El peligro del
nominalismo en la Iglesia actual. San Ireneo de Lyon.
Hace unos días leía una entrada
de blog en la que volvía a repetir una argumentación muy frecuente y peligrosa:
“el cristianismo tradicional está cimentado en el
pensamiento griego y un dualismo indeseable. Es necesario desligar al
cristianismo de la razón, porque la razón impide profundizar en el misterio.”
El pensamiento filosófico griego y la razón son herramientas para
entender lo que nos rodea. Muchas personas han encontrado a Dios estudiando la
naturaleza. Muchos de nosotros vemos la huella de Dios en todo lo creado.
Muchos sabemos que el misterio está presente en todo lo que nos rodea, porque
en todo está impresa la huella de Dios.
Pensar que la razón nos aleja del misterio es tan
simplicista como pensar que la invención del cuchillo ha producido una sociedad
llena de criminales.
Pero nadie puede conocer al Padre si no se lo
revela el Verbo de Dios, esto es el Hijo; ni al Hijo, sin el beneplácito del
Padre. Porque el Hijo realiza el beneplácito del Padre: ya que el Padre envía,
el Hijo es enviado y viene. Y al Padre,
que para nosotros es invisible e indeterminable, lo conoce su mismo Verbo; y
siendo aquél inenarrable, éste nos lo da a conocer. De modo semejante,
sólo el Padre conoce a su Verbo (…).
En efecto, el
Verbo revela a Dios Creador por medio de la misma creación, al Hacedor
del mundo por medio del mundo, al artista Plasmador por medio de los seres
plasmados, y por medio del Hijo al Padre que engendró al Hijo. Todos ellos
hablan de modo parecido, pero no tienen la misma fe. Así también por medio de
los profetas el Verbo se predicó a sí mismo y al Padre. También en este caso todos oyeron lo mismo, pero no todos creyeron
igualmente. Y, finalmente, el Padre se manifestó en su Verbo hecho
visible y palpable (1Jn 1,1): todos vieron al Padre en el Hijo, aunque no todos
creyeron en él. Pues lo invisible del Hijo es el Padre, y lo visible del Padre
es el Hijo (Jn 14,9). Pues el Hijo, en
servicio del Padre, lleva todas las cosas a su perfección, a partir de la
creación hasta el final, y sin él nadie es capaz de conocer a Dios. (San Ireneo de
Lyon. Contra las herejías, IV, 6, 3-7)
Entender que todo lo creado es coherente, además de contener la huella
de Dios, nos permite aceptar que Cristo es el Logos, es decir, la Palabra que
da sentido y es razón de todo lo creado. Si pensamos que lo creado no nos habla de Dios, el mismo Logos, Cristo,
deja de ser Quien da sentido a todo y a todos.
Nadie puede conocer al Padre, sino es a través de Cristo. Sólo Él nos
habla del Padre y nos revela su Voluntad. Voluntad que es lógica, buena y bella
porque es reflejo de Dios. La Voluntad de Dios no es algo ilógico y cambiante.
La razón de lo creado no es que cada uno de nosotros decida qué significa lo
que le rodea. El
nominalismo medieval sigue vivo dentro de la Iglesia, llevando a muchas
personas a pensar que los conceptos, el entendimiento y la razón, son simples
invenciones del ser humano.
Debido al nominalismo algunas personas piensan cosas tan curiosas como
que el incesto es un concepto es una realidad natural que ha sido definida por
el ser humano. Por lo tanto no hay razón para considerarlo como algo dañino y
horrendo. Se preguntan
qué razón hay en contra de que dos hermanos puedan casarse y formar una
familia. Otro ejemplo de las
aberraciones que conlleva el pensamiento nominalista es pensar que no existen
situaciones de pecado, sino que nuestra conciencia dirá qué es pecado y que no
lo es. Si les comentas que la conciencia es manipulable por otras personas e
incluso por nosotros mismos, te indican que la conciencia moral de cada uno es
lo que debe regir. Es
decir, para ellos no existen situaciones de pecado evidentes, sino
consideraciones personales de pecado. Piensan
que cada cual verá si ha pecado o no, según su conciencia moral personal.
¿Cómo es posible que algunos de nosotros
tengan una visión tan relativista y profundamente nominalista? San Ireneo nos
señala la razón partiendo de Cristo: muchos oyeron sus palabras, pero fueron
pocos los que realmente creyeron en lo que decía y hacía: “en este caso todos
oyeron lo mismo, pero no todos creyeron igualmente”. Recitar el Credo no nos hace católicos
directamente. Debemos
saber qué sentido tiene nuestra fe y estar dispuestos unirnos a la Tradición
Apostólica. Por desgracia, muchos
católicos han dejado de ser creer en la Tradición Apostólica hace mucho tiempo.
Oremos por ellos y por el Sínodo de la Familia
Néstor Mora Núñez
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