Las inclinaciones sexuales del Marqués de Sade
consideran el sexo simplemente como un producto de consumo más en el mercado,
en el que las personas son meros instrumentos que el individuo utiliza para
alcanzar el placer sexual.
Un artículo de Rod Dreher sobre
las costumbres sexuales en las universidades me ha hecho reflexionar
sobre quién es el pensador más influyente de nuestro tiempo. Hace treinta años,
como estudiante universitario en Inglaterra, hubiera respondido que era Karl
Marx. Sin embargo, Marx se asemeja cada vez más a un personaje del siglo XIX, tal como ha demostrado
hábilmente Jonathan Sperber. Incluso las revoluciones del siglo XX
inspiradas en su pensamiento parecen cada vez con más frecuencia conflictos
étnicos que pretenden ser meramente una lucha de clases. Según Phillip Rieff, un caso más convincente en
este aspecto tal vez sea el de Nietzsche y Freud. Ciertamente, la llegada del
"hombre psicológico" es uno de los elementos dominantes en la
narrativa actual. Pero Dreher me ha hecho pensar que el profeta real de nuestra
era puede ser otra persona: el Marqués de Sade.
Popularmente, Sade está asociado a la idea de conseguir el placer sexual infligiendo dolor a otra persona. Sin embargo, esta visión se apoya en una comprensión más sofisticada del sexo y de la personalidad. Las inclinaciones sexuales del Marqués de Sade consideran el sexo simplemente como un producto de consumo más en el mercado, en el que las personas son meros instrumentos que el individuo utiliza para alcanzar el placer sexual. Sade convirtió las relaciones sexuales en una relación económica de intercambio cuyo objetivo era la satisfacción del consumidor individual. Él fue ciertamente un profeta nacido antes de tiempo y, como tal, destinado a ser condenado en su tiempo como un loco.
Parece que nosotros nos estamos encaminando hacia el mundo ideal del Marqués De Sade. Como él, negamos cualquier significado moral intrínseco de la actividad sexual, sea la que sea, y consideramos que su importancia, desde un punto de vista ético, no es superior a tomarse una taza de café o comerse un sandwich. En un mundo así, el celibato y la monogamia son considerados cada vez con más frecuencia como algo friki, retrato de una visión cultural represiva y defectuosa. De este modo, la presión social empuja a la promiscuidad, que se convierte en parte integral de la cultura, lo que hace que sea cada vez más difícil negarse a tener relaciones sexuales y que quienes se niegan a tenerlas sean considerados cismáticos sociales, frikis y -utilizando los clichés actuales- los no auténticos, esos que no desean florecer.
Este es el mundo que Dreher describe en su artículo y es el mundo que la pornografía y Tinder y otras aplicaciones sórdidas promocionan. Desde luego, los usuarios de Tinder asumen implícitamente que las relaciones deben ser consentidas; a fin de cuentas, una violación sigue siendo una violación, al menos en teoría. Sin embargo, si se vacía el sexo de todo significado ético intrínseco y la cultura ataca el celibato y la monogamia, la misma idea de consentimiento puede convertirse en tan moralmente intrascendente como los orgasmos que se supone legitima. En efecto, en un mundo hecho a la medida de Sade podríamos incluso llegar a ver una denuncia contra quien rechace el sexo, acto considerado un acto de opresión similar al de quien se niega a hacer un pastel de boda o a hacer una sesión de fotos. Esto nunca pasará, piensa usted. Pues bien, más que en cualquier otro aspecto de la Historia, en lo que respecta a la sexualidad y las leyes que la rodean uno no debe decir nunca jamás.
Sin embargo, hoy hay otra fuerza en juego que parece estar en conflicto con cuanto hemos dicho antes: la creencia de que nuestros deseos sexuales determinan quiénes somos en el nivel más profundo. Lo que no deja de ser irónico, porque la misma época que niega que el sexo tenga cualquier significado real sostiene que los deseos sexuales son de vital importancia para la identidad y plenitud personal. Cuadrar este círculo dará lugar sin duda alguna en los próximos años a un manual lleno de neurosis.
