Tarde o temprano hemos de
morir.
Mas, ¿cuándo será y en qué
condiciones?
Ignorantes estamos de todo
esto.
Dios, dueño absoluto de la
vida y de la muerte, se ha reservado el día y la hora;
A nadie, por regla general, comunica sus secretos, y muchos, aun entre los grandes santos, no lo han conocido, o no lo conocieron sino tarde.
A nadie, por regla general, comunica sus secretos, y muchos, aun entre los grandes santos, no lo han conocido, o no lo conocieron sino tarde.
Así se
explica cómo San Alfonso, treinta o cuarenta años antes de morir hablaba ya de
su muerte próxima. Feliz ignorancia que nos advierte que estemos siempre
dispuestos, y que estimula sin cesar nuestra actividad espiritual. Hemos de
aceptar esta incertidumbre con sumisión y hasta con reconocimiento.
Más, ¿se ha de desear que la muerte venga en breve plazo o que nos deje
aún largo tiempo?
Numerosos motivos nos autorizan a llamarla con nuestros deseos.
Los males de la vida presente. Apenas nacido el hombre, comienza la
muerte en él su trabajo, y tiene que luchar sin tregua para librarse de sus
asaltos, y a pesar del alimento, del sueño y de los remedios, camina a pasos
agigantados hacia la tumba; su vida no es sino una muerte lenta y continua.
El trabajo y la fatiga, la intemperie y las estaciones, los achaques y
las enfermedades, las penas del corazón y del espíritu, los cuidados y las
preocupaciones, todo lleva a hacer de la tierra un valle de lágrimas. A
nuestras propias penas, vienen a unirse las de los nuestros, y como si estos
tantos males no bastasen, la malicia humana esfuérzale en agravarlos sin
medida: los hombres levántense contra los hombres; las
familias, contra las familias; las naciones, contra las naciones; no se sabe ya
qué enredos inventar para hacer sufrir, ni qué máquinas de guerra para mejor
destrozarse.
Suframos la prueba todo el tiempo que Dios quiera, mas, ¿No es natural suspirar por la muerte, cuya bienhechora mano enjugará nuestras lágrimas y nos abrirá la encantadora morada, en donde no habrá ya gemidos de ningún género, sino calma eterna, paz y reposo sin fin?
Suframos la prueba todo el tiempo que Dios quiera, mas, ¿No es natural suspirar por la muerte, cuya bienhechora mano enjugará nuestras lágrimas y nos abrirá la encantadora morada, en donde no habrá ya gemidos de ningún género, sino calma eterna, paz y reposo sin fin?
Los peligros y las faltas de la vida presente La tierra es un campo de
batalla, en que nos es preciso luchar día y noche contra un enemigo invisible
que no duerme, que no conoce ni la fatiga ni la compasión; enseñado por
experiencia sesenta veces secular, conoce demasiado cuál es nuestro Lado flaco,
y halla las más desconcertantes complicidades en la plaza sitiada; y nosotros,
que somos la debilidad misma y la inconstancia, a pesar del poderoso auxilio de
Dios, siempre hemos de temer un desfallecimiento por nuestra parte.
En este momento estamos en amistad con Dios, y ¿lo estaremos más tarde?
La perseverancia final es un don de Dios, y quien hoy camina por los senderos
de la santidad, mañana quizá ande ya por los de la relajación y resbale sobre
la pendiente que
conduce a los abismos.
Aun suponiendo que nos libremos de este supremo infortunio, es cierto al menos que nos quedaremos muy por detrás de nuestros deseos, que caeremos en multitud de faltas ligeras, y que sentiremos bullir en el fondo de nuestro corazón todo un mundo de pasiones y de inclinaciones que nos causan miedo.
Hoy, que juzgamos estar preparados, ¿no es natural desear que la muerte venga pronto a poner término a nuestras incesantes faltas y a nuestras continuas alarmas, confirmándonos en la gracia?
conduce a los abismos.
Aun suponiendo que nos libremos de este supremo infortunio, es cierto al menos que nos quedaremos muy por detrás de nuestros deseos, que caeremos en multitud de faltas ligeras, y que sentiremos bullir en el fondo de nuestro corazón todo un mundo de pasiones y de inclinaciones que nos causan miedo.
