La caridad pastoral debe ser la fuerza que mueva a todo párroco, en unión con su Obispo, a buscar una sintonía y colaboración de las familias, catequistas y educadores de los niños con Síndrome de Down o con alguna discapacidad intelectual; para que el amor por la Santísima Eucaristía sea transmitido desde la más tierna edad, y el deseo de recibir el Cuerpo de Cristo se convierta en el camino para un futuro de paz y santidad, no sólo para el pequeño sino para su familia y la comunidad también.
Es
necesario recordar e insistir, sobre todo a los padres, que no se trata sólo de
preparar la primera comunión como evento familiar y/o social. Se trata de
iniciar y ayudar a sus hijos a incorporarse a una comunidad que vive conforme a
un estilo de vida concreto el evangelio, y que celebra la Eucaristía como
elemento esencial de la vida cristiana. No hay que perder de vista que la meta
de la catequesis y de la Iniciación cristiana del niño con Síndrome de Down es
la vida entera del cristiano.
La
primera comunión no es un hecho puntual, sino la expresión sacramental de una
preparación para que los niños entren plenamente en la comunidad eucarística, y
que seguirá después para su formación y su crecimiento espiritual. La primera
comunión no es el final de su iniciación cristiana, que comenzó con el bautismo
y que sigue con su confirmación.
La
preparación a la Primera Comunión forma parte del proceso de la iniciación
cristiana que comprende los sacramentos del bautismo, la confirmación y la
eucaristía. Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue
un camino y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser
recorrido rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos
esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la
conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo y el
acceso a la comunión eucarística.
Por su
naturaleza misma, el Bautismo de niños exige un catecumenado postbautismal.
No se trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al Bautismo, sino
del desarrollo necesario de la gracia
bautismal en el crecimiento del niño. Es el momento propio de la catequesis, para acabar más tarde con
la Confirmación y la Eucaristía, cima de su iniciación cristiana cc. 851
&2, 868.
Por el Bautismo: todos los pecados son perdonados, el pecado
original y todos los pecados personales así como todas las penas del pecado (DS
1316). En los que han sido regenerados no permanece nada que les impida entrar
en el Reino de Dios, ni el pecado de Adán, ni el pecado personal, ni las
consecuencias del pecado, la más grave de las cuales es la separación de Dios.
El
Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también al niño “una
nueva creatura” (2 Co 5,17), un hijo adoptivo de Dios (Ga 4,5-7) que ha sido
hecho “partícipe de la naturaleza divina” (2 P 1,4), miembro de Cristo (1 Co
6,15; 12,27), coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (1 Co
6,19).
Los
padres, catequistas y párrocos responsables de la preparación para la primera
comunión del niño con Síndrome de Down es bueno que recuerden esto para que
tengan paciencia y den a cada niño el tiempo que requiera para que su
desarrollo espiritual sea el adecuado según sus circunstancias. Les espera una
tarea apasionante, un reto, y un proceso que ofrece una inmensa satisfacción si
se realiza con caridad responsable. La preparación para la primera comunión
tiene que ser algo que disfruten conjuntamente, pero a la vez, debe cumplir con
todos los requisitos para que sea una celebración digna y adecuada al
desarrollo espiritual e intelectual del niño, que en muchas ocasiones no
coincidirá con el de los demás niños de su misma edad. El niño con síndrome de
Down es una persona, con unas potencialidades de desarrollo increíbles, tanto
mayores cuanto mejor se le atienda. Pese a esa anomalía, que va a imponer
ciertas limitaciones, con trabajo y apoyo el niño ha de ser capaz de desplegar
todas sus posibilidades afectivas e intelectuales. De manera que su pleno
desarrollo cristiano dependerá directamente de un trabajo paciente, constante,
alegre y optimista.
