La actual persecución de los cristianos es el título de la última carta
semanal del cardenal arzobispo de Valladolid y Presidente de la CEE. «El
martirio de cristianos ha vuelto a ser, en nuestros días, tan numeroso o más
que en los primeros siglos de la Iglesia dentro del Imperio romano», resalta el
cardenal Ricardo Blázquez
El martirio de cristianos ha
vuelto a ser, en nuestros días, tan numeroso o más que en los primeros siglos
de la Iglesia dentro del Imperio romano. Ahora procede la persecución del fundamentalismo
extremista musulmán, llamado Yihadismo, que debe distinguirse bien del Islam
moderado, extendido por varios países de Asia y de África. En ocasiones ha sido
grabada la cruel ejecución para convertirla en espectáculo horrendo y para
aterrorizar a los espectadores.
La dureza de la persecución ha
herido no sólo a cristianos de las diversas confesiones sino también a fieles
de otras religiones. Defendiendo a todos ha levantado el Papa su voz y les ha
mostrado su proximidad en la oración, con el afecto, el apoyo social y
económico. Nos adherimos al Papa en todas estas manifestaciones. La solidaridad
humana, la fraternidad cristiana y la condición de creyentes nos une a todos
para exigir respeto a la dignidad humana y a la libertad religiosa.
El Concilio Vaticano II ha sido
para nosotros católicos providencial, también en este aspecto que ahora
tratamos; fieles del Islam han reconocido este servicio que nosotros hemos
recibido, y han echado de menos algo semejante en su religión.
Recordamos ahora la Declaración
conciliar Dignitatis humanae, aprobada el día 7 de diciembre de 1965.
Las siguientes palabras pertenecen a este documento: «Este
Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene derecho a la libertad
religiosa. Esta libertad consiste en que todos los hombres deben estar libres de
coacción, tanto por parte de las personas particulares como de los grupos
sociales y de cualquier poder humano, de modo que en materia religiosa, ni se
obligue a nadie a actuar contra su conciencia, ni se le impida que actúe
conforme a ella, pública o privadamente, solo a asociado con otros, dentro de
los debidos límites» (nº 2). Este derecho está fundado en la dignidad de
la persona humana. La fe en Dios es una respuesta consciente y libre del
hombre; sería contradictorio con ella pretender forzar a creer o a no creer. La
fe es un sí personal, que nadie puede forzar ni impedir. Debemos reconocer que
en este punto ha existido a lo largo de la historia una maduración de la
conciencia de los hombres y de las condiciones sociales y culturales de la fe.
Nuestras sociedades son plurales,
también en el orden religioso; por lo cual deben ser respetados los ciudadanos
en sus opciones de fe. El Estado es aconfesional, es decir no es católico ni
ateo, pero los ciudadanos serán lo que en conciencia deseen ser. Debemos
convivir todos con respeto y en un marco de libertad. El ideal no es la
reducción de la fe a la privacidad, sino regularla. Las minorías deben ser
respetadas, pero puede haber razones históricas y culturales que hacen que una
confesión cristiana o una religión sea mayoritaria, sin imposiciones sino en
convivencia respetuosa. La forma adulta de convivir personas diferentes en lo
religioso no es la ocultación o un común denominador arreligioso o la
privacidad, sino el respeto a las personas en todas sus dimensiones civiles,
religiosas, en privado y en público. El ejercicio de todos los derechos humanos
debe estar garantizado en la sociedad.
Pedimos a todos que nunca
utilicemos el nombre de Dios para perseguir e incluso asesinar a personas de
otra religión. Matar en nombre de Dios es profanarlo y pervertir el sentido de
su reconocimiento, que nos pide unir la adoración de su Nombre y el servicio a
los demás. Es terrible que a unas personas y familias se las sitúa forzadamente
y sin escapatoria ante las alternativas siguientes: O creéis y hacéis lo que os
mandamos, o salís de vuestra tierra, de vuestra casa y de vuestro pueblo, que
ha sido vuestra patria desde tiempo inmemorial o inmediatamente os asesinamos.
Y así han tenido que huir muchos miles de hombres y mujeres, de niños y
ancianos, de familias enteras. El Papa ha clamado: Es
necesario detener este furor y frenar a estos agresores. ¿Se hacen eco nuestras
sociedades occidentales debidamente de esta causa, para que la opinión pública
exija que se paren estos desmanes?. ¡Que toda causa a favor de la vida, de la
dignidad humana y de sus derechos halle en nosotros apoyo y defensa! La
violencia y la crueldad han alcanzado cotas que pensábamos habían sido
superadas hace siglos de civilización, de cultura y de la relación entre los
hombres.
Los derechos humanos forman una
especie de constelación. Unos derechos deben armonizarse con otros como los
astros entre sí siguiendo cada uno su órbita. Ningún derecho humano es
«absoluto» en el sentido de que pueda desarrollarse sin tener en cuenta los
demás derechos. Las personas tienen derecho a la libertad de expresión, a la
libertad religiosa, así como tienen derecho a que sean debidamente respetados
sus legítimos sentimientos religiosos y sus manifestaciones en el ámbito del
bien común.
Me permito recoger aquí un
testimonio muy elocuente del Papa Francisco. En un foro particular, en el
Parlamento Europeo, pronunció lo siguiente el día 25 de noviembre de 2014: «No podemos olvidar
aquí las numerosas injusticias y persecuciones que sufren cotidianamente las
minorías religiosas, y particularmente cristianas, en diversos países del
mundo. Comunidades y personas que son objeto de crueles violencias: expulsadas
de sus propias casas y patrias; vendidas como esclavas; asesinadas, decapitadas,
crucificadas, quemadas vivas, bajo el vergonzoso y cómplice silencio de
tantos».
Respetemos los derechos
humanos de todos y exijamos que sean respetados.
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