El amor verdadero…, lo absorbe todo es exigente y no admite competencia.
En los Evangelios podemos leer: “Amaras al Señor
tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el
máximo y primer mandamientos”. (Mt 22,37). Y también San Mateo recoge esta frase del Señor: "30 El que no está conmigo está contra mí, y el que conmigo no
recoge, desparrama”. (Mt 12,30).
También el A.T. en el Éxodo se puede leer: “Soy un Dios
celoso”. (Ex 20,5). Y en
Deuteronomio también podemos leer: "24 porque
Yahvéh tu Dios es un fuego devorador, un Dios celoso”. (Dt
4,24).
Un célebre ingeniero de caminos canales y puertos, fue invitado a otro
país, que tenía muchos problemas con sus carreteras, a fin de que diese una
conferencia para resolver estos problemas. Cuando todo el mundo, esperaba en la
conferencia que le organizaron, que el conferenciante diese una fórmula
excepcional, recogida en una ecuación matemática, para que las carreteras no se
deshicieran, el ingeniero les dijo: Hay que tener en cuenta tres factores
esenciales y estos son: primera drenar el agua, segundo drenar el agua y
tercero drenar el agua. A eso se reduce todo, ahí está toda la ciencia, para
construir buenas carreteras..
Y en nuestro caso para recorrer el camino de la santificación, el
secreto está en: Amat, amar y amar el Señor con toda la fuerza de nuestro ser.
A eso se reduce todo, ahí está toda la ciencia. En el camino para encontrar
nuestra santidad. Lo primero de todo que necesitamos para recorrer este camino
es amar, al Señor del resto ya se ocupará El. Y que no nos engañe nuestra
soberbia y pretendamos apoyarnos en nuestras propias fuerzas. Dejémonos llevar
por ÉL, lo nuestro es amar del resto puede uno estar seguro, que Él se ocupará.
Si partimos de la realidad de que Dios es amor y solo amor (1Jn 4,16).
El camino que hay que recorrer, es un camino de amor y entrega al Señor. Y
menciono la entrega porque sin ella, si no existe una atentica y verdadera
entrega del que ama a su Amado no existe amor pleno, existe solo un amor que es
imperfecto. Es imposible querer amar al Señor sin entregarse a Él. Porque ante
todo, el amor es entrega. Sin la entrega del que ama a su Amado, no existe amor
alguno, no podemos decir: amo al Señor sin entregarnos a Él. Si no hay entrega,
no hay amor.
Así San Juan de la Cruz, nos manifiesta que “El amor perfecto no quiere nada para sí
mismo; nada se atribuye a sí mismo. Todo lo quiere para el amado y lo atribuye
al amado. Adamar es amar mucho, es más que amar, sencillamente es como amar el
doble”.
El término “Adamar”, que
emplea San Juan de la Cruz expresa la existencia de un amor más pleno. El amor
supone siempre entrega, una entrega del que ama al amado y la mayor parte de
las veces es una entrega que va acompañada por el sufrimiento. Porque la
entrega implica sufrimiento en cuanto es una acción de desprendimiento por
parte del que ama.
La prueba más evidente de la anterior afirmación la tenemos en los
Evangelios, donde podemos leer: “Tanto amó Dios al mundo que
dio a su Hijo único" (Jn
3,16). El amor significa entrega, y la entrega generalmente va acompañada del
sufrimiento, porque para entregar algo o entregarse uno mismo hay que sacrificarse
desposeyéndose uno de algo o de sí mismo. Como menciona el maestro Jean
Lafrance: “La
ley de todo amor, y sobre todo del amor espiritual, es el olvido de sí para
volver a encontrar su alegría y su felicidad en el otro”.
Al inicio de la vida espiritual nosotros, nos concentramos más sobre
todo, en los dones de Dios y tratamos de responder fielmente a ellos. Sin
embargo debemos de aprender e ir más allá, porque el amor perfecto se concentra
más en dar, en dar todo lo que pueda, con la mayor fidelidad posible y sin
esperar nada a cambio. La necesidad de que el hombre para ser feliz ha de
entregarse, nos la pone de manifiesto el Concilio Vaticano II, en el documento
denominado “Gaudium et Spes”, Gozo y
esperanza; al final de su punto 24, podemos leer: “…el hombre, es la única criatura terrestre
a la que Dios ha amado por sí mismo, y ella no puede encontrar su propia
plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás".
Y esta necesidad de entrega que genera el amor, no solo afecta al amor a
Dios, sino también al amor entre nosotros especialmente mientras nos
encontramos aquí abajo, que es cuando más difícil, nos resulta ejercitarlo. Así
Juan Pablo II en el punto 11 de su Carta a las familias, decía: "El amor
hace que el hombre se realice mediante la entrega sincera de sí mismo". El tomar es una inmadurez del amor, el darse es
la plenitud del amor. Porque el donarse el entregarse es una cualidad esencial
del amor. El que no se entrega no ama, desea o quiere amar, pero no ama. El
Señor indirectamente nos pone de manifiesto que la esencia del amor es
entregarse, es donarse, cuando nos dice: "…el Hijo del hombre no ha
venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por
muchos." (Mt 20,28). También
en otra ocasión, el valor de la entrega lo resaltó el Señor, diciendo: "Nadie
tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigo". (Jn
15,13).
Y el Señor dio un claro cumplimiento de esta afirmación dando su vida
por nosotros. El amor verdadero siente más la necesidad de dar que la de recibir.
Ya en esta vida, cuando comienza el amor, un puro amor hacia otra persona, nos
parece que nunca podremos entregarle tanto como desearíamos. La más preciosa de
las dádivas, nos parece pobre. Cambian todas nuestras escalas de valores,
porque no buscamos proporción entre la dádiva y el afán de dar. La tragedia del
amor cuando comienza a extinguirse, es que la gente no quiere dar lo que tiene.
No es que no se pueda ofrecer: es que no se quiere dar nada.
El amor es entrega y la entrega es perfección, el que se entrega, se
perfecciona en su santidad y el hombre halla su plenitud y felicidad, porque
más felicidad obtiene el alma santificada en dar que en recibir. No olvidemos
que la cumbre de nuestro amor a Dios en esta vida consiste en alcanzar una perfecta
unión con Él y poder decir tal como dijo San Pablo: “Y no vivo yo,
sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne,
la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”. (Gal
2, 20).
Y esta perfecta unión con Cristo, solo es posible conseguirla con una
total entrega de amor nuestro a Él, porque el amor es entrega.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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