No hay
dos personas iguales a pesar de que todas tienen 46 cromosomas; tampoco hay dos
personas con síndrome de Down iguales aunque ambas tengan 47. Su desarrollo,
sus cualidades, sus problemas, su grado de discapacidad pueden ser muy
distintos. Y por eso, la preparación para la primera comunión de éstos niños
habrá de ser un proceso personalizado, que se tendrá que ir evaluando para
determinar el momento oportuno para poder hacer la Primera Comunión, porque el
progreso en la actividad cerebral no es fruto exclusivo de los genes sino
también del ambiente que hace nutrir y progresar esa actividad.
Estos
niños pueden tener retraso en el desarrollo mental y social, y los problemas
comunes que suelen presentar son: comportamiento impulsivo, deficiencia en la
capacidad de discernimiento, período de atención corto, aprendizaje lento, y a
medida que los niños con el Síndrome de Down crecen y se vuelven conscientes de
sus limitaciones, también pueden, en ocasiones, sentir frustración e ira. Estos
son puntos a considerar cuando se les integra a un grupo de preparación para la
Primera Comunión con otros niños; no es una cuestión de discriminación, sino de
justicia, ya que lo que requieren unos y otros podría ser muy distinto, según
sea el caso.
El c. 914
dice: “Los padres, en primer lugar,
y quienes hacen sus veces, así como también el párroco, tienen obligación de
procurar que los niños que han llegado al uso de razón se preparen
convenientemente y se nutran cuanto antes, previa Confesión sacramental, con
este alimento divino.”
Juan
Pablo II, recordaba la decisión de San Pío X, en su libro “¡Levantaos!
¡Vamos!”: “Un testimonio conmovedor de amor pastoral por los niños la dio mi
predecesor san Pío X con su decisión sobre la Primera Comunión. No solamente
redujo la edad necesaria para acercarse a la Mesa del Señor, de lo que yo mismo
me aproveché en mayo de 1929, sino que dio la posibilidad de recibir la comunión incluso antes de haber
cumplido los siete años si el niño muestra tener suficiente discernimiento.
La Sagrada Comunión anticipada fue una decisión pastoral que merece ser
recordada y alabada. Ha producido muchos frutos de santidad y de apostolado
entre los niños, favoreciendo que surgieran vocaciones sacerdotales”.
Los
sacerdotes, deben custodiar el Santo Sacramento del altar, en unión a los
Obispos, y deben cuidar a los niños como a los primeros destinatarios de este
don inmenso: la Eucaristía. Y Cuando
la mente del niño llega a la edad en que comienza a razonar, está abierta y
disponible a la acogida de la luz divina, que les hace penetrar hasta dónde es
posible, el misterio del amor de Dios para el hombre, es el momento de la
Primera Comunión.
Luego la fe se levanta sobre la
razón, y esta fe es tan viva en estos
niños que ellos son capaces, a veces mejor que nosotros, de expresar con la
oración inmediata, su cercanía al Señor.
Por lo
tanto, esta costumbre, recordada por todos los últimos Papas, de hacer acercar
a los niños pequeños a la Santa Eucaristía, después de haber hecho su Primera
Confesión, debe ser estimada y dentro de lo posible seguida. Pero, los niños
con alguna discapacidad requerirán de una atención y cuidados especiales que
dependerá de la edad intelectual que posean. Por eso, en los cánones del código
cuando se habla de la edad de 7 años debemos interpretarla como la edad del uso
de razón, independientemente de la edad cronológica, que tenga el niño:
El
Directorio Catequístico General, de la Congregación para el Clero, de fecha 11/4/1971,
en su Apéndice, indica que la edad más
apropiada para recibir por primera vez los sacramentos de la Penitencia y de la
Eucaristía es la que en los documentos de la Iglesia se llama edad de la
razón o de la discreción. Esta edad “tanto para la confesión como
para la comunión es aquella en la
que el niño comienza a razonar, es decir hacia los siete años poco
más o menos. Desde este momento
comienza la obligación de cumplir el uno y el otro precepto de la confesión y
de la comunión” (Decr. Quam Singulari, 1, AAS, 1910, p. 582). Y
añade: Téngase cuidado de que el tiempo en que de por sí empieza a obligar el
precepto de la confesión y la comunión no se extienda más allá de los límites
dichos, los cuales por lo demás no son rígidos.
