Muchos
papás están preocupados por la falta de fe en sus hijos(as). Algunos, incluso
se sienten fracasados, al constatar que no quieren saber nada de Dios o de la
Iglesia; sin embargo, todos los problemas tienen sus causas y conviene hacer
una revisión general. Casi siempre, se debe a cosas de la edad, del ambiente,
que se arregla a través de una mejor comunicación, pero hay casos en los que
viene como resultado de un modelo familiar en el que la fe se vive de un modo
rígido, cuasi extremista. Hay que ser muy cuidadosos, porque educar a los hijos
sin darles una libertad acorde a la edad, puede provocar que la religión se les
haga insoportable, totalmente desencarnada de la realidad. Ante papás
moralistas, centrados en la forma, puede suceder que la experiencia de Dios
quede desfigurada. Con esto, no estamos diciendo que haya que ser “light” o de
moral relativa, pero sí poner el acento en la necesidad de presentarles una fe
firme y, al mismo tiempo, positiva, interesante y, sobre todo, capaz de
alcanzar la realización personal en clave de apertura a los demás. La Venerable
Concepción Cabrera de Armida, en cuanto a la educación de sus hijos, decía: “No les fastidiaré cargándoles
de rezos y haciéndoles pesada la piedad; todo lo contrario, procuraré hacerla
agradable a sus ojos y que naturalmente la busquen comenzando a dar vuelo al
alma con pequeñas jaculatorias (cf. Diario T. 4, p. 227 ss. 6 octubre. 1894)”. Es decir, formar en un marco de libertad
responsable, acercando en lugar de alejar. La clave de la Sra. Armida dio
resultado en la vida de sus hijos e hijas, pues fueron personas de bien.
Hacer cosas como prohibirles todo trato con alguien que no sea de la familia, es algo desmedido, pues violenta la amistad y, lo peor del caso, es que casi siempre se apela a Dios como justificación de la negativa, de tal forma que terminan por agarrarle idea: “mis papás son tan católicos que no me dejan hacer nada”. Sin duda, el hogar es clave, pues no se trata de ser “farol de la calle y oscuridad de la casa”, pero hay que permitirles salir y convivir con buenas compañías. Es cierto que hay amistades negativas que conviene evitar por la cuestión de los excesos, pero nunca generalizar al punto de afectar la capacidad de relación social de los hijos, volviéndolos acomplejados.
¡Cuántas veces hemos escuchado decir que “el hijo salió rebelde porque la mamá es muy católica”! En el fondo, se tiene la concepción de un catolicismo desvirtuado, lejano de lo que enseña la Iglesia, pues serlo no significa vivir en medio de actitudes fingidas o prohibiciones exageradas. Los que lo practican así, necesitan replanteárselo y, sobre todo, purificar la imagen que tienen acerca de Dios, pues seguramente no es el de la Biblia, sino uno que se han invitado o fabricado para llenar sus expectativas. Repetimos, no hay fe sin moral, pero primero va la experiencia de Dios. De otra manera, no se comprenden los diez mandamientos.
Entonces, para que los(as) hijos(as) se sientan cómodos(as) en la Iglesia, hay que ayudarlos a que asimilen la fe, pero de un modo atractivo, profundo y no basado en imperativos arbitrarios o chantajes. Formar en la conciencia acerca del pecado, tampoco significa irse al extremo de criticar hasta lo que resulta sano. Ya lo decía San Pablo: “Examinen todo y quédense con lo bueno” (1Tes 5,21). Es decir, a partir lo positivo, de lo que sí se puede, lanzarse hacia la vida, provocando una impresión que comprometa en un marco de libertad, pues la fe siempre es una propuesta clara, contundente.
Hacer cosas como prohibirles todo trato con alguien que no sea de la familia, es algo desmedido, pues violenta la amistad y, lo peor del caso, es que casi siempre se apela a Dios como justificación de la negativa, de tal forma que terminan por agarrarle idea: “mis papás son tan católicos que no me dejan hacer nada”. Sin duda, el hogar es clave, pues no se trata de ser “farol de la calle y oscuridad de la casa”, pero hay que permitirles salir y convivir con buenas compañías. Es cierto que hay amistades negativas que conviene evitar por la cuestión de los excesos, pero nunca generalizar al punto de afectar la capacidad de relación social de los hijos, volviéndolos acomplejados.
¡Cuántas veces hemos escuchado decir que “el hijo salió rebelde porque la mamá es muy católica”! En el fondo, se tiene la concepción de un catolicismo desvirtuado, lejano de lo que enseña la Iglesia, pues serlo no significa vivir en medio de actitudes fingidas o prohibiciones exageradas. Los que lo practican así, necesitan replanteárselo y, sobre todo, purificar la imagen que tienen acerca de Dios, pues seguramente no es el de la Biblia, sino uno que se han invitado o fabricado para llenar sus expectativas. Repetimos, no hay fe sin moral, pero primero va la experiencia de Dios. De otra manera, no se comprenden los diez mandamientos.
Entonces, para que los(as) hijos(as) se sientan cómodos(as) en la Iglesia, hay que ayudarlos a que asimilen la fe, pero de un modo atractivo, profundo y no basado en imperativos arbitrarios o chantajes. Formar en la conciencia acerca del pecado, tampoco significa irse al extremo de criticar hasta lo que resulta sano. Ya lo decía San Pablo: “Examinen todo y quédense con lo bueno” (1Tes 5,21). Es decir, a partir lo positivo, de lo que sí se puede, lanzarse hacia la vida, provocando una impresión que comprometa en un marco de libertad, pues la fe siempre es una propuesta clara, contundente.
Carlos J. Díaz Rodríguez
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