Cualquiera que esté un poco ducho en estos temas…, sabe perfectamente
que la Redención que nos donó Jesucristo, fue a toda la humanidad, sin
excepción alguna de cualquier tipo de persona, raza o condición. El Señor no
bajó a este mundo a salvar cuerpos sino almas. Tanto al Señor como también el
demonio, saben, que lo que se está jugando, es el destino final de nuestras
almas, no de nuestros cuerpos que son materia y como tal, terminarán siempre
tarde o temprano desapareciendo. Con respecto a la persona humana el Señor
decía: “63 El espíritu es el que da vida, la carne no
aprovecha para nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son
vida;…”. (Jn 6,63).
Nuestro cuerpo es caduco, tarde o temprano perecerá, pero nuestra alma
es eterna. San Pablo nos dice: "16 Por eso no desfallezcamos. Aun cuando
nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, el hombre interior se va
renovando de día en día. 17 En efecto, la leve tribulación de un momento nos
produce, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna, 18 en cuanto no
ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las
cosas visibles son pasajeras, más las invisibles son eternas”. (2Co 4,16-18).
El valor de un alma, nunca va referido a la riqueza o pobreza material
de la persona de que se trate, sino, al estado de gracia divina en la que el
alma se encuentre. Para Royo Marín: “La dignidad de un alma es gracia es tan grande,
que ante ella se desvanece como el humo todas las grandezas de la tierra”. Para Fulton Sheen: “Hay más diferencia entre dos almas de esta tierra, una en estado de
gracia y la otra no, de la que hay entre dos almas, una en estado de gracia en
esta vida y la otra disfrutando de la bienaventuranza del cielo. La razón es
que la gracia es el germen de la gloria, y algún día florecerá en gloria, el
alma que vive en gracia, así como la bellota algún día se transformará en
roble. Pero el alma que no está en gracia no posee estas potencialidades”.
Luis de Blosio escribía: “Porque es tanta la gracia
y hermosura del alma racional, cuando no está afeada con las torpes manchas del
pecado, que si pudieses verla claramente no sabrías en donde te encontrabas de
tanta admiración y gozo”, Para Santa
Teresa de Lisieux: “Jesús no baja cada día del
cielo para quedarse en el áureo copón, sino para encontrar otro cielo; el cielo
de nuestra alma, en donde tiene sus delicias”.
Sabemos que en nuestros primeros padres, sus
almas dominaba perfectamente sus cuerpos, pero como consecuencia del pecado
original, orden se invirtió y apareció una hegemonía de nuestro cuerpo material
sobre nuestra alma espiritual todo se trastocó y el orden inferior de la
materia, empezó a oprimir al orden superior del Espíritu. Apareció entonces la
concupiscencia, es decir un ansia en la persona por los bienes terrenos y en
especial, apetito desordenado de placeres deshonestos.
La situación actual es la de que: Ni el más santo de los hombres
ha conocido en su vida en la tierra la completa subordinación del cuerpo al
alma, único medio por el que el cuerpo puede hacerse glorioso. Todo lo más que
quizás algunos han podido conseguir es llegar a ese punto en el que el alma se
ve libre de la sujeción al cuerpo que lleva consigo el pecado.
Porque tal como nos escribe San Pablo: “17 Porque la carne desea
contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por
eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. 18 Pero si están
animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley. 19 Se sabe muy bien
cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, 20
idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias,
ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones 21 y envidias, ebriedades y
orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los
que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios. 22 Por el contrario, el
fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y
confianza, 23 mansedumbre y temperancia”.
(Ga 5,17-23).
Benedicto XVI en su encíclica “Encíclica
Deus caritas est”, nos dice: “Si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y
quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia meramente animal,
espíritu y cuerpo perderían su dignidad. Si, por el contrario, repudia el
espíritu y por tanto considera la materia, el cuerpo, como una realidad
exclusiva, malogra igualmente su grandeza. El epicúreo Gassendi, bromeando, se
dirigió a Descartes con el saludo: « ¡Oh Alma! ». Y Descartes replicó: « ¡Oh
Carne! ». Pero ni la carne ni el espíritu aman: es el hombre, la persona, la
que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma.
Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es
plenamente él mismo. Únicamente de este modo el amor —el eros— puede
madurar hasta su verdadera grandeza”.
En este mundo tanto los pobres como los ricos tenemos alma y somos
amados por el Señor: Escribía San Josemaría Escrivá, que: “No hay alma que no
interese a Cristo. Cada una de ellas le ha costado el precio de su sangre”. Como
consecuencia de todo lo anterior es claro que la Iglesia, ha de hacer todo lo
posible para la salvación tanto de los pobres, como de los ricos. Y sin embargo
se pone tanto énfasis en la pastoral de la iglesia, de tratar el tema de los
pobres, con continua afirmación de mencionar siempre la “Iglesia de los
pobres”, como si el resto de personas no tuviesen ya posibilidades de salvarse.
Ni el hecho de ser pobre es un billete con destino al cielo, ni el hecho de ser
rico es ya una garantía o un billete para ir al infierno.
El concepto de riqueza o pobreza material, es un tanto relativo, si
dejamos de mirar a los países Europeos, y nos fijamos en los países sub
desarrollados de África y otros continentes. Se podría afirmar por ejemplo que
comparativamente todos los franceses, alemanes o españoles somos ricos, unos
más y otros menos per ricos en cuanto por ejemplo nadie se muere de hambre en
uno de estos países. El problema se complica más si tenemos en cuenta las
diferencias de posibilidades económicas que existen entre pobres y ricos en
cada país.
Como consecuencia de la dichosa concupiscencia a la que antes hemos
aludido, en general y en esta época histórica en que vivimos, existe una
desmedida tendencia supervalorar los bienes materiales en detrimento de los
bienes espirituales. Y esto ocurre tanto entre ricos como entre pobres, de la
misma forma que existen órdenes y movimientos religiosos, que se preocupan más,
de los pobres que de los ricos y también los hay al revés No olvidemos que los
caminos hacia Dios, son siempre distintos en cada persona. Cada uno tiene su
propio camino y lo importante es encontrarlo y pedirle a Dios que nunca
abandonemos ese camino personal e intransferible.
La receta más recomendable a cualquiera es la de amar, amar y amar a Dios
y todo lo que él desea que amemos,
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
Hermoso artículo. Saludos.
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