Tal día
como hoy 24 de mayo, gitanos de todos los rincones del planeta se reúnen en la
costera ciudad de Saintes-Maries-de-la-Mer (Santas Marías del Mar), en
Provenza, cerca de Arlés, en el sur de Francia, para rendir honores a la que
llaman la patrona de los gitanos, Santa
Sara la Negra. Los gitanos toman las calles y muchos de ellos aprovechan
para bautizar a sus niños con ocasión de la fiesta. La estatua de Santa Sara es sacada en procesión y
llevada al mar. Después la procesión vuelve a la iglesia entre cánticos,
aclamaciones y repicar de campanas, devolviendo la imagen a la cripta en la que
pasa el resto del año.
Y bien ¿quién es la Sara en cuestión? Son muchas las leyendas que acerca de ella circulan. Como ya hemos tenido ocasión de reseñar en esta columna en alguna ocasión (pinche aquí si le interesa el tema), existe en Francia una tradición según la cual, una vez ascendido Jesús a los cielos, los tres hermanos de Betania, María (que algunas tradiciones vinculan con María Magdalena, aunque la lectura del Evangelio desaconseja dicha identificación), Marta y Lázaro, junto a muchos otros cristianos que se sentían amenazados, habrían abandonado Palestina para buscar refugio en la región de Aix en Provence, en Francia. Pues bien, según dicha tradición, Sara sería la sirvienta egipcia, de raza negra, de María Salomé y María de Cleofás, las dos marías que dan nombre al pueblo, Saintes-Maries-de-la-Mer.
La leyenda entronca firmemente con el posible origen egipcio de la raza gitana, y desde ese punto de vista, no está de más señalar que la más probable raíz etimológica de la palabra “gitano” sea precisamente “egipcio”, o más bien “egipciano” (obsérvese la similitud de las inglesas “egiptian” y “gipsy”), una tradición coherente, por ejemplo, con que un representante tan egregio de la comunidad gitana como nuestra Lola Flores, adoptara precisamente el mote de “la Faraona”. En la misma dirección apunta el posible poblamiento de la zona por egipcios a la altura del s. IV, algo coherente con la mención del poeta Avienus de una población llamada Oppidum Priscum Ra, traducible como “la vieja fortaleza de Ra”, deidad egipcia.
Otra tradición diferente habla de una Sara hija del jefe de una tribu de gitanos paganos. Una vez al año, llevaba en procesión a la diosa Astarté, con la que entraba en el mar, pero en una de esas ocasiones, una visión le indicó que estaba a punto de llegar un grupo de santos que habían presenciado la muerte del Salvador, viendo llegar precisamente la barca con las tres Marías y sus compañeros. Como la embravecida mar no permitiera a la barca tomar tierra, María Salomé habría lanzado su capa de la que, de manera milagrosa, Sara se habría servido, a modo de barca, para llegarse a los ilustres visitantes y ayudarles a desembarcar.
En cualquier caso, la primera mención escrita sobre el personaje es relativamente reciente y data de “La légende des Saintes-Maries”, “La leyenda de las santas marías”, de Vincent Philippon, a principios del s. XVI. De hecho, no se conoce ceremonia alguna relacionada con la tal Sara antes de 1800, y la Iglesia, aunque no prohíbe el culto, tampoco lo avala.
Por último, y desde una perspectiva bien diferente, la tradición podría ser una suerte de cristianización de algún culto de origen hindú relacionado con las abluciones hinduístas y con el culto a la diosa Durga o Kali, lo que la vincula al posible origen indio de la raza gitana. Algo en favor de lo cual apunta también la similitud ornamental entre nuestra Sara y la diosa Kali.
Y hasta aquí puedo leer queridos amigos, desearles tan sólo que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana, si les parece bien, aquí les emplazo de nuevo, bajo la columna, ya saben…
Y bien ¿quién es la Sara en cuestión? Son muchas las leyendas que acerca de ella circulan. Como ya hemos tenido ocasión de reseñar en esta columna en alguna ocasión (pinche aquí si le interesa el tema), existe en Francia una tradición según la cual, una vez ascendido Jesús a los cielos, los tres hermanos de Betania, María (que algunas tradiciones vinculan con María Magdalena, aunque la lectura del Evangelio desaconseja dicha identificación), Marta y Lázaro, junto a muchos otros cristianos que se sentían amenazados, habrían abandonado Palestina para buscar refugio en la región de Aix en Provence, en Francia. Pues bien, según dicha tradición, Sara sería la sirvienta egipcia, de raza negra, de María Salomé y María de Cleofás, las dos marías que dan nombre al pueblo, Saintes-Maries-de-la-Mer.
La leyenda entronca firmemente con el posible origen egipcio de la raza gitana, y desde ese punto de vista, no está de más señalar que la más probable raíz etimológica de la palabra “gitano” sea precisamente “egipcio”, o más bien “egipciano” (obsérvese la similitud de las inglesas “egiptian” y “gipsy”), una tradición coherente, por ejemplo, con que un representante tan egregio de la comunidad gitana como nuestra Lola Flores, adoptara precisamente el mote de “la Faraona”. En la misma dirección apunta el posible poblamiento de la zona por egipcios a la altura del s. IV, algo coherente con la mención del poeta Avienus de una población llamada Oppidum Priscum Ra, traducible como “la vieja fortaleza de Ra”, deidad egipcia.
Otra tradición diferente habla de una Sara hija del jefe de una tribu de gitanos paganos. Una vez al año, llevaba en procesión a la diosa Astarté, con la que entraba en el mar, pero en una de esas ocasiones, una visión le indicó que estaba a punto de llegar un grupo de santos que habían presenciado la muerte del Salvador, viendo llegar precisamente la barca con las tres Marías y sus compañeros. Como la embravecida mar no permitiera a la barca tomar tierra, María Salomé habría lanzado su capa de la que, de manera milagrosa, Sara se habría servido, a modo de barca, para llegarse a los ilustres visitantes y ayudarles a desembarcar.
En cualquier caso, la primera mención escrita sobre el personaje es relativamente reciente y data de “La légende des Saintes-Maries”, “La leyenda de las santas marías”, de Vincent Philippon, a principios del s. XVI. De hecho, no se conoce ceremonia alguna relacionada con la tal Sara antes de 1800, y la Iglesia, aunque no prohíbe el culto, tampoco lo avala.
Por último, y desde una perspectiva bien diferente, la tradición podría ser una suerte de cristianización de algún culto de origen hindú relacionado con las abluciones hinduístas y con el culto a la diosa Durga o Kali, lo que la vincula al posible origen indio de la raza gitana. Algo en favor de lo cual apunta también la similitud ornamental entre nuestra Sara y la diosa Kali.
Y hasta aquí puedo leer queridos amigos, desearles tan sólo que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana, si les parece bien, aquí les emplazo de nuevo, bajo la columna, ya saben…
Luis
Antequera
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