porque las obras
mías entendidas por las manos, las juzgué contando con una misericordia de Dios
poderosa y amplia, la cual se significa en las sortijas; y porque cuando toqué
con la mano la justicia de Dios, no la sentí ni atendí a ella, fuí por tanto
muy atrevida para pecar.
Al acercarse la muerte cayó de mis ojos el lienzo sobre la tierra, esto
es, sobre mi cuerpo, y entonces el alma se vio a sí misma y conoció que estaba
desnuda, porque pocas obras mías fueron buenas y los pecados muchísimos, y de
vergüenza no pude estar en el palacio del Rey eterno, porque fuí vestida
ignominiosamente, y entonces me llevaron arrastrando los demonios a un castigo
riguroso, donde era yo objeto de burla y afrenta.
Lo tercero que de ti aprendí, madre cruel, fué a vestir al siervo con
las vestiduras del Señor, y colocado en la silla del Señor, honrarlo como si
fuera éste, y darle al Señor los desechos del siervo y todo lo despreciable.
Este Señor es el amor de Dios, y el siervo es la voluntad de pecar. Y así,
pues, en mi corazón donde debió reinar el amor Divino, estaba siempre colocado
el siervo, esto es, el deleite y el placer del pecado, al cual vestí cuando me
valí para mi placer de todo lo criado y temporal, y solamente di a Dios los
despojos, lo impuro y lo más despreciable, y no por amor sino por temor. De
esta manera alegrábase mi corazón con el éxito del placer de mi liviandad,
porque hallábase excluido de mí el amor de Dios y el Señor bueno, y tenía acogido
al mal siervo. Estas son, madre, las tres cosas que con tus obras aprendí.
También con tus pasos me enseñaste tres caminos. El primero fué luminoso
para el mal, y así que entré por él, me quedé ciega con tan maldita luz: el
segundo era corto y resbaladizo como el hielo, y me caí, así que hube andado un
paso: el tercero fué muy largo, y como eché a andar por él, vino por detrás de
mí un torrente impetuoso y me trasladó a un profundo hoyo debajo de un monte.
En el primer camino está significado el progreso de mi soberbia, la cual fue
muy luminosa, porque la ostentación que nace de la soberbia, resplandeció tanto
en mis ojos, que no pensé su fin, y por consiguiente, quedé ciega. En el
segundo camino está significada la desobediencia; pero el tiempo de la inobediencia
en esta vida no es largo, porque después de la muerte se ve el hombre obligado
a obedecer.
No obstante, fué largo para mí, porque cuando daba un paso, esto es, una
confianza humilde, me resbalaba al punto, porque quería que se me perdonara el pecado
confesado; pero después de la confesión no quería dejar de pecar, y por
consiguiente, no fuí constante en la obediencia, sino que recaía en los
pecados, como quien se resbala en la nieve; porque mi voluntad fué fría, y no
quería apartarme de lo que me deleitaba. De esta suerte, así que daba un paso y
confesaba los pecados, volvía a recaer al punto, porque quería reiterar los
pecados confesados y que me agradaban.
El tercer camino fue que esperaba yo lo imposible, esto es, poder pecar
y no tener larga pena; poder también vivir mucho tiempo y no acelerar la hora
de la muerte; y así que eché a andar por este camino, vino detrás de mí un
torrente impetuoso, esto es, la muerte, que cogiéndome de uno a otro año,
derribó mis pies con la pena de la flaqueza. ¿Qué eran mis pies, sino que al
acercarse la enfermedad, muy poco pude atender al provecho del cuerpo, y menos
a la salud del alma? Caí, pues, en un hoyo profundo, cuando reventó mi corazón,
que estaba engreído con la soberbia y endurecido en pecar, y el alma cayó a la
honda caverna donde se castigan los pecados. Este camino fué muy largo, porque
después de concluir la vida carnal, empezó al punto un largo castigo. ¡Ay de
mí, madre, y no buena, porque todo cuanto de ti aprendí alegremente, ahora lo
estoy pagando con llanto.
