viernes, 26 de junio de 2015

¿EL SITIO MÁS DIABÓLICO DEL S.XX? NI AUSCHWITZ NI LOS «KILLING FIELDS»: FUE PITESTI, EN RUMANÍA


Donde cada preso era verdugo, blasfemaba y hacía blasfemar.

El siglo XX ha sido pródigo en matanzas horrendas y en exterminios deliberados, algunos rápidos e improvisados, otros metódicos y sistemáticos. Campos nazis como Auschwitz o Treblinka, el gulag estalinista, los "Killing fields" de Camboya popularizados por la película de Roland Joffé, el napalm en Vietnam, las matanzas con machete en Ruanda o el odio étnico en Yugoslavia compiten en la liga del horror, a veces, quizá, en distintas categorías.

Pero es probable que la palma al lugar más diabólico del siglo XX se lo lleve la cárcel comunista rumana de Piteşti, una ciudad de 150.000 habitantes, hermanada con Huelva (España), con universidades, historia, cultura... pero que algún día tristemente será recordada por el experimento inhumano de su cárcel comunista.

Piteşti aún no tiene su película, pero sí un historiador y cineasta trabajando en ella desde hace más de diez años. Es Sorin Ilieșiu, hijo de un cura grecocatólico clandestino. Fue miembro del Partido Comunista, casi por casualidad, en la segunda mitad de los años 70. Luego fue documentalista de la revolución del 89 y la del 90 y senador en democracia. Le falta dinero para acabar la película que pueda contar el horror más refinado.

PONER PITEŞTI EN PERSPECTIVA
El ruso cristiano Aleksandr Solzhenitsyn, premio Nobel de Literatura y autor de Archipiélago Gulag, escribió que el experimento Pitesti fue "el acto más terrible de barbarismo del mundo contemporáneo". Pero "barbarismo" hace pensar en ira ciega, y la maldad en Pitesti se recreaba de forma meticulosa, cientifista y sistemática.

El historiador François Furet, de la Academia Francesa, lo considera "uno de los experimentos más terribles en deshumanización que ha conocido nuestra época".

Pero Sorin Iliesiu, entre los cientos de horas de testigos y expertos que ha grabado y entrevistado, quiere dejar claro que nada llega al nivel de Piteşti, y para ello recurre al historiador Stéphane Courtois, ex-maoísta, investigador del CNRS francés y director del equipo que escribió en 1997 "El Libro negro del Comunismo". Iliesiu ha colocado su análisis incluso en español en la web El Genocidio de las Almas (www.thegenocideofthesouls.org).

"Piteşti fue un experimento increíble, llevado al extremo. Sí, hubo otros experimentos de ingeniería psicológica como el de los jemeres rojos con la población de Camboya, pero eran banales en comparación. En Camboya la gente estaba obligada a participar, después del trabajo, en reuniones donde tenían que repetir consignas todo el tiempo. Pero en Piteşti se trabajaba día y noche, sin interrupciones, sobre la psicología de los jóvenes, para transformarla totalmente. Y hasta ahora, que yo sepa, ésta es la única experiencia de este tipo. Tal vez se descubren cosas nuevas en los archivos de Moscú, en los de China o en otros lugares, pero según el estado actual de nuestro conocimiento histórico, es una experiencia única. Es de gran interés porque nos muestra hasta qué punto se puede llevar el proyecto comunista, hasta donde puede empujarse un experimento", afirma Courtois, uno de los mayores expertos en crímenes del comunismo.

Hay un apasionante libro reciente sobre la persecución comunista en Rumanía, especialmente con testimonios de cristianos, titulado "La tortura del silencio", del italiano Guido Barella, publicado en español por Rialp, que dedica todo un capítulo al tema, de la mano de Sorin Ilieșiu, su mayor investigador.

El comunismo en Rumanía fue peculiarmente extenso, brutal e insistente... La Tortura del Silencio detalla por qué sus atrocidades aún no salen a la luz y recoge testimonios de fe.

UN CINEASTA, INVESTIGADOR Y SENADOR
El padre de Iliesiu, antes de ser cura grecocatólico, estudió filosofía y letras y fue periodista. Después de 1948 fue ordenado sacerdote en la clandestinidad (los católicos orientales pueden ordenar a hombres casados) y celebraba misa, confesiones y bautismos -incluso el de sus hijos- a escondidas en casa. El pequeño Sorin vivió ese culto clandestino y doméstico.

