Llevo
cuatro años acudiendo a la misa "de niños" de una de las parroquias
con más futuro (y presente) de Madrid, situada en uno de los nuevos barrios,
llenos de familias jóvenes.
Allí me encuentro con varios amigos cada domingo. Vaya por delante que no tengo niños, con lo que mi percepción de lo que allí sucede carece, como es obvio, de la experiencia paternal, que forja en la paciencia.
En esta parroquia no hay "guardería". Y me parece una decisión acertada. No tiene lógica que un acto tan familiar como acudir a misa se convierta para los más pequeños en una especie de excursión a un lugar aburridísimo en el que los padres se ven obligados a "aparcar" a la infantería, que será incapaz de responder si ha estado en misa o en el "chiquipark" de su barrio si alguien le pregunta.
No es la primera vez que he expresado mi descontento con la actitud de algunos padres respecto a sus hijos en misa. Porque los hijos no tienen culpa de nada.
El párroco se arma de paciencia -y de valor, por qué no decirlo- para celebrar la eucaristía en un ambiente que no es precisamente el ideal. En ocasiones, hasta se hace difícil seguir las lecturas y la homilía debido al run run permanente que amenaza como la boina de polución sobre Madrid. No en vano, los británicos llaman a la contaminación acústica noise pollution.
He visto niños hacer carreras, entrar en patinete, chocar coches, trepar por los bancos, pegar voces (más allá de los entendibles pucheros de los más bebés), comerse medio paquete de galletas...
A pesar de todo, sólo recuerdo que el párroco "estallara" en dos o tres ocasiones en estos años, aludiendo de forma irónica a los niños como "huérfanos" y "endemoniados", claro está, por incomparecencia parental.
En la última ocasión, además, el sacerdote señaló que se nota mucho la diferencia entre los niños de cuatro, cinco o seis años cuyos padres han hecho un esfuerzo en los años previos y aquellos que han ido sueltos de manos desde que lograron andar por primera vez.
No seré yo quien reclame como obligatoria la muy esforzada opción que han tomado matrimonios que conozco de acudir a misa por turnos, quedándose uno de los cónyuges a cargo de la prole en casa, mientras el otro asiste a misa. Cada matrimonio sabe su circunstancia para tomar este tipo de decisiones.
Pero sí pido, como el párroco, que no haya incomparecencia parental. Los niños no se merecen parecer "huérfanos" y "endemoniados".
Allí me encuentro con varios amigos cada domingo. Vaya por delante que no tengo niños, con lo que mi percepción de lo que allí sucede carece, como es obvio, de la experiencia paternal, que forja en la paciencia.
En esta parroquia no hay "guardería". Y me parece una decisión acertada. No tiene lógica que un acto tan familiar como acudir a misa se convierta para los más pequeños en una especie de excursión a un lugar aburridísimo en el que los padres se ven obligados a "aparcar" a la infantería, que será incapaz de responder si ha estado en misa o en el "chiquipark" de su barrio si alguien le pregunta.
No es la primera vez que he expresado mi descontento con la actitud de algunos padres respecto a sus hijos en misa. Porque los hijos no tienen culpa de nada.
El párroco se arma de paciencia -y de valor, por qué no decirlo- para celebrar la eucaristía en un ambiente que no es precisamente el ideal. En ocasiones, hasta se hace difícil seguir las lecturas y la homilía debido al run run permanente que amenaza como la boina de polución sobre Madrid. No en vano, los británicos llaman a la contaminación acústica noise pollution.
He visto niños hacer carreras, entrar en patinete, chocar coches, trepar por los bancos, pegar voces (más allá de los entendibles pucheros de los más bebés), comerse medio paquete de galletas...
A pesar de todo, sólo recuerdo que el párroco "estallara" en dos o tres ocasiones en estos años, aludiendo de forma irónica a los niños como "huérfanos" y "endemoniados", claro está, por incomparecencia parental.
En la última ocasión, además, el sacerdote señaló que se nota mucho la diferencia entre los niños de cuatro, cinco o seis años cuyos padres han hecho un esfuerzo en los años previos y aquellos que han ido sueltos de manos desde que lograron andar por primera vez.
No seré yo quien reclame como obligatoria la muy esforzada opción que han tomado matrimonios que conozco de acudir a misa por turnos, quedándose uno de los cónyuges a cargo de la prole en casa, mientras el otro asiste a misa. Cada matrimonio sabe su circunstancia para tomar este tipo de decisiones.
Pero sí pido, como el párroco, que no haya incomparecencia parental. Los niños no se merecen parecer "huérfanos" y "endemoniados".
Nicolás
de Cárdenas
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