El criterio
referido es plenamente coherente con las prescripciones del Código de Derecho
Canónico, del c. 914, y el c. 97 &2, que afirma: El menor, cumplidos los siete años, se presume que tiene uso de razón.
Se trata de una presunción que admite prueba en contrario, que en este caso
sería el Síndrome mismo o alguna otra discapacidad. Y así, el c. 99 declara que
quien carece habitualmente del uso de
razón se considera que no es dueño de sí mismo y se equipara a los infantes (el
menor, antes de cumplir siete años, se llama infante, y se le considera
sin uso de razón: c. 97 &2). Según esto, corresponde al párroco vigilar para que no reciban la santísima
Eucaristía los niños que aún no hayan llegado al uso de razón c.914. Y esto lo tienen que entender
sus padres, aunque les sea muy duro ver que los compañeros de catecismo o de la
edad de sus hijos hacen la Primera Comunión y los suyos no.
El
Documento La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, de la LXX
Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, del año 1998, en su n.
135, al referirse a la iniciación cristiana de niños en edad catequética,
menciona que el Ritual correspondiente
está pensado para niños a partir de los seis años de edad aproximadamente.
Y la
expresión cuanto antes
del c. 914 (quam primum,
en la versión típica latina) es una cláusula técnica en derecho canónico, que
denota premura y urgencia. Se utiliza también, por ejemplo, en los cánones 867
y 916, en el sentido mencionado. Pero, es verdad, por otra parte, que el c. 913
&1 prescribe: Para que pueda
administrarse la santísima Eucaristía a los niños, se requiere que tengan
suficiente conocimiento y hayan recibido una preparación cuidadosa,
pero esto no significa que haya de ser necesariamente prolongada demasiado en
el tiempo. El mismo canon explicita que
el conocimiento y la preparación han de ser tales que los niños entiendan el
misterio de Cristo en la medida de su capacidad, y puedan recibir el Cuerpo del
Señor con fe y devoción. Y el referido Documento de la Conferencia
Episcopal Española, sobre la iniciación cristiana, explica que el Código de
Derecho Canónico no les exige una preparación superior o unos conocimientos
completos de la doctrina cristiana n. 102.
Según el
Decreto Quam Singulari, para la primera Comunión, no es necesario el pleno y perfecto conocimiento de la doctrina
cristiana. Después, el niño debe ir poco a poco aprendiendo todo el Catecismo,
según los alcances de su inteligencia. El conocimiento de la religión que se
requiere en el niño para prepararse convenientemente a la primera
Comunión, es aquel por el cual sabe,
según su capacidad los misterios de la fe, necesarios con necesidad de medio, y
la distinción que hay entre el Pan eucarístico y el pan común y material, a fin
de que pueda acercarse a la Sagrada Eucaristía con aquella devoción que puede
tenerse a su edad (nn. 2-3).
Por su
parte, el Código de Derecho Canónico determina: Puede administrarse la santísima Eucaristía a los niños que se hallen en
peligro de muerte, si son capaces de distinguir el Cuerpo de Cristo del
alimento común y de recibir la comunión con reverencia c. 913
&2.
Algunas recomendaciones
prácticas:
– La
parroquia, con su pastoral familiar debe apoyar a la familia de estos niños
para que pueda cumplir su misión educadora y evangelizadora. Los pastores han
de dirigir sus esfuerzos a los padres de niños con Síndrome de Down a
comprender lo antes dicho, ya que son ellos los protagonistas y responsables
principales en la formación espiritual de sus hijos. La familia, como Iglesia
doméstica, debe iniciar a sus hijos desde la más temprana edad en la fe, la
oración y los sacramentos, e integrarlos progresivamente a la comunidad
eclesial y con ella al mundo circundante.
