Rica, inteligente y bonita. Una mujer moderna que un día decidió enamorarse para siempre y que tiene grandes lecciones para enseñarnos.
Hoy te
quiero contar una historia. Mejor dicho, la historia de alguien, de una
muchacha. Una chica de buena cuna, rica y bonita. ¿Su nombre? Teresa, española,
hija de un gran Señor, de esos que hacen época.
¿Has
visto los últimos modelos de Ralph Lauren? ¿Los zapatos Dolce & Gabbana y
joyería Bulgari? Pues la ropa y zapatos de Teresa hacen que esos “últimos
gritos de la moda” parezcan harapos. ¿Perfumes? ¡Ja! Los perfumes de Teresa
hacen que Boucheron, Guerlain y Channel parezcan colonias baratas de
supermercado. ¡Qué perfumes los de Teresa! Cuida su pelo que parece una seda. Y
a bonita, nadie puede ganarle tiene un “no se qué”… Y todo eso con sólo
dieciséis años.
Teresa ha
probado el amor, bueno, mejor dicho se ha enamorado platónicamente, y siente
unos celos de locura cuando ve a su amor coqueteando con alguna otra chica.
A pesar
de su familia católica, no le ha hecho ninguna gracia el entrar a un convento a
vivir temporalmente. Es “enemiguísima” de ser monja. Ni de broma.
Sin
embargo, en su corazón hay una necesidad de amar muy difícil de expresar. Ha
probado el amor humano, pero ella quiere un amor para siempre y para esta
determinada joven eso significa un amor para toda la eternidad. Teresa comienza
a estar cansada de sus propias frivolidades. En el fondo es una mujer
extremadamente exigente y perfeccionista.
Y, aunque
se declara enemiguísima de ser monja, finalmente se ha decidido a serlo. Sabe
que nunca encontrará al amor de su vida, su amor para siempre, y no le hace
ninguna gracia el casarse y servir a un hombre el resto de su vida. Es una
decisión dura, pero cuando Teresa se determina a algo nada puede pararla. Teresa
hace sus votos y entra a la vida religiosa.
Veinte
años se pasa Teresa en el convento. A veces se queda llena de desesperación,
porque en todo ese tiempo jamás ha podido hacer oración “como Dios manda”. Se
distrae, su imaginación vuela por todas partes, y si no se lleva un libro
espiritual siente una resequedad espiritual que le impide decir una sola
palabra a Dios.
Es
entonces cuando muere Teresa. 20 años en el convento, una belleza arrolladora,
una joven rica, una familia acaudalada. Y tras tanto tiempo en la clausura del
convento, muere.
Fallece
Teresa de Ahumada para dar paso a una nueva mujer que durante cinco siglos será
modelo para muchas mujeres. Nace una Santa, y no una santa cualquiera, nace una
Doctora de la Iglesia. Nace Santa Teresa de Jesús.
Pero
había algo en lo que esta mujer no era “moderna”.
Ella no
vivía, como nosotras, que estamos en la sociedad del menor esfuerzo y de lo
práctico. Nosotras tenemos lavadoras automáticas, muchachas para planchar y
hacer la comida o cocinar. Hoy, amiga mía, nos faltan ganas, y eso era algo que
a Santa Teresa de Jesús le sobraba.
Había
aprendido durante sus veinte años en el convento que debía exigirse, luchar,
esforzarse y comprometerse a encontrar a Dios como verdadero sentido de su
vida. Tuvo que llegar a la conclusión de que todo es nada para encontrar la
verdad, y para entender que ni toda su belleza, no toda su inteligencia ni toda
su riqueza podían compararse a la belleza, inteligencia, riqueza y bondad de
Dios.
Teresa
descubre a Dios, y comienza una batalla que, debemos reconocerlo, difícilmente
emprenderíamos hoy mismo tú o yo: la batalla hacia lo auténtico, hacia lo
verdaderamente importante. Una batalla en la que para salir airosa solo Dios
basta.
Santa
Teresa de Jesús orienta su vida en torno a principios que hoy nos parecen
insoportables: Obediencia, oración, humildad. Sobre todo humildad. Teresa sabía
que cuando hay humildad al rededor se crea la paz y no se hace nada por vanidad
y vanagloria. Humildad en busca solo del interés de Dios, de los demás. Teresa
abraza, acoge, ayuda, empuja a otros a alcanzar a Dios y, sin darse cuenta, así
llega a la cumbre.
Teresa
fue obediente y comprendió que la razón de tener inteligencia era conocer a
Dios y al conocerle poner la voluntad en marcha para convertirse en mujer de
bien. Si, amiga, hasta a mí, que soy la que te escribe estas líneas, me suena
extraño el escribir esta palabra. Es como que si para nosotras las mujeres
hubiera desaparecido la palabra “obediencia” de nuestro vocabulario. Pero la
obediencia es hermana de la humildad. Son, puedo decir paralelas, pues ambas
nos llevan a demoler con fuerza a ese gigante que nos impide doblarnos
totalmente ante Nuestro Señor y Salvador: la soberbia. Ésta, decía el Beato
José María Escrivá de Balaguer, esta tan arraigada en nosotros que muere 24
horas después que el hombre ha sido despojado de su alma. Donde hay soberbia no
puede haber humildad y mucho menos obediencia.
