miércoles, 22 de abril de 2015

SEGUNDO DOGMA MARIANO PENDIENTE


Ni la Iglesia ni el Papa pueden suprimir un solo dogma…, como tampoco puede crear otros nuevos. Cuando el Papa define una verdad como dogma de fe, no crea un nuevo dogma. Simplemente se limita a garantizarnos, con su autoridad infalible, que no puede sufrir el más pequeño error, porque está regida y gobernada por el Espíritu Santo, que esa verdad ha sido revelada por Dios. Los dogmas forman parte de la Verdad, de esa Verdad de la que el Señor nos dejó dicho: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”. (Jn 14,6).

El dogma católico permanece siempre intacto e inalterable a través de los siglos. Si la Iglesia alterara, reformara o modificara sustancialmente alguno de sus dogmas, os digo con toda seguridad que yo dejaría de ser católico; porque esa sería la prueba más clara y más evidente de que no era la verdadera Iglesia de Jesucristo. Porque el dogma forma parte de la Verdad revelada y la Verdad es solo una e inalterable.

El arzobispo Fulton Sheen, escribe diciéndonos: “La Verdad no es hechura nuestra; le pertenece a Dios. No tenemos derecho sobre ella; es ella quien los tiene sobre nosotros. El dogma es tan verdadero como que el agua es H2O; como que hay una fórmula química del agua que pueda ser la correcta, hay solo un dogma correcto concerniente a la encarnación o al sacramento del matrimonio o a la transubstanciación. Esto no es un universo en el que puedan ser verdades una docena de cosas contradictorias…. Pero una vez que hemos reconocido lo absoluto de la verdad divina nos vemos frente a la necesidad de ser caritativos con quienes no creen”.

Hablemos de nuestra Madre celestial. Ella es el Ser más perfecto y bello, espiritual y materialmente, creado por Dios. La plenitud de la gracia que recibió María en el instante mismo de su concepción, fue tan inmensa, que según la sentencia, hoy común entre los mariólogos: “La plenitud inicial de la gracia de María fue mayor que la gracia consumada en todos los ángeles y bienaventurados juntos”.

Sin embargo la plenitud de la gracia Maternidad divina de Nuestra Señora. Dogma de la Inmaculada Concepción. Y el más recientemente promulgado: Dogma de la Asunción.

            Estos son los dogmas declarados por la Santa Iglesia, pero para muchos teólogos y enamorados de su Madre María, existen dos dogmas más aún no hn sido declarados, pero lo serán, y ellos son: El dogma de María intercesora universal de todas las gracias divina. Nuestra Madre celestial, es como el acueducto por medio del cual se distribuyen todas las divinas gracias que tan necesarias no son en el desarrollo de nuestra vida espiritual. No hay gracia que se distribuya a ningún ser humano que previamente no haya pasado por las manos de Nuestra Madre celestial. El otro dogma pendiente de su declaración, es el de María corredentora nuestra en la obra de Redención de su Hijo Cristo Jesús. Y de este último nos vamos a ocupar aquí un poco más extendidamente.

Es fácil de comprender la justicia de este título, porque sin el “fiat” de nuestra Madre celestial, estaríamos a la espera de ser redimido de las cadenas del infierno Y mencionando el infierno diré que hasta los demonios reconocen lo que nuestra Madre celestial representa para nosotros. Puede ser que fuese en una sesión de exorcismo donde un demonio en su desesperación, dijo: de María, con ser inmensa, no era ni es, la plenitud absoluta como la de Cristo sino relativa y proporcionada a su dignidad de ser la Madre de Dios. María es la Madre de Dios, Virgen Inmaculada, Asunta a los cielos, Limpia de todo pecado. Cuatro son los dogmas que afectan a Nuestra Señora la Virgen María. Y ellos son: Dogma de la Virginidad de Nuestra Señora. Dogma de la

“¡Si yo tuviese un solo instante de los muchos que vosotros perdéis! ¡Un solo instante y una María! y yo no sería un demonio”.

La protección que recibimos de nuestra Madre celestial, no nos resulta comprensible ni sabemos valorarla debidamente, porque toda ella se realiza en su mayor parte dentro de las realidades espirituales, donde nuestra alma, y esto solo se mueve, se ve y se aprecia en función del nivel del desarrollo espiritual de ella misma. Por otro lado, la enseñanza papal ha usado el título “Corredentora”, para referirse a la participación excepcional de la Madre de Jesús con y supeditada a su divino hijo en la obra de la redención humana. El prefijo “co” viene del término del latín “cum”, que significa “con” y no “igual a”. Corredentora por tanto, como se aplica a María, se refiere a su cooperación excepcional con y supeditada a su divino hijo Jesucristo, en la redención de la familia humana, como está manifestado en la Escritura Cristiana.

