martes, 17 de marzo de 2015

ORAR EN LA NOCHE


Y uno se puede preguntar… ¿y por qué es bueno rezar por la noche, mejor que por el día? Son varias las razones que podemos aducir en defensa de la bondad de la oración nocturna. El Señor durante su estancia en este mundo, nos cuentan los evangelistas que era frecuente, que Él, el que se apartase de los demás y buscase un lugar propicio para orar. La oración más trascendente que el Señor realizó en este mundo fue la oración de la Agonía en el Huerto de Getsemaní y ella la realizo de noche y a solas pues más arriba de la roca donde la hizo se encontraban los tres apóstoles, Pedro y los dos hijos de Zebedeo como los más señalados, que no resistieron el sueño y se durmieron: Jesús dijo a Pedro: ¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora? 41 Estén prevenidos y oren para no caer en tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. 42 Se alejó por segunda vez y suplicó: Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad.43 Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño”. (Mt 26,40-43).

La noche nos presta intimidad, soledad y silencio además de sosiego en nuestra alma. La intimidad es buena en nuestra oración desde el momento de que teniendo el alma sosegada ella busca con más cercanía la presencia del Señor, que si estamos y vivimos en su gracia siempre lo tenemos dentro de sí y con el silencio y la soledad que es lo propio de la noche, estamos más propicios a la intimidad con el Señor. Y sobre todo la intimidad en la noche está a cubiertos de otras miradas humanas que pueden proclamar nuestra relación personal con el Señor, dado así pábulo a comentarios y chismorreos que maltraten nuestra intimidad con el Señor. “5 Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar de pie en las sinagogas y en los ángulos de las plazas, para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa. 6 Tú, cuando ores, entra en tu cámara y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que esta en lo secreto: y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensara. 7 Y orando, no seáis habladores, como los gentiles, que piensan ser escuchados por su mucho hablar. 8 No os asemejéis pues, a ellos, porque vuestro Padre conoce las cosas de que tenéis necesidad antes que se las pidáis”. (Mt 6,5-8).

En una glosa de hace unos días, decíamos que la oración para ser perfecta requiere de las tres eses que son: Silencio, soledad y sosiego que es sinónimo de recogimiento y todavía hay una cuarta condición muy importante si queremos que nuestra oración produzca los frutos que deseamos obtener y es la perseverancia. Recordemos el proverbio romano que dice: Gutta cavat lapidem, non vi, sed saepe cadendo”. La gota no horada la piedra cayendo una vez sino siempre cayendo.

Pues bien la noche reúne estas condiciones, en ella impera el silencio y también la soledad pues pocos son los que están despiertos y en ella todo está sosegado las personas reposan y hay un sosiego que nos incia al recogimiento. En el libro de la Liturgia de las horas hay un canto a la noche que dice así:

La noche es tiempo de salvación
La noche no interrumpe tu historia con el hombre; la noche es tiempo de salvación.

La noche es tiempo de salvación
De noche descendía tu escala misteriosa hasta la misma piedra donde Jacob dormía.

La noche es tiempo de salvación.
De noche celebrabas la Pascua con tu pueblo, mientras en las tinieblas volaba el exterminio.
La noche es tiempo de salvación.
Abrahán contaba tribus de estrellas cada noche; de noche prolongabas la voz de la promesa.
La noche es tiempo de salvación.
De noche tres veces oyó Samuel su nombre; de noche eran los sueños tu lengua más profunda.
La noche es tiempo de salvación.
De noche en un pesebre, nacía tu Palabra; de noche lo anunciaron el ángel y la estrella.
La noche es tiempo de salvación.
La noche fue testigo de Cristo en el sepulcro; la noche vio la gloria de su resurrección.
La noche es tiempo de salvación.
De noche esperaremos tu vuelta repentina, y encontrarás a punto la luz de nuestra lámpara.
La noche es tiempo de salvación”.

Nosotros somos cuerpo y alma, materia y espíritu, y así como en el día reina la materia de nuestro cuerpo, en la noche reina el espíritu. El día le pertenece al cuerpo, nos levantamos o al menos nos deberíamos todos de levantarnos, poco más o menos cuando se levanta la luz de sol; los ojos de nuestro cuerpo pueden ver porque ya disponen de su elemento básico que es la luz; comienzan los ruidos, los pájaros cantan y los mamíferos ladran, relinchan o gruñen reclamando su comida y los oídos de nuestro cuerpo pueden puede captar sonidos; al tiempo que con el nuevo día comienza el ejercicio de nuestro cuerpo. El día le pertenece a la materia corporal, es en el día donde este desarrolla su actividad.

Pero es en la noche donde comienza el reino del espíritu, el reino de nuestras almas, el cuerpo se serena, apenas se mueve, los párpados con la penumbra, se nos cierra invitándonos a la meditación. Es la hora del encuentro con el Señor, todo nos invita y nos predispone a ello. Incluso durmiendo nuestra mente si está impregnada en el amor al Señor, puede llegar a soñar con Él y con las dulzuras del amor que nos espera. En los Evangelios y también el A.T. encontramos numerosas intervenciones divinas en las mentes con el fin de indicarles conductas, o hechos que estas habían de realizar. Tal es el caso de San José, el del profeta Samuel, y otros varios.

Es en la noche donde el alma se encuentra más propicia a su encuentro con Dios. Porque es en la noche donde al alma encuentra más claramente las condiciones que ella necesita para relacionarse con Dios. Es en la noche, donde aquellas personas que han escogido consagrar su vida, al servicio de Dios dentro de una orden monástica contemplativa, donde se levantan a media noche para orar frente al sagrario del Santísimo. Más tarde volverán al lecho a reanudar el sueño interrumpido. Los que no hemos sido llamados por Dios a consagrar nuestras vidas a su divino servicio o que aun habiendo sido llamados, no hemos atendido la llamada, sabemos bien el valor que le damos a eso que se llama dormir de un tirón.

Desde luego que el valor que el Señor le preste a nuestras oraciones, variará mucho de acuerdo con nuestra entrega personal a Él y el grado de superación que tengamos sobre la mortificación, dentro o fuera de la oración, ya que esta puede estar unida a la oración o ser realizada al margen de esta. No olvidemos que la subida al cielo, se realiza utilizando un par de alas. Un ala es la oración, y la otra la mortificación. Es muy difícil por no decir imposible orar a la perfección, marginando la mortificación. Las distracciones, el cansancio y el aburrimiento a nadie le estimulan ni le impulsa para orar correctamente. La oración ha de estar siempre impregnada de nuestra entrega y amor al Señor

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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