Sorin admite que en su juventud él no fue disidente y señala que en Rumanía casi no hubo disidencia en los años 70 entre los intelectuales. En la campaña de promoción demócrata de la Carta 77, con disidentes de toda Europa Oriental, sólo participó un rumano, Paul Goma. "Vosotros estáis bajo ocupación rusa, nosotros los rumanos bajo ocupación rumana, al fin y al cabo más dolorosa y eficaz que una extranjera", escribió ese año 1977, justo antes de escapar del país.

Sorin explica que ingresó en el Partido Comunista prácticamente por error. "No te vayas del país. Eres honesto y buen profesional, si todos nos vamos, quedará en manos de los rusos", le dijo un profesor suyo que lo avaló. Sorin admite que su primer acto de disidencia fue el 21 de diciembre de 1989, el día de la caída del régimen, participando en una manifestación. Y ahí empezó a filmar las manifestaciones. También filmó la manifestación inacabable de abril de 1990, que duró 52 días, para su película "La plaza de la universidad".

Hoy la vocación de Sorin Ilieșiu es contar lo que sucedió en la cárcel de Pitesti, el experimento social por el que pasaron más de mil presos de 1949 a 1952.

QUE CADA PRESO SEA TORTURADOR DE SU COMPAÑERO
En Pitesti se daban los malos tratos extremos de las otras cárceles comunistas rumanas: palizas frecuentes, falta de alimento, frío constante, falta de comunicación, etc... Eso sólo ya era brutal. Pero el "experimento Pitesti" añadía elementos propios.

Marius Oprea, el mayor investigador de crímenes comunistas en Rumanía y colaborador de Sorin Ilieșiu, lo resume así: "Los detenidos tenían que torturar a otros en las celdas. Se alimentaban el uno al otro con heces, los sacerdotes eran obligados a celebrar la liturgia ante una cruz hecha con excrementos bajo la mirada sádica de los guardianes. Si no te convertías en torturador, eras víctima de la tortura. He preguntado a algunos: ¿cuál fue el día que nunca olvidarás? Muy pocos me han contestado, pero todos se han echado a llorar".

El documentalista explica que es difícil lograr testimonios: "Incluso recordar lo vivido allí parece blasfemo. Allí se vivía matando al compañero de celda, destruyéndolo psíquicamente. Y a veces era el padre contra el hijo, el hermano contra el hermano. De eso nadie se cura".

Oprea añade: "Los detenidos debían admitir culpas que no tenían. Primero les minaban los fundamentos de la familia y la religión. Destruían estos sentimientos para destruir el alma. A partir de esas confesiones, se detenía a familias enteras. Arrestaron incluso a un niño de 9 años, hermano de un estudiante, y murió allí. Su hermano, bajo tortura, había dicho que le había ayudado a esconder armas en el jardín".

HABLA UN SUPERVIVIENTE
En 1990 Aristide Ionescu, arrestado en 1949, organizó un primer congreso sobre el "Experimento Piteşti". Ionescu fue de las víctimas menos afectadas, porque pasó mucho tiempo allí hospitalizado: sólo por eso no llegó a convertirse en torturador.

"Todavía hoy, cuando estoy en una iglesia, me da la impresión de que no tengo derecho a estar allí, de no poder siquiera entrar después de haber visto lo que he visto, de no haber luchado bastante para oponerme. ¿Un infierno en la tierra? Peor, creo que ni en el infierno puede pasar lo que vi allí, hasta Satanás podría aprender de los que estaban allí. Algunas víctimas podrían ser canonizadas: personas que dieron a un compañero el último trozo de pan que tenían. Este sistema fue un intento diabólico de aniquilar al individuo, de convertirlo en algo menos que un animal. El régimen quería que cada uno terminase por matar su propia alma. Yo digo que no lo consiguió", afirma Ionescu.

ENSAÑAMIENTO ESPIRITUAL
El elemento espiritual está presente una y otra vez en Pitesti porque había un ensañamiento y una ritualización especial contra los cristianos, a menudo en fechas señaladas como Pascua o Navidad.


El poeta y escritor Virgil Ierunca, en su libro Fenomenul Pitești (Editura Humanitas, Bucarest, 1990, con reedición en 2007), escribió: "La imaginación delirante de Turcanu, el jefe de los torturadores, daba rienda suelta sobre todo cuando se trataba de estudiantes que creían en Dios y se esforzaban en no blasfemar. Así, algunos eran bautizados cada mañana con la cabeza sumergida en un recipiente de madera lleno de orina y heces, mientras que otros alrededor cantaban la fórmula del bautismo. Duraba hasta que el contenido hacía burbujas."

Ionescu es uno de los testigos que lo confirma. Y añade más detalles que casan mal con un mero materialismo y permiten sospechar un mal espiritual refinado.