Hoy, que juzgamos estar preparados, ¿no es natural desear que la muerte venga pronto a poner término a nuestras incesantes faltas y a nuestras continuas alarmas, confirmándonos en la gracia?
Por otra parte, hemos de vivir en
medio de un siglo perverso en que se multiplican los pecados, y crímenes, en
que el vicio triunfa, la virtud es perseguida, la Iglesia, tratada como
enemiga, Dios, arrojado de todas partes.
Y, ¿cómo no suspirar por la compañía de los santos, en donde reina el Dios de la paz, en donde todo regocijará nuestros ojos y nuestros corazones?
Y, ¿cómo no suspirar por la compañía de los santos, en donde reina el Dios de la paz, en donde todo regocijará nuestros ojos y nuestros corazones?
El deseo del cielo y del amor de Dios. Hace mucho tiempo que hemos
comprendido el vacío, la ineficacia y la nada de la tierra con todos sus falsos
bienes, y abandonado el mundo, hemos corrido en busca de sólo Dios.
A medida que nuestra alma se despoja y purifica, hácese más vivo el deseo del cielo, el amor divino más ardiente, casi impaciente: es Dios lo que necesitamos, Dios visto, amado, poseído sin tardanza, sufrimos por vivir sin Él. Cierto que el Dios de nuestro corazón está allí, muy cerca de nosotros, en la Santa Eucaristía pero le querríamos sin velo.
A medida que nuestra alma se despoja y purifica, hácese más vivo el deseo del cielo, el amor divino más ardiente, casi impaciente: es Dios lo que necesitamos, Dios visto, amado, poseído sin tardanza, sufrimos por vivir sin Él. Cierto que el Dios de nuestro corazón está allí, muy cerca de nosotros, en la Santa Eucaristía pero le querríamos sin velo.
Déjase a veces encontrar en la oración, mas no basta una unión fugitiva
e incompleta, necesitamos su eterna y perfecta posesión. Nuestro cuerpo se
levanta como los muros de una prisión entre el alma y su Amado; que caiga de
una vez, que deje de ocultarnos el único objeto de todos nuestros afectos.
¿Cuándo se acabará, Señor, este destierro?
¿Cuándo vendréis por mí? ¿Cuándo iré yo, Señor, a Vos?
¿Cuándo me veré, Señor, con Vos? ¡Cómo se tarda ya esta hora!
¡Qué contento y alegría será para mí, cuando me digan que llega ya!
¿Cuándo se acabará, Señor, este destierro?
¿Cuándo vendréis por mí? ¿Cuándo iré yo, Señor, a Vos?
¿Cuándo me veré, Señor, con Vos? ¡Cómo se tarda ya esta hora!
¡Qué contento y alegría será para mí, cuando me digan que llega ya!
Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi: ¡ir domum Domini ibimus:
stantes erant pedes nostri in atriis tuis, Jerusalem. «Me he alegrado desde que
se me ha dicho: Iremos a la casa del Señor y pronto nos hallaremos, oh
Jerusalén, en el recinto de tus murallas».
A semejanza de la Esposa de los Cantares, el gran Apóstol languidecía de
amor y suspiraba por la disolución del cuerpo para estar con Cristo. Estaba
enfermo de amor, y en su impaciente ansia de gozar de su Amado, la menor
tardanza hacíasele una eternidad y llenaba su corazón de tristeza.
Tales eran los sentimientos de Santa Teresa del Niño Jesús en su lecho de muerte. «¿Estáis resignada a morir? ¡Oh, padre mío!, respondía ella, para vivir es para lo que se necesita resignación; muriendo no experimento más que alegría»
Tales eran los sentimientos de Santa Teresa del Niño Jesús en su lecho de muerte. «¿Estáis resignada a morir? ¡Oh, padre mío!, respondía ella, para vivir es para lo que se necesita resignación; muriendo no experimento más que alegría»
Hay, por tanto, sólidas razones que nos hacen desear la muerte; las hay
también igualmente para desear la prolongación de nuestros días, y son casi las
mismas.
Los males de la vida presente. Mediante la paciencia y el espíritu de fe,
se convierten en ocasión de mayores bienes; despegan de la tierra y hacen
suspirar por un mundo mejor; es un excelente purgatorio, una mina de virtudes
inagotable. Cuanto más abunden estos males, más rica será la cosecha para el
cielo.
