VATICANO, 29 Oct. 15 / 04:58 am (ACI).- En la Casa de Santa Marta,
el Papa Francisco celebró de nuevo la Misa y habló del amor de
Dios por cada hombre y cómo ninguna cosa puede separarles, incluso si uno lo
rechaza. Este amor hace “vencedores” a los cristianos.
“¡Dios no
puede no amar! Y esta es nuestra seguridad. Yo
puedo rechazar este amor, puedo rechazarlo como lo ha rechazado el buen ladrón,
hasta el final de su vida”.
“Pero ahí le esperaba el amor. El más malvado, el más blasfemo es amado por Dios con una ternura de padre, de papá”. Es un amor
“como el de una gallina con sus polluelos”.
Comentando la primera lectura, Francisco explicó que el apóstol San
Pablo dice a los cristianos que son vencedores porque “si Dios está con
nosotros, ¿quién estará
contra nosotros?”.
“La fuerza de esta seguridad
de vencedor” el cristiano la debe
“tener en sus propias manos, como si fuese su propiedad” de tal forma que los
creyentes podrían decir: “¡Ahora nosotros somos los campeones!”.
Pero somos vencedores “no porque tenemos
este don en la mano, sino por otra cosa”. Es otra cosa “que nos hace vencer o al menos si nosotros queremos
rechazar la victoria siempre podremos vencer”. Es el hecho de que nada
“podrá separarnos jamás del amor de Dios, que está en Cristo Jesús,
nuestro Señor”.
“No es que nosotros seamos vencedores sobre
nuestros enemigos, sobre el pecado. ¡No! Estamos tan unidos al amor de Dios que ninguna persona, ninguna potencia,
ninguna cosa nos podrá separar de este amor”.
“Pablo ha visto en el don algo más, aquello que
da el don: es el don de la recreación, es el don de la regeneración en Cristo
Jesús. Ha visto el amor de Dios. Un amor que no se puede explicar”.
Pero “todo hombre y mujer puede rechazar el don”
y preferir su pecado, y sin embargo “el don existe”.
“El don es el amor de Dios, un Dios que no puede
separarse de nosotros”, subrayó el Papa.
Respecto al Evangelio, en el que Jesús dice que
debe acudir a Jerusalén donde morirá, Francisco dijo que Dios habla también en
la actualidad a través de este pasaje: “¡Cuántas veces he querido recoger a tu
hijo como una gallina a sus polluelos bajo las alas y vosotros no habéis
querido! Es una imagen de ternura”.
Y “cuántas veces he querido sentir esta ternura, este amor, como la gallina con
los polluelos y ustedes lo han rechazado”.
Por eso San Pablo es capaz de decir que ha
entendido “que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni
lo presente ni lo futuro, ni las potencias, ni alturas, ni profundidades, ni
ninguna otra cosa podrá jamás separarnos de este amor”.
“Dios, el potente, el creador, puede hacer todo:
¡Dios llora! En este llanto de Jesús sobre Jerusalén, en esas lágrimas, está
todo el amor de Dios. Dios llora por mí cuando me alejo; Dios llora por cada
uno de nosotros; Dios llora por
esos malvados que hacen tantas cosas feas, tanto mal a la humanidad… Espera, no
condena, llora. ¿Por qué? Porque ama”.
Las lecturas que el Papa comentó son las
siguientes:
Primera
Lectura: Romanos 8,31b-39
Hermanos: Si Dios está con nosotros, ¿quién
estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó
por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los
elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso
Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que
intercede por nosotros? ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la
aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el
peligro?, ¿la espada?, como dice la Escritura: "Por tu causa nos degüellan
cada día, nos tratan como a ovejas de matanza." Pero en todo esto vencemos
fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte,
ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni
altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Evangelio:
Lucas 13,31-35
En aquella ocasión, se acercaron unos fariseos a
decirle: "Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte." Él
contestó: "Id a decirle a ese zorro: "Hoy y mañana seguiré curando y
echando demonios; pasado mañana llego a mi término." Pero hoy y mañana y
pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de
Jerusalén. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que
se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne
a sus pollitos baja las alas! Pero no habéis querido. Vuestra casa se os
quedará vacía. Os digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis:
"Bendito el que viene en nombre del Señor”.
Por Alvaro de Juana
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