La misma hija difunta dijo después a santa Brígida, que veía todo esto:
Oye tú, que me estás mirando: mi cabeza y rostro están interior y exteriormente
como el trueno y el rayo abrasador; mi cuello y pecho se hallan en una dura
prensa sujetos con largas puntas de hierro; mis pies son como largas
serpientes; mi vientre está golpeado con fuertes martillos, y mis piernas como
el agua que de los canales cae congelada. Pero todavía tengo una pena interior
más amarga que todas éstas. Porque al modo que estaría una persona que tuviese
obstruidos todos los respiraderos de la vida, y llenas de viento todas las
venas, se comprimiesen hacia el corazón, el que a causa de la violencia y poder
del viento estuviera para reventar; tan miserablemente estoy yo por el viento
de la soberbia que tanto quise.
Me hallo, no obstante, en el camino de la misericordia, porque en mi
gravísima enfermedad me confesé lo mejor que supe, aunque por temor; pero al
acercarse la muerte, me puse a considerar la Pasión de mi Dios, esto es, que
aquella era mucho más dura y más amarga que la mía, la que por mis culpas
merecía yo padecer. Con esta consideración alcancé lágrimas y deploré que
siendo tan grande el amor de Dios hacia mí, fuese tan escaso el mío para el
Señor.
Miré entonces a Dios con los ojos de mi conciencia, y dije: Señor, creo
que sois mi Dios, tened misericordia de mí, Hijo de la Virgen, por vuestra
amarguísima Pasión, que de buena gana enmendaría yo ahora mi vida si tuviese
tiempo. Y en aquel instante encendióse en mi corazón una centellita de amor de
Dios, por la cual parecíame la Pasión de Jesucristo más amarga que mi muerte, y
estaba yo de esta suerte, cuando reventó mi corazón, y mi alma vino a parar a
manos de los demonios para ser presentada en el tribunal de Dios. Y vine a
parar a manos de los demonios, porque fué indigno que los hermosísimos ángeles
se acercaran a un alma de tanta fealdad. En el tribunal de Dios clamaban contra
mí los demonios, porque mi alma fuese condenada al infierno, pero respondió el
Juez: Veo en su corazón una centellita de amor divino, la cual no debe
apagarse, sino venir a mi presencia, y así, condeno a esta alma al purgatorio,
hasta que purificada, merezca alcanzar el perdón.
Y si me preguntares si soy participante de todas las buenas obras que
por mí se hacen, te contestaré con una comparación. A la manera que si vieses
los dos platillos de una balanza colgando, y en una hubiese plomo que
naturalmente tirase hacia abajo, y en otra algo ligero que propendiera hacia
arriba, y cuanto más se fuera echando en este último platillo, más pronto
subiría el otro que está muy cargado, igualmente acontece conmigo; porque
cuanto más alta estuve en pecar, más baja estoy en el castigo; y por
consecuencia, me levanta de la pena todo lo que se hace por mí en honra de
Dios, especialmente la oración y buenas obras hechas por varones justos y
amigos de Dios, y los socorros que se dan con bienes legítimamente adquiridos y
las obras de amor de Dios. Todo esto es lo que cada día me hace ir acercándome
al Señor.
Después dijo la Virgen a la Santa: Te admiras, hija mía, de que hablemos
reunidos, yo, que soy la Reina del cielo, tú que vives en el mundo, esa alma
que está en el purgatorio y la otra del infierno; pues voy a explicártelo. Yo
no me aparto jamás del cielo, porque nunca me separo de la presencia de Dios,
ni el alma que está en el infierno se aparta de sus penas, ni tampoco la otra
del purgatorio antes de ser purificada, ni tú vienes a nosotros antes de la
separación de la vida corporal. Mas por virtud del espíritu de Dios, elévase tu
alma con tu inteligencia para oir las palabras de Dios en los cielos, y se te
permite saber varias penas del infierno y del purgatorio, para que les sirvan
de aviso a los malos, y de consuelo y provecho a los buenos. Ten, no obstante,
entendido, que tu cuerpo y tu alma permanecen unidos en la tierra, pero el
Espíritu Santo que está en los cielos, te dará inteligencia para comprender su
voluntad.
Háblase aquí de tres mujeres, de las cuales la tercera, que aún vivía, entró en un monasterio, donde pasó el resto de su vida en ejercicios de gran perfección.
Háblase aquí de tres mujeres, de las cuales la tercera, que aún vivía, entró en un monasterio, donde pasó el resto de su vida en ejercicios de gran perfección.
Libro 6, Capitulo 50. Dice Jesucristo que el alma es su esposa, y añade quiénes sean espiritualmente los criados y las esclavas del alma Revela también a santa Brígida las terribles penas que padecía un alma en el purgatorio, y cómo podía ser aliviada en ellas.
