Siempre
es bueno leer o releer a la santa de Ávila. Los siglos no le han hecho perder
actualidad a la esencia de sus obras literarias. ¿A quién no le ha tocado
escuchar a alguien que nada más sabe repetir una sola idea sin llegar a ninguna
parte? Pues bien, esto es lo que podemos identificar como “vicio monotemático”
al expresarnos sobre nuestra fe de manera oral o escrita. Teresa de Jesús, en
“El libro de las fundaciones”, hablando sobre algunos estancamientos
frecuentes, comentaba sobre el riesgo de concentrarse en un solo punto o
cuestión, aun cuando fuera de índole espiritual o teológica, pues termina por
minar la voluntad y provocar un descuido del conjunto; es decir, de la
totalidad de la fe. Dice la reformadora del Carmelo: “Y cuando una viere que se le pone en la imaginación un misterio de la
Pasión o la gloria del cielo o cualquier cosa semejante, y que está muchos días
que, aunque quiere, no puede pensar en otra cosa ni quitar de estar embebida en
aquello, entienda que le conviene distraerse como pudiere; si no, que vendrá
por tiempo a entender el daño, y que esto nace de lo que tengo dicho: o
flaqueza grande corporal, o de la imaginación, que es muy peor. Porque así como
un loco si da en una cosa no es señor de sí, ni puede divertirse ni pensar en
otra, ni hay razones que para esto le muevan, porque no es señor de la razón,
así podría suceder acá, aunque es locura sabrosa, o que si tiene humor de
melancolía, puédele hacer muy gran daño. Yo no hallo por dónde sea bueno,
porque el alma es capaz para gozar del mismo Dios. Pues si no fuese alguna cosa
de las que he dicho, pues Dios es infinito, ¿por qué ha de estar el alma
cautiva a sola una de sus grandezas o misterios, pues hay tanto en que nos
ocupar? Y mientras en más cosas quisiéremos considerar suyas, más se descubren
sus grandezas” (Capítulo 6, 7). Por ejemplo, el tema del poder.
Muchas veces, en las meditaciones que tenemos a nuestro alcance, no escuchamos
habar sobre otra cosa: “vivirnos desde lo insignificante”, “liberarnos del
poder que antaño nos distinguía”, etcétera. Y claro que debemos de andarnos con
cuidado porque el poder solamente es válido para servir, alcanzando el bien
común, pero ¿acaso no hay otros temas igualmente necesarios de tocar y/o
meditar? Hace daño "clavarse" tanto en un solo punto.
Hay que prestar mucha atención, porque no estamos exentos de hablar siempre de lo mismo, cansando a las personas que están a nuestro alrededor. Por ejemplo, si solamente se habla de “amor, amor, amor”, “pueblo, pueblo, pueblo” o “vida, vida, vida”, en vez de “amor, pueblo y vida”, se pierde la alternancia, provocando que la repetición de una misma idea en distintos momentos, mine otros aspectos que también son necesarios. “Es que no hablas de otra cosa”, pueden reprocharnos. Es cierto que habrá temas recurrentes, pero el abordaje, la aplicación en el contexto de la vida cotidiana, es lo que marca la diferencia. En una charla de contenido religioso, siempre estará presente Dios, los Diez Mandamientos; sin embargo, lo que debe ir variando es el aterrizaje, según el tema. Un maestro de matemáticas no dejará nunca de tener al cálculo como pieza clave de su exposición pedagógica, pero no nada más hablará de sumas, sino de otras operaciones, como las divisiones, restas o multiplicaciones. Lo mismo nosotros, como católicos. Una herramienta muy útil es el Catecismo, pues lejos der monotemático, nos ofrece una perspectiva lo suficientemente rica y amplia, pues no queda ningún cabo suelto.
¿Por qué Juan Pablo II resultaba ser un imán entre los jóvenes? Sencillo. Lejos de hablar siempre de un mismo tema, sabía –por su experiencia de Dios, alimentada por las horas que pasaba ante el sagrario- abarcar otras realidades y experiencias propias de las nuevas generaciones. Se veían reflejados en sus palabras. Y no era que les aplaudiera todo, pero desde una perspectiva que consideraba lo positivo, llevaba a cabo una crítica constructiva. Y como él, tenemos muchos otros casos en la Iglesia. Ahora bien, todos tenemos algún tema en el que hayamos profundizado más por gusto o necesidad. Lógicamente, no es malo, porque hay que especializarse, pero que sepamos mirar el conjunto y, desde ahí, integrar bien lo que queremos compartir, comunicar.
Hay que prestar mucha atención, porque no estamos exentos de hablar siempre de lo mismo, cansando a las personas que están a nuestro alrededor. Por ejemplo, si solamente se habla de “amor, amor, amor”, “pueblo, pueblo, pueblo” o “vida, vida, vida”, en vez de “amor, pueblo y vida”, se pierde la alternancia, provocando que la repetición de una misma idea en distintos momentos, mine otros aspectos que también son necesarios. “Es que no hablas de otra cosa”, pueden reprocharnos. Es cierto que habrá temas recurrentes, pero el abordaje, la aplicación en el contexto de la vida cotidiana, es lo que marca la diferencia. En una charla de contenido religioso, siempre estará presente Dios, los Diez Mandamientos; sin embargo, lo que debe ir variando es el aterrizaje, según el tema. Un maestro de matemáticas no dejará nunca de tener al cálculo como pieza clave de su exposición pedagógica, pero no nada más hablará de sumas, sino de otras operaciones, como las divisiones, restas o multiplicaciones. Lo mismo nosotros, como católicos. Una herramienta muy útil es el Catecismo, pues lejos der monotemático, nos ofrece una perspectiva lo suficientemente rica y amplia, pues no queda ningún cabo suelto.
¿Por qué Juan Pablo II resultaba ser un imán entre los jóvenes? Sencillo. Lejos de hablar siempre de un mismo tema, sabía –por su experiencia de Dios, alimentada por las horas que pasaba ante el sagrario- abarcar otras realidades y experiencias propias de las nuevas generaciones. Se veían reflejados en sus palabras. Y no era que les aplaudiera todo, pero desde una perspectiva que consideraba lo positivo, llevaba a cabo una crítica constructiva. Y como él, tenemos muchos otros casos en la Iglesia. Ahora bien, todos tenemos algún tema en el que hayamos profundizado más por gusto o necesidad. Lógicamente, no es malo, porque hay que especializarse, pero que sepamos mirar el conjunto y, desde ahí, integrar bien lo que queremos compartir, comunicar.
Carlos J.
Díaz Rodríguez
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