He mirado en la hoja Excel..., en la que llevó el control de lo que
escribo y he visto que sobre el tema de la fe, llevó de escritas 32 glosas,
siendo este un tema de los que más he escrito, aunque aún no están todas
publicadas, la totalidad de las glosas escritas sobre el tema de la fe. Puede
ser que en esta glosa, en la que voy a escribir una vez más sobre la fe, no
diga nada nuevo sobre la fe que ya antes no lo haya dicho, porque en muchas
glosas, uno se repite en los mismos pensamientos e ideas, no ya dichos en otras
glosas anteriores, lo cual es bueno repetir lo mismo, aunque dicho o expresado
con distinta palabras, porque en la vida espiritual, la repetición tiene un
especial valor a los ojos de Dios.
Muchas veces pasa que uno lee, en distintos momentos un mismo
pensamiento espiritual y no le llama la atención y al cabo incuso de años, uno
vuelve a leer lo mismo y se impacta de tal forma que nuestro corazón se pega a
lo leído y le da gracias a Dios por haberle abierto los ojos de su alma, Por
ello es bueno repetir y volver a repetir, porque la perseverancia en la
repetición, siempre nos da frutos de amor al Señor. Que son sino, las oraciones
que repetimos mecánicamente la mayoría de las veces, Credo, Padrenuestro, Aves
Marías, y sobre todo el Rosario, cuya fuerza y potencia espiritual, existe
aunque estemos distraídos. Porque vamos a ver, ¿quién puede decir que jamás se
distrae rezando el Rosario? Dios sabe y conoce nuestra debilidad y todo lo que
hagamos intencionalmente buscando su amor, es bueno y tendrá siempre su
recompensa. Si nos ponemos a pensar que es la vida espiritual, vemos que ella
no es otra cosa de expresarle al señor nuestro amor a Él una y otra vez y
cuando uno está enamorado de Él, cuando el celo de su casa nos consume como
decía el profeta Elías, uno nunca se cansa de decirle TE AMO.
Por ello vuelvo a insistir una vez más, en el tema de la fe y de su
importancia. Tres son las virtudes básicas de nuestra vida espiritual: Fe,
esperanza y Amor, que también se expresa con el término Caridad. Precisamente
de las tres es la más importante la última el amor, porque una vez que salgamos
de este mundo, para la persona que no acepte el amor que Dios le ofreció y no
lo aceptó, ella se condenará, Las tres virtudes desaparecerán. La fe porque se
tendrá noticias de la existencia de Dios. La esperanza, porque no podrá ya
esperar nada con carácter eterno y en cuanto al amor, carecerá eternamente de
él y el vacío que deja el amor desaparecido, lo ocupara su antítesis que es el
odio. El infierno es un reino de odio y tinieblas eternas.
En cuanto a la persona, que purificada accede a la contemplación del
Rostro de Dios, su fe desaparecerá, convertida en evidencia y también
desaparecerá su esperanza, porque lo que esperaba será ya una realidad. Solo el
amor, que es Dios mismo, subsistirá eternamente. “Solo el amor, escribe Carlo Carretto, sacia totalmente al hombre. En efecto, Dios lo pondrá como la cosa
suprema y se identificará con el mismo Amor. El amor es la vida del hombre, es
su alimento, su completamiento, su éxtasis, su plenitud”. También
Carlo Carretto escribe diciéndonos: “El acto puro de fe es el acto
de muerte sobre la cosa más amada que se puede ofrecer al amado, porque solo el
amor es más fuerte que la muerte. “Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo; porque es
fuerte el amor como la muerte…. Aguas inmensas no podrían apagarlo”. (Cant 8,6-7). ”Para Santa Teresa de Lisieux: “Solo el amor es fuente de crecimiento; solo él es
fecundo; sólo el amor purifica profundamente el pecado. El fuego del amor
purifica más que el fuego del purgatorio.”
Porque para Thomas Merton, “Solo el amor. que -significa humildad- puede
exorcizar el miedo, que está en el origen de todas las guerras”. Solo el amor es más fuerte que la muerte.
Y si el amor es la más importante de las tres virtudes teologales, ¿Por
qué se la sitúa en último lugar de las tres? Sencillamente porque no rige un
orden de importancia sino un orden cronológico. Como se puede comprender
fácilmente, a nadie que ama, no se le ocurre amar algo o alguien que cree que
no existe. La fe es el primer don divino, porque la fe, es un don que como todo
don, Dios regala al que se lo solicita. Aquí aparece un contra sentido. ¿Cómo
se va a solicitar a alguien que el que solicita cree que no existe, que le
regale la creencia de su existencia? Y sin embargo esto es así y funciona así.
El secreto de este contra sentido está en que no existe ningún ser humano que
viva en la firme convicción de que Dios no existe.
San Juan Pablo II en su encíclica “Fides et ratio”,
escribía: “… una simple mirada a la historia antigua muestra
con claridad como en distintas partes de la tierra, marcadas por culturas
diferentes, brotan al mismo tiempo las preguntas de fondo que caracterizan el
recorrido de la existencia humana: ¿quién
soy? ¿de dónde vengo y a dónde
voy?¿por qué existe el mal?¿qué hay después de esta vida? Estas
mismas preguntas las encontramos en los escritos sagrados de Israel, pero
aparecen también en los Veda y en los Avesta; las encontramos en los escritos
de Confucio e Lao-Tze y en la predicación de los Tirthankara y de Buda;
asimismo se encuentran en los poemas de Homero y en las tragedias de Eurípides
y Sófocles, así como en los tratados filosóficos de Platón y Aristóteles. Son
preguntas que tienen su origen común en la necesidad de sentido que desde
siempre acucia el corazón del hombre: de la respuesta que se dé a tales
preguntas, en efecto, depende la orientación que se dé a la existencia”.
Evidentemente Dios al crearnos ha puesto en nuestra almas unas improntas
que generan en el hombre esa sed desmedida que tiene por la felicidad, por la
justicia, y por una serie de valores espirituales, que le inquietan a lo largo
de su vida, y aunque la persona trate de sepultarlos para que no le molesten,
ellos están siempre inquietándole y es su alma, que lo ve todo bajo un ángulo
de eternidad y está en contraposición con su cuerpo y el mundo que nos rodean,
que al ser materia tienen conciencia de su caducidad y nos fuerzan a una vida
que nos dice que terminará en la nada, donde terminarán ellos nuestro cuerpo y
el mundo.
Tengamos siempre presente que ante todo hemos de agrandar nuestra fe y
nunca perderla, porque es el don número uno; sin él es imposible adquirir los
demás. Santiago apóstol en su epístola nos dice: “2 Hermanos,
alégrense profundamente cuando se vean sometidos a cualquier clase de pruebas,
3 sabiendo que la fe, al ser probada, produce la paciencia. 4 Y la paciencia
debe ir acompañada de obras perfectas, a fin de que ustedes lleguen a la
perfección y a la madurez, sin que les falte nada”. (St 1,2-4)
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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