Cierto señor, dice Jesucristo, tenía una mujer, para la cual edificó una
casa, le proporcionó criado, criadas y víveres, y se marchó a un largo viaje. A
su vuelta encontró el señor difamada a su mujer, inobedientes a sus criados, y
deshonradas las criadas, e irritado con esto, entregó la mujer a los
tribunales, los criados a los verdugos, y mandó azotar a las criadas. Yo, Dios,
soy este Señor, que tomé por esposa el alma del hombre, criada por el poder de
mi divinidad, deseando tener con ella la indecible dulzura de mi misma
divinidad. Me desposé con ella mediante la fe, el amor y la perseverancia de
las virtudes. Edifíquele a esta alma una casa cuando le di el cuerpo mortal
para que en él se probase y se ejercitara en las virtudes.
Esta casa, que es el cuerpo, tiene cuatro propiedades, es noble, mortal,
mudable y corruptible. El cuerpo es noble, porque fue criado por Dios,
participa de todos los elementos, y resucitará para la eternidad en el último
día; pero es innoble comparado con el alma, porque es de tierra, y el alma es
espiritual. Por tanto, por tener el cuerpo cierta nobleza, debe estar
engalanado con virtudes, para que pueda ser glorificado en el día del juicio. Es
también el cuerpo mortal por ser de tierra, por lo que debe resistir las
seducciones de los deleites, porque si sucumbiere a ellas, pierde a Dios. Es
igualmente mudable, por lo que ha de hacerse estable por medio del alma, pues
si sigue sus impulsos, es semejante a los jumentos. Es, por último,
corruptible, y por esto debe siempre estar limpio, pues el demonio busca la
impureza, la cual huye de la compañía de los ángeles.
Habitadora de esta casa, es decir, del cuerpo, es el alma, y en él mora
como en una casa, y vivifica al mismo cuerpo; pues sin la presencia del alma es
el cuerpo horroroso, fétido y abominable a la vista. Tiene también el alma
cinco criados, que sirven de consuelo al cuerpo. El primero es la vista, que
debe ser como el buen vigía, para distinguir entre los enemigos y los amigos
que llegan. Vienen los enemigos, cuando los ojos desean ver rostros hermosos, y
todo lo deleitable a la carne y lo que es perjudical y deshonesto: y vienen los
amigos, cuando se deleita en ver mi Pasión, las obras de mis amigos y todo lo
que es en honra de Dios.
El segundo criado es el oído, el cual es como el buen portero, que abre
la puerta a los amigos y la cierra a los enemigos. La abre a los amigos, cuando
se deleita en oír las palabras de Dios, las pláticas y obras de los amigos del
Señor; y la cierra a los enemigos, cuando se abstiene de oír murmuraciones,
chocarrerías y necedades.
El tercer siervo es el gusto de comer y beber, el cual es como el buen
médico, que ordena la comida para la necesidad, no para lo superfluo y
deleitable; porque los alimentos han de tomarse como si fueran medicinas, y así
deben observarse dos reglas: no comer mucho, ni demasiado poco; porque la mucha
comida es causa de enfermedades, y si, por otra parte, se come menos de lo
debido, se adquiere un hastío en el servicio de Dios.
El cuatro criado es el tacto, el cual es como el hombre laborioso, que
trabaja para sustentar su cuerpo, y al mismo tiempo doma con prudencia los
apetitos de la carne y desea ardientemente conseguir la salvación eterna.
El quinto siervo es el olor de las cosas deleitables, el cual puede no
existir en muchos a fin de obtener mayor recompensa eterna; y por tanto, debe
ser este siervo como el buen mayordomo, y pensar si ese deleite le conviene al
alma, si adquiere merecimiento, y si puede subsistir el cuerpo sin él. Pues si
considera que el cuerpo puede de todos modos estar y vivir sin ese olor
deleitable, y por amor de Dios se abstiene de él, merece que el Señor le dé
gran recompensa, porque es virtud muy grata a Dios, cuando el hombre se priva
aun de las cosas lícitas.
A más de tener el alma estos criados, debe también tener cinco criadas
muy aptas, para custodiar a la señora y guardarla de sus peligros. La primera
ha de ser timorata y cuidadosa de que el esposo no se ofenda con la
inobservancia de sus mandamientos, o de que la señora se haga negligente. La
segunda ha de ser fervorosa en no buscar nada sino la honra del esposo y el
provecho de su señora. La tercera debe ser modesta y estable, para que su
señora no se engría con la prosperidad, ni se abata con la desgracia. La cuarta
debe ser sufrida y prudente, para poder consolar a la señora en los males que
le sobrevengan. La quinta ha de ser tan púdica y casta, que en sus
pensamientos, palabras y obras no haya nada indecoroso o libertino.
