Un amor verdadero no puede ser otra cosa que una entrega apasionada a
buscar la felicidad de la persona a la que se quiere
Por: José Luis Martín Descalzo | Fuente: Razones para la Alegría
Hay una frase que me pone enfermo: la que habla de los "pecados de amor", y que a mí me parece tan contradictoria en sus términos como hablar de la nieve caliente o del círculo cuadrado. Supongo que con ella se quiere hablar de "pecados de debilidad" o de "pecados de desvarío sexual"; pero ¿por qué se dice, de dónde se saca eso de "pecado de amor", que se cuelga luego a la moral católica cuando ningún Papa y ningún teólogo o moralista serio lo ha dicho jamás? Yo, al menos, estoy cansado de decir que no se puede pecar de amor. Que se puede pecar porque no se ama. O porque no se ama lo suficiente. O porque se ama mal. Pero no por amor. Porque nunca se ama demasiado. Porque si se pecara por amor, ¿cómo se habrían salvado los santos, que eran unos especialistas en el tema?
Por: José Luis Martín Descalzo | Fuente: Razones para la Alegría
Hay una frase que me pone enfermo: la que habla de los "pecados de amor", y que a mí me parece tan contradictoria en sus términos como hablar de la nieve caliente o del círculo cuadrado. Supongo que con ella se quiere hablar de "pecados de debilidad" o de "pecados de desvarío sexual"; pero ¿por qué se dice, de dónde se saca eso de "pecado de amor", que se cuelga luego a la moral católica cuando ningún Papa y ningún teólogo o moralista serio lo ha dicho jamás? Yo, al menos, estoy cansado de decir que no se puede pecar de amor. Que se puede pecar porque no se ama. O porque no se ama lo suficiente. O porque se ama mal. Pero no por amor. Porque nunca se ama demasiado. Porque si se pecara por amor, ¿cómo se habrían salvado los santos, que eran unos especialistas en el tema?
Creo que ninguna palabra ha sido tan prostituida como esta de
"amor", colocada con tanta frecuencia sobre cosas que nada tenían que
ver con él, sobre sucias aventuras de antiamor o, cuando menos, del más triste
desamor. Y me pregunto por qué ahora que tanto se habla de educación sexual
nadie se atreve a hablar de algo infinitamente más necesario y más difícil: de
la educación en el amor. Y conste que me parece bien que la gente conozca el
mundo del sexo. Pero creo que para eso bastan unos fascículos y unas gotas de
sentido común humano. Amar, en cambio, me parece la más difícil de las
asignaturas, que ni se aprende con texto alguno ni puede transmitiese de
maestro a alumno, sino que sólo se paga a precio de experiencia y exige,
además, un aprendizaje de la vida entera, porque no hay planta con mayor
capacidad de reflorecimiento que el egoísmo. Y si el arte de amar es el más
grande y más difícil que puede practicar un hombre, ¿cómo es posible que
reflexionemos sobre él tan poco y que no juntemos todos lo poco que sobre el
tema sabemos, a ver si juntos aprendemos a construir un mundo más caliente y
vividero?
Aprender, por ejemplo, a distinguir el amor del afecto sensible hacia
otra persona, de la admiración, de los deseos de posesión de otro ser, que
pueden ser fenómenos que prolongan o coinciden con el amor, pero que en
realidad nada o poco tienen que ver con él.
Con frecuencia converso con amigos que me dicen que "han perdido el
amor de determinada persona". Y yo siempre les pregunto si lo que han
perdido es el amor o sólo el afecto sensible hacia ella; si lo que han
abandonado es la decisión de entregarse a esa persona o sólo un cierto agrado o
unos ciertos frutos placenteros que de esa persona obtenían. Y es que nunca he
entendido que el amor sea algo que puede perderse como se extravía un llavero.
Quienes dicen que se apagó tras los primeros entusiasmos o cuando perdió su
novedad, mejor será que se pregunten si alguna vez lo tuvieron. Y quienes me
dicen que el hombre va cambiando, que cambia el amado y cambia la amada, que
las dos personas que hoy se decepcionan no son las mismas que hace diez años se
amaron, yo respondo siempre que un verdadero amor no acepta solamente a la
persona querida tal y como ella es, sino también tal y como ella será.
Porque un amor verdadero no puede ser otra cosa que una entrega
apasionada a buscar la felicidad de la persona a la que se quiere. El amor
tiene que ser don y sólo don, sin que se pida nada a cambio. Es lógico que el
amor produzca amor, pero me temo que no ame del todo quien ama "para"
ser amado, quien condiciona el canúno de ¡da con el precio de vuelta. En rigor
-como dice Michel Quoist-, "el amor es un camino con dirección única,
parte siempre de ti para ir a los demás. Cada vez que tomas algo o a alguien
para ti, cesas de amar, pues cesas de dar. Caminas contra dirección".
"Contra dirección", de ese tipo de amores truncados dice la
moral que son pecaminosos, no del verdadero amor. El Evangelio no se opondrá
jamás a un verdadero amor; sí, en cambio, a esa engañifa de quienes dicen que
aman cuando en rigor sólo se aman a sí mismos.
Amar es exactamente salirse de sí mismo, "perder pie en sí
mismo", "descentrarse" -en el mejor sentido de la palabra-.
Tiene razón quienes unen amor y locura, porque, efectivamente, el amor
verdadero pone a la gente "fuera de sí" para "recentrarla"
en otra persona, en otra tarea o en un más alto ideal.
Y subrayo estas tres variantes porque sería ingenuo creer que el único
amor que existe es el que surge de un hombre concreto hacia una mujer concreta,
viceversa. ¡Hay tantas otras formas de amor no menos altas! ¿Por qué, sino por
amor, trabaja el investigador que con auténtica vocación hace su trabajo? ¿Qué,
sino el amor, lleva a los misioneros hasta lejanas tierras? ¿Quién más que él
enciende las cocinas, sostiene las artes y "mueve -como decía Dante- el
sol y las estrellas"?
Confieso que siempre me ha dado un poco de miedo esa vieja fórmula que dice
que Dios creó al hombre para su gloria. Y no porque la fórmula no sea
verdadera, sino porque no siempre se explica que la gloria de Dios es la
felicidad del hombre y alguien puede creerse que Dios creó al mundo y la
Humanidad en un acceso de egoísmo infinito. Por fortuna, Dios es el
antiegoísta. La Creación fue su propio desbordamiento. Y nunca ha hecho desde
entonces otra cosa. Incluso cuando perdona a cuantos -entre hipócritas y
candorosos- camuflan bajo el nombre de "pecados de amor" sus crecidas
de egoísmo. Gracias a ello es cierto lo que escribió no sé quién y que
aseguraba que "ser creyente es estar seguro de que nos esperan magníficas
sorpresas". La de descubrir, por ejemplo, que hemos sido más queridos de
lo que nunca nos atrevimos a imaginar.
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