Está entrando en la Iglesia el culto pagano de
"Nuestra Madre Tierra", donde la religión católica es sólo el pretexto
para ocuparse de los problemas ambientales del planeta.
Una
oración para el cuidado de la Creación. Es a lo que nos llama hoy el Papa
Francisco, que ha querido instituir para este propósito un jornada mundial de
oración. Refiriéndose a lo que ha escrito en su encíclica Laudato Sii,
en la carta de convocatoria de la jornada el Papa recuerda lo que él define una
"conversión ecológica", que implica "dejar emerger todas las
consecuencias del encuentro con Jesús en las relaciones con el mundo" que
nos rodea.
El interés por la Creación, en otras palabras, es parte de ese abrazo positivo a toda la realidad que nace de la fe, de reconocer el designio del Creador. Se vuelve a proponer, de una manera nueva, lo que ya es patrimonio de la Doctrina Social de la Iglesia y que se sintetiza con una fórmula, a saber: la naturaleza es para el hombre y el hombre es para Dios. Es decir, que el primado del hombre, nuestro primado sobre todas las criaturas, está vinculado al deber de rendir cuentas al Señor sobre cómo lo hemos ejercido. De aquí nace la responsabilidad moral, no del terror a catástrofes inminentes. De aquí nace también la posibilidad de la intervención sobre la naturaleza, actitud opuesta a la de mantener todo como está (dejar a nuestros hijos el mundo tal como nos ha sido dejado a nosotros), típico de las religiones espiritistas.
Rezar por la custodia de la Creación debería ser, por lo tanto y sobre todo, la petición a Dios de hacernos más conscientes de la presencia del Creador. Si los cristianos han perdido el contacto con la Creación y, especialmente, una relación equilibrada y responsable con la misma, esto es debido a que en la Iglesia se ha dejado de predicar sobre la Creación, advertía hace 35 años el entonces arzobispo de Múnich Joseph Ratzinger. Bienvenida sea entonces esta jornada mundial de oración si es ocasión para rezar y meditar sobre Dios Creador.
Sin embargo, da la impresión de que la encíclica, esta jornada y otras intervenciones del Papa, más allá de las intenciones, han abierto la puerta a una especie de iniciativas neopaganas, haciendo que se convierta en general lo que ya caracterizaba a algunas franjas del catolicismo, que no pueden evitar someterse a la cultura dominante: marxistas hace años, ecologistas ahora y, tal vez, ambas cosas a la vez.
De este modo, París, donde está prevista la enésima conferencia intergubernamental sobre el clima, juzgada por todo el mundo decisiva como lo fueron las veinte que la precedieron -y que obviamente no resolvieron nada-, se ha convertido en el nuevo santuario virtual. Hace un tiempo ya hablamos de la "peregrinación ecuménica" organizada por los obispos alemanes en los días de la Conferencia. No son los únicos: también el arzobispo de Westminster, el cardenal Vincent Nichols, ha bendecido hace unos días la salida desde la catedral de Westminster de otra peregrinación a París, esta vez en bicicleta, organizada por la Comisión local Justicia y Paz. El cardenal ha subrayado "la importancia de la cercana conferencia sobre el clima para custodiar nuestra casa común", haciendo eco así al subtítulo de la encíclica.
Pensando otra vez en la Conferencia de París, una red de dieciocho organizaciones católicas del mundo ha lanzado la campaña “ayuna por el clima”, un día al mes de ayuno "como signo de solidaridad con las víctimas del cambio climático".
Al mismo tiempo, la Caritas Internationalis y el CIDSE (una red de 17 organizaciones no gubernamentales católicas comprometidas en proyectos de desarrollo) han suscrito la Declaración solemne de las “Organizaciones católicas que afrontan el cambio climático”, en la que la contraseña es "justicia climática", signifique lo que signifique.
En Filipinas todo el mes de septiembre ha sido rebautizado por la Iglesia local como "Estación de la Creación" y para la ocasión el cardenal Luis Antonio Tagle ha lanzado una recogida de firmas (objetivo: un millón) para pedir a los jefes de Estado y de gobierno que se reunirán en París que hagan todo lo posible para contener el calentamiento global dentro del límite máximo de 1,5 °C.
Y suma y sigue. Dejando de lado el pequeño detalle de que nadie puede regular la temperatura de la Tierra, ni siquiera queriéndolo, todo este activismo climático denota un gran cambio en la actitud de los católicos: admitido y no concedido que hoy nos encontrásemos verdaderamente ante fenómenos atmosféricos extremos sin precedentes, hasta hace pocos decenios párrocos y obispos en situaciones extremas (que evidentemente siempre han existido) organizaban peregrinaciones, procesiones y cualquier otra cosa con el fin de invocar del Señor la gracia de una naturaleza más benigna. Entonces existía la conciencia de que el mundo es más grande que nosotros y que sólo Dios es el Señor de la naturaleza, como también aclaran varios relatos evangélicos. Se rezaba a Dios y se intentaba al mismo tiempo construir realidades y estructuras que protegieran a los hombres de los caprichos de la naturaleza.