Si, pues, el alma tiene la casa que hemos dicho, unos criados tan
dispuestos y las criadas honradas, sienta muy mal que la misma alma, que es la
señora, no sea hermosa y esté llena de abnegación. Quiero, por consiguiente,
manifestarte el ornato y atavío del alma.
Ha de ser esta equitativa en discernir lo que debe a Dios y lo que debe
al cuerpo, porque juntamente con los ángeles participa de la razón y del amor
de Dios. Por tanto, debe el alma mirar la carne como si fuera un jumento, darle
moderadamente lo necesario para la vida, estimularla al trabajo, corregirla con
temor y abstinencia, y observar sus impulsos, no sea que por condescender con
la flaqueza de la carne, peque el alma contra Dios. Lo segundo, el alma debe
ser celestial, porque tiene la imagen del Señor de los cielos, y por tanto,
nunca ha de entretenerse ni deleitarse en cosas carnales, a fin de no hacerse
imagen del mismo demonio. Lo tercero, ha de ser fervorosa en amar a Dios,
porque es hermana de los ángeles, inmortal y eterna. Debe, por último, ser
hermosa en todo linaje de virtudes, porque eternamente ha de ver la hermosura
del mismo Dios: mas si consiente con los deseos de la carne, será horrorosa por
toda la eternidad.
Conviene también, que la señora, que es el alma, tenga su comida, la
cual es la memoria de los beneficios de Dios, la consideración de sus terribles
juicios y la complacencia en su amor y en guardar sus mandamientos. Debe, pues,
el alma evitar con empeño el no ser jamás gobernada por la carne, porque entonces
todo se desordena, y sucede que los ojos quieren ver cosas deleitables y
peligrosas, los oídos quieren oir vaciedades; agrada también gustar cosas
suaves y trabajar inútilmente por causa del mundo; entonces es seducida la
razón, domina la impaciencia, disminúyese la devoción, auméntase la tibieza,
palíase la culpa, y no son consideradas las cosas futuras; entonces mira el
alma con desprecio el manjar espiritual, y le parece penoso todo lo que es del
servicio de Dios.
¿Cómo puede agradar la continua memoria de Dios, donde reina el placer
de la carne? ¿Ni cómo puede el alma conformarse con la voluntad de Dios, cuando
solamente le agradan las cosas carnales? ¿Ni cómo puede distinguir lo verdadero
de lo falso, cuando le es molesto todo lo que pertenece a Dios? De semejante
alma, afeada de este modo, puede decirse, que la casa de Dios se ha hecho
tributaria del demonio amoldándose a él.
De tal suerte es el alma de este difunto que estás viendo, pues el
demonio la posee por nueve títulos. Primero, porque voluntariamente consintió
en el pecado; segundo, porque despreció su dignidad y lo prometido en el santo
bautismo; tercero, porque no cuidó de la gracia de su confirmación dada por el
obispo; cuarto, porque no hizo caso del tiempo que se le hubo concedido para
penitencia; quinto, porque en sus obras no me temió a mí, su Dios, ni tampoco
mis juicios, sino que de intento se apartó de mí; sexto, porque menospreció mi
paciencia como si yo no existiese, o como si yo no pudiera condenarlo; séptimo,
porque se cuidó menos de mis consejos y preceptos que de los de los hombres;
octavo, porque no daba gracias a Dios por sus beneficios, porque tenía su corazón
fijo en el mundo; y noveno, porque toda mi Pasión estaba como muerta en su
corazón, y por consiguiente, padece ahora nueve penas.
La primera, es porque todo lo que padece, lo sufre por justo juicio de
Dios, por precisión y a la fuerza; la segunda, porque dejó al Criador y amó la
criatura, y por tanto, lo detestan todas las criaturas; la tercera, es el
dolor, porque dejó y perdió todo cuanto amó y todo esto está contra él; la
cuarta, es el ardor y sed porque deseaba más las cosas perecederas que las eternas;
la quinta, es el terror y poderío de los demonios, porque mientras pudo no
quiso temer al benignísimo Dios; la sexta, es carecer de la vista de Dios,
porque en su tiempo no vió la paciencia del Señor; la séptima, es una horrorosa
ansiedad, porque ignora cuándo han de acabar sus tormentos; la octava, es el
remordimiento de su conciencia, porque omitió lo bueno e hizo lo malo; la
novena, es el frío y el llanto porque no deseaba el amor de Dios.