Si la malicia de los hombres viene a mezclarse en ellos, ¿qué nos
importa? Nosotros queremos ver tras el instrumento no otra cosa que la
Providencia, y como resultado de todas nuestras pruebas, como adelantamiento
espiritual, Dios glorificado, muchas almas salvadas, el purgatorio rociado con
sangre de Nuestro Señor.
En el cielo no habrá ya sufrimientos, es verdad; mas por lo mismo no será posible dar, como aquí abajo, al divino Maestro el testimonio de la prueba amorosamente aceptada.
En el cielo no habrá ya sufrimientos, es verdad; mas por lo mismo no será posible dar, como aquí abajo, al divino Maestro el testimonio de la prueba amorosamente aceptada.
Los peligros y las faltas de la vida presente. Reconocemos sin
dificultad que el sentimiento del peligro mueve a desear vivamente el cielo;
mas el combate no carece de encantos para un alma valiente, ávida de conquistar
la vida eterna, y demostrar su amor y abnegación a su Rey amado.
El es quien nos llama a las armas, y ¿no estará con nosotros? El claustro es la más segura trinchera, y gracias a la oración y a la vigilancia, esperamos librar un buen combate y no quedar heridos de muerte.
El es quien nos llama a las armas, y ¿no estará con nosotros? El claustro es la más segura trinchera, y gracias a la oración y a la vigilancia, esperamos librar un buen combate y no quedar heridos de muerte.
Hasta el momento, nuestra victoria está muy lejos de ser completa; sin
el auxilio del tiempo, ¿cómo reparar nuestras derrotas, expiar nuestras faltas,
rescatar nuestra inutilidad, conquistar un rico botín? Y ahora que Dios se
encuentra atacado por todas partes, el puesto de sus amados servidores,
¿No ha de ser combatir a su lado y luchar por su causa? Así lo entendió aquella alma que decía: «Tengo, bien lo sabéis, deseos de ver a Dios, pero en estos tiempos de persecución le tengo mayor de padecer por El;
Morir cuando las Esposas del Cordero están convocadas para la cumbre del Calvario, no, no es éste mi ideal.»
¿No ha de ser combatir a su lado y luchar por su causa? Así lo entendió aquella alma que decía: «Tengo, bien lo sabéis, deseos de ver a Dios, pero en estos tiempos de persecución le tengo mayor de padecer por El;
Morir cuando las Esposas del Cordero están convocadas para la cumbre del Calvario, no, no es éste mi ideal.»
El deseo del cielo y el amor de Dios. Morir cuanto antes, es quizá lo
más seguro, y más pronto nos hallaríamos con nuestro Amado. Con todo, si Dios
prolonga nuestra vida, con tal de que nos lleve al puerto, le bendeciremos
eternamente por ello; por tanto, a cada paso podemos crecer en gracia y por lo
mismo obtener nuevos grados de gloria.
En algunos años podemos ganar cientos de miles, millones quizá; es decir: añadir por cientos de miles y de millones nuevas energías a nuestro poder de ver a Dios, de amarle y de poseerle.
En algunos años podemos ganar cientos de miles, millones quizá; es decir: añadir por cientos de miles y de millones nuevas energías a nuestro poder de ver a Dios, de amarle y de poseerle.
¡Qué magnífico aumento de
gloria para El, y de felicidad para nosotros durante toda la eternidad!
¿Tenemos ya caudal suficiente?
¿No sería de desear que aún se acrecentase?
Si nuestro cielo se hace esperar, puede embellecerse indefinidamente, y sería quizá con gran perjuicio nuestro el que escuchara Dios nuestros apremiantes deseos.
¿Tenemos ya caudal suficiente?
¿No sería de desear que aún se acrecentase?
Si nuestro cielo se hace esperar, puede embellecerse indefinidamente, y sería quizá con gran perjuicio nuestro el que escuchara Dios nuestros apremiantes deseos.
Si acontece que uno y otro se considera muy necesario a los que le
rodean, es señal inequívoca de divina voluntad, y por ende un motivo de moderar
sus deseos. San Martín de Tours, en su lecho de muerte, hállase en una
situación de este género; no teme morir, no rehúsa vivir, se abandona a la
misma Providencia.
