Ni la Iglesia ni el Papa pueden suprimir un solo dogma…, como tampoco
puede crear otros nuevos. Cuando el Papa define una verdad como dogma de fe, no
crea un nuevo dogma. Simplemente se limita a garantizarnos, con su autoridad
infalible, que no puede sufrir el más pequeño error, porque está regida y
gobernada por el Espíritu Santo, que esa verdad ha sido revelada por Dios. Los
dogmas forman parte de la Verdad, de esa Verdad de la que el Señor nos dejó
dicho: “Yo soy el Camino, la
Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”. (Jn 14,6).
El dogma católico permanece siempre intacto e inalterable a través de
los siglos. Si la Iglesia alterara, reformara o modificara sustancialmente
alguno de sus dogmas, os digo con toda seguridad que yo dejaría de ser
católico; porque esa sería la prueba más clara y más evidente de que no era la
verdadera Iglesia de Jesucristo. Porque el dogma forma parte de la Verdad revelada
y la Verdad es solo una e inalterable.
El arzobispo Fulton Sheen, escribe diciéndonos: “La Verdad no es hechura nuestra; le
pertenece a Dios. No tenemos derecho sobre ella; es ella quien los tiene sobre
nosotros. El dogma es tan verdadero como que el agua es H2O; como que hay una
fórmula química del agua que pueda ser la correcta, hay solo un dogma correcto
concerniente a la encarnación o al sacramento del matrimonio o a la
transubstanciación. Esto no es un universo en el que puedan ser verdades una docena
de cosas contradictorias…. Pero una vez que hemos reconocido lo absoluto de la
verdad divina nos vemos frente a la necesidad de ser caritativos con quienes no
creen”.
Hablemos de nuestra Madre celestial. Ella es el Ser más perfecto y
bello, espiritual y materialmente, creado por Dios. La plenitud de la gracia
que recibió María en el instante mismo de su concepción, fue tan inmensa, que
según la sentencia, hoy común entre los mariólogos: “La plenitud inicial de la gracia de María
fue mayor que la gracia consumada en todos los ángeles y bienaventurados
juntos”.
Sin embargo la plenitud de la gracia Maternidad divina de Nuestra
Señora. Dogma de la Inmaculada Concepción. Y el más recientemente promulgado:
Dogma de la Asunción.
Estos son los dogmas
declarados por la Santa Iglesia, pero para muchos teólogos y enamorados de su
Madre María, existen dos dogmas más aún no hn sido declarados, pero lo serán, y
ellos son: El dogma de María intercesora universal de todas las gracias divina.
Nuestra Madre celestial, es como el acueducto por medio del cual se distribuyen
todas las divinas gracias que tan necesarias no son en el desarrollo de nuestra
vida espiritual. No hay gracia que se distribuya a ningún ser humano que
previamente no haya pasado por las manos de Nuestra Madre celestial. El otro
dogma pendiente de su declaración, es el de María corredentora nuestra en la
obra de Redención de su Hijo Cristo Jesús. Y de este último nos vamos a ocupar
aquí un poco más extendidamente.
Es fácil de comprender la justicia de este título, porque sin el “fiat” de nuestra Madre celestial,
estaríamos a la espera de ser redimido de las cadenas del infierno Y
mencionando el infierno diré que hasta los demonios reconocen lo que nuestra
Madre celestial representa para nosotros. Puede ser que fuese en una sesión de
exorcismo donde un demonio en su desesperación, dijo: de
María, con ser inmensa, no era ni es, la plenitud absoluta como la de Cristo
sino relativa y proporcionada a su dignidad de ser la Madre de Dios. María es
la Madre de Dios, Virgen Inmaculada, Asunta a los cielos, Limpia de todo
pecado. Cuatro son los dogmas que afectan a Nuestra Señora la Virgen María. Y
ellos son: Dogma de la Virginidad de Nuestra Señora. Dogma de la
“¡Si yo tuviese un solo instante de los muchos que vosotros perdéis! ¡Un
solo instante y una María! y yo no sería un demonio”.
La protección que recibimos de nuestra Madre celestial, no nos resulta
comprensible ni sabemos valorarla debidamente, porque toda ella se realiza en
su mayor parte dentro de las realidades espirituales, donde nuestra alma, y
esto solo se mueve, se ve y se aprecia en función del nivel del desarrollo
espiritual de ella misma. Por otro lado, la enseñanza papal ha usado el título “Corredentora”, para referirse a la
participación excepcional de la Madre de Jesús con y supeditada a su divino
hijo en la obra de la redención humana. El prefijo “co” viene del término del latín “cum”, que significa “con”
y no “igual a”. Corredentora por
tanto, como se aplica a María, se refiere a su cooperación excepcional con y
supeditada a su divino hijo Jesucristo, en la redención de la familia humana,
como está manifestado en la Escritura Cristiana.
Con el “fiat” de
María a la invitación del Ángel Gabriel para convertirse en la madre de Jesús, “Hágase en mí según tu palabra” (Lc
1:38), cooperó excepcionalmente con la obra de la redención al darle al
Redentor su cuerpo, el que fuera el instrumento mismo de la redención humana. “Hemos sido santificados merced a la oblación de una vez para siempre del
cu erpo de Jesucristo” (Hb
10:10), y el cuerpo de Jesucristo le es dado a través de la libre, activa y
única cooperación de la Virgen María. En virtud de haber dado carne a la “Palabra hecha carne” (Jn
1:14), la que en turno redimió a la humanidad, la Virgen de Nazaret merece
excepcionalmente el título de “Corredentora”. En las palabras de
la extinta Madre Teresa de Calcuta: “Desde luego, María es
Corredentora, le dio a Jesús su cuerpo, y su cuerpo es el que nos salvó”.