Esta época, por lo tanto, encarna un doble sadismo. Es "sádico" porque convierte a la gente en nada más que objetos para el placer sexual de otros. Y es "sádico" porque le dice a la gente que sus deseos sexuales son de vital importancia para los que ellos mismos son, a la par que niega que estos deseos apunten a nada que sea intrínsecamente de real importancia. Es una crueldad peculiarmente perniciosa y nihilista. Freud y Nietzsche pueden haber contribuido a la construcción de este mundo, pero el éxito de Tinder indica que la corona de laurel de la victoria se la lleva probablemente el Marqués De Sade.
Carl R. Trueman es presbiteriano y profesor de Historia de la Iglesia en el Westminster Theological Seminary.
Artículo publicado en First Things.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
Popularmente, Sade está asociado a la idea de conseguir el placer sexual infligiendo dolor a otra persona. Sin embargo, esta visión se apoya en una comprensión más sofisticada del sexo y de la personalidad. Las inclinaciones sexuales del Marqués de Sade consideran el sexo simplemente como un producto de consumo más en el mercado, en el que las personas son meros instrumentos que el individuo utiliza para alcanzar el placer sexual. Sade convirtió las relaciones sexuales en una relación económica de intercambio cuyo objetivo era la satisfacción del consumidor individual. Él fue ciertamente un profeta nacido antes de tiempo y, como tal, destinado a ser condenado en su tiempo como un loco.
Parece que nosotros nos estamos encaminando hacia el mundo ideal del Marqués De Sade. Como él, negamos cualquier significado moral intrínseco de la actividad sexual, sea la que sea, y consideramos que su importancia, desde un punto de vista ético, no es superior a tomarse una taza de café o comerse un sandwich. En un mundo así, el celibato y la monogamia son considerados cada vez con más frecuencia como algo friki, retrato de una visión cultural represiva y defectuosa. De este modo, la presión social empuja a la promiscuidad, que se convierte en parte integral de la cultura, lo que hace que sea cada vez más difícil negarse a tener relaciones sexuales y que quienes se niegan a tenerlas sean considerados cismáticos sociales, frikis y -utilizando los clichés actuales- los no auténticos, esos que no desean florecer.
Este es el mundo que Dreher describe en su artículo y es el mundo que la pornografía y Tinder y otras aplicaciones sórdidas promocionan. Desde luego, los usuarios de Tinder asumen implícitamente que las relaciones deben ser consentidas; a fin de cuentas, una violación sigue siendo una violación, al menos en teoría. Sin embargo, si se vacía el sexo de todo significado ético intrínseco y la cultura ataca el celibato y la monogamia, la misma idea de consentimiento puede convertirse en tan moralmente intrascendente como los orgasmos que se supone legitima. En efecto, en un mundo hecho a la medida de Sade podríamos incluso llegar a ver una denuncia contra quien rechace el sexo, acto considerado un acto de opresión similar al de quien se niega a hacer un pastel de boda o a hacer una sesión de fotos. Esto nunca pasará, piensa usted. Pues bien, más que en cualquier otro aspecto de la Historia, en lo que respecta a la sexualidad y las leyes que la rodean uno no debe decir nunca jamás.
Sin embargo, hoy hay otra fuerza en juego que parece estar en conflicto con cuanto hemos dicho antes: la creencia de que nuestros deseos sexuales determinan quiénes somos en el nivel más profundo. Lo que no deja de ser irónico, porque la misma época que niega que el sexo tenga cualquier significado real sostiene que los deseos sexuales son de vital importancia para la identidad y plenitud personal. Cuadrar este círculo dará lugar sin duda alguna en los próximos años a un manual lleno de neurosis.
Esta época, por lo tanto, encarna un doble sadismo. Es "sádico" porque convierte a la gente en nada más que objetos para el placer sexual de otros. Y es "sádico" porque le dice a la gente que sus deseos sexuales son de vital importancia para los que ellos mismos son, a la par que niega que estos deseos apunten a nada que sea intrínsecamente de real importancia. Es una crueldad peculiarmente perniciosa y nihilista. Freud y Nietzsche pueden haber contribuido a la construcción de este mundo, pero el éxito de Tinder indica que la corona de laurel de la victoria se la lleva probablemente el Marqués De Sade.
Carl R. Trueman es presbiteriano y profesor de Historia de la Iglesia en el Westminster Theological Seminary.
Artículo publicado en First Things.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
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