De la misma forma…, que nuestro cuerpo necesita alimentarse diariamente
y lo hace por medio del pan, como alimento básico y las verduras, la carne y el
pescado. Nuestra alma, también necesita alimentarse diariamente para crecer y
desarrollarse y su alimento básico, es la oración, sin perjuicio de que se
pueda y se deba utilizar también, otros alimentos espirituales de varias
clases. Nosotros necesitamos orar, porque la oración es verdaderamente la vida
de nuestra vida, nosotros estamos hechos para orar como el pez lo está para nadar.
Si un hombre no ora, es imposible que pueda salvarse.
Se encuentran cristianos que comulgan todos los días y están en pecado
mortal, cristianos que hacen abundantes limosnas y que están en pecado mortal,
cristianos que se mortifican de muchas maneras y que están en pecado mortal,
pero jamás se encuentra un alma que haga oración todos los días y que
permanezca en el pecado…. La comunión frecuente es un consejo, la oración es un
precepto divino. Santa Teresa de Lisieux escribía: “Adviertan los
que son muy activos, que piensan ceñir el mundo con sus predicaciones y obras
exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a
Dios (dejando aparte el buen ejemplo que de si darían) si gastasen siquiera la
mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración”.
Por lo demás, todo cristiano está llamado a orar, y cuanto más crezca en
santidad, más experimentará la necesidad irresistible de hacer oración. Y esta
necesidad de orar, que se siente cuando se ama al Señor, e incluso antes, la
tiene todo aquel que si es creyente católico, conoce el principio básico que
nos dice: “Es imposible salvarse sin orar”. El que no ora no se salva. Todos los condenados
se han condenado porque no han hecho oración; si hubieran orado con constancia,
se hubieran salvado. La oración es el medio necesario y seguro para conseguir
la salvación y para obtener todas las gracias necesarias para conseguirla.
Por consiguiente, si uno es creyente, es decir, si cree en las verdades
que se recogen en el Credo católico, tiene que saber, que si no ora, no se
salva. Orar es para nosotros más que una obligación que desde luego lo es, es
una necesidad. Todos los que se han condenado, se han condenado porque no han
hecho oración; si hubieran orado con constancia, se hubieran salvado. Este
principio como varios otros relacionados con la oración, nos los proclaman
constantemente, a voz en grito, Padres y Doctores de la Iglesia, Santos,
Beatos, Doctores teólogos y exegetas.
En cuanto al mundo
alejado de Dios, desde luego que este no ora. A este respecto, refiriéndose al
pueblo de Israel que no oraba, Jeremías escribía: “Porque mi pueblo
ha cometido dos maldades: me abandonaron a mí, la fuente de agua viva, para
cavarse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua”. (Jer 2,13). El mundo alejado de
Dios no ora; busca la salvación en cisternas agrietadas (Jer 2,13), en el
incremento de la producción material, en los avances científicos, en la
actividad cultural….etc…, En definitiva, solo en realidades materiales y así se
creen que alimentan su alma, que es espíritu puro. Nuestro cuerpo material se
alimenta con bienes materiales, nuestra alma espiritual con bienes espirituales.
Como si la salvación de nuestras almas fuese un tema que corresponde al orden
material, cuando resulta que nuestras almas, son puro espíritu creado por Dios.
Erróneamente se piensa que las necesidades del alma, su alimentación, su
contacto con Dios, se puede realizar con la música aunque sea clásica y buena,
con la apreciación del arte, con la actividad cultural, como si todo esto fuese
un adecuado sustitutivo de la oración. La oración es verdaderamente, la vida de
nuestra vida, porque nuestra vida es nuestra alma. Tal como ya antes hemos
escrito, estamos hechos para orar, como el pez lo está para nadar en el agua o
las aves para volar en los aires. Así estamos hechos para sumergirnos en el
agua de la oración y hacer ascender nuestra alma al cielo como las aves
remontan el vuelo sobre nuestras cabezas.