"Los sacerdotes eran obligados a celebrar el nacimiento de Cristo con palabrotas, una cosa tremenda. Decían que Jesucristo era una persona que vivía de mentiras, que María Magdalena era su mujer, que no era hijo de José y por tanto era un bastardo y que la Virgen María... vale, imaginad, me cuesta repetir lo que oía entonces. Y en respuesta nosotros hacíamos la señal de la cruz pidiendo la ayuda de Dios para superar esos momentos, en gran secreto, moviendo la lengua dentro de la boca cerrada. Pero si por desgracia te veían hacer el signo de la cruz, te obligaban a comulgar con heces", detalla el testimonio de Ionescu.

En el estudio de 2006 de Alin Muresan “Reeducación mediante la tortura” se describen algunas escenas extremadamente groseras que el jefe Turcanu ordenaba escenificar en Viernes Santo, con presos representando a la Sagrada Familia en relaciones sexuales con animales. “Los reeducados encabezados por Turcanu manifestaban un placer diabólico en burlarse de los más fieles, apodados «místicos». Tales escenas tenían un efecto terrible sobre las víctimas, que encontraban, por lo general, el único consuelo en la fe. Después de participar en las liturgias negras, toda su fe era sacudida desde sus cimientos", recoge el informe.

QUE EL TORTURADO SEA TORTURADOR
Además, los responsables de la cárcel querían que cada preso llegase a ser torturador de los demás. Se llegaba a eso confesando mentiras, insultando a la propia familia, a lo sagrado, y luego dañando al compañero.

Marcel Petrisor, otro superviviente, declaró: "Es una cosa terrible que te obliguen a renegar de tu propia madre, decir que era una puta, confesar que habías fornicado con una cerda... Cuando una persona se ve obligada a decir eso no lo olvida jamás. Y luego tener que torturar a tu prójimo, que es como tú".

Emile Sebesan, otro preso que da su testimonio, detalla: "Si era un amigo el que te golpeaba estábamos contentos. Porque estábamos convencidos de que el amigo no lo hacía con rencor, sentíamos en cada golpe que no había odio, que se trataba de otra cosa".

Traian Popescu, otro superviviente, cuenta que incluso así había un espacio en el interior de la persona para la creatividad. "Yo ya no podía rezar, estaba desesperado. ´Dios, por qué no me llevas, por qué me pasa todo esto...´ Y entonces pensaba y se me ocurrían versos, y con los versos, música. No sé, me parece que nadie ha compuesto sin preparación musical y sin papel ni lápiz una ópera sinfónica. La he titulado El Calvario", explica Popescu.

RUMANÍA DECLARÓ QUE COMUNISMO FUE TIRÁNICO
Iliesiu y otros activistas como Mario Oprea lograron que el Parlamento Rumano en 2006 declarase solemnemente que "para los ciudadanos rumanos el comunismo fue un régimen totalitario opresivo que ha expropiado a los rumanos de cinco décadas de historia moderna, ha pisoteado las leyes y ha obligado a los ciudadanos a vivir en la mentira y el miedo".

Pero tras estas palabras, no se ha dedicado ningún esfuerzo público a investigar los crímenes comunistas, identificar culpables, encontrar cadáveres y fosas ni educar a las nuevas generaciones en lo sucedido. Sólo activistas que se sienten llamados a ello, como Marius Oprea realizan esta tarea en condiciones precarias.

AYUDA PARA QUE SURJA LA PELÍCULA
Aunque Sorin Iliesiu es reconocido en su país como senador, intelectual y cineasta, no ha conseguido financiación todavía para su película. Su web www.thegenocideofthesouls.org documenta y difunde el "Experimento Piteşti", pero no le ha aportado fondos suficientes para convertir sus 450 horas de testimonios grabados en un documental o película divulgador.

Tampoco parece que los cineastas europeos o Hollywood tengan pasión por dar a Piteşti la misma atención que a Auschwitz, donde las víctimas eran quemadas y tratadas como material de desecho, pero no se les pedía blasfemar contra su fe y torturar sistemáticamente a su compañero.

Sorin Ilieșiu sigue dispuesto a difundir lo sucedido, que tiene una enseñanza espiritual y otra moral. La espiritual es que, pese a tantas torturas específicamente blasfemas “el genocidio de las almas no fue posible precisamente porque las almas son inmortales. Era la esperanza de los condenados a la muerte espiritual. Sólo la fe en Dios les salvó”, constata el cineasta.

La enseñanza moral es que difundir estos hechos ayuda a dificultar que se repitan. “La historia se puede repetir en cualquier momento, pero al conocer la verdad se descarta una repetición de la historia, precisamente porque el genocidio de las almas representa un capítulo esencial de acusación en el juicio del comunismo”, escribe Iliesiu.

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