domingo, 15 de febrero de 2015

¿SHEXPIR O CHAQUESPEARE?


Muchos de Vds. conocerán la anécdota. Se le atribuye a D. Miguel de Unamuno, y habría ocurrido en la Universidad de Salamanca. En el curso de una conferencia y en el trance de mencionar al gran fénix de las letras inglesas, se refirió a él llamándole “Chaquespeare”, asi, tal como lo lee Vd., amigo lector. Ante los irreprochables murmullos producidos en la sala, D. Miguel debió de espetar algo así como “no sabía que los distinguidos componentes de la audiencia tuvieran tanto dominio del inglés”, continuando su discurso en el idioma de la Pérfida Albión. ¿Acertado? ¿Desacertado? ¿Hizo bien D. Miguel? ¿Hizo mal?

La verdad es que si en la forma se mostró todo lo abrupto y sorpresivo que cabía esperar de su carácter, lo que es en el fondo D. Miguel no lo hizo ni bien ni mal, sino todo lo contrario.

Si lo piensan Vds. con detenimiento, lo que el complejo e inescrutable autor del 98 hizo no fue otra cosa que establecer la primacía del lenguaje escrito sobre el lenguaje oral, lo que en el caso del ínclito D. William tenía la divertida consecuencia de convertir su apellido en un cacofónico “Chaquespeare” inidentificable en lengua inglesa. De parecida manera, D. Miguel (o cualquier otro escritor o periodista) podría haber establecido la primacía del lenguaje oral sobre el escrito, lo que en el caso del excelso autor de Hamlet, y llevado al extremo, habría conducido a escribir “Shexpir” en lugar de “Shakespeare”. Ni más ni menos, ni menos ni más, si bien al final, y por lo que a la adopción de extranjerismos en la lengua española se refiere, tengamos que admitir que la única regla es, precisamente, que no hay reglas, y que cada extranjerismo elige su propio camino para españolizarse.

El “chaquespeare” de D. Miguel se corresponde al ciento por ciento con la importación que hacemos, por ejemplo, de la palabra francesa “garage” (hiperespañolizada todavía como “garaje”, con jota), que para pronunciar en correcto francés, deberíamos pronunciar algo así como garásh.

Pero existen también ejemplos de lo contrario, como ocurre con la importación del deporte-rey, que no pronunciamos “footbal” según habría propuesto por la misma regla de Salamanca D. Miguel, sino “fútbol”, un fútbol tan españolizado que hasta lo escribimos así, “fútbol”, con su preceptiva tilde inexistente en inglés. Y eso que no faltaron los intentos de sustituirlo por el españolísimo “balompié”, cuyo mejor logro fue el emblemático club de fútbol Betis Balompié, algo que sí consiguió, en cambio, el término “baloncesto”, que desplazó completamente al originario “basket” o “basket-ball”.

Por existir, existen hasta palabras que han pasado por todo, como ha ocurrido con ese préstamo del francés “restaurant” que empezó pronunciándose en los 50 “restorán” -el término aún se usa en algunos países hispanoparlantes y la RAE lo recoge en el Diccionario-, haciendo pasar el idioma hablado sobre el escrito; para pasar a pronunciarse en los 60 “restaurán”, haciendo pasar el idioma escrito sobre el hablado (como hace Unamuno al pronunciar Chaquespeare); y terminar dando en los 70 un híbrido extraño de aspecto más españolizado, “restaurante”, tan implantando hoy día y tan insolente que se permite hasta invadir los territorios de lo que siempre fue en español la “restauración” (restauración de cosas, de objetos, de monumentos, de edificios), para referirse con cada vez mayor preponderancia a la de los estómagos.

Ningún extranjerismo tan guasón y caprichoso, sin embargo, como “footing” (que por cierto nunca llegamos a escribir “futin”), de “foot”, pie en inglés, un préstamo de la lengua de Shexpir que sin embargo, queridos amigos, y como muchos de Vds. sabrán y hasta habrán tenido ocasión de comprobar cuando se han encontrado en algún país de habla inglesa… ¡¡¡no existe en inglés!!! Divertido ¿no es cierto?

Y bien amigos, con estas reflexiones para pasar el ratito, que es de lo que se trata un plácido domingo como el que espero sea para todos el de hoy, me despido de Vds. no sin desearles como siempre que hagan mucho bien y que no reciban menos. También hoy. Y Vd. D. Miguel no se enfade, hombre, que no hay para tanto.

Luis Antequera

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