La cuestión es: ¿De qué «fe» se trata?
Monseñor Giuseppe Sciacca, Secretario adjunto del Tribunal de la Signatura
Apostólica, señaló recientemente, en la Facultad de Derecho Canónico de la
Universidad San Dámaso,que «la falta de fe puede hacer difícil una
sana comprensión del matrimonio»; y monseñor Paglia declaraba hace poco a Alfa
y Omega que no se trata tanto de saberse el Credo o el Padrenuestro,
sino de la adhesión a la unidad, indisolubilidad, sacramentalidad y apertura a
los hijos. La cuestión está encima de la mesa: antes del Sínodo, el cardenal
Müller avanzaba, en La esperanza de la familia (BAC), que está «en
fase de estudio» en la Congregación para la Doctrina de la Fe la posibilidad de
«exigir a los contrayentes una fe más explícita».
En las Jornadas de Delegados de Pastoral
Familiar, María Lacalle pidió que, «si hay un porcentaje tan alto de
matrimonios nulos, deberíamos hacer algo para que no se celebren, pues luego
viene la ruptura y mucho dolor, también en los hijos», e insistió en «preparar
el matrimonio desde la Iniciación cristiana, acompañando la niñez y el
noviazgo»; una idea que defiende el cardenal Sebastián: «Las charlas antes de
la boda son mejor que nada, pero es casi nada. Así no se recompone la dimensión
religiosa de los alejados de la Iglesia. El problema no está en la preparación
inmediata, sino en la Iniciación cristiana: los chicos salen de las
catequesis de Comunión y de Confirmación sin una auténtica experiencia de
conversión. Hay que evangelizar a niños y jóvenes».
Alfa y Omega
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