La oración es un algo consustancial con nuestra alma, porque cuanto más
crezcamos en oración, más creceremos en santidad, y más experimentaremos la
necesidad irresistible de hacer más oración. Sin la oración no puede haber
Eucaristía, ni comunión eficaz. Sin la oración no se pueden aprovechar
debidamente las gracias que nos transmiten los sacramentos. Puede haber oración
sin sacramentos, pero no existen sacramentos debidamente aprovechados si no hay
oración. Puede haber oración sin Eucaristía, pero no Eucaristía en pleno amor
al Señor si no se reza, de aquí la importancia de la oración. El Señor no nos
ordenó comulgar, pero si orar: “Velad y orar para que no
accedáis a la tentación; el espíritu esta pronto, pero la carne es flaca”. (Mt 26, 41).
La oración es algo tan importante, como la tierra que nos sustenta, el aire que respiramos, el
pan que comemos, el corazón que late en nuestro pecho, que son a los hombres
tan necesarios para llevar una vida humana. San Pablo en su epístola a los
Tesalonicenses, les decía: “Orad constantemente. Den
gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en
Cristo Jesús”. (1Ts 5,17-18).
Para que la oración sea eficaz, ha de orarse siempre, con arreglo a tres
condiciones que son las tres eses, ellas
nos condicionan la oración, a que esta se realice, en silencio, en
soledad y con sosiego. Y es de tener presente que existe una cuarta condición muy importante que es la perseverancia, si no perseveramos nada logramos.
El Señor para poner de relieve lo importante que es la oración
perseverante, les decía una parábola: “2 «En una ciudad había un juez
que no temía a Dios ni le importaban los hombres; 3 y en la misma ciudad vivía
una viuda que recurría a él, diciéndole: "Te ruego que me hagas justicia
contra mi adversario". 4 Durante mucho tiempo el juez se negó, pero
después dijo: "Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,5 pero como
esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a
fastidiarme".»6 Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto.7 Y
Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los
haga esperar? 8 Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará
justicia”. (Lc 18,1- 8).
Para nosotros la necesidad de orar, se basa en nuestra condición de
seres humanos completamente limitados. Todo lo que tenemos todo lo que
recibimos, nos ha sido dado. San Agustín decía: ¿Qué tiene tú que no hayas
recibido? Y nosotros
necesitamos, bienes materiales, para el mantenimiento de nuestro cuerpo y más
necesitamos, los bienes espiritual, porque ellos son, el alimento de nuestra
alma. El Señor, claramente nos dijo: “Yo soy la vid. vosotros los
sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin
mí no podéis hacer nada”. (Jn
15,5).
El teólogo dominico Royo Marín nos escribe diciendo: “Sin la gracia
preveniente de Dios no podemos hacer absolutamente nada en el orden
sobrenatural, y en este sentido puede decirse que todo el proceso de nuestra
santificación se reduce, por nuestra parte, a la oración y a la humildad; la
oración para pedir a Dios esas gracias prevenientes eficaces, y la humildad,
para atraerlas de hecho sobre nosotros”. Al cristiano se le pide la realización
de muchas obras buenas; más la de la oración está por encima de todas, porque
sin ella, ningún bien se puede hacer. El cardenal norteamericano Joseph
Bernardín, en sus confesiones antes de su muerte, después de haberle sido
dictaminado un cáncer, escribió: “…, descubrí que estaba otorgando prioridad a
las buenas obras sobre la plegaria”.
No nos engañemos, la actividad que podamos tener, realizando buenas
obras de misericordia, es buena y saludable, pero es siempre una actividad
material, que ayuda a la perfección espiritual. Pero la oración al ser ella
misma actividad espiritual no material, goza de un superior valor a los ojos
del Señor. La oración es un medio para alcanzar la perfección, pero no es ella
la perfección misma. Ahora bien quién ora perseverantemente, está caminando
rápidamente a obtener la perfección que nos ordenó el Señor cuando nos dijo: “Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto”. (Mt 5,48).
“La oración
es un medio para la perfección; no es la perfección misma”. Pero nos lleva a la perfección.
Nos dice el Abad Boyland. Así como el que ama desea que su amor sea
perfecto en sus modales, su lenguaje y apariencia, así el divino Amante, desea
que nuestras almas, sean perfectas, como perfecto es el Padre celestial, y esta
expectativa nos asusta. La necesidad de orar es patente, tal como ya hemos visto, la oración es
el alimento de nuestra alma y el que más ama será el más perfecto.
Necesitamos orar, para pedirle a Dios nuestro Pentecostés es decir,
pedir que el Espíritu Santo, nos invada el alma a cada uno de nosotros, tal
como se la invadió a los apóstoles en el Cenáculo.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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