Entre
alimañas y ángeles
San Ignacio de Loyola propone, en un
momento de los Ejercicios espirituales, que se haga la prueba de imaginarse uno
a sí mismo viviendo entre brutos animales. Es un ejercicio un tanto
chocante, como otros del camino ignaciano de liberación interior para el
encuentro vivo con el Señor. Pero, pensándolo bien, es muy saludable y práctico
para el fin que se pretende. Porque nos confronta con la verdadera situación en
la que nos encontramos cuando vivimos en pacto con el pecado. Quien se
acostumbra a pecar, se habitúa a lo irracional; vive fuera de lugar: como entre
animales, carentes de razón.
El Evangelio de este primer domingo del
tiempo de Cuaresma nos presenta a Jesús viviendo precisamente entre
alimañas durante cuarenta días, en el desierto. Una alimaña es un animal
especialmente peligroso para los animales domésticos. Es también, en sentido
figurado, una persona particularmente taimada y dañina para los demás. Es
posible que san Ignacio se inspirara en este pasaje evangélico cuando propone
hacer el ejercicio de imaginarse viviendo entre animales.
Jesús sufre la tentación que proviene de
los sentimientos propios de esa cierta alimaña que los seres humanos llevamos
dentro. Satanás, el padre de la mentira, encuentra ahí sus aliados
naturales: en los deseos de posesiones, de fama y de poder, que se sobreponen
artera y tenazmente a los impulsos de la razón, deseosa del bien. Son deseos
que brotan de la herida que lacera a la Humanidad caída.
El enemigo de Dios y del hombre atiza esos
sentimientos irracionales con mentiras y engaños: «Todo es mío y todo te lo
daré, si postrándote, me adoras…» ¡Un presupuesto y una promesa falsos, para
una proposición deletérea!
Pero, como Jesús, también nosotros vivimos
rodeados de ángeles que nos traen el alimento verdadero del alma. Ellos nos
confortan cuando luchamos contra las falsas promesas de felicidad ligada al
mero disfrute de bienes materiales o espirituales; al honor de ser tenidos en
mucho por el mundo y a la fuerza para imponer nuestra voluntad a los demás.
Ellos nos traen la paz del alma, que se alimenta en el desprendimiento de todo
lo que no sea el amor infinito de Dios, en la fortaleza para resistir los
halagos mundanos y en el contento humilde con tanto bien recibido de la
Providencia. Los ángeles nos sirven los manjares de la alegría espiritual y de
la serenidad en medio de las luchas.
Los cuarenta días de preparación para la
Pascua, que hemos comenzado ayer, Miércoles de ceniza, son un tiempo oportuno
para acompañar a Jesús en el desierto de sus tentaciones y de su victoria.
Abramos los ojos para notar la presencia de las alimañas y de los ángeles en
nuestra vida. No tengamos miedo del combate espiritual. Lo libramos junto con
el Señor de los ejércitos, que ya ha obtenido para nosotros la corona
de la gloria. Lo malo no es luchar, sino equivocarnos de guerra. La clave del
acierto se halla en la conversión por la oración, la penitencia y las obras de
la caridad.
+
Juan Antonio Martínez Camino
obispo auxiliar de Madrid
obispo auxiliar de Madrid
No hay comentarios:
Publicar un comentario