– El
método de la catequesis en la que participe toda la familia podría ser apropiado
para la preparación a la Primera Comunión en estos casos, porque estimula al
niño y lo integra con amor a la familia y a la comunidad parroquial. Además,
sería muy bueno hacer el esfuerzo de integrar a ambos padres a la catequesis de
su hijo.
– El
párroco, junto con su equipo de catequesis, deberá adaptar los contenidos de la
catequesis a la situación concreta de la familia. En esta labor, los colegios
especializados podrían consultarse para implementar los mejores sistemas de
enseñanza para este tipo especial de niños. El catequista debe velar por su
constante formación en cuanto a pedagogía, metodología y doctrina a fin de que
su participación en la tarea evangelizadora de estos niños sea cada vez más
fructífera. La formación permanente de los catequistas será una actividad
fundamental.
– Los que
organizan la catequesis deberán tomar en cuenta la situación laboral de los
padres, ofreciendo horarios compatibles con el trabajo de ellos. El párroco
deberá adaptar con mucha flexibilidad la catequesis a las condiciones
particulares de la familia. Acoger con mucha delicadeza a los niños cuyo padre
o madre es no creyente, procurando que la preparación a la Primera Comunión
llegue a ser un encuentro con Dios y con la Iglesia madre. A los padres no
creyentes se les debe invitar, pero no obligar a la catequesis. En este caso,
corresponde a los padrinos del bautismo reemplazar a los padres.
– Los
padres en situación matrimonial irregular deben ser informados clara y
oportunamente sobre su situación al interior de la comunidad eclesial. Ya que
ellos tienen todos los deberes y derechos de los fieles, salvo el de recibir
los Sacramentos de la Reconciliación y la Sagrada Comunión mientras se mantenga
la irregularidad en su estado de vida, que les podría representar un
inconveniente el día de la Primera Comunión, si quieren acompañar a su hijo
comulgando.
– Los
niños que desean prepararse para la Primera Comunión por su propia decisión
deben contar por los menos con la autorización de sus padres. Y pueden recurrir
a su padrino de bautismo u otro familiar para que éste tome la responsabilidad
de los padres en el proceso de la formación catequética.
– Con la
licencia del párroco competente, la preparación e incluso la celebración de la
Primera Comunión puede hacerse en otra parroquia. Esta licencia debe darse por
escrito.
– Durante
el proceso de la catequesis, los niños deberán adquirir el hábito de santificar
el día del Señor mediante la Santa Misa Dominical.
– La
celebración de la Primera Comunión es un momento de gracia para los niños y sus
familias. Constituye un momento de especial solemnidad, que se manifiesta en la
dignidad de la liturgia, en la intensidad de la oración, y en el acceso de los
niños al alimento eucarístico. Por eso, debe ser una celebración sencilla, que
ponga el acento en las actitudes interiores y no en las exteriores.
– La
Primera Comunión, es importante, porque es una verdadera fiesta para la
comunidad parroquial que quiere acoger por vez primera a sus hijos más pequeños
en la Mesa del Señor y por eso, no se debe de descuidar ni malinterpretar sino
que hay que ponerla en su justo lugar de Sacramento, y no de fiesta social a
capricho del niño o de sus padres.
La
Primera Comunión es un evento trascendente, es el momento en que por primera
vez el niño recibe el Sacramento de la Eucaristía, es decir la presencia real
de Jesucristo vivo, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, que sólo puede
recibirla si está bautizado. Recibir la Eucaristía es recibir a Jesucristo, y
por esto, la preparación para recibir este sacramento es base para que el niño
con Síndrome de Down pueda entender y vivir tan grande acontecimiento, con gran
alegría y amor al niñito Jesús; aunque cueste un poco más de esfuerzo y de
tiempo.
BlancaMijares
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