La misma perplejidad había experimentado el gran Apóstol: «Para mí, la muerte es una ganancia, escribe a los filipenses; pero si se prolonga mi vida, he de sacar fruto de mi trabajo. Por dos partes me veo estrechado: deseo yerme desatado del cuerpo y estar con Cristo, y eso sería mucho mejor; mas mi permanencia en esta vida os es necesaria. No sé qué escoger»
La misma perplejidad había experimentado el gran Apóstol: «Para mí, la muerte es una ganancia, escribe a los filipenses; pero si se prolonga mi vida, he de sacar fruto de mi trabajo. Por dos partes me veo estrechado: deseo yerme desatado del cuerpo y estar con Cristo, y eso sería mucho mejor; mas mi permanencia en esta vida os es necesaria. No sé qué escoger»
San Alfonso ensalza indudablemente la perfecta conformidad con la
voluntad divina, y con todo, presenta sus argumentos en forma que lleva más a
desear la muerte que la vida. Idénticos matices ofrece el P. Rodríguez.
A Santa Teresa le parecía que sufrir era la única rezón de la existencia: Señor, o morir o padecer. No puede soportar por más tiempo el suplicio de verse sin Dios; sin embargo, aceptaría con ánimo varonil todos los trabajos de este destierro hasta el fin del mundo, por recibir en el cielo un grado mayor de gloria.
Su amiga María Díaz, llegada a la edad de ochenta años, rogaba a Dios prolongase su vida. Santa Teresa le manifestó un día el ardor con que deseaba el cielo:
A Santa Teresa le parecía que sufrir era la única rezón de la existencia: Señor, o morir o padecer. No puede soportar por más tiempo el suplicio de verse sin Dios; sin embargo, aceptaría con ánimo varonil todos los trabajos de este destierro hasta el fin del mundo, por recibir en el cielo un grado mayor de gloria.
Su amiga María Díaz, llegada a la edad de ochenta años, rogaba a Dios prolongase su vida. Santa Teresa le manifestó un día el ardor con que deseaba el cielo:
«Yo, respondió aquélla, lo deseo, pero lo más tarde posible; en este
lugar de destierro puedo dar algo a Dios, trabajando, sufriendo por su gloria,
pero en el cielo nada podré ofrecerle.» Según el venerable P. la Puente «estos
dos deseos tan diferentes descansan sobre sólidos fundamentos, mas el de María
Díaz era mucho más preferible, porque daba más a la gracia, única que puede
inspirar el amor de la cruz».
San Francisco de Sales, en su última enfermedad, permanece fiel a su máxima: nada desear, nada pedir, nada rehusar. Instábasele a que rezase la oración de San Martín moribundo:
San Francisco de Sales, en su última enfermedad, permanece fiel a su máxima: nada desear, nada pedir, nada rehusar. Instábasele a que rezase la oración de San Martín moribundo:
«Señor, si aún soy necesario a tu pueblo, no rehúso el trabajo», y con
humildad profunda responde: «nada de esto haré; no soy necesario, ni útil, que
soy del todo inútil». San Felipe de Neri dijo lo mismo en parecida
circunstancia. Notemos, por último, estas acertadas palabras del Obispo de
Ginebra:
«Tomo a mi cuidado el cuidado de vivir bien, y el de mi muerte lo dejo a Dios». En una palabra, todos los santos han practicado el perfecto abandono, pero unos han deseado la muerte a la vida, otros prefirieron no tener ningún deseo.
«Tomo a mi cuidado el cuidado de vivir bien, y el de mi muerte lo dejo a Dios». En una palabra, todos los santos han practicado el perfecto abandono, pero unos han deseado la muerte a la vida, otros prefirieron no tener ningún deseo.
Por dicha nuestra, no estamos obligados a hacer una elección y a formar
peticiones en consecuencia, puesto que se trata de asuntos cuya decisión se ha
reservado Dios.
De igual modo, en cuanto al tiempo, el lugar y demás condiciones de nuestra muerte, tenemos el derecho de exponer filialmente a Dios nuestros deseos, o de dejarle el cuidado de ordenarlo todo según su beneplácito, en conformidad con sus intereses, que son también los nuestros.