El uso en la Iglesia Católica del título “Corredentora”, como está aplicado a la Madre de Jesús, de ninguna
manera pone a María en un nivel de igualdad con Jesucristo el Divino Redentor.
Los escritores cristianos y Padres de la Iglesia primitiva, explicaron la
corredención Mariana, con una gran profundidad y simplicidad, en el primer
modelo teológico de María como la “Nueva
Eva”.
Esencialmente enunciaron que como Eva, fue la primera “madre
de los vivientes” (Gn 3,20) y fue instrumental directamente con
Adán, en la pérdida de la gracia para toda la humanidad, así también María, la “Nueva
Eva”, fue directamente instrumental con Jesucristo, a quien San
Pablo llama el “Nuevo Adán” (1Cor15,
45-48), en la restauración de la gracia para toda la humanidad. San Jerónimo
menciona: “Muerte a través de Eva, vida a través de María”.
Por ejemplo, Modesto de Jerusalén, escritor de la Iglesia del siglo VII,
declaró que a través de María somos “redimidos de la tiranía del
demonio”. San Juan Damaceno
(Siglo VIII) la saluda diciendo: “Os saludo, a través de quien hemos sido redimidos de la maldición”. San Bernardo de Clairvaux (Siglo XII) predica que, “a través de Ella, “el hombre
fue redimido”. Y San Buenaventura
en el Siglo XIII, sintetizó magistralmente la Tradición Cristiana en esta
enseñanza: “Aquella mujer (entiéndase Eva), nos sacó del
paraíso y nos vendió; pero ésta (María) nos trajo de nuevo y nos compró”.
Nunca hubo ninguna objeción en la mente de los padres y doctores de la
Iglesia, de la total y radical dependencia de la participación de la Santísima
Virgen en la obra divina y en los méritos de Jesucristo. Sobre este rico
fundamento cristiano, los papas y santos del Siglo XX, han usado el título de
Corredentora para referirse al papel excepcional de María en la redención
humana, como ha sido ejemplificado en el uso contemporáneo de Corredentora para
María por el Papa Juan Pablo II en cinco ocasiones durante su pontificado.
En una segunda
objeción, se sostiene la idea de que: El llamar a la Santísima Virgen María “Corredentora”, está contra el
propio ecumenismo Cristiano, puesto que lleva a la división entre católicos y
otros cristianos. Para
analizar esta objeción debemos empezar con una definición precisa del auténtico
ecumenismo Cristiano En su documento papal sobre ecumenismo, Ut Unum Sint,
“que todos sean uno” (Jn 17,21), San Juan Pablo II define el
auténtico ecumenismo Cristiano en términos de oración “como el alma” y
el diálogo “como el cuerpo” trabajando hacia la meta final de una
verdadera y duradera unidad Cristiana.
Al mismo tiempo, el imperativo Católico de trabajar y esforzarse por la unidad Cristiana, no permite de ninguna manera la modificación o la dilución de la enseñanza doctrinal Católica, ya que esto sería tanto la carencia de integridad Católica como concurrentemente desviarse en un diálogo con otros Cristianos no Católicos, sobre qué es lo que realmente cree la Iglesia Católica. Tal como enseña claramente el Concilio Vaticano Segundo en términos del diálogo ecuménico: “Es de todo necesario que se exponga claramente toda la doctrina. Nada es tan ajeno al ecumenismo como ese falso irenismo, que daña la pureza de la doctrina Católica y oscurece su sentido genuino y definido”.
Al mismo tiempo, el imperativo Católico de trabajar y esforzarse por la unidad Cristiana, no permite de ninguna manera la modificación o la dilución de la enseñanza doctrinal Católica, ya que esto sería tanto la carencia de integridad Católica como concurrentemente desviarse en un diálogo con otros Cristianos no Católicos, sobre qué es lo que realmente cree la Iglesia Católica. Tal como enseña claramente el Concilio Vaticano Segundo en términos del diálogo ecuménico: “Es de todo necesario que se exponga claramente toda la doctrina. Nada es tan ajeno al ecumenismo como ese falso irenismo, que daña la pureza de la doctrina Católica y oscurece su sentido genuino y definido”.
San Juan Pablo II explica
además que: Un exacto entendimiento, entonces, del ecumenismo desde la
perspectiva Católica, es el mandato crítico de la Iglesia de orar, dialogar y
trabajar en caridad y en verdad en la búsqueda de la verdadera unidad Cristiana
entre todos los hermanos y hermanas en Cristo, pero sin ninguna componenda
al presentar la totalidad de las enseñanzas doctrinales de la Iglesia. San Juan
Pablo II, que tan personalmente se dedicó a la auténtica unidad Cristiana,
nuevamente afirma: “La unidad querida por Dios
sólo se puede realizar en la adhesión común al contenido íntegro de la fe
revelada. En materia de fe, una solución de compromiso está en contradicción
con Dios que es la Verdad. En el Cuerpo de Cristo que es ´camino, verdad y
vida´ (Jn
14,6), ¿quién consideraría legítima una
reconciliación lograda a costa de la verdad?
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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