Si nos fijamos en el Evangelio de
hoy martes, veremos dos circunstancias en las que la Fe obró el milagro. La
Hemorroisa que toca el manto de Cristo y queda curada y la familia que solicita
al Señor que haga algo porque su hija ha fallecido. A estos episodios podríamos
unir el del centurión que solicita que Cristo cure a su sirviente, sin tener
que pisar su casa.
En todas estas ocasiones y en otras muchas, Cristo indica que la Fe es
la que ha producido el milagro. ¿Qué Fe? La palabra Fe tiene decenas de
significados para nosotros: confianza, conocimiento de una verdad, certeza de
algo que ha sucedido, etc. ¿A qué se refiere Cristo?
Si consideramos la grandeza de nuestra fe y si
comprendemos la grandeza del Hijo de Dios, vemos que en relación a Él no
tocamos más que la orla de su manto. El vestido entero no lo podemos alcanzar.
Así que si nosotros también queremos ser curados, toquemos por la fe la orla de
Cristo. No ignora a aquellos que tocan su orla, que le tocan cuando se vuelve
hacia nosotros. Dios no necesita los ojos para ver, no tiene sentidos
corporales sino que posee en Él el conocimiento de todas las cosas. Dichosos
aquellos que tocan por lo menos la orla del Verbo: porque ¿quién puede
aprehenderlo totalmente? (San Ambrosio de Milán. Comentario sobre San Lucas
6, 57-59)
Es curioso que el pasaje de la Hemorroisa sea tan claro en dos aspectos:
A) la firme decisión y confianza de la mujer, B) Un acto casi anecdótico que
resulta ser relevante. Tocar el borde del manto del Señor no es ni siquiera
llegar a hablar con Él. Es un acto tan humilde y sencillo, que desconcierta el
poder simbólico que tenía. Ya he comentado muchas veces que el simbolismo es
una lengua a través de la que nos comunicamos con Dios. La Hemorroisa oró al Señor mediante con todo su ser, por medio de su entendimiento,
voluntad y emoción. Lo hizo de forma tan profunda que Dios concedió el
milagro aún antes de que el propio Cristo fuese humanamente consciente de lo
que sucedía.
Hoy en día desechamos el simbolismo, porque no lo consideramos
intrascendente. El estructuralismo y el funcionalismo nos impiden aceptar que
se pueda orar actuando de forma simbólica. Para nosotros, en el mejor de los
casos, orar es recitar oraciones o establecer un diálogo con Dios por medio de
palabras. A veces reducimos la piedad a un sentimiento que no se manifiesta
fuera de nosotros. Nuestras palabras son recipientes vacíos de significado,
incapaces de comunicar nada entre nosotros. Podremos enviar miles de
recipientes vacíos a Dios sin que llegue nunca el mensaje. A veces rezamos sin tener realmente un
mensaje que transmitir a Dios.
Podría decir que el concepto clave en este episodio evangélico es la fe
como confianza-certeza en la acción de Dios sobre nosotros. Pero, no es tan
fácil. Estos conceptos han dejado de tener un significado hoy en día. Los expertos en marketing consiguen que
compremos induciendo confianza en nosotros. Confianza que genera un
impulso de deseo ante un vacío creado por la publicidad. De nuevo, los expertos
en marketing, son capaces de inducir en nosotros la certeza de que los
políticos cumplen sus promesas y que tenemos que convertirlos en nuestros
“salvadores”. La Fe se ha convertido en el conjunto de conocimientos que
decimos creer para inducir en nosotros mismos una sensación de pertenencia
social a una comunidad. En el fondo la
fe como confianza-certeza, actual, es uno más de los simulacros que aceptamos
para vivir dentro de nuestro espacio social-eclesial.
Les pongo un ejemplo, lo que llamamos “Depósito de Fe” Para nosotros,
los católicos romanos, el Depósito de la Fe es la totalidad de la revelación
salvadora dada por Cristo a los apóstoles y transmitido a través de los tiempos
por la iglesia: Escrituras y la Tradición Sagrada. Para la mayoría de nosotros, este Depósito es algo lejano, olvidado,
innecesario e incluso, algo que hay que superar porque ha quedado viejo en el
mismo siglo I. No aceptamos que este Depósito es una realidad viva que
debemos vivir en nosotros para ser realmente cristianos. Vemos lo que nos
indica Benedicto XVI:
La última vez meditamos sobre el tema de la
Tradición apostólica. Vimos que no es una colección de cosas, de palabras, como
una caja de cosas muertas. La Tradición
es el río de la vida nueva, que viene desde los orígenes, desde Cristo, hasta
nosotros, y nos inserta en la historia de Dios con la humanidad. Este
tema de la Tradición es tan importante que quisiera seguir reflexionando un
poco más sobre él. En efecto, es de gran trascendencia para la vida de la
Iglesia…
La Tradición es la historia del Espíritu que actúa
en la historia de la Iglesia a través de la mediación de los Apóstoles y de sus
sucesores, en fiel continuidad con la
experiencia de los orígenes…
Esta cadena del servicio prosigue hasta hoy, y proseguirá hasta el fin
del mundo. En efecto, el mandato que dio Jesús a los
Apóstoles fue transmitido por ellos a sus sucesores. Más allá de la experiencia
del contacto personal con Cristo, experiencia única e irrepetible, los
Apóstoles transmitieron a sus sucesores el envío solemne al mundo que
recibieron del Maestro. (Benedicto XVI, Audiencia General. Miércoles 3 de mayo de
2006)
Si no somos capaces de vivir la Fe como algo vivo que nos une y reúne
con Cristo, desde el mismo momento que pisó la tierra, ¿Cómo vamos a tener la
Fe de la Hemorroisa sin ver a Cristo y sin tener Su manto a mano? Hoy en día el manto de Cristo es aquello que
cubre y protege la Verdad, porque Cristo no nos ha abandonado. Si al
menos fuésemos capaces de tocarlo y creer que esto nos transformará, podríamos
darnos cuenta del inmenso regalo que nos legó el Señor.
En estos momentos estamos estudiando a ver
cómo transformamos la Fe para que se ajuste a nosotros de forma cómoda y
atractiva. Es decir, buscamos una tela bonita y adecuada para tocarla de forma
cotidiana. Una tela que, como es
lógico, siempre nos defrauda y sobre la cual no nos queda más que crear un
simulacro de confianza y certeza. Si nos atrevemos a decir que ese no es
el manto del Señor, hay que “tener cuidado”, porque se rompen las apariencias
externas que tanto cuidamos.
Néstor Mora Núñez
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