Hoy, en cambio, se considera al hombre el centro de todo, destructor y redentor, y entonces se organizan peregrinaciones a la sede de encuentros que se juzga importantes, como es el caso de París. Se hace el camino y en lugar de construir refugios se invierten sumas ingentes para cambiar el clima. En realidad, hablar en este caso de peregrinación es incluso blasfemo: el peregrino quiere convertirse; aquí se trata de marchas para pedir la "conversión" de los jefes de gobierno.
Al mismo tiempo, y de manera más general, está entrando en la Iglesia el culto pagano de "Nuestra Madre Tierra", donde la religión católica es sólo el pretexto para ocuparse de los problemas ambientales del planeta. Basta dar un vistazo al pabellón de la Santa Sede en la Expo de Milán para darse cuenta de esto. También el diario que se distribuye en él (Noi Expo, editado por las redacciones de Avvenire y Famiglia Cristiana) es todo un himno a "Nuestra Madre Tierra", como dice el gran título de la primera página. También en el interior se nos invita «a hacer las paces con la madre Tierra»: usar menos plástico, papel reciclado, ducharse en vez de bañarse, hacer la recogida selectiva de la basura, apagar la luz, utilizar los medios públicos de transporte, etc. Seremos juzgados por esto.
Pero el acontecimiento más increíble ha sido la participación hace unos meses de un cardenal en un rito pagano por la Madre Tierra (pincha aquí para ver el vídeo). Este hecho tuvo lugar en Argentina el mes de noviembre del año pasado y el protagonista fue el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo para la Cultura, de visita en el país para la iniciativa del Atrio de los Gentiles. Pues bien, un vídeo que se puede ver en la red, nos muestra al cardenal Ravasi participando en un rueda alrededor de un fetiche: es el culto pagano de la Pachamama (Madre Tierra). Son imágenes que dejan atónitos, por no decir otra cosa. Basta recordar cuántos cristianos en los primeros siglos prefirieron el martirio antes que quemar incienso en honor del emperador; y cuántos, aún hoy, entregan su vida por no renegar de su fe en Cristo. En cambio, un cardenal con un papel importante en el Vaticano rinde culto a la Madre Tierra. Y lo más increíble es que nadie en Roma haya dicho esta boca es mía.
Realmente es cierto que una jornada de oración es verdaderamente necesaria.
Artículo publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
El interés por la Creación, en otras palabras, es parte de ese abrazo positivo a toda la realidad que nace de la fe, de reconocer el designio del Creador. Se vuelve a proponer, de una manera nueva, lo que ya es patrimonio de la Doctrina Social de la Iglesia y que se sintetiza con una fórmula, a saber: la naturaleza es para el hombre y el hombre es para Dios. Es decir, que el primado del hombre, nuestro primado sobre todas las criaturas, está vinculado al deber de rendir cuentas al Señor sobre cómo lo hemos ejercido. De aquí nace la responsabilidad moral, no del terror a catástrofes inminentes. De aquí nace también la posibilidad de la intervención sobre la naturaleza, actitud opuesta a la de mantener todo como está (dejar a nuestros hijos el mundo tal como nos ha sido dejado a nosotros), típico de las religiones espiritistas.
Rezar por la custodia de la Creación debería ser, por lo tanto y sobre todo, la petición a Dios de hacernos más conscientes de la presencia del Creador. Si los cristianos han perdido el contacto con la Creación y, especialmente, una relación equilibrada y responsable con la misma, esto es debido a que en la Iglesia se ha dejado de predicar sobre la Creación, advertía hace 35 años el entonces arzobispo de Múnich Joseph Ratzinger. Bienvenida sea entonces esta jornada mundial de oración si es ocasión para rezar y meditar sobre Dios Creador.
Sin embargo, da la impresión de que la encíclica, esta jornada y otras intervenciones del Papa, más allá de las intenciones, han abierto la puerta a una especie de iniciativas neopaganas, haciendo que se convierta en general lo que ya caracterizaba a algunas franjas del catolicismo, que no pueden evitar someterse a la cultura dominante: marxistas hace años, ecologistas ahora y, tal vez, ambas cosas a la vez.