Sin embargo, porque tuvo dos cosas buenas: primera, creer en mi Pasión y
oponerse en cuanto pudo a los que hablaban mal de mí; y segunda, amar a mi
Madre y a mis santos, y guardar sus vigilias, te diré ahora cómo por las
súplicas de mis amigos que por él ruegan, podrá salvarse.
Se salvará lo primero, por mi Pasión, porque guardó la fe de mi Iglesia;
segundo, por el sacrificio de mi Cuerpo, porque este es el antídoto de las
almas; tercero, por los ruegos de mis escogidos que en el cielo están; cuarto,
por las buenas obras que se hacen en la santa Iglesia; quinto, por los ruegos
de los buenos que viven en el mundo; sexto, por las limosnas hechas de los
bienes justamente adquiridos, y si se restituyen los que se sabe están mal
adquiridos; séptimo, por las penalidades de los justos que trabajan por la
salvación de las almas; ; octavo, por las indulgencias concedidas por los
Pontífices; noveno por varias penitencias hechas en beneficio de las almas, que
los vivos no acabaron cumplidamente.
Esta revelación, hija mía, te la ha merecido el patrono san Erico, a
quien sirvió esta alma, porque llegará tiempo en que decaerá la maldad de esta
tierra, y en los corazones de muchos resucitará el celo de las almas.
ELLA ME HA ARREBATADO INJUSTAMENTE EL ALMA QUE COMPARECE ANTE VOS
Después de la muerte de su hijo, Santa Brígida fue llevada a un palacio
magnífico. Ahí vio a Jesús sentado en su tribunal y rodeado de una corte
innumerable de ángeles y santos, a su lado estaba la Santísima Virgen, que
seguía con atención el juicio.
A los pies del Juez, vio bajo la forma de un recién nacido, el alma del
difunto, que temblaba y no lograba ver ni oír lo que ocurría. A la derecha del
Juez, cerca del alma, estaba un ángel, el demonio estaba a su izquierda, pero
ninguno de los dos tocaba al alma.
El demonio, entonces, se puso a gritar: «Escucha, Juez todopoderoso, yo
debo quejarme de una mujer que es a la vez mi Soberana y Vuestra Madre, a quien
vuestro amor le ha dado todo poder sobre el cielo y sobre la tierra, y sobre
nosotros, los demonios del infierno. Ella me ha arrebatado injustamente el alma
que comparece ante Vos, pues en verdad, a mí me correspondía apoderarme de ella
en el momento de separarse del cuerpo y llevarla con mis compañeros ante
Vuestro tribunal. Ahora bien, Juez Justo, el alma no había terminado de salir
del cuerpo, cuando Vuestra Madre, la tomó consigo y la cubrió con su poderosa
protección hasta presentarla ante Vos.»
La bienaventurada Virgen María, le respondió así: «Escucha, Satanás,
cuando saliste de las manos del Creador, tenías la inteligencia de la justicia
que vive en Dios por la eternidad. Tuviste la libertad de actuar a tu voluntad
y aunque hayas preferido odiar a Dios antes que entregarle tu corazón, sabes
bien lo que la justicia exige. Yo te digo que a mí me corresponde más que a ti
presentar esta alma ante Dios, su Juez; ya que durante su estancia en la
tierra, ella me demostró un gran afecto, ella se complacía en recordarse que
Dios se dignó escogerme como su Madre y que quiso exaltarme por encima de todas
las criaturas.»
« Tú has visto, Satanás, en qué condiciones ha muerto este hombre. ¿Qué
te parece, entonces? ¿No era justo que yo tomara su alma bajo mi protección
para presentarla ante el tribunal de Dios, antes que dejarla entre tus manos
para compartir tus suplicios?»
Y Satanás preguntó de nuevo: «¿Por qué, Oh Reina, a la hora de la agonía
de esta alma, nos has mandado huir de manera que ninguno de nosotros pudo ni
asustarla ni perturbarla?
La Virgen replica: «Lo hice por el amor ardiente que en vida ella me
había dedicado.»
Fuente: http://www.tenesperanza.org
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