Tú puedes
ser una mujer que trabaja, que se exige, que lucha, que se determina a realizar
su vocación femenina. Es una mujer que obedece, que se esfuerza como lo hizo
Teresa, en vivir siempre en la presencia de Jesús, es una mujer orante,
totalmente inmersa en Dios, que se dejó transformar por Jesucristo. Teresa iba
a la oración con el corazón contrito pues decía y repetía que un corazón
contrito y humillado Dios no lo desprecia.
Y así, en
esa actitud pasaba de la contemplación al acto, pues para ella la vida era
obrar, hacer, construir.
Santa
Teresa escribe (y quizá te suene un poco raro, pero recuerda que escribía hace
cinco siglos): “Digo que importa mucho y el todo… una y muy grande determinada
determinación de no parar hasta llegar a ella (la fuente de agua viva), venga
lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que se trabajare, murmure quien
murmurare, siquiera llegue allá, siquiera me muera en el camino o no tenga
corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo”.
Santa
Teresa tenía una categoría enorme como mujer de decisión, de metas, radical. O
todo o nada, o eres o no eres; o santa o nada, pero nunca a medias.
Pero no
te pierdas amiga mía. No estoy diciendo que te vayas a vivir a un convento ni
que te hagas monja. Claro que si ese es tu llamado, ¡Adelante! Pero yo te hablo
como una mujer que vive en el mundo, que tiene amigas, que va a los centros
comerciales. Yo soy una mujer igual a ti.
Y si te
has decidido seriamente a emprender la lucha hacia la santidad cristiana no es
imprescindible un convento ni hacerte monja. Es en tu vida ordinaria, en tu
trabajo, en tus estudios, con tu familia y tus amigos donde puedes y debes
hacerte santa.
Pero
Santa Teresa, mujer tan actual hoy como lo fue en su tiempo, nos enseña lo
verdaderamente importante: amar a Dios con todo nuestro corazón, con todas
nuestras fuerzas. Si alguien vivió el “boom” de la moda fue ella, si alguien
vivió en un mundo donde la preocupación fundamental era el éxito y las
posesiones materiales fue ella. Y todo eso lo cambió, porque entendió que sin
Dios nada se puede. Finalmente ella sí encontró a su amor para siempre. El
entregarse a Dios también se da en el mundo, incluso si tienes novio o esposo,
en ellos encontrarás un camino para amar más a Dios. Pero esta entrega requiere
de una mujer de total entereza, de carácter.
Hoy Santa
Teresa de Jesús nos deja un legado que no ha pasado ni pasará de moda nunca
porque la verdad no pasa de moda. Su vida es un ejemplo de perfeccionamiento
que está por encima de la muchedumbre. Sí, claro que es necesario esfuerzo y
valentía, sin esto no podremos hacer nada. Pero tú y yo, como Santa Teresa de
Jesús podemos ser obedientes, orantes y humildes. Y entonces encontraremos a
nuestro amor para toda la vida.
¿Quieres
andar por la senda de la Perfección (así con mayúscula)? Entonces haz de Santa
Teresa de Jesús tu maestra, tu amiga, tu hermana, tu confidente. Ella entenderá
tu vanidad, porque también la tuvo, comprenderá tu debilidad y la mía, porque
sabe de qué se trata. Santa Teresa comprenderá tu dificultad en sentarte un
rato para platicar con Dios, porque ella misma se pasó veinte años sin poder
hacer oración. Dios encontró a Santa Teresa, del mismo modo que puede
encontrarte a ti. Si Dios te sale al encuentro, ¡síguelo!
Muchos
cariños humanos pueden fallarte o traicionarte, Jesús jamás traiciona. Un novio
o un esposo pueden dejarte llorando en tu habitación llena de frustración, de
enojo, de tristeza, pero si aprendes a hacer de Dios el amor de tu vida, aún
cuando tu novio o esposo te provoquen todo eso, en tu habitación estará Dios,
esperándote con los brazos abiertos para consolarte, para amarte tal como eres,
para darte fuerza y para darte valor. Dios nunca nos deja. Santa Teresa de
Jesús entendió esto y mucho más. Y tú también, si te determinas, puedes
hacerlo.
¿No te
gustaría ser una Santa? Quizá, algún día, dentro de muchos siglos alguien
escribirá “Hoy te quiero contar una historia. Mejor dicho, la historia de
alguien, de una muchacha…” y pondrá tu nombre en la historia. Santa Teresa de
Jesús puede enseñarte cómo.
Nota final:
Te
recomiendo mucho que te consigas el libro “Santa Teresa de Jesús” de Marcelle
Auclaire, editado por Ediciones Palabra en su colección “Arcaduz”.
SheilaMorataya-Fleishman
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