De este modo, París, donde está prevista la enésima conferencia intergubernamental sobre el clima, juzgada por todo el mundo decisiva como lo fueron las veinte que la precedieron -y que obviamente no resolvieron nada-, se ha convertido en el nuevo santuario virtual. Hace un tiempo ya hablamos de la "peregrinación ecuménica" organizada por los obispos alemanes en los días de la Conferencia. No son los únicos: también el arzobispo de Westminster, el cardenal Vincent Nichols, ha bendecido hace unos días la salida desde la catedral de Westminster de otra peregrinación a París, esta vez en bicicleta, organizada por la Comisión local Justicia y Paz. El cardenal ha subrayado "la importancia de la cercana conferencia sobre el clima para custodiar nuestra casa común", haciendo eco así al subtítulo de la encíclica.
Pensando otra vez en la Conferencia de París, una red de dieciocho organizaciones católicas del mundo ha lanzado la campaña “ayuna por el clima”, un día al mes de ayuno "como signo de solidaridad con las víctimas del cambio climático".
Al mismo tiempo, la Caritas Internationalis y el CIDSE (una red de 17 organizaciones no gubernamentales católicas comprometidas en proyectos de desarrollo) han suscrito la Declaración solemne de las “Organizaciones católicas que afrontan el cambio climático”, en la que la contraseña es "justicia climática", signifique lo que signifique.
En Filipinas todo el mes de septiembre ha sido rebautizado por la Iglesia local como "Estación de la Creación" y para la ocasión el cardenal Luis Antonio Tagle ha lanzado una recogida de firmas (objetivo: un millón) para pedir a los jefes de Estado y de gobierno que se reunirán en París que hagan todo lo posible para contener el calentamiento global dentro del límite máximo de 1,5 °C.
Y suma y sigue. Dejando de lado el pequeño detalle de que nadie puede regular la temperatura de la Tierra, ni siquiera queriéndolo, todo este activismo climático denota un gran cambio en la actitud de los católicos: admitido y no concedido que hoy nos encontrásemos verdaderamente ante fenómenos atmosféricos extremos sin precedentes, hasta hace pocos decenios párrocos y obispos en situaciones extremas (que evidentemente siempre han existido) organizaban peregrinaciones, procesiones y cualquier otra cosa con el fin de invocar del Señor la gracia de una naturaleza más benigna. Entonces existía la conciencia de que el mundo es más grande que nosotros y que sólo Dios es el Señor de la naturaleza, como también aclaran varios relatos evangélicos. Se rezaba a Dios y se intentaba al mismo tiempo construir realidades y estructuras que protegieran a los hombres de los caprichos de la naturaleza.
Hoy, en cambio, se considera al hombre el centro de todo, destructor y redentor, y entonces se organizan peregrinaciones a la sede de encuentros que se juzga importantes, como es el caso de París. Se hace el camino y en lugar de construir refugios se invierten sumas ingentes para cambiar el clima. En realidad, hablar en este caso de peregrinación es incluso blasfemo: el peregrino quiere convertirse; aquí se trata de marchas para pedir la "conversión" de los jefes de gobierno.
Al mismo tiempo, y de manera más general, está entrando en la Iglesia el culto pagano de "Nuestra Madre Tierra", donde la religión católica es sólo el pretexto para ocuparse de los problemas ambientales del planeta. Basta dar un vistazo al pabellón de la Santa Sede en la Expo de Milán para darse cuenta de esto. También el diario que se distribuye en él (Noi Expo, editado por las redacciones de Avvenire y Famiglia Cristiana) es todo un himno a "Nuestra Madre Tierra", como dice el gran título de la primera página. También en el interior se nos invita «a hacer las paces con la madre Tierra»: usar menos plástico, papel reciclado, ducharse en vez de bañarse, hacer la recogida selectiva de la basura, apagar la luz, utilizar los medios públicos de transporte, etc. Seremos juzgados por esto.
Pero el acontecimiento más increíble ha sido la participación hace unos meses de un cardenal en un rito pagano por la Madre Tierra (pincha aquí para ver el vídeo). Este hecho tuvo lugar en Argentina el mes de noviembre del año pasado y el protagonista fue el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo para la Cultura, de visita en el país para la iniciativa del Atrio de los Gentiles. Pues bien, un vídeo que se puede ver en la red, nos muestra al cardenal Ravasi participando en un rueda alrededor de un fetiche: es el culto pagano de la Pachamama (Madre Tierra). Son imágenes que dejan atónitos, por no decir otra cosa. Basta recordar cuántos cristianos en los primeros siglos prefirieron el martirio antes que quemar incienso en honor del emperador; y cuántos, aún hoy, entregan su vida por no renegar de su fe en Cristo. En cambio, un cardenal con un papel importante en el Vaticano rinde culto a la Madre Tierra. Y lo más increíble es que nadie en Roma haya dicho esta boca es mía.
Realmente es cierto que una jornada de oración es verdaderamente necesaria.
Artículo publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
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