Con el “fiat” de María a la invitación del Ángel Gabriel para convertirse en la madre de Jesús, “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1:38), cooperó excepcionalmente con la obra de la redención al darle al Redentor su cuerpo, el que fuera el instrumento mismo de la redención humana. “Hemos sido santificados merced a la oblación de una vez para siempre del cu erpo de Jesucristo” (Hb 10:10), y el cuerpo de Jesucristo le es dado a través de la libre, activa y única cooperación de la Virgen María. En virtud de haber dado carne a la “Palabra hecha carne” (Jn 1:14), la que en turno redimió a la humanidad, la Virgen de Nazaret merece excepcionalmente el título de “Corredentora”. En las palabras de la extinta Madre Teresa de Calcuta: “Desde luego, María es Corredentora, le dio a Jesús su cuerpo, y su cuerpo es el que nos salvó”.

El uso en la Iglesia Católica del título “Corredentora”, como está aplicado a la Madre de Jesús, de ninguna manera pone a María en un nivel de igualdad con Jesucristo el Divino Redentor. Los escritores cristianos y Padres de la Iglesia primitiva, explicaron la corredención Mariana, con una gran profundidad y simplicidad, en el primer modelo teológico de María como la “Nueva Eva”.

Esencialmente enunciaron que como Eva, fue la primera “madre de los vivientes” (Gn 3,20) y fue instrumental directamente con Adán, en la pérdida de la gracia para toda la humanidad, así también María, la “Nueva Eva”, fue directamente instrumental con Jesucristo, a quien San Pablo llama el “Nuevo Adán” (1Cor15, 45-48), en la restauración de la gracia para toda la humanidad. San Jerónimo menciona: “Muerte a través de Eva, vida a través de María”.

             Por ejemplo, Modesto de Jerusalén, escritor de la Iglesia del siglo VII, declaró que a través de María somos “redimidos de la tiranía del demonio”. San Juan Damaceno (Siglo VIII) la saluda diciendo: “Os saludo, a través de quien hemos sido redimidos de la maldición”. San Bernardo de Clairvaux (Siglo XII) predica que, “a través de Ella, “el hombre fue redimido”. Y San Buenaventura en el Siglo XIII, sintetizó magistralmente la Tradición Cristiana en esta enseñanza: “Aquella mujer (entiéndase Eva), nos sacó del paraíso y nos vendió; pero ésta (María) nos trajo de nuevo y nos compró”.

Nunca hubo ninguna objeción en la mente de los padres y doctores de la Iglesia, de la total y radical dependencia de la participación de la Santísima Virgen en la obra divina y en los méritos de Jesucristo. Sobre este rico fundamento cristiano, los papas y santos del Siglo XX, han usado el título de Corredentora para referirse al papel excepcional de María en la redención humana, como ha sido ejemplificado en el uso contemporáneo de Corredentora para María por el Papa Juan Pablo II en cinco ocasiones durante su pontificado.

            En una segunda objeción, se sostiene la idea de que: El llamar a la Santísima Virgen María “Corredentora”, está contra el propio ecumenismo Cristiano, puesto que lleva a la división entre católicos y otros cristianos. Para analizar esta objeción debemos empezar con una definición precisa del auténtico ecumenismo Cristiano En su documento papal sobre ecumenismo, Ut Unum Sint, “que todos sean uno” (Jn 17,21), San Juan Pablo II define el auténtico ecumenismo Cristiano en términos de oración “como el alma” y el diálogo “como el cuerpo” trabajando hacia la meta final de una verdadera y duradera unidad Cristiana.

Al mismo tiempo, el imperativo Católico de
trabajar y esforzarse por la unidad Cristiana, no permite de ninguna manera la modificación o la dilución de la enseñanza doctrinal Católica, ya que esto sería tanto la carencia de integridad Católica como concurrentemente desviarse en un diálogo con otros Cristianos no Católicos, sobre qué es lo que realmente cree la Iglesia Católica. Tal como enseña claramente el Concilio Vaticano Segundo en términos del diálogo ecuménico: “Es de todo necesario que se exponga claramente toda la doctrina. Nada es tan ajeno al ecumenismo como ese falso irenismo, que daña la pureza de la doctrina Católica y oscurece su sentido genuino y definido”.

            San Juan Pablo II explica además que: Un exacto entendimiento, entonces, del ecumenismo desde la perspectiva Católica, es el mandato crítico de la Iglesia de orar, dialogar y trabajar en caridad y en verdad en la búsqueda de la verdadera unidad Cristiana entre todos los hermanos y hermanas en Cristo, pero sin ninguna componenda al presentar la totalidad de las enseñanzas doctrinales de la Iglesia. San Juan Pablo II, que tan personalmente se dedicó a la auténtica unidad Cristiana, nuevamente afirma: “La unidad querida por Dios sólo se puede realizar en la adhesión común al contenido íntegro de la fe revelada. En materia de fe, una solución de compromiso está en contradicción con Dios que es la Verdad. En el Cuerpo de Cristo que es ´camino, verdad y vida´ (Jn 14,6), ¿quién consideraría legítima una reconciliación lograda a costa de la verdad?

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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