De igual modo, en cuanto al tiempo, el lugar y demás condiciones de nuestra muerte, tenemos el derecho de exponer filialmente a Dios nuestros deseos, o de dejarle el cuidado de ordenarlo todo según su beneplácito, en conformidad con sus intereses, que son también los nuestros.
Mas hemos de pedir con instancia la gracia de recibir los Sacramentos en
pleno conocimiento, y de tener en nuestros últimos momentos las oraciones de la
Comunidad; pues entonces, a la vez de deberes que cumplir, hay preciosas ayudas
que utilizar. Sin embargo, si nosotros nos hallamos realmente dispuestos, esta
petición, por justa que sea, ha de quedar subordinada al beneplácito divino.
Nuestro Padre San Bernardo, ausente a causa del servicio de la Iglesia, escribía a sus religiosos: «¿Será, pues, necesario, oh buen Jesús, que mi vida entera transcurra en el dolor y mis años en los gemidos? Valdría más morir, pero morir en medio de mis hermanos, de mis hijos, de mis amados.
Nuestro Padre San Bernardo, ausente a causa del servicio de la Iglesia, escribía a sus religiosos: «¿Será, pues, necesario, oh buen Jesús, que mi vida entera transcurra en el dolor y mis años en los gemidos? Valdría más morir, pero morir en medio de mis hermanos, de mis hijos, de mis amados.
La muerte en estas condiciones es más dulce y más segura. Y hasta va en
ello vuestra bondad, Señor; concededme este consuelo antes que abandone para
siempre este mundo. No soy digno de llevar el nombre de Padre, mas dignaos
permitir a los hijos cerrar los ojos de su padre, de ver su fin y alegrar su
tránsito; de acompañar con sus plegarias a su alma al reposo de los
bienaventurados, si Vos la juzgáis digna de él, y de enterrar sus restos
mortales junto a los de aquellos con quienes compartió la pobreza.
Esto, Señor, si he hallado gracia en vuestros ojos, deseo de todo
corazón alcanzar por las oraciones y méritos de mis hermanos. Sin embargo,
hágase vuestra voluntad y no la mía, pues no quiero vivir ni morir para mí.»
Santa Gertrudis, cuando caminaba por una pendiente abrupta, resbaló y fue rodando hasta el valle. Sus compañeras la preguntaron si no había temido morir sin Sacramentos, y la santa respondió: «Mucho deseo no estar privada de los auxilios de la Religión en mi última hora, pero aún deseo mucho más lo que Dios quiere, persuadida como estoy de que la mejor disposición que se puede tener para morir bien es someterse a la voluntad de Dios.»
Santa Gertrudis, cuando caminaba por una pendiente abrupta, resbaló y fue rodando hasta el valle. Sus compañeras la preguntaron si no había temido morir sin Sacramentos, y la santa respondió: «Mucho deseo no estar privada de los auxilios de la Religión en mi última hora, pero aún deseo mucho más lo que Dios quiere, persuadida como estoy de que la mejor disposición que se puede tener para morir bien es someterse a la voluntad de Dios.»
Finalmente,
lo esencial es una santa muerte preparada por una vida santa, ya que de esto
depende la eternidad. He aquí lo que hemos de desear sobre todo y solicitar de
manera absoluta.
Esperando el día señalado por la Providencia, sea nuestro cuidado de cada instante hacer plenamente fructuoso para la eternidad el tiempo que Ella nos deja; y cuando nuestro fin parezca próximo, sea nuestra única preocupación conformar y aun uniformar nuestra voluntad con la de Dios, ya en la muerte, ya en todas las circunstancias, hasta las más humillantes, pues nada es más capaz de hacerla santa y apacible.
Esperando el día señalado por la Providencia, sea nuestro cuidado de cada instante hacer plenamente fructuoso para la eternidad el tiempo que Ella nos deja; y cuando nuestro fin parezca próximo, sea nuestra única preocupación conformar y aun uniformar nuestra voluntad con la de Dios, ya en la muerte, ya en todas las circunstancias, hasta las más humillantes, pues nada es más capaz de hacerla santa y apacible.
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este link. Fuente: EL CAMINO HACIA DIOS - www.iterindeo.blogspot.com
Publicado por Wilson f.
Excelentes reflexiones. Saludos Hermano José.
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